viernes, 21 de febrero de 2014

Para Siempre-Capitulo 20

Capitulo 20



—Buenas tardes, querida —saludó Charles alegremente, dando una palmada en la cama a su lado—. Ven a sentarte aquí. Tu visita de anoche con Nicholas me ha devuelto increíblemente la salud. Ahora, cuéntame más sobre tus planes de boda.
Miley se sentó a su lado.
—Realmente es todo muy confuso, tío Charles. Northrup me acaba de decir que Nicholas ha empacado las cosas de su estudio esta mañana y ha regresado a Wakefíeld.
—Lo sé —admitió Charles con una sonrisa—. Ha venido a verme antes de irse y me ha explicado que había decidido hacerlo «para guardar las apariencias». Cuanto menos tiempo pase cerca de ti, menos posibilidad hay de que se levanten más murmuraciones.
—Así que por eso se fue —comentó Miley, despejándose su expresión preocupada.
La risa sacudía los hombros de Charles mientras asentía.
—¡Mi niña, creo que esta es la primera vez en mi vida que Nicholas ha hecho una concesión al decoro! Le fastidia hacerlo, pero lo ha hecho de cualquier modo. Decididamente eres una buena influencia para él —concluyó Charles alegremente—. Tal vez lo próximo que puedas enseñarle sea a dejar de burlarse de los principios.
Miley le devolvió la sonrisa, aliviada y de repente muy feliz.
—Me temo que no sé nada sobre los preparativos de boda —admitió—, salvo que tendrá lugar en una gran iglesia aquí en Londres.
—Nicholas se está ocupando de todo. Se llevó a su secretario con él a Wakefield, junto con su personal principal de Londres, para poder hacer los preparativos. Después de la ceremonia, tendrá lugar una celebración de boda en Wakefield para vuestros amigos más íntimos y algunos de los aldeanos. Creo que la lista de invitados y las invitaciones ya se están confeccionando. Así que tú no tendrás nada que hacer salvo permanecer aquí y disfrutar de la sorpresa de todos cuando se enteren de que eres la más adecuada para convertirte en la próxima duquesa de Atherton.
Miley le restó importancia a eso y luego tímidamente sacó a colación algo que le preocupaba mucho más.
—La noche en que te pusiste tan enfermo, mencionaste algo sobre mi madre y tú, algo que tenías intención de contarme.
Charles volvió la cabeza y miró hacia la ventana y Miley se apresuró a decir:
—No tienes que contármelo si te preocupa hablar de ello.
—No es eso —manifestó, mientras su mirada regresaba lentamente hasta el rostro de Miley—. Sé lo comprensiva y sensible que eres, pero aún eres muy joven. Tú querías a tu padre, probablemente tanto como yo quería a tu madre. Cuando te cuente lo que tengo que contarte, tal vez pienses que soy un intruso en su matrimonio, aunque te juro que nunca me comuniqué con tu madre después de que se casara con tu padre. Miley —explicó apesadumbrado—, intento decirte que no quiero que me desprecies y temo que lo hagas cuando oigas la historia.
Miley le cogió la mano y le dijo amablemente:
—¿Cómo podría despreciar a alguien con el buen juicio de querer a mi madre?
Bajó la vista a su mano y su voz estaba anegada por la emoción.
—También has heredado el corazón de tu madre, ¿lo sabes?
Cuando Miley permaneció en silencio, volvió la mirada hacia las ventanas y empezó la historia de su relación con Katherine. Hasta que no la acabó no volvió a mirar a Miley y, cuando lo hizo, no vio condena en sus ojos, solo pena y compasión.
—Así que, ya ves —concluyó Charles—, la amé con todo mi corazón. La amé y la eché de mi vida cuando era la única cosa por la que merecía la pena vivir.
—Mi bisabuela te obligó a hacerlo —dijo Miley con ojos conmocionados.
—¿Fueron felices? Me refiero a tu madre y tu padre. Siempre me he preguntado qué tipo de matrimonio formaron, pero no me atrevía a preguntar.
Miley recordó la horrible escena de la que había sido testigo, hacía tantas navidades, entre sus padres, pero pudieron más los dieciocho años del cariño y consideración que se demostraron el uno al otro.
—Sí, fueron felices. Su matrimonio no fue en absoluto un matrimonio de la buena sociedad.
Habló de «un matrimonio de la buena sociedad» con tanta aversión que Charles sonrió picado por la curiosidad.
—¿A qué te refieres con «un matrimonio de la buena sociedad»?
—Al tipo de matrimonio que casi todo el mundo tiene aquí en Londres, salvo Robert y Caroline Collingwood y pocos más. El tipo de matrimonio en el que la pareja rara vez se ve en compañía del otro y, cuando sucede que coinciden en algún acto, se comportan como extraños, extraños correctos y bien educados. Los caballeros siempre están fuera disfrutando de sus diversiones y las damas tienen sus admiradores. Al menos mis padres vivieron juntos en un verdadero hogar y éramos una auténtica familia.
—Supongo que intentas formar un matrimonio a la vieja usanza con una familia a la vieja usanza —le incitó, pareciendo muy complacido por la idea.
—No creo que Nicholas quiera ese tipo de matrimonio —no pudo evitar contarle a Charles que la oferta original de Nicholas era que ella le diera un hijo y luego se fuera. Se consoló al saber que, aunque había hecho esa oferta, parecía preferir que ella se quedara con él en Inglaterra.
—Dudo mucho que ahora mismo Nicholas sepa lo que quiere —comentó Charles con gravedad—. Te necesita, niña. Necesita tu afecto y tu entereza. No lo admitirá, ni siquiera ante sí mismo... y, cuando finalmente lo admita, no le gustará, créeme. Se peleará contigo —le advirtió Charles con cariño—. Pero antes o después, te abrirá su corazón y cuando lo haga, encontrará la paz. A cambio, te hará más feliz de lo que nunca has soñado.
Parecía tan incrédula, tan escéptica, que la sonrisa de Charles se desvaneció.
