domingo, 30 de marzo de 2014

Para Siempre-Capitulo 32 (Final)

Capitulo 32




La casa estaba resplandeciente de luz cuando el coche de Nicholas se detuvo en el camino. Ansioso por ver a Miley subió a grandes zancadas los altos escalones de la entrada.
—¡Buenas noches, Northrup! —sonrió dando una palmadita en la espalda del fiel mayordomo y tendiéndole su capa—. ¿Dónde está mi esposa? ¿Ya han cenado todos? Me he retrasado por culpa de una maldita rueda rota.
La cara de Northrup era una máscara gélida y su voz un ronco susurro.
—El capitán Farrell le aguarda en el salón, milord.
—¿Qué le pasa en la voz? —le preguntó de buen humor Nicholas—. Si le molesta la garganta dígaselo a lady Miley, es buenísima con esas cosas.
Northrup tragó convulsivamente saliva pero no dijo nada.
Dirigiéndole una mirada algo curiosa, Nicholas se dio media vuelta y cruzó con paso raudo el pasillo hacia el salón. Abrió las puertas de par en par con una sonrisa ávida en el rostro.
—Hola, Mike, ¿dónde está mi esposa?
Echó un vistazo a la alegre habitación con un pequeño fuego ardiendo en la chimenea para quitar el frío, esperando que ella apareciera de un rincón en penumbra, pero todo lo que vio fue la capa de Miley tirada laxamente sobre el respaldo de una silla, con el bajo goteando agua.
—Perdona mis modales, amigo mío —le dijo a Mike Farrell—, pero hace días que no he visto a Miley. Deja que vaya a buscarla, luego nos sentaremos todos y charlaremos felizmente. Debe de estar arriba...
—Nicholas —dijo muy tenso Mike Farrell—, ha habido un accidente...
El recuerdo de otra noche como aquella desgarró dolorosamente el cerebro de Nicholas: la noche en que había regresado a casa con la esperanza de encontrar a su hijo y Northrup había actuado extrañamente; la noche en que Mike Farrell le estaba aguardando en aquella misma habitación. Como para exorcizar el terror y el dolor que ya asediaban su cuerpo, sacudió la cabeza, retrocediendo.
—¡No! —susurró, y luego su voz se alzó en un atormentado grito—, ¡No, maldito seas! ¡No me digas que...!
—Nicholas...
—¡No te atrevas a decírmelo! —gritó en medio de una gran agonía.
Mike Farrell habló, pero apartó la cabeza del insoportable tormento que leía en el devastado rostro del otro hombre.
—Su caballo la arrojó al río a unos kilómetros de aquí. O’Malley fue a buscarla, pero no ha podido encontrarla. Él...
—Fuera de aquí —susurró Nicholas.
—Lo siento, Nicholas. Lo siento más de lo que puedo expresar.
—¡Fuera!
Cuando Mike Farrell se fue, Nicholas fue hacia la capa de Miley, sus dedos se cerraron lentamente sobre la lana húmeda y la atrajeron hacia él. Los músculos de la base de su garganta se tensaron convulsivamente mientras se llevaba la empapada capa hacia el pecho, la acariciaba con la mano y luego enterraba su rostro en ella, frotándola contra su mejilla. El dolor empezó a recorrer todo su cuerpo y las lágrimas que se creía incapaz de derramar brotaron de sus ojos.
—No —sollozó en una enloquecedora angustia.
Y luego repitió a voz en grito—: ¡No!




—Ya pasó, querida —la consoló la duquesa de Claremont, dando unas palmaditas en el hombro de su bisnieta—. Me rompe el corazón verte parecer tan desgraciada.
Miley se mordió el labio, miró por la ventana el cuidado césped que se extendía ante ella y no dijo nada.
—Apenas puedo creer que tu marido no haya venido aún a disculparse por el infame engaño que él y Atherton perpetraron contigo —declaró irritada la duquesa—. Tal vez no llegara a casa hace dos noches, después de todo. —Paseó inquieta por la habitación, inclinándose en su bastón, con sus ojos briosos dirigidos hacia las ventanas como si ella también esperase ver a Nicholas Fielding llegar en cualquier momento—. ¡En cuanto aparezca, me concederías una gran satisfacción si le obligases a ponerse de rodillas!
Una sonrisa tímida y sin humor asomó en los suaves labios de Miley.
—Entonces te vas a llevar una decepción, abuela, pues te aseguro sin ningún género de duda que Nicholas no hará eso. Es más probable que entre e intente besarme y, y...
—¿...y seducirte para que regreses a casa? —terminó la duquesa a bocajarro.
—Exacto.
—¿Y puede lograrlo? —le preguntó, ladeando su cabeza blanca, con ojos momentáneamente divertidos a pesar de su ceño fruncido.
Miley suspiró y se dio media vuelta, apoyó la cabeza contra el marco de la ventana y dobló los brazos sobre el estómago.
—Probablemente.
—Bueno, ciertamente se está tomando su tiempo. ¿Realmente crees que él sabía lo de las cartas del señor Bainbridge? Me refiero á que, si conocía su existencia, es una falta de principios no contártelo.
—Nicholas no tiene principios —respondió Miley con cansino enfado—. No cree en ellos.
La duquesa reanudó su pensativo paseo pero se detuvo en seco al llegar hasta Lobo, que estaba tumbado delante de la chimenea. Se encogió de hombros y cambió de dirección.
—¿Qué pecado he cometido para merecer a esta feroz bestia como invitado? No lo sé.
Miley soltó una risita.
—¿Quieres que lo encadene fuera?
—¡Dios santo, no! Desgarró la culera de los pantalones de Michaelson cuando intentó darle de comer esta mañana.

—No confía en los hombres.
—Un animal sabio, aunque horrible.
—Yo creo que es hermoso en un sentido salvaje y rapaz... —como Nicholas, pensó, y rápidamente desechó el doloroso recuerdo.
