viernes, 14 de febrero de 2014

Para Siempre-Capitulo 18

Capitulo 18



Cuando Miley bajó a desayunar, le sorprendió encontrar a tío Charles ya sentado a la mesa, mucho antes de lo que normalmente se despertaba y con un aspecto de estar absolutamente encantado.
—Estás tan adorable como siempre —le aduló Charles, con ojos brillantes, mientras se levantaba y le apartaba la silla.
—Pues tú estás aún mejor que de costumbre, tío Charles —le devolvió el cumplido Miley, sonriendo mientras se servía el té y añadía un poco de leche.
—Nunca me he sentido mejor —declaró explayándose—: Dime: ¿cómo se encuentra Nicholas?
Miley dejó caer la cuchara.
—Lo que quiero decir es... —explicó con voz suave—, le oí moverse por el pasillo a primeras horas de la mañana y también oí tu voz. Nicholas parecía —se detuvo delicadamente— un poco achispado. ¿Lo estaba realmente?
Miley asintió alegremente.
—¡Borracho como una cuba!
En lugar de comentar eso. Charles le comunicó:
—Northrup me ha informado de que tu amigo Wiltshire ha estado aquí hace una hora, interesándose desesperadamente por la salud de Nicholas —le dirigió una mirada divertida y especulativa—. Wiltshire parecía creer que Nicholas habría librado duelo esta madrugada y le habían herido.
Miley se percató de que era inútil ocultarle lo ocurrido, así que asintió riendo.
—Según me contó Nicholas, se batió en duelo con lord Wiltshire porque me llamó «paleta inglesa».
—Wiltshire ha estado importunándome hasta la saciedad para que le permitiera cortejarte formalmente. No puedo creer que te haya llamado eso.
—Estoy segura de que no lo ha hecho. Por un motivo, no tiene el más mínimo sentido.
—Ninguno en absoluto —coincidió Charles alegremente—. Pero cualquiera que fuera la provocación que desencadenó el duelo, parece ser que Wiltshire disparó contra Nicholas.
Los ojos de Miley brillaron divertidos.
—Según lord Fielding, fue herido de bala en el brazo por un árbol.
—¡Es bastante raro —exclamó tío Charles divertido—, esa es exactamente la historia que a Northrup le ha contado el joven Wiltshire! —al cabo de un momento, añadió—: No importa. Tengo entendido que el doctor Worthing asistió a Nicholas. Es un amigo de Nicholas y mío, y un médico excelente. Si la salud de Nicholas corriera algún peligro, estaría aquí ahora mismo, cuidándole. Además, Worthing es alguien en quien se puede confiar para mantener un secreto; los duelos son ilegales, sabes.
Miley palideció, tío Charles le tomó la mano y le dio un apretón tranquilizador.
—No hay por qué preocuparse —su voz adquirió una inexplicable ternura cuando añadió—: No puedo decirte lo... lo profundamente feliz que soy teniéndote aquí con nosotros, mi niña. Hay tanto que quiero contarte de Ni... de todo —corrigió sin convicción—. Pronto llegará el momento en que pueda hacerlo.
Miley aprovechó de nuevo la oportunidad para pedirle que le hablara de la época en que conoció a su madre, pero el tío Charles se limitó a negar con la cabeza con expresión solemne.
—Algún día, pronto —le prometió como hacía siempre—, pero aún no.
El resto del día pareció arrastrarse mientras Miley esperaba con nerviosismo que apareciera Nicholas, preguntándose cómo se comportaría con ella, después de la última noche. Su mente barajaba las posibilidades, incapaz de olvidarse ni un momento. Tal vez la despreciase por haber consentido que la besara. Tal vez se odiase a sí mismo por haber admitido que le gustaba y que no quería dejarla ir. Tal vez no tenía intención de decirle todas aquellas dulces cosas que le dijo.
Estaba completamente segura de que la mayoría de sus acciones de anoche habían sido inducidas por el alcohol, pero deseaba creer con todas sus fuerzas en que había una amistad más íntima, y no algo pasajero después de romper el hielo la noche anterior. En las últimas semanas, había llegado a quererle mucho; le gustaba y lo admiraba. Además, ella... Además, ella se negaba a pensar.
