martes, 21 de enero de 2014

Para Siempre-Capitulo 10

Capitulo 10




En cuanto los Collingwood se hubieron ido, Nicholas se dirigió directamente a la biblioteca en donde Charles había desaparecido una hora antes.
Charles dejó su libro a un lado y miró de inmediato a Nicholas.
—¿Has observado el comportamiento de Miley en la cena de esta noche? —le preguntó ansioso—. ¿No ha estado espléndida? Tenía tanto encanto, tanto aplomo, tanto entendimiento. ¡Casi me deshago de orgullo al contemplarla! Porque es...
—Llévala a Londres mañana —le cortó Nicholas tajante—. Flossie Wilson puede ir allí a pasar la temporada.
—¡Londres! —exclamó Charles—. Pero ¿por qué? ¿Por qué tanta prisa?
—La quiero lejos de Wakefield y del alcance de mis manos. Llévala a Londres y encuéntrale un marido. La temporada empieza dentro de quince días.
Charles palideció, pero su voz era decidida.
—Creo que merezco una explicación por esta súbita decisión tuya.
—Te daré una... la quiero lejos de aquí y permanentemente fuera del alcance de mis manos. Es suficiente explicación.
—No es tan fácil como eso —protestó Charles desesperadamente—. No puedo simplemente poner un anunció en el periódico buscándole un marido. Tenemos que proceder correctamente... celebrando fiestas y presentándola formalmente en sociedad.
—Entonces llévatela y empieza.
Mesándose los grises cabellos. Charles negó con la cabeza, intentando disuadir a Nicholas.
—Mi casa no está en condiciones para dar lujosas fiestas...
—Usa la mía —respondió Nicholas.
—Entonces no podrás quedarte allí —objetó Charles, buscando desesperadamente obstáculos que entorpecieran el plan—. Si lo haces, todo el mundo supondrá que Miley es otra de tus conquistas... y una fresca, por si fuera poco. El hecho de que estés supuestamente comprometido con ella no contará demasiado.
—Cuando vaya a la ciudad, me quedaré en tu casa —anunció Nicholas con resolución—. Llévate a mi personal de aquí, están preparados para organizar una fiesta con un día de antelación. Ya lo han hecho antes.
—Y los vestidos y los vales para Almack’s[1] y...
—Haz que Flossie Wilson lleve a Miley a madame Dumosse y dile a madame que quiero que Miley tenga lo mejor... inmediatamente. Flossie sabrá cómo conseguir los vales para Almack's. ¿Qué más?
—¿Qué más? —estalló Charles—, Para empezar, Dumosse es tan famosa que incluso yo he oído hablar de ella. El cabello pelirrojo de Miley y su pequeña estatura serán un desafío para ella; vestirá a Miley para que eclipse a todas las insípidas rubias y las esbeltas morenas de Londres. Lo hará aunque tenga que quedarse sin dormir durante las próximas dos semanas, y luego me cargará el doble de su ya exorbitante precio para compensar los inconvenientes. Ya he pasado por esto antes —acabó con brío—. Ahora, como todo está claro, tengo trabajo que hacer.
Charles exhaló un largo y frustrado suspiro.
—Muy bien, pero nos iremos dentro de tres días, no en uno. Eso me dará tiempo a enviarle una nota a Flossie Wilson para que se reúna con nosotros en Londres y no aquí. Como soltero, no puedo vivir en la misma casa que Miley a menos que esté presente una carabina adecuada, sobre todo en Londres. Envía antes a tu personal para que arreglen tu casa y yo diré a Flossie Wilson que se reúna con nosotros en Londres pasado mañana. Ahora, debo pedirte un favor.
—¿De qué se trata?
Escogiendo las palabras con cuidado, Charles dijo:
—No quiero que nadie sepa que tu compromiso con Miley está roto, ahora no.
—¿Por qué no ? —exigió Nicholas impaciente.
Charles dudó como si no supiera qué decir, luego se le iluminó la cara.
—Bueno, por una razón, si los miembros de la buena sociedad creen que Miley ya está comprometida contigo, no la mirarán tan minuciosamente. Podrá desenvolverse con algo más de libertad y observar a los caballeros a voluntad, antes de decidirse por alguno en particular.