—Antes de que enviara a Dorothy a Francia, ya había adoptado dos gatos y un gorrión con un ala rota. A mí tampoco me gustaban, pero al menos no me miraban como me mira este animal. Incluso ahora, se está preguntando a qué debo saber.
—Te mira porque cree que te está guardando —explicó Miley, con una sonrisa.
—¡Cree que está guardando su próxima comida! No, no —dijo levantando la mano cuando Miley se encaminaba hacia Lobo, con la intención de sacarlo fuera—. Te suplico que no pongas en peligro a ninguno más de mis criados. Además —tardó bastante en admitir—, no me he sentido así de segura en mi casa desde que tu bisabuelo vivía.
—No tienes que preocuparte porque entren merodeadores —coincidió Miley, regresando a su guardia en la ventana.
—¿Entrar? Querida, no conseguirías sobornar a un merodeador para que entrase en esta habitación.
Miley permaneció en la ventana durante otro minuto, luego se dio la vuelta y vagó sin rumbo hacia un libro abandonado sobre una reluciente mesa de leño de raso.
—Siéntate Miley, y déjame pasear un rato. No tiene sentido que las dos choquemos mientras atravesamos la alfombra. ¿Qué debe estar impidiendo que ese atractivo diablo tuyo se presente en nuestra guarida?
—Simplemente que Nicholas no ha venido nunca antes —dijo Miley, hundiéndose en una silla y mirándose las manos—. Me gusta esta tranquilidad.
La duquesa se asomó a los ventanales y miró hacia el camino.
—¿Tú crees que te ama?
—Eso creo.
—¡Claro que te quiere! —afirmó la duquesa con contundencia—. Todo Londres habla de ello. Ese hombre está perdidamente enamorado de ti. Daría a Atherton la punta de la lengua porque no hubiera cometido esa vileza. Pero —añadió dando muestras de audacia, sin dejar de mirar por la ventana—, probablemente yo hubiera hecho lo mismo en tales circunstancias.
—No puedo creerlo.
—Claro que lo hubiera hecho. Si me dieran a elegir entre dejar que te casaras con un colono al que no conozco y en el que no tengo fe ninguna, frente a mi propio deseo de verte casada con el mejor partido de Inglaterra, un hombre rico, con título y bien plantado, yo habría hecho lo mismo que Atherton.
Mileyevitó señalar que era exactamente esa mentalidad la que había causado a su madre y a Charles Fielding tanto dolor.
La duquesa se tensó imperceptiblemente.
—¿Estás completamente segura de que deseas regresar a Wakefield?
—Nunca pretendí irme para siempre. Supongo que quería castigar a Nicholas por el modo en que Andrew tuvo que enterarse de que estaba casada. Abuela, si hubieras visto la cara de Andrew lo comprenderías. Fuimos muy buenos amigos desde que éramos niños. Andrew me enseñó a nadar, a disparar y a jugar al ajedrez. Además, yo estaba furiosa con Nicholas y Charles por usarme como un juguete, una prenda, un objeto sin sentimientos que importen. No puedes ni imaginar lo sola y desgraciada que me sentí durante mucho tiempo después de creer que Andrew me había abandonado fríamente.
—Bueno, querida —declaró la duquesa, pensativa—, no vas a estar sola mucho más tiempo. Wakefield acaba de llegar... ¡no, espera, ha enviado a un emisario! ¿Quién es esa persona?
Miley corrió hacia la ventana.
—¡Es el capitán Farrell... el amigo más antiguo de Nicholas!
—¡Ah! —exclamó alegremente la duquesa, golpeando el bastón contra el suelo—. ¡Ah! Ha enviado a un padrino. ¡Nunca habría esperado eso de Wakefield, pero así es!
Agitó la mano con apremio hacia Miley.
—Corre a la salita y no asomes tu bonita cara a menos que yo te lo diga.
—¿Qué? ¡No, abuela! —se quejó Miley con obstinación.
—¡Sí! —replicó la duquesa—. ¡Ahora mismo! ¡Si Wakefield desea tratar esto como si fuera un duelo y enviar a un representante para negociar los términos, que así sea! Yo seré tu padrino. No le daré cuartel —y selló sus palabras con un alegre guiño.
Miley hizo a regañadientes lo que le habían ordenado y se dirigió a la salita, pero bajo ninguna circunstancia estaba dispuesta a dejar que el capitán Farrell se fuera sin llevársela consigo. Si su bisabuela no se reunía con ella en cinco minutos, Mileydecidió que regresaría al salón y hablaría con el capitán Farrell.
Al cabo de solo tres minutos las puertas de la salita se abrieron bruscamente y su bisabuela apareció en el umbral con una expresión mezcla de conmoción, divertimento y horror.
—Querida —anunció—, parece que sin quererlo has puesto a Wakefield de rodillas, después de todo.
—¿Dónde está el capitán Farrell? —preguntó apurada Miley—. ¿No se habrá ido, verdad?
—No, está aquí, te lo aseguro. El pobre hombre está reposando en mi sofá en este mismo instante, esperando el refrigerio que tan generosamente le he ofrecido. Sospecho que cree que soy la criatura más despiadada de la tierra, pues cuando me contó sus noticias, estaba tan trastornada que le ofrecí un refrigerio en lugar de conmiseración.
—¡Abuela! No tiene sentido. ¿Nicholas envió al capitán Farrell a pedirme que regresara? ¿Por eso ha venido?
—De ninguna manera —negó su excelencia alzando el ceño—. Charles Fielding lo envió aquí a darme las penosas noticias de tu temprano fallecimiento.
—¿Mi qué?
—Te ahogaste —explicó sucintamente la duquesa—. En el río. O al menos, tu capa blanca parece tener algo que ver en ello —miró a Lobo—. Esta bestia sarnosa se supone que volvió a la frondosidad del bosque donde habitaba antes de que lo domesticaras. Los criados de Wakefíeld están de luto. Charles guarda cama, merecidamente, mientras que tu marido se ha encerrado en su estudio y no deja que nadie se le acerque.
La conmoción y el horror casi hicieron que Miley cayera de rodillas, cuando se dio media vuelta.