Mientras el día transcurría lento, sus esperanzas empezaron a desvanecerse y su tensión aumentó, un estado que solo empeoraría la media docena de pretendientes que aparecieron en la casa, todos ansiosos por saber la verdad acerca del duelo de Nicholas. Northrup informó a cada uno de ellos que lady Miley había salido a pasar el día fuera; y Miley seguía esperando.
Por fin, a la una del mediodía, Nicholas bajó la escalera para dirigirse directamente a su estudio, donde permaneció encerrado en una reunión con lord Collingwood y otros dos hombres que habían acudido para hablar de negocios.
A las tres en punto, Miley fue a la biblioteca. Muy disgustada consigo misma por preocuparse hasta la consternación, se sentó allí, intentando concentrarse en el libro, incapaz de mantener ningún tipo de conversación inteligente con tío Charles, que estaba sentado cerca de los ventanales al otro lado de la sala, hojeando un periódico.
Cuando por fin Nicholas entró en la biblioteca, Miley estaba tan tensa que al verle casi se puso de pie de un salto.
—¿Qué estás leyendo? —preguntó tranquilamente, deteniéndose delante de ella y metiendo las manos en los bolsillos de los ceñidos pantalones de color habano.
—Un libro de Shelley —respondió después de un largo y embarazoso silencio durante el que no se acordaba del nombre del poeta en concreto.
—Miley —empezó, y por primera vez ella notó la tensión que se reflejaba alrededor de su boca. Dudó, como si buscara las palabras adecuadas y dijo—: ¿Hice algo anoche por lo que deba disculparme?
A Miley se le cayó el alma a los pies; Nicholas no se acordaba de nada.
—Nada que yo recuerde —respondió, intentando disimular su desilusión.
En la boca de Nicholas estuvo a punto de asomar una sonrisa.
—Normalmente, la persona que no puede recordar es la que se pasa de la raya... no la otra.
—Ya veo. Bien, no, no tienes que disculparte por nada.
—Bueno, en ese caso, te veré luego cuando salgamos al teatro... —con una sonrisa chispeante añadió a propósito—: Miley nombre corto pero inusual*.
Cuando se volvió para irse ella le detuvo.
—Dijiste que no te acordabas de nada —estalló Miley antes de poder evitarlo.
Nicholas volvió su rostro hacia ella con una sonrisa picara y astuta.
—Lo recuerdo todo, Miley. Simplemente quería saber si, en tu opinión, hice algo por lo que debiera disculparme.
La respiración de Miley salió en forma de una risa ahogada y embarazosa.
—¡Es el hombre más exasperante de la tierra!
—Cierto —admitió impenitente—, pero en cualquier caso te gusto.
El color empezó a subir a su rostro mientras lo observaba marcharse. Nunca, ni en sus peores imaginaciones, habría pensado que pudiera estar despierto cuando dijo aquello. Se hundió en la silla y cerró los ojos, mortificada hasta la médula. Y eso fue antes de que un movimiento al otro lado de la sala le recordara que tío Charles estaba allí. Abrió los ojos de golpe y vio cómo le miraba, con una expresión de gozoso triunfo en la cara.
—Muy bien hecho, niña —comentó tiernamente—. Siempre creí que llegaría a gustarte y veo que eso ha ocurrido.
—Sí, pero no lo entiendo, tío Charles.
Su admisión solo pareció complacer aún más al duque.
—Si ahora te gusta sin comprenderlo, te gustará cien veces más cuando por fin lo entiendas, eso te lo prometo —se puso en pie—. Supongo que será mejor que me vaya. He quedado con un viejo amigo el resto de la tarde y por la noche.


Cuando Miley entró en el estudio aquella noche, Nicholas la aguardaba, exquisitamente ataviado con una americana y unos pantalones color vino y un rubí titilando en los pliegues de su corbata blanca como la nieve. Dos rubíes a juego centelleaban en los puños de su camisa cuando alargó el brazo para coger su copa de vino.
—¡Has olvidado el cabestrillo! —exclamó Miley al percatarse de que no lo llevaba.
—No te has vestido para el teatro —contraatacó Nicholas—. Y los Mortram dan un baile, iremos después.
—En realidad no quiero ir a ninguna parte. Ya he enviado una nota al marqués de Salle, pidiéndome que me excusara por no ir con él a la cena en casa de los Mortram.
—Estará desolado —predijo Nicholas con satisfacción—. Sobre todo cuando se entere de que has ido a cenar conmigo, en lugar de con él.