Cuando Nicholas parecía dispuesto a contradecirle, Charles se apresuró a añadir:
—Será mucho más admirada, y mucho más deseada, si los galanes londinenses creen que te la han robado a ti, de entre todos los demás. Piensa que todo soltero casadero de Londres pensará que debe de ser realmente muy especial si tú quieres casarte con ella. Por otro lado, si creen que la has dejado plantada, se echarán atrás.
—Tu «amiga» lady Kirby ya debe haberle dicho a todo el mundo que el compromiso se ha roto —señaló Nicholas.
Charles le restó importancia con un movimiento de mano.
—Nadie prestará ninguna atención a Kirby si tú no niegas el compromiso cuando estés en Londres.
—De acuerdo —concedió Nicholas, dispuesto a consentir casi todo con tal de que Miley se casara y se fuera—. Llévala a Londres y preséntala. Le proporcionaré una dote adecuada. Da algunos bailes e invita a todos los petimetres de Europa. Yo mismo asistiré a su debut —añadió sardónicamente—. Y me quedaré en Londres para entrevistarme con sus pretendientes potenciales. No debe de ser difícil encontrar a alguien que nos la quite de las manos.
Estaba tan aliviado por haber resuelto el problema de Miley que no se paró a pensar en las contradictorias razones que respaldaban la apasionada argumentación de Charles a favor de mantener el compromiso.
Miley entró en la biblioteca precisamente cuando Nicholas se iba. Intercambiaron sonrisas, luego él salió y ella se acercó a Charles.
—¿Estás preparado para nuestro juego de damas de cada noche, tío Charles?
—¿Qué? —preguntó ausente—. Sí, claro, querida. Lo he esperado con ilusión todo el día. Como siempre.
Se acomodaron a la mesa uno a cada lado del tablero de damas, una cuadrícula que contenía sesenta y cuatro cuadros de marquetería, la mitad blancos y la otra mitad negros.
Mientras colocaba las fichas redondas blancas en los doce cuadros negros próximos a ella. Miley dirigió una furtiva y meditabunda mirada al hombre de cabellos grises, alto y elegante, a quien estaba empezando a querer como a un auténtico tío. Aquella noche en la cena parecía especialmente atractivo con su chaqueta oscura de corte perfecto, mientras reía de las historias de su niñez e incluso contribuyó con algunas de su propia infancia, pero ahora le parecía preocupado e intranquilo.
—¿No te encuentras bien, tío Charles? —preguntó, estudiándole, mientras colocaba sus doce fichas negras en los cuadrados negros más próximos a él.
—No, no es nada de eso —le aseguró, pero a los cinco minutos de juego, Miley le había comido tres fichas.
—No parece que pueda concentrarme en el juego —admitió cuando ella le comió la cuarta.
—Hablemos, entonces —sugirió amablemente Miley.
Cuando Charles aceptó con una sonrisa de alivio, Miley buscó una manera diplomática para descubrir qué le preocupaba. Su padre había sido un gran defensor de la teoría de que la gente debía hablar de las cosas que les inquietaban, en particular la gente que tenía el corazón débil, porque hablar a menudo aliviaba el tipo de tensión interna que podía producir otro ataque. Al recordar que Nicholas acababa de estar con Charles justo antes de que ella llegara para jugar a las damas, Miley apuntó al primero como la principal causa de zozobra de Charles.
—¿Disfrutaste de la cena? —empezó con forzada tranquilidad.
—Enormemente —respondió con una expresión de sentirlo de verdad.
—¿Crees que Nicholas disfrutó?
—Santo cielo, sí. Mucho. ¿Por qué lo preguntas?
—Bueno, no pude evitar notar que no participaba cuando todos contábamos relatos de nuestra infancia.
Charles desvió la mirada de la suya.
—Tal vez no recordaba ninguna historia divertida para contarnos.
Miley prestó poca atención a la respuesta, se devanaba los sesos para encontrar el mejor modo de provocar el debate.
—Pensé que tal vez estaba enfadado por algo que yo había dicho o hecho y ahora quería hablarlo contigo.
Charles volvió a mirarla, esta vez con un centelleo risueño en sus ojos castaños.
—Estás preocupada por mí, querida, ¿es eso? ¿Y te gustaría saber si hay algo que me aflija?
Miley rompió a reír.
—¿Tan transparente soy?
Deslizando sus largos dedos sobre los de ella, le apretó la mano.
—No eres transparente, Miley; eres maravillosa. Te preocupas por las personas. Te miro y siento que el mundo tiene remedio. A pesar del dolor que has sufrido en estos últimos meses, aún notas cuando un viejo parece cansado y te preocupas.