—¡Miley! —gritó la viuda, corriendo tras los pasos de su bisnieta tan rápido cómo podía, mientras Miley corría por el pasillo e irrumpía en el salón con Lobo pisándole los talones.
—¡Capitán Farrell!
Este alzó la cabeza mirándola como si estuviera viendo un fantasma, luego dirigió la mirada hacia la otra «aparición» que se plantó ante él y empezó a gruñirle.
—Capitán Farrell, no me he ahogado —explicó Miley, abatida por la mirada perdida que observaba en los ojos de aquel hombre—. ¡Lobo, basta!
El capitán Farrell se puso en pie mientras la incredulidad cedía lentamente ante la alegría y luego ante la furia.
—¿¡Es esta tu idea de gastar una broma!? —le espetó—. Nicholas está loco de dolor...
—¡Capitán Farrell! —dijo la duquesa con tono autoritario, alzándose en toda su diminuta altura—. Le agradecería que hablase con corrección cuando se dirija a mi bisnieta. No sabía hasta este mismo momento que Wakefíeld pensara que estaba en ningún otro lugar más que aquí, donde específicamente dijo que estaría.

—Pero, la capa...
—Me perseguía alguien, creo que uno de los bandidos que usted mencionó, así que puse la capa sobre la silla de montar y envié al caballo por el camino que corre junto al río, pensando que haría perder mi rastro al bandido.
La rabia abandonó el rostro de capitán y sacudió la cabeza.
—El que le perseguía era O’Malley, que casi se ahoga intentado encontrarla y rescatarla del río cuando vio su capa.
Miley echó hacia atrás la cabeza y cerró los ojos con remordimiento; luego sus largas pestañas se abrieron y se puso rápidamente en movimiento. Abrazó a su bisabuela con las palabras saliéndole deprisa.
—Abuela, gracias por todo. Debo irme. Vuelvo a casa...
—¡No te irás sin mí! —respondió la duquesa con una sonrisa gruñona—. En primer lugar, no me perdería este regreso del otro mundo. No he sentido emociones parecidas desde... bueno, no importa.
—Puedes seguirme en el carruaje —especificó Miley, pero yo iré a caballo, será más rápido.
—Tú vendrás conmigo en el carruaje —replicó su excelencia imperiosamente— Aún no se te ha ocurrido, supongo, que después de que tu marido se recupere de su alegría, lo más probable es que reaccione exactamente de la misma manera adusta y grosera que su emisario —dirigió un ojo tranquilizador al pobre capitán Farrell antes de continuar—. Solo que con bastante más violencia. En resumen, querida niña, después de besarte, lo cual tengo toda mi fe que hará, es probable que quiera matarte por lo que seguramente considerará una broma monstruosa por tu parte. Así que yo estare por ahí para correr en tu ayuda y apoyar tu explicación. Y eso —añadió, golpeando su bastón en el suelo llamando autoritariamente a su mayordomo— es todo. Norton —llamó—. ¡Prepare mis caballos de inmediato!
Se volvió hacia el capitán Farrell y, en aparente enmienda a su anterior condena, proclamó regiamente:
—Venga en el carruaje con nosotras... —entonces repentinamente arruinó la ilusión de haber perdonado generosamente su anterior rudeza añadiendo—: así podré vigilarle de cerca. No me arriesgo a que prevenga a Wakefield de nuestra llegada y esté aguardándonos en el umbral de su puerta con ojos asesinos.
El corazón de Miley latía enloquecedoramente cuando el carruaje se detuvo en Wakefield, poco después del anochecer. No apareció ningún criado del interior de la casa para ayudarles a bajar del carruaje y alumbrar a los recién llegados, y solo pocas luces brillaban en la miríada de ventanas que daban al parque. Todo el lugar parecía fantasmagóricamente desierto, pensó Miley, y luego, para su horror, vio que en las ventanas más bajas había crespones negros y que encima de la puerta habían colocado una corona negra.
—Nicholas odia todo lo que tenga que ver con el luto... —estalló frenéticamente, empujando la puerta del carruaje intentando abrirla—. ¡Dígale a Northrup que quite esas cosas de las ventanas!
Rompiendo su resentido silencio por primera vez, el capitán Farrell posó una mano refrenadora en su brazo y dijo amablemente:
—Nicholas ordenó que las pusieran. Miley. Está medio loco de dolor. Su bisabuela tiene razón en parte... No tengo ni idea de cómo reaccionará cuando la vea por primera vez.
A Miley no le importaba lo que hiciera Nicholas, mientras él supiera que estaba viva. Bajó del carruaje de un salto, dejando que el capitán Farrell cuidase de su bisabuela, y corrió hasta la puerta principal. Al encontrarla cerrada, asió el llamador y golpeó con ganas. Pareció transcurrir una eternidad antes de que la puerta se abriera lentamente.
—¡Northrup! —exclamó Miley—. ¿Dónde está Nicholas?
El mayordomo parpadeó una vez en la penumbra, luego volvió a parpadear.
—Por favor, no me mires como si fuera un fantasma. ¡Todo ha sido un malentendido, Northrup! —explicó desesperadamente, posando su cálida mano en su fría mejilla—. ¡No estoy muerta!
—Es... está... —una amplia sonrisa se extendió de repente por los tensos rasgos de Northrup—. Está en su estudio, milady, y puedo decirle lo feliz que me siento...
Demasiado desesperada como para escucharle, Miley corrió por el recibidor hacia el estudio de Nicholas, mientras se peinaba el cabello con los dedos.
—¿Miley? —gritó Charles desde la galería superior—. ¡Miley!
—La abuela te lo explicará todo, tío Charles —gritó Miley, y siguió corriendo.
En el estudio de Nicholas, puso una mano temblorosa en el picaporte, se paralizó momentáneamente ante la magnitud del desastre que había causado; luego respiró hondo trémulamente y entró, cerrando la puerta tras ella.