—Ten paciencia con él, Miley. Si no fuera tan fuerte de cuerpo y mente, no habría sobrevivido a los trece años. Tiene cicatrices, profundas cicatrices. Pero tú tienes el poder para curárselas.
—¿Qué tipo de cicatrices?
Charles negó con la cabeza.
—Será mejor para los dos que sea el propio Nicholas quien te hable de su vida, en especial de su niñez. Si no lo hace, podrás acudir a mí.


En los días siguientes, Miley tuvo poco tiempo para pensar en Nicholas o en ninguna otra cosa. En cuanto salió del dormitorio de Charles, llegó a la casa madame Dumosse con cuatro costureras.
—Lord Fielding me ha dado instrucciones para que le confeccione un vestido de novia, mademoiselle —anunció, empezando a moverse alrededor de Miley—. Dijo que tiene que ser muy lujoso y muy elegante, personal, propio de una reina y sin nada de volantes.
A medio camino entre el fastidio y la risa ante la prepotencia de Nicholas, Miley la miró de soslayo.
—¿Ha elegido también el color?
—Azul.
—¿Azul? —estalló Miley, preparándose para presentar batalla a favor del blanco.
Madame Dumosse asintió, presionándose meditativa los labios con un dedo y la otra mano en jarras.
—Sí, azul. Azul hielo. Dice que está magnífica en ese color, «un ángel pelirrojo», dijo.
Miley decidió de repente que el azul hielo era un maravilloso color con el que casarse.
—Lord Fielding tiene un gusto excelente —continuó madame Dumosse, levantando las finas cejas sobre sus brillantes y despiertos ojos—. ¿No está usted de acuerdo?
—Decididamente —respondió Miley, riendo y rindiéndose a las hábiles atenciones de la modista.
Cuatro horas más tarde, cuando por fin madame Dumosse la soltó y ordenó a las costureras que fueran corriendo a la tienda, informaron a Miley de que lady Caroline Collingwood la aguardaba en el salón.
—Miley —exclamó su amiga, con expresión algo preocupada mientras extendía las manos para coger las de Miley—. Lord Fielding ha venido a nuestra casa esta mañana para contarnos lo de la boda. Será un placer ser tu dama de honor, según me dijo lord Fielding que querías, pero todo esto es tan repentino, tu boda, me refiero.
Miley reprimió el placer de su sorpresa ante las noticias de que Nicholas había recordado consideradamente que necesitaba ayuda y se había detenido en casa de los Collingwood.
—Nunca sospeché que albergaras un cariño duradero por lord Fielding —continuó Caroline—, no dejo de sorprenderme. ¿Quieres casarte con él, no? ¿No estarás siendo... bien... forzada a casarte en algún sentido?
—Solo por el destino —intentó aclarar Miley con una sonrisa, hundiéndose cansada en un sillón. Vio el ceño de Caroline y se apresuró a añadir—: No me están forzando. Es lo que deseo hacer.
El semblante de Caroline brilló de alivio y felicidad.
—Me alegro tanto... esperaba que esto sucediera —y ante la mirada extrañada de Miley, explicó—; Las últimas semanas lo he conocido mejor y estoy completamente de acuerdo con Robert, cuando me decía que lo que la gente piensa de lord Fielding es el resultado de comadreos difundidos solo por una mujer particularmente despechada y maliciosa. Dudo que nadie hubiera creído los rumores si el propio lord Fielding no se hubiera mostrado tan distante y poco comunicativo. Claro que a nadie le gusta en particular la gente que cree cosas terribles de uno. Así que lo más probable es que no sintiera ni la más mínima obligación de sacarlos del error. Y como dice Robert, lord Fielding es un hombre orgulloso, por lo que le resulta imposible postrarse ante la opinión pública adversa, ¡sobre todo cuando es tan injusta!
Miley reprimió una risita ante la defensa apasionada del hombre que en otro tiempo había temido y condenado, pero era típico de Caroline. Caroline se negaba a ver ningún defecto cuando la gente le gustaba y, a la inversa, no estaba dispuesta a admitir ninguna cualidad positiva en la gente que no le gustaba. No obstante, esa peculiaridad de su vivaracha personalidad la convertía en la más leal de las amigas y Miley le estaba profundamente agradecida por su amistad desinteresada.
—Gracias, Northrup —dijo cuando llegó el mayordomo con la bandeja del té.
—No acierto a comprender por qué alguna vez lo encontré amenazador —le explicó Caroline mientras Miley servía el té. Ansiosa por absolver a Nicholas de cualquier culpa que hubiera podido achacarle en el pasado, continuó—: Me equivocaba al dejar volar mi imaginación y perder el sentido común de esa manera. Creo que la razón por la que lo encontraba amenazador nacía del hecho de que es tan alto y su cabello tan negro, lo cual me resulta completamente absurdo. Porque, ¿sabes qué dijo cuando se fue de nuestra casa esta mañana? —preguntó con voz de intensa gratificación.
—No —disimuló Miley, reprimiendo otra sonrisa ante la determinación de Caroline de elevar a Nicholas de demonio a santo—. ¿Qué dijo?
—Dijo que yo siempre le había recordado a una linda mariposa.
—¡Qué adorable! —declaró Miley muy sinceramente.
—Sí, lo fue, pero no tan adorable como el modo de describirte a ti.
—¿A mí? ¿Cómo es posible?
—¿Te refieres a los cumplidos?
Cuando Miley asintió, Caroline explicó:
—Acababa de comentar lo feliz que me sentía de que te casaras con un inglés y te quedaras aquí, así podíamos seguir siendo amigas íntimas. Lord Fielding se echó a reír y dijo que nos complementábamos mutuamente, tú yo, porque yo siempre le había recordado a una linda mariposa y tú eres como una flor salvaje que florece incluso en la adversidad y alegra la vida de todos. ¿No fue absolutamente encantador por su parte?
—Absolutamente —coincidió Miley, sintiéndose absurdamente complacida.
—Creo que está mucho más enamorado de ti de lo que se cree —le confió Caroline—. Al fin y al cabo se batió en duelo por ti.
