lunes, 3 de febrero de 2014

Para Siempre-Capitulo 15

Capitulo 15



—No he visto a una joven causar tanto revuelo desde que Caroline hizo su presentación —reconoció Robert Collingwood sonriendo a Nicholas mientras contemplaban a Miley en un baile, una semana más tarde—. Está en boca de toda la ciudad. ¿Es cierto que le dijo a Roddy Carstairs que podía vencerlo con su propia pistola?
—No —respondió Nicholas tajante—. Le dijo que si le hacía otra proposición indecorosa le pegaría un tiro y si fallaba, le soltaría a Lobo. Y si Lobo no acababa el trabajo, tenía toda la fe en que yo lo hiciera —Nicholas se echó a reír y sacudió la cabeza—. Es la primera vez que me nombran para el papel de héroe. Sin embargo, me sentí un poco frustrado por ser la segunda opción, después del perro.
Robert Collingwood le dirigió una extraña mirada, pero Nicholas no lo notó. Estaba observando a Miley. Rodeada casi por completo de pretendientes que rivalizaban por su atención, ella se hallaba serenamente en medio, como una reina de cabello rojizo a la que sus súbditos adoradores le rinden pleitesía. Envuelta en un vestido de satén azul hielo a juego con sus guantes largos hasta el codo y el cabello derramándose en una suntuosa cascada sobre los hombros, dominaba todo el baile con su encantadora presencia.
Al observarla, notó que lord Warren merodeaba a su alrededor, bajando la vista hacia el escote redondeado y amplio del corpiño de su vestido. Nicholas palideció de ira.
—Discúlpame —pidió tensamente a Robert—. Warren y yo vamos a tener una pequeña charla.
Era la primera de las diversas ocasiones que se producirían durante la quincena siguiente en que la buena sociedad londinense contemplaría el asombroso espectáculo del marqués de Wakefíeld bajando en picado como un halcón furioso sobre algún pretendiente ansioso, cuyas atenciones hacia lady Miley eran demasiado notorias.