Nicholas estaba sentado en una silla cerca de la ventana, con los codos encima de las rodillas abiertas y la cabeza entre las manos. Sobre la mesa junto a él había dos botellas vacías de whisky y la pantera de ónice que le había regalado.
Miley tragó el nudo de remordimiento que tenía en la garganta y dio un paso adelante.
—Nicholas... —susurró.
Nicholas levantó la cabeza lentamente y la contempló, con el rostro hecho estragos y los ojos extraviados mirando directamente a través de ella como si fuera una aparición.
—Miley —gimió angustiado.
Miley se detuvo, observando con horror mientras él reclinaba la cabeza contra el respaldo de la silla y apretaba fuerte los ojos.
—Nicholas —exclamó con desesperación—. Mírame.
—Te veo, querida —susurró sin abrir los ojos. Alcanzó con la mano la pantera que estaba sobre la mesa junto a él, y le acarició cariñosamente el lomo—. Háblame —le suplicó con voz agónica—. Nunca dejes de hablarme, Miley. No me importa volverme loco, mientras pueda oír tu voz...
—¡Nicholas! —gritó Miley, corriendo hacia él y abrazándose frenéticamente a sus amplios hombros—. Abre los ojos. No estoy muerta. ¡No me he ahogado! ¡Me oyes, no estoy muerta!
Nicholas abrió sus ojos vidriosos y continuó hablándole como si fuera una amada aparición a la que necesitaba desesperadamente explicar algo.
—No sabía lo de la carta de Andrew —susurró entrecortadamente—. ¿Ahora lo sabes, verdad, querida? Lo sabes... —de repente levantó su atormentada mirada hacia el techo y empezó a rezar, arqueando el cuerpo como si le doliera—. ¡Oh, por favor! —gimió horriblemente—, por favor, dile que no sabía lo de la carta. ¡Maldita sea! —se enojó con Dios—, ¡dile que no lo sabía!
Miley retrocedió con pánico.
—Nicholas —gritó febrilmente—. ¡Piensa! Nado como un pez, ¿recuerdas? Mi capa era una trampa. Sabía que alguien me perseguía, pero no sabía que era O’Malley. Creí que era un bandido, así que me quité la capa y la arrojé sobre mi caballo, luego fui caminando a casa de mi abuela y... ¡oh. Dios!

Mesándose los cabellos, miró alrededor de la habitación en penumbra, intentando pensar cómo llegar hasta él, y corrió a su escritorio. Encendió la lámpara, luego corrió hacia la chimenea y encendió la primera de las dos lámparas que había sobre la repisa. Se disponía a coger la segunda cuando unas manos como tenazas de acero se cerraron en sus hombros y la hicieron volverse y chocar contra su pecho. Vio en sus ojos cómo Nicholas recuperaba la cordura durante una décima de segundo antes de que su boca capturara la suya con ávida violencia, y sus manos le acariciaran la espalda y las caderas, atrayéndola hacia él como si intentase absorber su cuerpo en el suyo. Un estremecimiento recorrió su esbelta figura cuando ella se arqueó hacia él, abrazándole fuerte con sus brazos alrededor de la nuca.
Después de interminables minutos, Nicholas separó bruscamente su boca de la de Miley, se liberó del abrazo y la miró fijamente. Miley dio un rápido paso hacia atrás, instantáneamente consciente de la fatal ira que centelleaba en sus hermosos ojos verdes.
—Ahora que hemos acabado con esto —dijo sombríamente—, te voy a dar una paliza que no vas a poder sentarte.
Un ruido que era en parte risa, en parte grito alarmado, salió de la garganta de Miley mientras Nicholas preparaba la mano. Saltó hacia atrás, hasta ponerse fuera de su alcance.
—No, no te atrevas —le gritó temblorosa, tan feliz de que hubiera vuelto a la normalidad que no pudo contener su risa floja.
—¿Cuánto apuestas a que sí? —le preguntó en voz baja, avanzando paso a paso mientras ella retrocedía.
—No mucho —habló Miley con voz temblorosa, amparándose detrás de la mesa.
—Y cuando acabe, voy a encadenarte a mi lado.
—Eso lo puedes hacer —dijo canturreando y rodeando la mesa.
—Y nunca voy a dejar que vuelvas a desaparecer de mi vista.
—No... no te culpo —Miley echó una mirada a la puerta, calculando la distancia.
—Ni lo intentes —le advirtió Nicholas.
Miley vio la chispa en sus ojos e ignoró su advertencia. Con una mezcla de vertiginosa felicidad y un fuerte instinto de conservación, abrió la puerta, se levantó las faldas y corrió por el pasillo hacia la escalera. Nicholas la siguió con sus largas zancadas, alcanzándola casi sin correr.
Riendo sin poder contenerse, corrió por el pasillo y entró en el vestíbulo de mármol, pasando por delante de Charles, del capitán Farrell y de su bisabuela, quienes se precipitaron hacia el salón para ver mejor.
Miley había subido la mitad de la escalera cuando se volvió y empezó a caminar hacia atrás, viendo a Nicholas subir decididamente cada escalón.
—Vamos, Nicholas —rogó, incapaz de controlar su sonrisa mientras extendía una mano implorante e intentaba parecer arrepentida—. Por favor, sé razonable.
—Sigue subiendo, querida... vas en la dirección correcta —le respondió mientras la acechaba escalón a escalón—. Puedes elegir entre tu dormitorio o el mío...
Miley se volvió, subió corriendo el resto de la escalera y cruzó el vestíbulo como una exhalación hacia sus dependencias. Estaba en medio de su habitación cuando Nicholas abrió la puerta, entró y la cerró con llave.
Miley dio una vuelta para mirarlo de frente, con el corazón latiéndole fuerte de amor y aprensión.
—Vamos, pues, mi amor... —le animó Nicholas en una voz grave y elocuente, mirando qué dirección tomaba.
Miley contempló con adoración su atractiva y pálida cara y luego corrió, directa hacia él y abrazándolo fuerte.
—¡No! —gritó entrecortadamente.