—No eres viejo en absoluto —protestó, admirando el aspecto que tenía con su traje de noche.
—A veces me siento mucho más viejo de lo que soy —confesó con un tibio intento de humor—. Esta es una de esas noches, pero tú me has alegrado. ¿Puedo decirte algo?
—Claro que sí.
—Hay veces en mi vida que desearía haber tenido una hija, y tú eres exactamente como siempre había imaginado que sería.
A Miley se le hizo un nudo de ternura en la garganta, mientras Charles proseguía en voz baja.
—A veces te veo cuando paseas por los jardines o hablas con los criados y mi corazón se llena de orgullo. Sé que debe resultar raro, pues no he tenido nada que ver en el hecho de que tú seas como eres, pero así me siento. Me gustaría gritar a todos los cínicos del mundo: «Miradla, está llena de vida, de valor, de belleza. Ella es lo que el Señor tenía en mente cuando dio al primer hombre su compañera. Luchará por lo que cree, se defenderá cuando le hagan daño y sin embargo aceptará un gesto de disculpas por ese daño y perdonará sin rencor». Sé que has perdonado a Nicholas más de una vez, por el trato que te da.
»Pienso en todas esas cosas y luego pienso para mí, ¿qué podría darle para demostrarle lo mucho que la quiero? ¿Qué clase de regalo daría un hombre a una diosa?
Miley creyó ver despuntar una lágrima en sus ojos, pero no estaba segura porque los suyos estaban anegados de ellas.
—¡Pero bueno! —exclamó con una risa cohibida mientras ella le apretaba fuerte la mano—. Voy a hacer que pronto inundemos el tablero de lágrimas. Puesto que yo he respondido a tu pregunta, ¿responderás tú a la mía? ¿Qué opinas de Nicholas?
Miley sonrió nerviosa.
—Ha sido generoso conmigo—empezó cautelosa, pero Charles echó a un lado sus palabras con un movimiento de mano.
—No me refería a eso. Me refería a qué piensas de él personalmente. Dime la verdad.
—Creo... creo que no comprendo lo que me preguntas.
—Muy bien, seré más específico. ¿Lo encuentras guapo?
Miley tragó saliva con una sonrisita sorprendida.
—La mayoría de mujeres parecen pensar que es extraordinariamente atractivo —le azuzó Charles, sonriendo... con bastante orgullo, pensó Miley—, ¿Y tú?
Recuperándose del asombro por el rumbo que adquirían sus preguntas, Miley asintió, intentando no parecer tan azorada como realmente estaba.
—Bien, bien. ¿Y coincidirías en que es muy... eh... viril?
Para horror de Miley, su mente eligió ese momento para reproducir el modo en que Nicholas la había besado en el arroyo, y sintió cómo el color le subía por las mejillas.
—Puedo ver que sí lo crees —observó Charles, riendo, malinterpretando la razón de su rubor—. Excelente. Ahora, te diré un secreto: Nicholas es uno de los mejores hombres que conocerás. No ha tenido una vida feliz, sin embargo ha salido adelante porque tiene una tremenda fuerza de voluntad y de mente. Leonardo da Vinci dijo una vez: «Cuanto más grande es el alma de un hombre, más profundamente ama». Esa cita siempre me hace pensar en Nicholas. Siente las cosas profundamente, pero rara vez lo demuestra. Y —añadió Charles tímidamente—, como es tan fuerte, rara vez encuentra oposición por parte de nadie, y nunca por parte de damas jóvenes. Que es el motivo por el cual en ocasiones puede parecer algo... digamos… dictatorial.
La curiosidad de Miley venció a su deseo de discreción.

—¿En qué sentido no ha tenido una vida feliz?
—Debe ser Nicholas quien te hable de su vida. Yo no tengo derecho a hacerlo. Algún día te la contará, lo sé en el corazón. Sin embargo, tengo algo que decirte: Nicholas ha decidido que pases una temporada en Londres, completa, con todo el brillo y la fanfarria. Saldremos para Londres dentro de tres días. Flossie Wilson se reunirá con nosotros. En quince días empezará la temporada, ella te enseñara lo que hay que saber para moverse en sociedad. Nos quedaremos en la casa de Nicholas, que está mucho más preparada que la mía y Nicholas se quedará en mi casa cuando vaya a la ciudad. Una cosa es que los tres vivamos juntos aquí, en la privacidad del campo, pero eso debe acabar cuando vayamos a Londres.