Cuando Caroline se marchó. Miley estaba medio convencida de que Nicholas realmente la quería, una creencia que le permitió sentirse alegre y positiva a la mañana siguiente, cuando una procesión estupefacta de visitas empezaron a llegar para desearle felicidad al enterarse de su inminente boda.
Miley recibía a un grupo de jóvenes damas que habían acudido a visitarla por esa razón, cuando el objeto de su conversación romántica entró en el salón azul. La risa se convirtió en murmullos nerviosos e inciertos mientras las jóvenes damas contemplaban la peligrosa e impresionante figura del impredecible marqués de Wakefield, ataviado con una chaqueta de montar negra y unos pantalones negros ajustados que le daban un aspecto abrumadoramente masculino. Ignorando el impacto que causaba en aquellas impresionables féminas, muchas de las cuales habían albergado en secreto el sueño de cautivarlo para ellas, Nicholas les ofreció una refulgente mirada.
—Buenos días, señoras —saludó, y luego se dirigió a Miley y su sonrisa se hizo mucho más íntima—. ¿Tienes un momento para mí?
Excusándose de inmediato, Miley le siguió a su estudio.
—No te tendré alejada de tus amigas mucho rato —prometió, buscando en el bolsillo de su chaqueta.
Sin más preámbulo, le cogió la mano y le puso un pesado anillo en el dedo. Miley miró el anillo, que cubría su dedo hasta el nudillo. Dos hileras de resplandecientes diamantes flanqueaban una fila de enormes zafiros.
—Nicholas, es precioso —soltó—. Impresionante e increíblemente hermoso. Gracias...
—Agradécemelo con un beso —le recordó en voz baja, y cuando Miley levantó el rostro hacia él, capturó sus labios en un largo, ávido y minucioso beso que borró toda resistencia de su mente y su cuerpo.
Conmovida por el ardor de Nicholas y la respuesta involuntaria de su propio cuerpo, Miley miró fijamente los ojos de jade ahumado, intentando comprender por qué los besos de Nicholas siempre provocaban aquel efecto demoledor en ella.
Nicholas bajó los ojos hasta sus labios.
—La próxima vez, ¿crees que podrás besarme de corazón sin que tenga que pedírtelo?
Era una pizca de anhelo contrariado lo que Miley creyó oír en su voz y que le llegó al corazón. Le había ofrecido ser su marido, a cambio pedía muy poco, solo aquello. Se puso de puntillas, deslizó las manos sobre su firme pecho, las enlazó alrededor de su nuca y luego cubrió sus labios con los suyos. Ella sintió cómo el esbelto cuerpo de Nicholas se estremecía cuando de manera inocente frotó sus labios contra los de él, explorando despacio las cálidas curvas de su boca, aprendiendo su sabor, mientras sus labios abiertos empezaban a moverse contra los de ella en un beso salvajemente excitante.
Perdida en el creciente remolino de su beso e inconsciente de la dura presión que sentía contra su estómago, Miley deslizó los dedos en el suave cabello de su nuca mientras su cuerpo se adaptaba de manera automática al de él y de repente todo cambió. Nicholas la abrazó con una fuerza sorprendente, le abrió la boca con la suya con feroz avidez. Le apartó los labios, la excitó con la lengua hasta hacer que le tocara los labios con la suya y, cuando lo hizo, él jadeó, atrayéndola más contra su cuerpo tenso de salvaje necesidad.
Cuando por fin levantó la cabeza, él la miraba con una expresión extraña, como si desconcertantemente se burlase de sí mismo, en sus finamente dibujados rasgos.
—Debería haberte dado diamantes y zafiros la otra noche, en lugar de perlas —comentó—. Pero no vuelvas a besarme así hasta que estemos casados.
Su madre y la señorita Flossie habían advertido a Miley que un caballero podía dejarse arrastrar por su ardor, el cual le haría comportarse de una manera inespecificada, pero muy impropia, con una joven dama que equivocadamente le permitiera perder la cabeza. Instintivamente se dio cuenta de que Nicholas le decía que había estado muy cerca de hacerle perder la cabeza. Y era lo bastante femenina como para sentir una pequeña punzada de satisfacción por el hecho de que su inexperto beso hubiera afectado tanto a un hombre tan experimentado, sobre todo cuando Andrew nunca había parecido tan afectado por sus besos. Por otro lado, nunca había besado a Andrew del modo en que a Nicholas le gustaba que le besara.
—Veo que has comprendido lo que quiero decir —comentó con ironía—. Personalmente nunca he valorado demasiado la virginidad. Casarse con una mujer que ya sabe cómo complacer a un hombre tiene considerables ventajas... —esperó, observándola minuciosamente como si esperase, o si desease, algún tipo de reacción por su parte, pero Miley se limitó a apartar la mirada, con gesto abatido.
Su virginidad debía haber sido un don muy preciado para su esposo, o al menos eso se decía. Ciertamente no podía ofrecerle ninguna experiencia en cuanto a «complacer a un hombre», entrañara lo que eso entrañase.
—Lo siento... siento contrariarte —se disculpó azorada por el tema—, en América las cosas son muy diferentes.
A pesar del deje en la voz de Nicholas, sus palabras eran amables.
—No necesitas disculparte ni parecer tan desgraciada, Miley. Nunca temas decirme la verdad. No importa lo mala que la verdad sea, la aceptaré e incluso te admiraré por haber tenido el valor de contármela. —Levantó la mano para acariciarle la mejilla—. No importa —le animó con voz tranquilizadora. De repente, sus maneras se volvieron bruscas—. Dime si te gusta tu anillo, luego vuelve con tus amigas.
—Me encanta —respondió, intentando asimilar su rápido e incomprensible cambio de humor—. Es tan bonito que me da terror perderlo.
Nicholas se encogió de hombros con total indiferencia.
—Si lo pierdes, te compraré otro.