Durante un momento, Nicholas se quedó perfectamente quieto, luchando contra sus asoladoras emociones y luego la tensión abandonó su cuerpo rígido. Levantó las manos hacia la cintura de Miley, la cogió lentamente, luego con fuerza demoledora la apretaron y atrajeron contra él.
—Te quiero—susurró con voz ronca, enterrando el rostro en su cabello—. ¡Oh, Dios! ¡Te quiero tanto!


Al final de la escalera, el capitán Farrell, la duquesa y Charles sonrieron aliviados cuando arriba solo se oía silencio.
La duquesa fue la primera en hablar.
—Bueno, Atherton —dijo con dureza—, me atrevería a decir que ahora sabes cómo se siente uno al inmiscuirse en la vida de los jóvenes y luego apechugar con las consecuencias del error, como yo he tenido que hacer todos estos años.
—Debo subir y hablar con Miley—respondió Charles con los ojos fijos en la galería vacía—. Tengo que explicarle que hice lo que hice porque pensé que sería más feliz con Nicholas —dio un paso adelante, pero el bastón de la duquesa le cortaba el paso.
—Ni se te ocurra entrometerte —le ordenó arrogantemente su excelencia—. Deseo un tataranieto y, a menos que me equivoque, ahora están intentando darme uno. —Y añadió con magnificencia—: Sin embargo, podrías ofrecerme una copa de jerez.
Charles apartó la mirada de la galería y miró intensamente a la anciana a la que había odiado durante más de dos décadas. Él solo había sufrido dos días por aquella intromisión; ella había tenido que sufrir durante veintidós años. Vacilante, le ofreció su brazo. Durante un largo momento la duquesa lo miró, sabiendo que era una oferta de paz y luego lentamente posó su delgada mano en su manga.
—Atherton —declaró mientras le acompañaba hacia la salita— A Dorothy se le ha metido en la cabeza quedarse soltera y hacerse músico. He decidido que se case con Winston. Tengo un plan...




FIN.
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Espero que hayan amado esta novela tanto como yo, ya que es una de mis preferidas. Comenten y pronto les estare subiendo capitulos de la nueva novela  Lecciones Privadas que seguramente les encantara.
LAS AMO Y BESOS. 


Para Siempre-Capitulo 31

Capitulo 31



En el primer mes de su aniversario de boda, llegó un mensaje que requería que Nicholas viajara a Portsmouth, donde uno de sus barcos acababa de llegar a puerto.
La mañana de su partida, se despidió de Miley con un beso en la escalera de Wakefield Park con tanto ardor como para hacerla sonrojarse y obligar al cochero a reprimir una risa.
—Me gustaría que no tuvieras que irte —se lamentó Miley apretando el rostro contra su musculoso pecho, rodeándole la cintura con los brazos—. Seis días parecen una eternidad y me sentiré horriblemente sola sin ti.
—Charles estará aquí para hacerte compañía, querida —anunció, sonriéndole y ocultando su propia reticencia a marcharse—. Mike Farrell está a un paso y puedes visitarle. O podrías hacer otra visita a tu bisabuela. Estaré en casa el martes a tiempo para cenar.
Miley asintió y se puso de puntillas para besar su mejilla recién afeitada.
Con gran determinación, se mantuvo tan ocupada como pudo durante aquellos seis días, trabajó en el orfanato y supervisó la casa, pero el tiempo parecía alargarse. Las noches eran aún más largas. Pasaba las veladas con Charles, que había ido de visita, pero cuando subía a su dormitorio, el reloj parecía detenerse.
La noche antes del día señalado para el regreso de Nicholas, vagaba por la habitación, intentando evitar meterse en su solitaria cama. Entró en la habitación de Nicholas, sonriendo ante el contraste entre su mobiliario masculino de aspecto fornido y oscuro y su propia habitación, que estaba decorada al estilo francés, con sutiles cortinajes de seda y cortinas para su cama con dosel de color rosa y dorado. Acarició cariñosamente con el dedo las incrustaciones de oro del mango de sus cepillos. Luego volvió a regañadientes a su propia habitación y por fin se quedó dormida.
Se despertó al alba del día siguiente, con el corazón alborotado y empezó a planear una comida especial para el regreso al hogar de Nicholas.
El anochecer se desdibujó en el crepúsculo y por último en una oscuridad helada y salpicada de estrellas mientras aguardaba en el salón, atenta al sonido del coche de Nicholas en el camino.
—¡Ya ha vuelto, tío Charles! —exclamó encantada, mirando por la ventana las lámparas del coche que se movían por el camino en dirección hacia la casa.
—Debe de ser Mike Farrell. Nicholas no llegará hasta dentro de una hora o dos —le dijo, sonriéndole cariñosamente mientras ella empezaba a alisarse las faldas—. Sé cuánto tarda en hacer este viaje y ya está acortando un día para poder regresar esta noche en lugar de mañana.
—Supongo que tienes razón, son solo las siete y media y le pedí al capitán Farrell que viniera a cenar con nosotros a las ocho —su sonrisa desapareció cuando el carruaje se detuvo ante la casa y se dio cuanta de que no era el lujoso coche de Nicholas—.Creo que pediré a la señora Craddock que retrase la cena —estaba diciendo esto cuando Northrup apareció en el umbral de la puerta del salón, con una mirada peculiar y tensa en su austero rostro.
—Hay un caballero que desea verla, milady —anunció.
—Un tal señor Bainbridge de América.
Miley se cogió débilmente al respaldo de la silla más cercana y los nudillos se le quedaron blancos mientras apretaba la mano.
—¿Le digo que pase ?
Miley asintió entrecortadamente, intentando recuperar el control sobre la violenta oleada de resentimiento que le estremeció al recordar su cruel rechazo, rezando para que pudiera mirarlo a la cara sin demostrarle cómo se sentía. Estaba tan afligida por sus propias emociones que no notó la repentina palidez de la cara de Charles o el modo en que se levantó despacio y se encaminó hacia la puerta como si se preparase para encontrarse con un pelotón de fusilamiento.