Miley no tenía ni la menor idea de lo que significaba la temporada en Londres, pero escuchaba con atención a Charles describir la ronda de bailes, reuniones, veladas, fiestas en los teatros y desayunos venecianos a los que tendría que asistir. Su temor fue creciendo escalonadamente hasta situarse casi fuera de control cuando mencionó que Caroline Collingwood estaría en Londres por el mismo motivo.
—...y aunque no parecías prestar ninguna atención especial a la cena de esta noche —acabó—, lady Caroline mencionó dos veces que esperaba que fueses a la ciudad para poder seguir conociéndoos más allí. Te lo pasarás bien, ¿verdad?
Miley pensó que se lo pasaría bien al menos esa parte de la temporada y así lo dijo, pero en su corazón odiaba dejar Wakefield y enfrentarse a cientos de extraños, sobre todo si eran como las Kirby.
—Como ya hemos dejado aclarada esta cuestión —concluyó Charles, abriendo un cajoncito de la mesa y sacando una baraja de cartas—, dime una cosa; cuando tu amigo Andrew te enseñó a jugar a cartas, ¿te enseñó a jugar a piquet?
Miley asintió.
—Excelente, entonces juguemos —cuando Miley asintió con ganas, Charles le hizo una mueca de fingida ferocidad—. ¿No irás a hacerme trampas, verdad?
—Por supuesto que no —le prometió solemnemente.
Le tendió la baraja, con ojos risueños.
—Primero, muéstrame cómo eres de buena repartiendo. Comparemos nuestras técnicas.
Miley estalló en carcajadas. Cogió la baraja de naipes y las cartas cobraron vida en sus hábiles dedos, volando en el aire con un grácil siseo y un golpe seco mientras las mezclaba y las volvía a mezclar.
—Primero te haré creer que es tu noche de suerte —le explicó, repartiendo rápidamente las cartas de dos en dos, hasta que cada uno tuvieron doce. Charles miró la mano que le había repartido, luego levantó los ojos, mirándola con fascinada admiración.
—Cuatro reyes. Apostaría una fortuna a esta mano.
—Perderías —prometió Miley con una sonrisa desenfadada y dándole la vuelta a sus propias cartas, que eran cuatro ases.
—Ahora veamos lo bien que repartes desde «el fondo» de la baraja —sugirió Charles.
Cuando ella se lo enseñó, echó atrás la cabeza, riendo.
El juego de cartas que intentaban jugar degeneró en una farsa, cada uno de ellos por turnos se repartía a sí mismo manos vergonzosamente ganadoras y la biblioteca resonaba con su alborozo mientras cada uno intentaba embaucar al otro.
Las carcajadas procedentes de la biblioteca turbaron su concentración y Nicholas entró a investigar justo cuando el ampuloso reloj de su abuelo tocaba las nueve. Al entrar en la biblioteca, se encontró a Charles y a Miley desplomados en sus sillas con lágrimas de hilaridad en los ojos y una baraja de cartas sobre la mesa entre ellos.
—Las historias que los dos estáis contando deben de ser más divertidas que las que habéis contado en la cena —comentó Nicholas, hundiendo las manos en los bolsillos de los pantalones ajustados y mirándolos con una expresión levemente contrariada—. Oigo vuestras risas desde mi estudio.
—Es culpa mía —mintió Charles, guiñándole traviesamente un ojo a Miley mientras se levantaba—. Miley quería jugar una partida seria de piquet y la he estado distrayendo con chistes. Parece que esta noche no puedo estar serio. ¿Te sientas a jugar con ella?
Miley esperaba que Nicholas rechazase la invitación, pero después de observar con curiosidad a Charles, se sentó frente a ella y este se situó detrás de su silla. Charles se quedó allí hasta que Miley le miró, luego le dirigió una mirada risueña y entusiasta.
—¡Acaba con él, haz trampas!
Miley estaba tan emocionada con sus escandalosos trucos de cartas, incluidos los nuevos que Charles le había enseñado, que se puso manos a la obra sin pensarlo dos veces.
—¿Repartes tú o prefieres que lo haga yo? —preguntó inocentemente a Nicholas.
—Tú, cómo no —respondió cortés.