—¡Oh, pero no puedo!
—Sí —afirmó tajante—, sí puedes.
—Me gustaría que llevaras el cabestrillo —eludió Miley.
Nicholas la miró con divertida exasperación.
—Si aparezco en público con un cabestrillo, el niñato de Wiltshire convencerá a todo Londres de que me hirió un árbol.
—Dudo de que diga eso —comentó Miley enseguida—. Es muy joven y por tanto es más probable que se jacte de haberte vencido en un duelo.
—Lo cual es más embarazoso que ser herido por un árbol —explicó disgustado—. Wiltshire no sabe con qué extremo de la pistola apuntar al blanco.
Miley se tragó una risita.
—Pero ¿por qué tengo que salir contigo si lo único que necesitas es aparecer en público como si no te hubieran herido?
—Porque si tú no estás a mi lado, alguna mujer que desee ser duquesa se me va a colgar del brazo herido. Además, quiero ir contigo.
Miley no estaba inmunizada contra su seductora persuasión.
—Muy bien —se echó a reír—. No podría soportar ser la responsable de arruinar tu reputación como duelista invencible. —Esbozó a medias, una sonrisa insolente—. ¿De verdad has matado en duelo a una docena de hombres en la India?
—No —dijo rotundamente—. Ahora ve y cambiate de ropa.
Parecía como si todo el mundo en Londres estuviera en el teatro aquella noche y todos los ojos parecieron mirarlos cuando entraron en el palco de Nicholas. Las cabezas se volvieron, los abanicos ventearon y empezaron los suspiros. Al principio. Miley supuso que se sorprendían de ver que Nicholas estaba perfectamente bien, y no herido, pero pronto empezó a cambiar de opinión. En cuanto salió del palco con Nicholas en el entreacto de la obra, se dio cuenta de que había algo diferente. Las jóvenes damas y las ancianas por igual, personas que habían sido amistosas en el pasado, ahora le miraban con caras severas y ojos reprobadores. Y por fin Miley se dio cuenta del motivo: había corrido la voz de que Nicholas se había batido en duelo por ella. Su reputación había sufrido un duro golpe.
No lejos de ella, una anciana tocada con un turbante de satén con una enorme amatista en la frente observó a Nicholas y a Miley entornando los ojos.
—Así que —susurró la duquesa de Claremont al oído de su anciana compañera—, Wakefield se ha batido en duelo por ella.
—Eso he oído, excelencia —coincidió lady Faulklyn.
La duquesa de Claremont se apoyó en su bastón de ébano observando a su bisnieta.
—Es la viva imagen de Katherine.
—Sí, excelencia.
Los ojos zarcos y desvaídos de la duquesa repasaron a Miley de la cabeza a los pies, luego se fijaron en Nicholas Fielding.
—Hermoso diablo, ¿no?
Lady Faulklyn palideció como si temiera arriesgarse a dar una respuesta afirmativa.
Ignorando el silencio, la duquesa repiqueteó con los dedos en el mango enjoyado de su bastón y continuó estudiando al marqués de Wakefield con ojos entornados.
—Se parece a Atherton.
—Hay un ligero parecido —se aventuró lady Faulklyn vacilante.
—¡Monsergas! —espetó la duquesa—. Wakefield es igual que Atherton cuando era joven.
—¡Exacto! —declaró lady Faulklyn.
Una sonrisa maliciosa se extendió por el delgado rostro de la duquesa.
—Atherton cree que va a conseguir un matrimonio entre nuestras dos familias contra mis deseos. Ha aguardado veintidós años para mortificarme y en realidad cree que va a tener éxito —una risa socarrona hirió su pecho mientras observaba la hermosa pareja que se hallaba de pie a unos pocos metros—. Atherton se equivoca.
Miley evitó con nerviosismo la mirada de la anciana de rostro severo que portaba un peculiar turbante. Todos parecían mirarles a Nicholas y a ella, incluso la longeva mujer a la que nunca antes había visto. Miró a Nicholas con aprensión.
—Venir aquí contigo ha sido un terrible error —le confesó mientras él le tendía una copa de ratafia.
—¿Por qué? Has disfrutado viendo la obra —sonrió mirando sus preocupados ojos azules—. Y yo he disfrutado viéndote a ti.