Al cabo de un instante, Andrew entró por la puerta, con pasos largos y vivos, sonriendo; su rostro era tan atractivamente familiar que el corazón de Miley gritó de protesta contra su traición.
Se detuvo delante de ella, miró a la elegante y joven belleza que tenía ante él, con el seductor vestido de seda que ceñía sus opulentas curvas y el cabello desparramado como una cascada sobre sus hombros.
—Miley —exclamó mirándola a los ojos profundamente azules. Sin previo aviso, alargó los brazos, atrayéndola casi bruscamente a sus brazos y enterrando el rostro en su fragante cabello—. Había olvidado lo hermosa que eres —susurró entrecortadamente, estrechándola más fuerte.
—¡Eso es obvio! —replicó Miley, recuperándose de su repentina parálisis y apartando sus brazos. Le contempló, sorprendida de su desfachatez al atreverse a presentarse en su casa y abrazarla con una pasión que nunca antes le había demostrado—. Parece ser que olvidas a la gente con mucha facilidad —añadió con displicencia.
Para su mayor incredulidad, Andrew se echó a reír.
—Estás furiosa porque he tardado dos semanas más en venir a buscarte que lo que te escribí en mi carta que tardaría, ¿verdad? —sin esperar respuesta, continuó—: Mi barco se extravió de su ruta una semana después de zarpar y tuvimos que detenernos en una isla para hacer reparaciones —colocando cariñosamente el brazo alrededor de los hombros rígidos de Miley, se volvió hacia Charles y le tendió la mano, sonriendo—. Usted debe de ser Charles Fielding —dijo con simpatía no fingida—. Nunca le agradeceré lo bastante que cuidara de Miley hasta que yo pudiera venir a buscarla. Naturalmente quiero reembolsarle todos los gastos que haya tenido por ella, incluido este delicioso vestido que lleva.
Se dirigió hacia Miley.
—Odio tener que darte prisa, Miley, pero he reservado pasaje en un barco que se va dentro de dos días. El capitán del barco ya ha consentido en casarnos...
—¿Carta? —le interrumpió Miley, sintiéndose violentamente mareada—. ¿Qué carta? No me has escrito ni una sola palabra desde que salí de casa.
—Te he escrito varias cartas —le explicó frunciendo el ceño—. Como te explicaba en mi última carta, seguí escribiéndote a América porque mi entrometida madre nunca me envió tus cartas, así que yo no sabía dónde estabas en Inglaterra.Miley, te conté todo esto en mi última carta, la que te envié aquí a Inglaterra a través de un mensajero especial.
—¡No he recibido ninguna carta! —insistió en un tono cada vez más nervioso.
El enfado modificó la sonrisa de Andrew.
—Antes de irnos, haré una visita a cierta compañía de Londres a la que se le pagó una pequeña fortuna para que se asegurara de que mis cartas se os entregaban personalmente a ti y a tu primo el duque. ¡Quiero oír lo que tienen que decir en su defensa!
—Dirán que me las entregaron a mí—dijo llanamente Charles.
Miley sacudió violentamente la cabeza, su mente se percataba de que su corazón no podía soportar creer eso.
—No, tú no recibiste ninguna carta, tío Charles. Estás equivocado. Estás pensando en la que recibiste de la madre de Andrew... en la que me decía que se había casado.
Los ojos de Andrew centellearon de rabia al ver la expresión de culpa en la cara del anciano. Cogió a Miley por los hombros.
—¡Miley, escúchame! Te escribí una docena de cartas mientras estuve aquí en Europa, pero te las envié a América. No me enteré de la muerte de tus padres hasta que regresé a casa hace dos meses. A partir del día en que tus padres murieron, mi madre dejó de enviarme tus cartas. Cuando llegué a casa, me dijo que tus padres habían muerto y que a ti te habían llevado a Inglaterra con algún pariente rico que te había ofrecido matrimonio. Dijo que no tenía ni idea de dónde ni cómo encontrarte. Yo te conozco mejor que eso para creer que tú me habías dado la patada solo para casarte con un viejo y rico primo con un título. Tardé un poco, pero por fin localicé al doctor Morrison y me dijo la verdad y me dio tu dirección.
»Cuando le dije a mi madre que venía aquí a buscarte, admitió el resto de su duplicidad. Me contó que te había escrito una carta diciéndote que me había casado con Madeline en Suiza. Entonces, de repente tuvo uno de sus "ataques". Salvo que esta vez resultó ser real. No podía dejarla mientras se debatía entre la vida y la muerte, así que os escribí a ti y a tu primo... —le dirigió una mirada asesina a Charles— ... que por alguna razón no te habló de mis cartas. En ellas explicaba lo que había sucedido y os decía a cada uno que vendría a buscarte en cuanto pudiera.
Su voz se hizo más dulce cuando tomó la estupefacta cara de Miley entre las manos.
—Miley —dijo con una tierna sonrisa—, has sido el amor de mi vida desde el día en que te vi galopando por nuestros campos en aquel caballito indio de Rushing River's. No estoy casado, corazón.
Miley tragó saliva, intentó que su voz saliera más allá del doloroso nudo que tenía en la garganta.
—Yo sí.
Andrew retiró las manos de su rostro como si su piel le quemara.
—¿Qué has dicho? —exigió muy tenso.
—He dicho —repitió Miley en un susurro tortuoso mientras contemplaba su amado rostro—: Yo sí estoy casada.
El cuerpo de Andrew se tensó como si estuviera intentando soportar un golpe físico. Contempló desdeñosamente a Charles.
—¿Con él? ¿Con este viejo? ¿Te has vendido por un puñado de joyas y vestidos, es eso? —exclamó furioso.
—¡No! —casi gritó Miley, negando la cabeza con rabia, dolor y pena.
Charles habló por fin, con una voz carente de expresión y el rostro en blanco.
—Miley está casada con mi sobrino.
—¡Con su hijo! —le soltó Miley.
Se dio media vuelta; odiaba a Charles por su engaño y odiaba a Nicholas por haber colaborado con él.