Entonces se fue y Miley miró su anillo de compromiso, deseando que no hubiera sido tan caballeroso acerca de su posible pérdida. Le habría gustado que el anillo hubiera sido más importante para él y no tan fácilmente reemplazable. Por otro lado, como símbolo de su afecto, era deprimentemente apropiado, pues para él no era importante y era fácil de reponer.
«Te necesita, niña.» Las palabras de Charles resonaron en su cabeza para infundirle confianza y sonrió, al recordarlo, al menos cuando estaba en sus brazos, Nicholas parecía necesitarla mucho. Sintiéndose más segura, volvió al salón, donde de inmediato vieron el anillo y todas las jóvenes damas profirieron exclamaciones de admiración.


En los días que precedieron a la boda, casi trescientas personas visitaron a Miley para desearle felicidad. Los elegantes carruajes desfilaban por la calle, descargando a sus pasajeros y regresando a los veinte minutos para recogerlos, mientras Miley se sentaba en el salón, escuchando a las atractivas matronas de mediana edad ofrecerle consejo sobre la difícil tarea de gobernar grandes mansiones y recibir invitados a la lujosa escala que requería la nobleza. Las jóvenes casadas le hablaban de sus problemas para encontrar gobernantas adecuadas y el mejor modo de localizar tutores aceptables para sus hijos. Y, en medio de todo aquel alegre caos, una confortable sensación de pertenencia empezó a arraigar en lo más hondo de su ser.
Hasta el momento, no había tenido ocasión de conocer a aquellas personas más que por encima o conversar con ellas solo sobre los temas más superficiales. Se había inclinado a verlas como mujeres ricas y mimadas que nunca pensaban en nada salvo en vestidos, joyas y diversión. Ahora las veía bajo una nueva luz, como mujeres y madres que también se preocupaban por cumplir con sus obligaciones de una manera ejemplar, y le gustaban mucho más.
De entre todo el mundo, solo Nicholas se mantenía alejado, pero lo hacía para guardar las apariencias, y Miley le tenía que estar agradecida por ello, incluso aunque a veces le produjera la incómoda sensación de que se estaba casando con un extraño absentista. Charles bajaba a menudo para encantar a las damas con su conversación y dejar bien claro que Miley contaba con todo su apoyo. El resto del tiempo permanecía fuera de la vista, «para reunir fuerzas», según le dijo a Miley, así podría tener el honor de entregarla en matrimonio. Ni Miley ni el doctor Worthing pudieron disuadirle de su decisión. Nicholas ni siquiera se molestó en intentarlo.
Mientras transcurrían los días, Miley disfrutaba realmente del tiempo que pasaba en el salón con sus visitas, salvo en aquellas ocasiones en que se mencionaba el nombre de Nicholas y le daba la sensación de que les recorría un trasfondo de aprensión familiar. Era obvio que sus nuevos amigos y conocidos admiraban el prestigio social del que disfrutaría como esposa de un marqués fabulosamente rico, pero Miley tenía la molesta sensación de que había quienes aún tenían serias reservas sobre su futuro esposo. Le preocupaba porque le empezaban a gustar mucho aquellas personas y quería que Nicholas les agradara también. A veces, mientras charlaba con una visita, sorprendía fragmentos de conversación sobre Nicholas desde el otro lado del salón, pero las conversaciones siempre se acallaban bruscamente cuando Miley se volvía atentamente para escucharlas. Aquello le impedía salir en su defensa, porque no sabía de qué defenderlo.
El día antes de la boda, las piezas del rompecabezas encajaron por fin, formando una escabrosa imagen que casi hizo que Miley cayera desmayada al suelo. Cuando lady Clappeston, la última visita de la tarde, se iba, le dio a Miley una palmadita en el hombro y comentó:
—Eres una joven sensible, querida. Y a diferencia de algunas est/úpidas que se preocupan por tu seguridad, tengo puesta toda mi fe en que manejarás bien a Wakefield. No te pareces en nada a su primera esposa. En mi opinión, lady Melissa se mereció todo lo que él le hizo y más. ¡La mujer no era más que una ramera!
Con eso, lady Clappeston abandonó el salón dejando a Miley contemplando fijamente a Caroline.
—¿Su primera esposa? —preguntó, sintiendo como si estuviera en medio de una pesadilla—. ¿Nicholas estuvo casado antes? ¿Por qué... por qué nadie me lo ha dicho?
—Pensé que ya lo sabías —exclamó Caroline, nerviosa por librarse de toda culpa—. Supuse de manera natural que tu tío o lord Fielding te lo habrían contado. Al menos debes de haber oído ciertos comentarios.
—Todo lo que he alcanzado a oír han sido fragmentos de conversaciones que siempre cesaban en cuanto la gente notaba que yo estaba presente —replicó Miley, blanca de ira y conmoción—. He oído mencionar el nombre de lady Melissa en relación a Nicholas, pero nadie se refirió a ella como su esposa. La gente suele hablar de ella en tonos tan desaprobadores que supuse que había estado... relacionada... con Nicholas, sabes —concluyó tímidamente—, del mismo modo que la señorita Sybil estaba relacionada con él hasta ahora.
—¿Estaba relacionada? —repitió Caroline sorprendida del uso del pasado por parte de Miley.
Lo captó de inmediato y bajó la mirada, aparentemente fascinada por el dibujo de la tapicería del sofá de seda azul.
—Naturalmente, ahora que vamos a casarnos, Nicholas no... ¿o sí? —le preguntó.
—No lo sé —admitió afligida Caroline—. Algunos hombres, como Robert, olvidan a sus amantes cuando se casan, pero otros no.
Miley se frotó las sienes con la yema de los dedos, tenía la mente en semejante hervidero que se distrajo con la conversación sobre las queridas.
—A veces, Inglaterra me resulta extraña. En casa, los maridos no dedican su tiempo ni su afecto a más mujeres que a sus esposas. Al menos nunca oí hablar de ello. Sin embargo, he oído comentarios que me hacen pensar que es perfectamente aceptable que los caballeros casados confraternicen con... con damas que no son sus esposas.
Caroline desvió la conversación hacia un tema más acuciante.
—¿Tanto te importa que lord Fielding estuviera casado antes?