Tres semanas después de la presentación en sociedad de Miley, Charles entró en el estudio de Nicholas.
—He hecho la lista de candidatos para marido de Miley que querías revisar —anunció con la voz de quien ha sido obligado a realizar una tarea repugnante y ahora desea acabar con ella—. Me gustaría repasarla contigo.
Nicholas levantó la mirada del informe que estaba leyendo, entornó los ojos sobre la hoja de papel que Charles llevaba en la mano.
—En este momento estoy ocupado.
—Sin embargo, me gustaría acabar con esto. Prepararlo me ha resultado singularmente desagradable. He elegido varios candidatos aceptables, pero la tarea no ha sido fácil.
—Estoy seguro de que no —convino sardónicamente Nicholas—. Todos los pisaverdes (presumidos) y tontos de Londres han estado siguiéndole el rastro —y diciendo esto, Nicholas volvió a centrar su atención en el informe—. Adelante, lee los nombres, si te empeñas.
Arrugando el ceño, sorprendido ante la actitud despreciativa de Nicholas, Charles se sentó frente al escritorio y se puso las gafas.
—Primero, está ese joven lord Crowley, que ya me ha pedido permiso para cortejarla.
—No, demasiado impulsivo —decretó llanamente Nicholas.
—¿Qué te hace decir eso? —preguntó Charles con una mirada perpleja.
—Crowley no conoce lo bastante a Miley como para querer «cortejarla», tal como acabas de enunciar de forma pintoresca.
—No seas ridículo. Los primeros cuatro hombres de esta lista ya me han pedido permiso para lo mismo, siempre y cuando tu pretensión sobre ella no sea irrompible.
—No a los cuatro, por la misma razón —proclamó Nicholas de manera cortante, recostándose en su silla, absorto en el informe que tenía entre manos—. ¿Quién es el siguiente?
—El amigo de Crowley, lord Wiltshire.
—Demasiado joven. ¿Quién es el siguiente?
—Arthur Landcaster.
—Demasiado bajo —sentenció crípticamente Nicholas—. ¿Siguiente?
—William Rogers —le replicó Charles con voz desafiante—, y es alto, conservador, maduro, inteligente y guapo. También es el heredero de una de las mejores propiedades de Inglaterra. Creo que sería muy bueno para Miley.
—No.
—¿No? —estalló Charles—. ¿Por qué no?
—No me gusta el modo en que Rogers monta a caballo.
—No te gusta... —Charles se mordió la lengua, enojado e incrédulo; luego miró el rostro implacable de Nicholas y suspiró—. Muy bien, el último nombre de mi lista es lord Terrance. Monta a caballo extraordinariamente bien, además de ser un tipo excelente. También es alto, guapo, inteligente y rico. Ahora —concluyó triunfante—, ¿qué defecto le encuentras?
La mandíbula de Nicholas se tensó ominosamente.
—No me gusta.
—¡Tú no tienes que casarte con él! —gritó Charles, alzando la voz.
Nicholas se incorporó violentamente en la silla y dio un manotazo en la mesa.
—He dicho que no me gusta —repitió con los dientes apretados—. Y basta.
En el rostro de Charles, la rabia dio paso a la sorpresa, luego a una sonrisa amarga.
—No la quieres, pero tampoco quieres que nadie más la tenga... ¿es eso?
—Exacto —respondió Nicholas con acritud—. No la quiero.
La voz grave y furiosa de Miley resonó en el umbral a sus espaldas.
—¡Yo tampoco te quiero a ti!
Ambos hombres volvieron la cabeza, pero al entrar, sus magníficos ojos azules estaban dirigidos exclusivamente hacia el rostro impasible de Nicholas. Apoyó las palmas de las manos sobre la mesa con el pecho palpitante de furioso dolor.
—¡Como estás tan preocupado en librarte de mí si Andrew no viene a buscarme, me esforzaré en encontrarle algunos sustitutos, pero tú nunca serás uno de ellos! No vales ni una décima parte que él. ¡Andrew es amable y cariñoso y bueno, mientras que tú eres frío, cínico y presuntuoso y... y un bastardo!
La palabra «bastardo» despertó la furia en los ojos de Nicholas.
—Si yo fuera tú —se vengó en voz baja y salvaje—, empezaría a buscar esos sustitutos, porque el bueno de Andrew no te quiere más que yo.
Más humillada de lo que podía soportar, Miley giró sobre sus talones y salió a grandes zancadas de la habitación, con solo una idea en la mente: de algún modo iba a demostrar a Nicholas Fielding que otros hombres sí la querían. Y nunca, nunca más, iba a permitirse volver a confiar en él. En las últimas semanas, había creído confiadamente que eran amigos. Incluso había pensado que le gustaba. Recordó el insulto que le acababa de dirigir y su humillación se redobló. ¡Cómo podía permitirle que le provocara hasta el punto de insultarle!
Cuando se hubo ido. Charles se dirigió a Nicholas.
—Felicidades —dijo amargamente—. Querías que te despreciase desde el día en que llegó a Wakefíeld y ahora sé por qué. He estado observando cómo la miras cuando crees que nadie te ve. La quieres y temes que en un momento de debilidad le pidas que se cas...
—¡Ya es suficiente!
—La quieres —continuó Charles furioso—, la quieres y te preocupas por ella y te odias a ti mismo por esa debilidad. Bien, ahora no tienes que preocuparte; la has humillado tanto que nunca te lo perdonará. Ambos tenéis razón. Tú eres un bastardo y Andrew no va a venir a buscarla. Deléitate, Nicholas. No tendrás que preocuparte por las debilidades nunca más. Te odiará aún más en cuanto se percate de que Andrew no viene. Disfruta de tu triunfo.
Nicholas cogió el informe que había estado leyendo antes, con expresión glacial.
—Haz otra lista durante la semana que viene y tráemela.



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