Las manos de Andrew se cerraron en sus brazos y sintió su angustia como si fuera propia.
—¿Por qué? —le preguntó, zarandeándola—. ¿¡Por qué!?
—La culpa es mía —aclaró Charles lacónicamente. Se puso en pie, mirando a Miley, suplicándole en silencio su comprensión—. He temido esta hora de la verdad desde que llegaron las cartas del señor Bainbridge. Ahora que ha llegado el momento, es peor de lo que había imaginado.
—¿Cuándo recibiste esas cartas? —inquirió Miley, pero en su corazón ya sabía la respuesta y eso se lo hacía añicos.
—La noche de mi ataque.
—¡De tu falso ataque! —corrigió Miley, con voz temblorosa de amargura y rabia.
—Exacto —confesó tensamente Charles, luego se dirigió hacia Andrew—. Cuando leí que venía a llevarse a Miley de nuestro lado, hice lo único que se me ocurrió: fingí un ataque al corazón y le supliqué que se casara con mi hijo para que tuviera a alguien que la cuidara.
—¡Bastardo! —le espetó Andrew con los dientes apretados.
—No espero que lo creas, pero sentía muy sinceramente que Miley y mi hijo podrían ser muy felices juntos.
Andrew apartó su feroz mirada de su adversario y miró a Miley.
—Ven a casa conmigo —le imploró desesperadamente—. No pueden obligarte a permanecer casada con un hombre al que no amas. No puede ser legal... ellos te han obligado. ¡Miley, por favor! Vuelve a casa conmigo y encontraré el modo de sacarte de esto. El barco zarpa dentro de dos días. Nos casaremos de cualquier modo. Nadie lo sabrá nunca...
—¡No puedo! —las palabras salieron en un desgarrador suspiro.
—Por favor...
Sus ojos se anegaron de lágrimas y negó con la cabeza.
—No puedo —dijo ahogadamente.
Andrew respiró hondo y lentamente se dio media vuelta.
La mano de Miley tendida hacia él en silenciosa e impotente súplica, cayó a su costado mientras Andrew salía de la habitación, de la casa, de su vida.
Transcurrió un minuto en un terrible silencio, luego otro. Agarrada a los pliegues del vestido, Miley los retorció hasta que los nudillos se le quedaron blancos, mientras la imagen del angustiado rostro de Andrew se hundía en su mente. Recordaba cómo se sintió cuando se enteró de que él se había casado, el tormento de arrastrarse día tras día, intentando sonreír mientras se estaba muriendo por dentro.
De repente, el ardiente dolor y la rabia hicieron erupción dentro de ella y se dio media vuelta hacia Charles en un furioso frenesí.
—¿Cómo has podido? —gritó—. ¿¡Cómo has podido hacer esto a dos personas que nunca hicieron nada para hacerte daño!? ¿Viste la expresión de su rostro? ¿Sabes lo mucho que le hemos herido? ¿Lo sabes?
—Sí —dijo Charles con voz ronca.
—¿Sabes cómo me sentí todas aquellas semanas en las que creí que me había traicionado y no tenía a nadie? ¡Me sentí como una mendiga en tu casa! ¿Sabes cómo me sentí, pensando que me estaba casando con un hombre que no me quería, porque no me quedaba otra opción...? —le falló la voz y le miró con los ojos tan cegados por las lágrimas que luchaba por contener que no vio la angustia en los de Charles.
—Miley—bramó Charles—, no culpes a Nicholas por esto. Él no sabía que yo estaba simulando el ataque, no sabía nada sobre la car...
—¡Mientes! —estalló Miley, con voz temblorosa.
—¡No, te lo juro!
Miley levantó la cabeza con los ojos centelleantes por las lágrimas, superada por la rabia ante aquel último insulto a su inteligencia.
—Si crees que voy a creeros una palabra de lo que me digáis... —calló, temerosa de la mortal palidez grisácea de la cara embelesada de Charles y salió de la habitación.
Subió la escalera, tambaleándose en su prisa cegada por las lágrimas y corrió por el vestíbulohasta las habitaciones. Una vez dentro, se inclinó contra la puerta cerrada, con la cabeza echada hacia atrás, los dientes tan apretados que le dolían las mandíbulas, luchando por controlar sus desbordadas emociones.
El rostro de Andrew, retorcido por el dolor, aparecía ante sus ojos fuertemente cerrados y gimió fuerte enferma de remordimiento. «Te quiero desde el día en que te vi galopando por nuestros campos en aquel caballito indio... ¡Miley, por favor! Vuelve a casa conmigo...»
Cayó en la cuenta de que no era más que una prenda en un juego que jugaban dos hombres egoístas y sin corazón. Nicholas sabía todo el tiempo que Andrew iba a venir, igual que sabía todo el tiempo que Charles había estado jugando a cartas la noche de su falso «ataque».
Miley se apartó de la puerta, se quitó el vestido y se puso un traje de montar. Si se quedaba una hora más en aquella casa, se volvería loca. No podía gritarle a Charles y correr el riesgo de tener su muerte sobre su conciencia. Y Nicholas... debía regresar aquella noche. Seguramente le clavaría un cuchillo en el corazón si lo veía ahora, pensó. Sacó una capa blanca de lana del armario y bajó corriendo la escalera.
—¡Miley, espera! —le gritó Charles mientras corría por la entrada hacia la parte traserade la casa.
Miley se dio media vuelta, con todo el cuerpo temblando.
—¡Aléjate de mí! —gritó, retrocediendo—. Me voy a Claremont. ¡Ya has hecho bastante!
—¡O’Malley! —rugió desesperadamente Charles en cuanto salió por la puerta.
—¿Sí, excelencia?
—No me cabe duda de que ha «oído» lo sucedido en el estudio...
El fisgón O’Malley asintió tristemente, sin molestarse en negarlo.
—¿Sabe montar?
—Sí, pero...
—Vaya tras ella —le ordenó Charles con prisa frenética—. No sé si ella se llevará un carruaje o montará su propio caballo, pero vaya tras ella. Usted le gusta, ella le escuchará.