—Claro que sí. Al menos creo que sí. No sé. Lo que me importa más ahora es que nadie en la familia me lo contara —se levantó tan bruscamente que Caroline dio un salto—. Si me disculpas, quiero subir a hablar con mi tío Charles.
El ayuda de cámara del tío Charles se llevó el dedo a los labios cuando Miley llamó a su puerta y le informó de que el duque estaba dormido. Demasiado preocupada para esperar a que se despertara y respondiera a sus preguntas, Miley atravesó el vestíbulo hasta la habitación de la señorita Flossie. En las últimas semanas, la señorita Flossie había cedido sus obligaciones como carabina de Miley a Caroline Collingwood. Por ese motivo Miley apenas había visto a la adorable mujer de cabello rubio, salvo en una comida ocasional.
Miley llamó a la puerta y cuando la señorita Flossie le invitó alegremente a entrar, irrumpió en la agradable salita contigua al dormitorio de la señorita Flossie.
—¡Miley, querida, pareces tan radiante como una novia! —exclamó la señorita Flossie con su sonrisa brillante y vaga y con su usual carencia de discernimiento, pues en realidad Miley estaba pálida y visiblemente alterada.
—Señorita Flossie —empezó Miley yendo directamente al grano—, acabo de ir a la habitación de tío Charles, pero estaba dormido. Usted es la única persona a la que puedo acudir. Se trata de Nicholas. Algo va terriblemente mal.
—¡Cielos! —gritó la señorita Flossie dejando a un lado su labor de costura—. ¿Qué quieres decir?
—¡Acabo de descubrir que Nicholas estuvo casado! —exclamó Miley.
La señorita Flossie ladeó la cabeza, como una vieja muñeca de porcelana en su gorrito blanco de encaje.
—Querida, pensé que Charles te lo había dicho... o el propio Wakefíeld. Bien, en cualquier caso, estuvo casado antes, querida. Así que ahora lo sabes.
Una vez despachado el problema, la señorita Flossie sonrió y volvió a coger su labor.
—Pero yo no sé nada. Lady Clappeston dijo una cosa muy extraña, dijo que la esposa de Nicholas merecía todo lo que le hizo. ¿Qué le hizo?
—¿Hacerle? —repitió la señorita Flossie parpadeando—. Bueno, no sé nada seguro. Lady Clappeston fue una est/úpida por decirte que Nicholas le hizo algo, porque ella tampoco lo sabe, a menos que hubiera estado casada con él, lo cual te aseguro yo que no. Así que, ¿te sientes mejor?
—¡No! —profirió Miley algo alterada—. Lo que quiero saber es por qué cree lady Clappeston que Nicholas le hizo algo malo a su esposa. Debe de tener algún motivo para creerlo y, a menos que haya entendido mal a mi invitada, muchísima gente piensa como ella.
—Tal vez —admitió la señorita Flossie—. Mira, la perversa esposa de Nicholas, descanse en paz, aunque no sé cómo podría hacerlo, cuando una piensa en lo mal que se comportó en vida, lloriqueaba a todo el mundo sobre el trato abominable que Wakefield le daba. Algunas personas evidentemente la creyeron, pero el hecho de que no la matara demuestra que es un hombre con una contención admirable. Si tuviera marido, lo cual por supuesto no es así, e hiciera lo que Melissa hacía, lo cual por supuesto nunca haría, seguramente me pegaría. Así que, si Wakefield pegó a Melissa, lo cual no sé seguro que hiciese, estaría más que justificado. Te doy mi palabra de ello.
Miley pensó en las veces que había visto a Nicholas enfadado, en la furia desatada de sus ojos y en la fuerza impresionante y dañina que a veces se vislumbraba bajo su cortés apariencia. Por su mente aterrada pasó rápidamente la imagen de una mujer que gritaba mientras él la golpeaba por alguna nimia infracción de sus reglas personales.
—¿Qué —susurró roncamente—, qué tipo de cosas hizo Melissa?
—Bueno, no hay modo bonito de decirlo. Lo cierto es que fue vista en compañía de otros hombres.
Miley se encogió de hombros. Casi todas las damas a la moda de Londres habían sido vistas en compañía de otros hombres. Era un modo de vida para las damas casadas tener sus admiradores.
—¿Y le pegó por eso? —susurró asqueada.
—No sabemos que le pegara —detalló la señorita Flossie con minuciosa precisión—. En realidad, lo dudo. Una vez oí a un caballero criticar a Nicholas, a sus espaldas, claro, porque nadie tenía el valor de hacerlo a la cara, por el modo en que ignoraba el comportamiento de Melissa.
Una súbita idea nació en la mente agitada de Miley.
—¿Exactamente qué dijo el caballero? —preguntó con atención—. Exactamente —remarcó.
—¿Exactamente? Bueno, como insistes, dijo, si recuerdo correctamente, «a Wakefield le ponen los cuernos delante de todo Londres y él lo sabe, maldita sea, sin embargo no hace nada y lleva los cuernos. Si me preguntan a mí, debería encerrar a esa ramera en su casa de Escocia y tirar la llave».
La cabeza de Miley cayó débilmente hacia atrás contra la silla y cerró los ojos en una mezcla de alivio y pena.
—Un asunto de cuernos —susurró—. Así que se trata de eso... —pensó en lo orgulloso que era Nicholas y cómo debía de haber sufrido su orgullo con las infidelidades públicas de su esposa.
—Así que, ¿hay algo más que quieras saber? —preguntó la señorita Flossie.
—Sí —dijo Miley con visible nerviosismo.
La tensión en su voz contagió a la señorita Flossie.
—Bien, espero que no se trate de algo sobre «ya sabes» —canturreó intranquila—, porque como tu pariente femenina más próxima, me he dado cuenta de que es mi responsabilidad explicártelo, pero lo cierto es que soy abismalmente ignorante sobre ello. Tenía la esperanza de que tu madre ya te lo hubiera explicado.