—Bueno, no deberías mirarme y sobre todo no deberías aparentar que disfrutas haciéndolo —le explicó Miley, tratando de ignorar el placer que le producía su ocasional cumplido.
—¿Por qué no?
—Porque todo el mundo nos mira.
—Nos han visto juntos antes —contrarrestó Nicholas encogiéndose de hombros con indiferencia y luego acompañándola hasta su palco.
Las cosas se pusieron peor, mucho peor, cuando llegaron al baile de los Mortram. En cuanto entraron juntos, todo el mundo en la abarrotada sala de baile pareció volverse y mirarlos de un modo decididamente hostil.
—Nicholas, esto es horrible! Es peor que en el teatro. Al menos algunas personas miraban el escenario. ¡Aquí todos nos miran y, por favor —imploró cambiando de tema—, deja de sonreírme de esa manera tan encantadora... todo el mundo nos está mirando!
—¿Estoy siendo encantador? —le incitó, pero su mirada hizo un rápido barrido estimativo de los rostros de la sala de baile—. Lo que veo —respondió arrastrando un poco las palabras, haciendo un gesto con la cabeza hacia su derecha— es a media docena de tus admiradores perdidamente enamorados merodeando por aquí, como si todos estuvieran maquinando el modo de cortarme el pescuezo y deshacerse de mi cadáver.
Miley, llena de frustración, estuvo a punto de dar una patada en el suelo.
—Estás ignorando deliberadamente lo que ha ocurrido. Caroline Collingwood está al tanto de todos los dimes y diretes, y me ha contando que nadie cree que tengamos verdadero interés el uno por el otro. Los rumores decían que simplemente estamos manteniendo nuestra farsa de compromiso por el tío Charles. Pero ahora tú te has batido en duelo por lo que alguien dijo sobre mí, y eso lo cambia todo. Están pensando cuánto tiempo pasas en casa cuando yo estoy allí...
—Resulta que es mi casa —puntualizó Nicholas, juntando las cejas sobre sus inquietantes ojos verdes.
—Lo sé, pero son las formas lo que cuenta. Ahora todo el mundo, sobre todo las damas, están imaginando todo tipo de cosas perversas sobre nosotros. Si no fueras tú, no tendría tanta importancia —comentó, queriendo decir que su confuso estado de compromiso solo añadía más leña al fuego de las murmuraciones—. Son las formas lo que...
La voz de Nicholas se convirtió en un grave y helado susurro.
—Te equivocas si crees que me importa lo más mínimo lo que la gente piense... incluida tú. No te molestes sermoneándome sobre los principios, porque no tengo ninguno y no me tomes por un caballero porque no lo soy. He vivido en lugares de los que nunca has oído hablar y he visto hacer cosas en todos ellos que herirían tu puritana sensibilidad. Eres una niña inocente y tonta. Yo nunca fui inocente. Nunca fui niño. Sin embargo, si te perocupa lo que la gente piense, el problema es relativamente fácil de remediar. Puedes pasar el resto de la noche con tus est/úpidos pretendientes y yo ya encontraré a alguien que me distraiga.
Miley se sintió tan confusa y herida por el ataque no provocado de Nicholas que apenas conseguía pensar después de que él se alejara. No obstante, hizo exactamente lo que él rudamente había sugerido y a pesar de que aflojaron las miradas hostiles que apuntaban en su dirección, pasó un mal rato. Su orgullo herido la llevó a actuar como si disfrutase bailando con sus compañeros de baile y escuchando su conversación halagadora, pero sus oídos parecían querer captar el sonido de la voz profunda de Nicholas y su corazón parecía sentirlo cuando estaba cerca de ella.
Cada vez más afligida. Miley se percató de que Nicholas se había rodeado fríamente de tres hermosas rubias que rivalizaban entre ellas por su atención y se desvivían por hacerse merecedoras de una de esas indolentes sonrisas suyas. Ni una sola vez desde la noche anterior se había permitido a sí misma pensar en el placer que sus labios le habían dado. Ahora no podía dejar de pensar en otra cosa y anhelaba tenerlo de nuevo a su lado, en lugar de dejarlo flirtear con aquellas mujeres y ¡al diablo con la opinión pública!
Junto a ella, un joven de unos veinticinco años le recordó que le había prometido el próximo baile.