Esmerándose para inducirle una falsa sensación de seguridad, Miley barajó las cartas sin demostrar ninguna habilidad, luego empezó a repartirlas. Nicholas miraba por encima de su hombro a Charles y le pidió una copa de brandy, luego se arrellanó en su silla, indiferente. Encendió uno de los puros que fumaba en ocasiones y aceptó la copa que Charles le tendía.
—¿No vas a mirar tus cartas? —preguntó Miley.
Nicholas se metió las manos en los bolsillos, con el puro apresado entre los blancos dientes y clavó en ella una especulativa mirada.
—Normalmente, prefiero repartir desde el principio de la baraja —dijo arrastrando las palabras.
Petrificada por su mirada. Miley ahogó una risita de horror e intentó marcarse un farol.
—No sé a qué te refieres.
Nicholas levantó desafiante una ceja oscura.
—¿Sabes lo que les ocurre a los tramposos?
Miley abandonó toda su pretensión de inocencia. Apoyando los codos en la mesa, descansó la barbilla entre las manos y le miró con sus risueños ojos azules.
—No, ¿qué?
—La persona que se siente estafada desafía a la persona que le está haciendo trampas y con frecuencia se libra un duelo para arreglar el asunto.
—¿Te gustaría desafiarme a un duelo? —aventuró Miley con osadía y con inmediato gran placer.
Nicholas remoloneaba en su silla, estudiando el rostro risueño y los centelleantes ojos mientras parecía plantearse el tema.
—¿Eres tan buena disparando como dijiste cuando amenazaste mi vida esta tarde ?
—Mejor —dijo expeditiva.
—¿Y cómo eres con un sable?
—Nunca he empuñado uno, pero tal vez lady Caroline pueda ocupar mi lugar. Es excelente en este tipo de cosas.
El deslumbrante encanto de la sonrisa blanca e indolente de Nicholas alteraba extrañamente el pulso de Miley mientras él comentaba:
—Me pregunto qué me hizo pensar que tú y Caroline Collingwood seríais compañeras inofensivas. —Luego añadió algo que a Miley le sonó como un maravilloso cumplido—: ¡Que Dios se apiade de los solteros de Londres esta temporada! No va a quedar ni un corazón intacto cuando te encuentres entre ellos.
Aún se estaba recuperando de su asombro por la elevada opinión que tenía sobre su efecto en los caballeros, cuando Nicholas se levantó de la silla y dijo enérgicamente:
—Ahora, ¿jugamos a esto que tienes tantas ganas?
Miley asintió y él le cogió las cartas de la mano.
—Yo repartiré, si no te importa —bromeó.
Le había ganado tres manos antes de que Miley le viera robar arteramente la carta que necesitaba de las que ya se había descartado y que no debería tocar.
—¡Sinvergüenza! —estalló con una risa indignada—. ¡He ido a caer con un par de bandidos! He visto lo que acabas de hacer... has estado haciendo trampas mientras jugábamos esta mano.
—Te equivocas —objetó Nicholas, sonriendo mientras se ponía en pie con su gracia felina—. He estado haciendo trampas en las tres manos.
Sin previo aviso, se inclinó y le dio un beso en la cabeza, agarrándole cariñosamente la larga cabellera y salió de la biblioteca.
Miley estaba tan atónita por sus acciones que no notó la expresión de puro gozo en el rostro de Charles mientras observaba a Nicholas marcharse.



[1] En Inglaterra, durante la época de la Regencia, el club Almack's era el primer lugar que uno tenía que ver en Londres y donde tenía que ser visto, pues eran los árbitros del buen gusto y la moda. En los Almack's Assembly Rooms (Salones de reunión Almack) por una suscripción de diez guineas, los hombres y mujeres elegantes de Londres podían asistir a un baile semanal que se celebraba los miércoles e incluía cena durante los tres meses que duraba la temporada social londinense.
Los aspirantes debían someterse al veredicto de las Patronas de Almack's (que podían edificar o destruir una reputación con una sola palabra) para ser admitidos en los salones. Las jóvenes damas casaderas se presentaban ante el comité, para su aceptación o rechazo. En Almack's podrían elegir entre los mejores solteros de Londres. Cuando asistían al baile, eran las damas del comité quienes elegían a sus compañeros de baile. A los miembros se les permitía llevar a una persona invitada, una vez superado el escrutinio de las patronas, y estas le hubieran concedido un vale o «Stranger's Ticket». (TV. de la T.)

No hay comentarios:

Publicar un comentario