Miley abrió con curiosidad los ojos, pero estaba tan cansada por todo lo que había pasado que solo alcanzó a decir:
—No entiendo del todo de qué está hablando, señora.
—Estoy hablando de «ya sabes», así es como mi querida amiga, Prudence, siempre lo llama, lo cual es muy tonto, pues no sé nada en absoluto. Sin embargo, puedo repetirte la información que a mi amiga Prudence le dio su madre el día antes de su boda.
—¿Perdón? —repitió Miley, sintiéndose como una est/úpida.
—Bueno, no necesitas mi perdón, debería pedírtelo yo por no poder darte la información. Pero las damas no hablamos de «ya sabes». ¿Quieres oír lo que dice de ello la madre de Prudence?
Miley hizo una mueca.
—Sí, señora —asintió, sin tener ni la más remota idea de qué estaban hablando.
—Muy bien. En tu noche de bodas, tu marido se reunirá contigo en tu cama o tal vez te lleve a la suya, no lo recuerdo. En cualquier caso, no debes, bajo ninguna circunstancia, demostrar tu revulsión, ni chillar ni deprimirte. Debes cerrar los ojos y permitir que te haga «ya sabes». Sea lo que sea. Te dolerá y será repugnante y la primera vez sangrarás, pero debes cerrar los ojos y perseverar. Creo que su mamá le sugirió a Prudence que mientras estuviera en medio de «ya sabes», intentase pensar en otra cosa, como las nuevas pieles o el nuevo vestido que podrá comprarse pronto si su marido está complacido con ella. Feo asunto, ¿no?
Lágrimas de risa y nerviosismo afloraron a los ojos de Miley y sus hombros se sacudieron con una risa irrefrenable.
—Gracias, señorita Flossie. Ha sido muy tranquilizadora.
Hasta ahora, Miley no se había permitido preocuparse por las intimidades del matrimonio a las que Nicholas tendría derecho y que sin duda aprovecharía, pues quería un hijo de ella. Aunque era hija de un médico, su padre se había asegurado meticulosamente de que sus ojos nunca estuvieran expuestos a la visión de la anatomía de un paciente varón por debajo de la cintura. Sin embargo, Miley no era del todo ignorante del proceso de apareamiento. Su familia había tenido gallinas y había visto el aleteo y los graznidos que acompañaban al acto, aunque exactamente era imposible decir lo que estaba ocurriendo. Además, siempre había desviado la mirada de cierta necesidad peculiar, para permitirles intimidad mientras procedían a crear nuevos pollos.
Una vez, cuando tenía catorce años, su padre fue llamado a la casa de un granjero para atender a la esposa del granjero que estaba de parto. Mientras Miley esperaba a que naciera el bebé, estuvo paseando por los pequeños pastos donde se guardaban los caballos. Allí fue testigo del tremendo espectáculo de la monta de un semental a una yegua. El caballo clavó violentamente sus grandes dientes en el cuello de la yegua, dejándola indefensa mientras le hacía lo peor y la pobre yegua chillaba de dolor.
Visiones de batir de alas, gallinas cacareantes y yeguas aterrorizadas desfilaron por su mente y Miley se estremeció.
—Mi querida niña, pareces muy pálida y no te culpo —intentó animarla inútilmente la señorita Flossie—. Sin embargo, he llegado a enterarme de que una vez una esposa ha cumplido con su obligación y dado un heredero, un marido atento se las arreglará para conseguirse una amante y hacer «ya sabes» con ella, dejando a su esposa en paz para que disfrute del resto de su vida.
Miley miró nerviosa hacia la ventana.
—Una amante —y respiró pesadamente, sabiendo que Nicholas ya tenía una y que había tenido muchas más en el pasado, todas hermosas, según los rumores que había oído.
Allí sentada, Miley empezó a reformular sus antiguas ideas sobre la buena sociedad y sus queridas. Le parecía pérfido estar casado y seguir teniendo amantes, pero tal vez no lo fuera en absoluto. Parecía más probable que, como sugería la señorita Flossie, los caballeros de la buena sociedad fueran más civilizados, refinados y considerados con sus esposas. En lugar de usar a sus esposas para satisfacer sus más bajos instintos, simplemente buscaban a otra mujer que lo hiciera, le ponían una casa bonita con sirvientes y hermosos vestidos y dejaban a sus pobres esposas en paz. Sí, decidió con sensatez, aquella era probablemente la manera ideal de resolver el asunto. Ciertamente las damas de la nobleza parecían creerlo así, y lo sabían mucho mejor que ella.
—Gracias, señorita Flossie —le agradeció sinceramente—. Ha sido de mucha ayuda y muy amable.
La señorita Flossie sonrió encantada, los rizos dorados se movieron bajo su gorrito blanco de encaje.
—Gracias a ti, querida niña. Has hecho que Charles sea más feliz que nunca. Y Nicholas también, por supuesto —añadió educadamente.
Miley sonrió, pero no podía aceptar por completo la idea de que había hecho a Nicholas realmente feliz.
Regresó a su habitación, se sentó ante la chimenea vacía y se obligó a intentar desenredar sus emociones y dejar de huir de la realidad. Mañana por la mañana iba a casarse con Nicholas. Quería hacerlo feliz, tenía tantas ganas de ello que apenas sabía cómo tratar sus propios sentimientos. El hecho de que hubiera estado casado con una mujer infiel le despertaba simpatía y compasión en su corazón, no resentimiento, e incluso un deseo aún mayor de compensarlo por toda la infelicidad de su vida.
Miley se levantó inquieta y caminó por la habitación, cogió la caja de música de porcelana del tocador, luego la dejó y se acercó a la cama. Intentó convencerse a sí misma de que se estaba casando con Nicholas porque no tenía otra elección, pero mientras se sentaba en la cama, admitió que eso no era del todo cierto. Una parte de ella quería casarse con él. Le encantaban sus miradas y su sonrisa y su mordaz sentido del humor. Le encantaba la enérgica autoridad de su voz profunda y la seguridad de sus pasos largos y atléticos. Le encantaba el modo en que le brillaban los ojos cuando se reía y el modo en que ardían cuando la besaba. Le encantaba la indolente elegancia con la que vestía sus trajes y la sensación que le producían sus labios...