—Sí, claro —le respondió Miley, con educación pero sin entusiasmo—. ¿Sabe qué hora es, señor Barcomb? —le preguntó mientras él la conducía a la pista de baile.
—Sí, por supuesto —declaró con orgullo—, son las once y media.
Miley reprimió un quejido, faltaban horas para que la ordalía nocturna terminase.
Charles metió la llave en la cerradura y abrió la puerta justo cuando Northrup se acercaba presuroso por el recibidor.
—No tenía necesidad de esperarme, Northrup —comentó Charles amablemente, tendiéndole el sombrero y el bastón—. ¿Qué hora es?
—Las once y media, excelencia.
—Nicholas y Miley no regresarán hasta el alba, así que no intente esperarlos —le aconsejó—. Ya sabe lo tarde que acaban estos asuntos.
Northrup le deseó buenas noches y desapareció en dirección a sus aposentos. Charles se volvió en dirección contraria y se dirigió hacia el salón, con la intención de relajarse con una copa de oporto y saborear a placer sus pensamientos sobre el romance que finalmente había estallado entre Nicholas y Miley, la otra noche en la habitación de él. Cruzó el vestíbulo, pero un fuerte e imperativo golpe en la puerta principal le obligó a detenerse y darse media vuelta. Creyó que Nicholas y Miley habían olvidado su llave y regresaban pronto, y abrió la puerta; su sonrisa desapareció para convertirse en una mirada levemente inquisidora cuando contempló a un joven alto y bien vestido de aproximadamente unos treinta años.
—Perdone mi intromisión, excelencia —se excusó el caballero—. Soy Arthur Winslow, mi compañía ha sido contratada por otra compañía de abogados de América y tengo instrucciones de velar porque esta carta le sea entregada en propia mano inmediatamente. Tengo otra para la señorita Miley Seaton.
Una incontrolable premonición de que se avecinaba un desastre empezó a nublar el cerebro de Charles mientras aceptaba la carta.
—Lady Seaton ha salido, está en una velada.
—Lo sé, excelencia. —El joven hizo un compungido gesto por encima del hombro hacia el carruaje de la calle—. Llevo esperando aquí a que uno de ustedes dos regresara desde primeras horas de la noche, cuando estas cartas pasaron a mis manos. En caso de que no encontrara a lady Seaton, tenemos instrucciones de entregarle en su mano la carta destinada a ella y pedirle que se asegure de que la reciba —depositó la otra carta en la mano sudorosa de Charles e hizo un gesto con el sombrero—. Buenas noches, excelencia.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo mientras cerraba la puerta y abría la carta, buscando la identidad del remitente. El nombre «Andrew Bainbridge» hizo que su corazón diera un brinco. Lo miró y empezó a sentir dolorosas punzadas en el corazón; luego se obligó a sí mismo a leer lo que estaba escrito. Mientras leía, le mudó el color del rostro y las palabras bailaban ante sus enturbiados ojos.
Cuando acabó, las manos de Charles se desplomaron a sus costados y la cabeza, hacia delante. Le temblaban los hombros y las lágrimas corrieron por su cara hasta caer al suelo, mientras todos sus sueños y esperanzas se derrumbaban con una explosión que hizo que la sangre atronase sus oídos. Poco después de que las lágrimas cesaran, se puso en pie, contemplando el suelo con la mirada perdida. Por fin, muy despacio, sus hombros se enderezaron y levantó la cabeza.
—Northrup —llamó mientras empezaba a bajar la escalera, pero su voz era apenas un ahogado susurro. Se aclaró la garganta y volvió a llamarle—: ¡Northrup!
Northrup entró corriendo en el vestíbulo, poniéndose la chaqueta.
—¿Llamaba, su excelencia? —preguntó mirando alarmado al duque, que se había detenido a mitad de la escalera, con la mano firmemente agarrada a la barandilla para sostenerse.
Charles volvió la cabeza y le miró.
—Mande a buscar al doctor Worthing. Dígale que venga enseguida, dígale que es urgente.
—¿Hago que avisen a lord Fielding y a lady Miley? —se apresuró a preguntar Northrup.
—¡No, maldita sea! —exclamó y luego recuperó el control de su voz—. Se lo haré saber después de que llegue el doctor Worthing —rectificó, mientras seguía bajando muy lentamente la escalera.