—La señora no estará de humor para escuchar a nadie, y no puedo decir que sea culpa suya.
—¡Eso no importa, maldita sea! Si no regresa, al menos sígale a Claremont y asegúrese de que llega allí sana y salva. Claremont está a veinticuatro kilómetros al sur de aquí, por el camino del río.
—Suponga que se dirige a Londres e intenta irse con el caballero americano.
Charles se mesó sus grises cabellos, luego sacudió la cabeza con énfasis.
—No. Si hubiera querido irse con él, lo habría hecho cuando él se lo pidió.
—Pero yo no soy tan diestro con un caballo... no tanto como lady Miley.
—¡No podrá cabalgar rápido en la oscuridad. Ahora, vaya a los establos y vaya tras ella!
Miley ya salía sobre Matador, con Lobo corriendo a su lado, cuando O’Malley llegó como una exhalación a los establos.
—¡Espere, por favor! —voceó, pero ella no pareció oírle, y se inclinó más sobre el cuello del caballo, azuzando al poderoso caballo como alma que lleva el diablo.
—¡Ensilla al caballo más rápido que tengamos, rápido! —ordenó O’Malley a un mozo con los ojos fijos en el manto blanco de Miley que desaparecía por el serpenteante camino de Wakefield hacia la carretera principal.
Cuatro kilómetros pasaron volando bajo los atronadores cascos de Matador antes de que Miley lo frenase por el bien de Lobo. El noble perro corría junto a ella, doblando la cabeza, deseaba seguirla hasta que cayó muerto de cansancio. Esperó a que recuperase el aliento y estaba a punto de proseguir su precipitada huida cuando oyó el rumor de unos cascos detrás de ella y el ininteligible grito de un hombre.
Como no estaba segura de si le perseguía uno de esos bandoleros que acechan a los viajeros solitarios por la noche o Nicholas, que ya debería de haber regresado y decidido seguirla. Miley dirigió a Matador hacia el bosque que se extendía junto a la carretera y lo lanzó al galope a través de los árboles en una carrera zigzagueante con la intención de perder a quien estuviera persiguiéndola. Detrás de ella, su perseguidor acortó por la maleza y la seguía a pesar de sus esfuerzos por despistarlo.
El pánico y la furia aumentaban al mismo ritmo en su pecho cuando salió del escondite de árboles que tendría que haberla ocultado y espoleó a su caballo carretera abajo. Si era Nicholas quien andaba tras ella, moriría antes que dejarle derribarla cómo a un conejo. Le había engañado una vez más. ¡No, no podía ser Nicholas! No se había cruzado con su coche por el camino cuando se alejó de Wakefield al galope ni había visto ningún rastro de él antes de tomar el camino del río.
La ira de Miley se disolvió en un terror escalofriante. Se estaba aproximando al mismo río donde se había ahogado misteriosamente la otra chica. Se acordó de las historias del vicario sobre bandidos sanguinarios que acechaban a los viajeros por la noche, y echó una mirada petrificada por encima del hombro mientras galopaba hacia uno de los puentes que atravesaba en sinuoso río. Vio que su perseguidor la había perdido por un momento de vista al doblar una curva de la carretera, pero podía oír cómo se acercaba, siguiéndola con tanta seguridad como si le guiase una luz: ¡Su capa! Su capa blanca ondeaba tras ella como un faro en la oscuridad.
—¡Oh, santo Dios! —exclamó mientras los cascos de Matador repiqueteaban en el puente.
A su derecha había un sendero que corría paralelo a la ribera del río, mientras que la carretera continuaba recta. Frenó al caballo en seco, bajó de la silla y se desabrochó la capa. Rezando porque su estratagema diera resultado. Miley colgó la capa en la silla de montar, encaminó al caballo hacia el sendero de la orilla del río y azuzó fuerte a Matador en el flanco con la fusta, de modo que el caballo salió disparado río abajo. Con Lobo a su lado, corrió hacia el bosque que se extendía por encima del sendero y se acurrucó en la maleza con el corazón tronando en el pecho. Oteaba entre las ramas de los arbustos que la tapaban y vio al hombre desviarse hacia el camino que corría al lado de río, pero no pudo verle la cara.
No vio que Matador al final frenó su carrera, siguió al paso y luego bajó a beber al río. Tampoco vio que el río liberó su capa de la silla mientras el caballo bebía, y la arrastraba unos metros río abajo, donde se enredó entre las ramas de un árbol parcialmente sumergido.
Miley no vio nada de eso, porque ya estaba corriendo a través del bosque, en paralelo con la carretera principal, sonriendo para sí porque el bandido había caído en el mejor truco que Río Turbulento le había enseñado. Para engañar a un perseguidor, bastaba con enviar el caballo en una dirección y seguir a pie por el otro. Poner la capa sobre la silla había sido una ingeniosa improvisación de la propia Miley.
O’Malley frenó en seco su caballo junto a la montura sin jinete de Miley. Muy preocupado, miró a su alrededor para examinar la escarpada orilla que tenía detrás y por encima de él, en busca de algún rastro de Miley, pues creyó que el caballo debía de haberla tirado en algún lugar.
—¿Lady Miley? —gritó, barriendo con la vista un amplio arco por encima de la orilla detrás de él, el bosque a su izquierda y por último el río a su derecha... donde una capa blanca flotaba fantasmagóricamente en el agua, colgada de un árbol caído y medio sumergido—. ¡Lady Miley! —gritó de terror, saltando del caballo—. ¡Maldito caballo! —se lamentó, quitándose frenéticamente la chaqueta y las botas—. El maldito caballo la ha lanzado al río...
Corrió hasta el agua oscura y corriente y nadó hacia la capa.
—¡Lady Miley! —gritó sumergiéndose.
Salió a la superficie, gritó su nombre y respiró una bocanada de aire, luego volvió a sumergirse.


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Penultimo capitulo, comenten si quieren que le suba el final y la proxima novela!!!
BESOS.