Miley apartó su pensamiento de los labios de Nicholas y dejó la mirada perdida en las cortinas de seda dorada de la cama. Le encantaban muchas cosas de él... demasiadas. No era buena juzgando a los hombres; su experiencia con Andrew era prueba de ello. Le había engañado haciéndola creer que la amaba, pero no se hacía ilusiones sobre lo que Nicholas sentía por ella. Le atraía y deseaba un hijo de ella. Miley sabía que a él también le gustaba, pero aparte de esto, no sentía nada por ella. Por otro lado, ella corría el grave peligro de enamorarse de él, pero él no quería amarla. Se lo había dicho de la manera más sencilla posible.
Durante semanas había estado intentando convencerse de que lo que sentía hacia Nicholas era gratitud y amistad, pero ahora sabía que se había convertido en algo mucho más profundo. ¿Por qué si no iba a sentir esa ferviente necesidad de hacerle feliz y conseguir que la quisiera? ¿Por qué si no habría sentido tanta rabia cuando la señorita Flossie habló de las infidelidades públicas de su esposa?
Le asaltó el miedo y se frotó las palmas de las manos húmedas en el vestido de muselina de color lima. Mañana por la mañana iba a comprometer toda su vida en el cuidado de un hombre que no deseaba que le amase, un hombre que podía usar la ternura que sentía por él como un arma para herirla. El instinto de supervivencia que Miley poseía le advertía de que no se casara. Las palabras de su padre resonaban en su mente, como llevaban haciendo durante días, advirtiéndola de que no caminara hacia el altar mañana: «¡Amar a alguien que no te ama es un infierno!... No dejes nunca que nadie te convenza de que puedes ser feliz con alguien que no te ama... Jamás quieras a nadie más de lo que él te quiere, Miley...».
Miley inclino la cabeza, su cabello cayó hacia delante como una cortina alrededor de su tenso rostro y apretó las manos. Su mente le advertía de que no se casara con él, que él la haría desgraciada, pero su corazón le suplicaba que lo apostara todo por él, para alcanzar una felicidad fuera de sus límites.
Su mente le decía que huyera, pero su corazón le suplicaba que no, que no fuera cobarde.
Northrup llamó a la puerta, en su voz vibraba la desaprobación.
—Discúlpeme, lady Miley —dijo desde el otro lado de la puerta cerrada—. Hay una joven dama consternada y alterada abajo, sin escolta ni sombrero, que ha llegado en un carruaje alquilado, pero que pretende ser… ejem… ¿su hermana? No sabía que tuviera ninguna joven pariente aquí en Londres, así que naturalmente le sugerí que se fuera, sin embargo…
—¿Dorothy? —exclamó Miley, abriendo de par en par la puerta y apartándose el cabello de la frente—. ¿Dónde está? —preguntó con rostro radiante.
—La hice pasar al pequeño salón de delante —explicó Northrup con visible aflicción—. Pero si es su hermana, claro, debería acomodarla en el salón amarillo que es más cómodo y…
Su voz se extinguió mientras Miley doblaba la esquina corriendo y bajaba la escalera.
—¡Miley! —estalló Dorothy enlazando a Miley en un intenso y protector abrazo, las palabras giraban a su alrededor, le temblaba la voz entre risas y lágrimas—. Deberías haber visto la mirada que tu mayordomo echó a mi carruaje, fue casi tan mala como la que me echó a mí.
—¿Por qué no respondiste a mi última carta? —preguntó Miley estrechándola fuertemente.
—Porque acabo de regresar de Bath hoy. Mañana me enviarán a Francia dos meses para adquirir lo que la  abuela llama «lustre». Se pondría como loca si descubriera que he estado aquí, pero no puedo quedarme cruzada de brazos y dejar que te cases con ese hombre. Miley, ¿qué te han hecho para que consientas? Te han pegado o te han hecho pasar hambre o...
—Nada de eso —contestó Miley, sonriendo y acariciando el cabello dorado de su hermana—, quiero casarme con él.
—No te creo. Solo intentas engañarme para que no me preocupe...


Nicholas se inclinó hacia atrás en su carruaje, golpeando ociosamente los guantes contra su rodilla mientras miraba por la ventana las mansiones que desfilaban a lo largo de la ruta hasta su casa en Upper Brook Street. Su boda era mañana...
Ahora que había admitido ante sí mismo que deseaba a Miley y había decidido casarse con ella, la quería con una urgencia casi irracional. Su creciente necesidad de ella le hacía sentir vulnerable e incómodo, pues sabía por pasadas experiencias lo despiadado y traidor que podía ser el «bello sexo». Sin embargo, no podía evitar quererla ni tampoco reprimir su ingenua e infantil esperanza de que iban a hacerse felices el uno al otro.
La vida con ella nunca sería plácida, pensó con una sonrisa irónica. Miley le divertiría, frustraría y desafiaría a cada momento, lo sabía con tanta certeza como sabía que se casaba con él porque no tenía otra elección. Lo sabía con la misma certeza que sabía que ya había entregado su virginidad a Andrew.
La sonrisa se esfumó abruptamente de sus labios. Esperaba que lo negara la otra tarde; en lugar de eso había apartado la mirada y había dicho: «lo siento».
Odiaba haber oído la verdad, pero la admiraba por decírsela. En su corazón no podía culpar a Miley por entregarse a Andrew, no cuando le resultaba fácil comprender cómo había ocurrido. Podía imaginarse perfectamente cómo una jovencita inocente, criada en el campo, podía haberse dejado convencer por el hombre más rico del distrito de que iba a ser su esposa. Una vez Bainbridge la convenció de eso, probablemente no le resultó difícil robarle la virginidad. Miley era una muchacha ardiente y generosa que probablemente se entregara al hombre que amaba de verdad con la misma naturalidad que le prestaba atención a los criados o afecto a Lobo.