Era casi el alba cuando el cochero de Nicholas detuvo los briosos caballos pardos ante el número seis de Upper Brook Street. Ni Nicholas ni Miley  pronunciaron una palabra mientras salían del baile de los Mortram, pero cuando Nicholas de repente respiró hondo, Miley se irguió y miró a su alrededor.
—¿De quién es ese carruaje?
—Del doctor Worthing, reconozco los caballos bayos.
Nicholas abrió la puerta de par en par, saltó del carruaje y con pocos miramientos la ayudó a bajar, luego saltó los escalones hacia la casa, dejando a Miley que se las compusiera sola. Miley se levantó las largas faldas del vestido y corrió tras él. El pánico le atenazó la garganta cuando un demacrado Northrup abrió la puerta principal.
—¿Qué ocurre? —le espetó Nicholas.
—Vuestro tío, milord —respondió Northrup sombríamente—. Ha tenido un ataque... su corazón. El doctor Worthing está con él.
—¡Santo Dios! —exclamó Miley, agarrándose a la manga de Nicholas en un arrebato de terror.
Subieron juntos la escalera, mientras detrás de ellos Northrup gritaba:
—¡El doctor Worthing me pidió que no entraran hasta que le informara de su llegada!
Nicholas levantó la mano para llamar a la puerta de Charles, pero el doctor Worthing ya la estaba abriendo. Salió al zaguán, cerrando con firmeza la puerta tras él.
—Os he oído entrar—explicó, peinándose con los dedos el blanco cabello en un gesto abrumado.
—¿Cómo se encuentra? —exigió Nicholas tenso.
El doctor Worthing se quitó sus gafas y se concentró minuciosamente en la limpieza de los cristales. Después de un momento interminable, suspiró y levantó los ojos.
—Ha sufrido un grave ataque, Nicholas.
—¿Puedo verle? —le preguntó Nicholas.
—Sí, pero ninguno de los dos debéis decir ni hacer nada que pueda perturbarlo.
Miley se llevó la mano a la garganta;
—¿No irá... no irá a morirse, verdad, doctor Worthing?
—Más pronto o más tarde, todos moriremos, querida —le respondió, con una expresión tan lúgubre que Miley empezó a temblar de terror.
Entraron en la habitación del hombre agonizante y se quedaron de pie junto a su lecho, Miley a un lado y Nicholas al otro. Sobre la mesa, a un costado de la cama, había un candelabro encendido, pero a Miley la habitación le parecía oscura y amenazadora como una tumba latente. Charles tenía la mano laxa sobre la colcha y, tragándose las lágrimas, extendió la suya para apretársela, intentando desesperadamente infundirle algo de su fuerza.
Los ojos de Charles se abrieron y enfocaron su rostro.
—Mi querida niña —susurró—. No tengo intenciones de morirme tan pronto. Antes tengo muchas ganas de veros felizmente establecidos. ¿Quién cuidará de ti cuando me vaya? ¿Quién si no va a adoptarte y mantenerte?
Las lágrimas corrieron por las mejillas de Miley. Le quería tanto y ahora estaba a punto de perderlo. Intentó hablar, pero el nudo de angustia y miedo que tenía en la garganta le estrangulaba la voz y solo pudo apretar aún más la frágil mano de Charles.
Charles volvió la cabeza en la almohada y miró a Nicholas.
—Tú eres como yo —susurró—, tan obstinado. Y ahora te quedarás tan solo como siempre has estado.
—No hables —le advirtió Nicholas, con la voz ronca por la pena—. Descansa.
—No puedo descansar —replicó Charles débilmente—. No puedo morir en paz, sabiendo que Miley se quedará sola. Ambos estáis solos, cada uno a vuestro modo. Ella no puede permanecer bajo tu protección, Nicholas. La sociedad nunca perdonaría... —Su voz se extinguió. Esforzándose visiblemente por reunir fuerzas para continuar, volvió la cabeza hacia Miley—. Miley, te llamas como yo. Tu madre y yo nos amábamos. Yo... yo iba a contártelo todo algún día. Ahora ya no hay tiempo.
Miley ya no pudo contener las lágrimas e inclinó la cabeza, los hombros le temblaban de los desgarradores sollozos.
Charles apartó la mirada de sus lágrimas y miró a Nicholas.
—Mi sueño era que Miley y tú os casarais. Quiero que os tengáis el uno al otro cuando me haya ido...
El rostro de Nicholas era una tensa máscara de dolor controlado. Asintió, forzando los músculos de la garganta.
—Yo cuidaré de Miley... me casaré con ella —aclaró rápidamente cuando Charles empezaba a decir algo.
La mirada conmocionada y lacrimosa de Miley voló hacia el rostro de Nicholas; entonces se percató de que simplemente estaba intentando aliviar las últimas horas de Charles.
Débilmente, Charles cerró los ojos.
—No te creo, Nicholas —susurró Charles.
Llena de terror y desesperación, Miley cayó de rodillas junto a la cama, apretando la mano de Charles.
—No debes preocuparte por nosotros, tío Charles —dijo llorando.
Moviendo débilmente la cabeza en la almohada, Charles abrió los ojos y contempló a Nicholas.
—¿Lo juras? —susurró—. Júrame que te casarás con Miley, que cuidarás de ella siempre.
—Lo juro —afirmó Nicholas y la mirada intensa de sus ojos convenció a Miley de que no era una farsa por su parte, al fin y al cabo.
Estaba jurando ante un moribundo.
—¿Y tu, hija mía? —le requirió a Miley—. ¿Juras solemnemente que te casarás con él?
Miley se tensó. Ahora no había tiempo para argumentar antiguos agravios y otros detalles técnicos. El hecho brutal era que sin Nicholas, sin Charles, no tenía a nadie en el mundo y ella lo sabía. Recordó la embriagadora delicia de los besos de Nicholas y, aunque temía su apariencia de frialdad, sabía que era fuerte y la cuidaría. Lo poco que quedaba de sus medio perfilados planes de volver sola a América algún día, cedió ante la más imperiosa necesidad de sobrevivir y aliviar la preocupación de Charles en sus últimas horas.
—¿Miley? —apremió Charles débilmente.
—Me casaré con él —suspiró destrozada.
—Gracias —murmuró Charles con un patético intento por sonreír. Sacó la mano derecha de debajo de las sábanas y cogió la mano de Nicholas—. Ahora puedo morir en paz.
De repente el cuerpo de Nicholas se tensó. Miró a los ojos de Charles y su rostro se convirtió en una máscara cínica. Con mordiente sarcasmo, exclamó:
—Ahora puedes morir en paz. Charles.
—¡No! —estalló Miley, llorando a lágrima viva—, No te mueras, tío Charles. ¡Por favor, no! —Intentando desesperadamente darle una razón para luchar por su vida, sollozó—: Si mueres, no podrás acompañarme al altar en nuestra boda...
El doctor Worthing avanzó de entre las sombras y ayudó cuidadosamente a Miley a incorporarse. Haciendo un gesto a Nicholas para que le siguiera, la condujo hasta el pasillo.
—Es bastante por ahora, querida —dijo tranquilizadoramente—. Vas a ponerte enferma.
Miley levantó el rostro cubierto de lágrimas hacia el médico.
—¿Cree que vivirá, doctor Worthing?
El amable médico de mediana edad le dio unos golpecitos en el brazo.
—Me quedaré con él y os haré saber enseguida si se produce algún cambio.
Y sin una palabra de verdadero consuelo, se retiró y volvió a entrar en la habitación, cerrando la puerta a su espalda.
Miley y Nicholas bajaron la escalera hasta el salón. Nicholas se sentó al lado de Miley y, en un gesto de consuelo, la abrazó, haciendo que la cabeza de ella descansara en su hombro. Miley volvió la cabeza sobre su duro pecho y lloró toda su pena y terror hasta que no le quedaron más lágrimas. Pasó toda la noche en brazos de Nicholas, en una silenciosa vigilia llena de plegarias.
Charles pasó el resto de la noche jugando a las cartas con el doctor Worthing.


1 comentario:

  1. Claaaroo!!
    yo llorando y el tío Charles jugando a las cartas :@
    no puedo creer que Andrew reaparezca o.o
    eso quiere decir que su mamá mintio cuando dijo que se había casado??
    de verdad Miley y Nick se van a casar?? RESPONDE!!!!!!!!!!
    Uffffff... necesito calmarme y necesito que subas pronto.
    por cierto hasta ahora el one-shot me ha encantado a sí que sube pronto la segunda parte :3
    cuidate mucho, sube pronto! besis bye ♥

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