Después de la vida disoluta que él había llevado, condenar a Miley por haber rendido su virginidad al hombre al que amaba habría sido una soberana hipocresía y Nicholas despreciaba a los hipócritas. Por desgracia, también despreciaba la idea de Miley desnuda en brazos de otro hombre. Andrew le había enseñado bien, pensó fijamente mientras el carruaje llegaba ante el número 6 de la calle Upper Brook Street. Le había enseñado a besar a un hombre y a aumentar su ardor apretándose contra él...
Apartando de su mente aquellos dolorosos pensamientos, se levantó del sillón y subió los escalones. Miley ha terminado con Andrew ahora, se dijo con intensidad. Le había olvidado durante las últimas semanas.
Llamó a la puerta y se sintió un poco idi/ota por aparecer ante su puerta la noche antes de la boda. No tenía razón para acudir, salvo complacerse mirándola y, esperaba, complacerla contándole que había dispuesto que embarcaran un caballito indio desde América para ella. Sería uno de sus regalos de boda, pero en realidad estaba absurdamente ansioso por verla demostrar sus habilidades. Sabía lo hermosa que le parecería con su grácil cuerpo inclinado sobre el cuello del caballo y su maravilloso cabello brillando al sol...
—Buenas noches, Northrup. ¿Dónde está lady Miley?
—En el salón amarillo, milord —respondió Northrup—, con su hermana.
—¿Su hermana? —preguntó Nicholas, sonriendo de sorpresa y placer cuando Northrup asintió—. Es evidente que la vieja bruja ha levantado la prohibición de que Dorothy viniera aquí —añadió, cruzando el pasillo. Contento de tener la oportunidad de conocer a la hermana menor de la que Miley le había hablado, Nicholas abrió la puerta del salón amarillo.
—No lo soporto —lloraba una joven pañuelo en mano—. Me alegro de que la abuela no me deje asistir a tu boda. No podría soportar estar allí, viéndote caminar hacia el altar, sabiendo que finges que es Andrew...
—Es evidente que llego en mal momento —soltó Nicholas.
La esperanza que secretamente había albergado de que Miley quisiera realmente casarse con él murió de manera súbita y dolorosa al descubrir que fingía que era Andrew para obligarse a caminar hacia el altar.
—¡Nicholas! —exclamó Miley, dándose media vuelta, desolada al darse cuenta de que había oído las tontas divagaciones de Dorothy. Recuperando la compostura le tendió las manos y le dijo con una amable sonrisa:
—Me alegro de que estés aquí. Por favor, ven que te vea mi hermana.
Sabiendo que no había modo posible de arreglar las cosas con una mentira piadosa, intentó hacérselo comprender contándole la verdad.
—Dorothy ha oído algunos comentarios condenatorios hechos por la amiga de mi bisabuela, lady Faulklyn, y por eso Dorothy se ha formado la absurda impresión de que tú eres un monstruo cruel —se mordió el labio cuando Nicholas levantó sardónicamente una ceja mirando a Dorothy y no dijo absolutamente nada; luego se inclino sobre Dorothy—. Dorothy, por favor, sé razonable y al menos deja que te presente a lord Fielding, así verás por ti misma que es muy agradable.
Sin convencerse, Dorothy levantó la vista hacia los fríos e implacables rasgos del hombre que se alzaba ante ella como un gigante amenazador, oscuro y enojado, con los brazos cruzados sobre su amplio pecho. Volvió la mirada, sin una palabra, se levantó, pero en lugar de hacerle una reverencia, se quedó mirándole.
—Lord Fielding —dijo de modo desafiante—. No sé si es usted «muy agradable» o no. Sin embargo, le advierto que si se atreve a hacerle el menor daño a mi hermana no tendré ningún reparo en... ¡en dispararle! ¿Lo he dejado bastante claro? —le temblaba la voz de rabia y miedo, pero valientemente aguantó la mirada de los fríos ojos verdes de Nicholas.
—Perfectamente.
—Entonces, como no puedo convencer a mi hermana de que huya de usted —concluyó—, debo regresar a casa de mi bisabuela. Buenas noches.
Se levantó para irse con Miley pisándole los talones.
—Dorothy, ¿cómo has podido? —le exigía afligida—. ¿Cómo puedes ser tan grosera?
—Prefiero que crea que soy grosera a que abuse de ti sin recibir su merecido.
Miley levantó los ojos al cielo, dio un abrazo de despedida a su hermana y regresó al salón.
—Lo siento —se excusó lamentablemente ante Nicholas, que estaba de pie ante los ventanales, observando cómo se iba el carruaje de Dorothy.
Mirándola por encima del hombro, Nicholas levantó las cejas.
—¿Sabe disparar?
Como no estaba segura de su humor, Miley moderó una risita nerviosa y sacudió la cabeza. Cuando Nicholas volvió a la ventana y no dijo nada más, intentó explicarle.
—Dorothy tiene una imaginación muy despierta y cree que me caso contigo porque estoy despechada por lo de Andrew.
—¿No lo estás? —se burló él.
—No, no lo estoy.
Se dio la vuelta hacia ella con ojos como fragmentos de helado cristal verde.
—Mañana, cuando camines hacia el altar. Miley, no será tu precioso Andrew quien te esté aguardando, sino yo. Recuerda eso. Si no puedes afrontar la verdad, no vayas a la iglesia.
Había ido a decirle que le había comprado un caballito indio; tenía intención de bromear y hacerle sonreír, pero se marchó sin más palabras.


1 comentario:

  1. Si supieras lo feo que no es tener Internet y no poder leerte :/

    AME El especial de san valentin, una historia realmente chistosa y tierna, sabes que amo demasiado este nove verdad? PLEASEEEE No demores en subir, MILEY SE ENAMORO DE NICHOLAS AWWWW :') no se mi lado malvado y sufridor quiere que el día de la boda se oponga Andrew y le diga a miley todo lo que paso, quiero que miley y nick se casen sabiendo que los dos se aman, (re cursi) Lamento no haberte comentando antes pero me era imposible continuala rapidin siiiiii?

    (amo esta novela)

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