domingo, 16 de febrero de 2014

Para Siempre-Capitulo 19

Capitulo 19



A la mañana siguiente, temprano, el doctor Worthing pudo informar de que tío Charles estaba aún «manteniéndose por sus propias fuerzas». Al día siguiente, bajó la escalera hasta el comedor donde Nicholas y Miley habían cenado y les informó de que Charles «parecía muy mejorado».
Miley apenas podía contener su alegría, pero Nicholas simplemente frunció el ceño al médico y le invitó a sentarse a cenar con ellos.
—Eh... gracias —dijo el doctor Worthing, dirigiendo una penetrante mirada hacia la expresión inescrutable de Nicholas—.Creo que podré dejar a mi paciente desatendido por un breve lapso de tiempo.
—Estoy seguro de que sí —respondió Nicholas de manera suave.
—¿Cree que se recuperará, doctor Worthing? —estalló Miley, preguntándose cómo podía Nicholas parecer tan frío.
Evitando cuidadosamente la mirada calculadora de Nicholas, el doctor Worthing dirigió su azorada vista hacia Miley y se aclaró la garganta.
—Es difícil decirlo. Sabe, dice que quiere vivir para verlos a ustedes dos casados. Está decidido a hacerlo. Podría decirse que se está aferrando a eso como una razón para vivir.
Miley se mordió el labio y miró inquieta a Nicholas antes de preguntar al doctor:
—¿Qué sucedería si empezara a recuperarse y nosotros... nosotros le dijéramos que hemos cambiado de idea?
Nicholas respondió articulando desabridamente las palabras.
—En ese caso, sin duda tendría una recaída —y dirigiéndose al médico, preguntó fríamente—: ¿no es así?
La mirada del doctor Worthing se apartó de los ojos acerados de Nicholas.
—Estoy seguro de que usted lo conoce mejor que yo, Nicholas. ¿Qué cree que haría?
Nicholas se encogió de hombros.
—Creo que sufriría una recaída.
Miley sintió como si la vida le atormentase deliberadamente, alejándola de su hogar y de las personas que amaba, obligándola a ir a una extraña tierra extranjera y ahora impeliéndola al matrimonio con un hombre que no la quería.
Mucho después de que ambos se fueran, se quedó en la mesa, jugando con desgana con la comida de su plato, intentando buscar una manera de resolver aquel dilema por el bien de Nicholas y por el suyo propio. Sus sueños de un hogar feliz, con un marido amante a su lado y un bebé gorgojeando en sus brazos, regresaban para burlarse de ella y, por un momento, se permitió compadecerse de sí misma. Al fin y al cabo, no pedía mucho a la vida; no había anhelado pieles ni joyas para las temporadas londinenses ni casas palaciegas donde jugar a ser una reina. No deseaba más de lo que había tenido en América, salvo un marido e hijos.
Le asaltó un súbito mareo de añoranza y dejó caer la cabeza. Cómo anhelaba retroceder un año en el tiempo y quedarse ahí, tener los rostros sonrientes de sus padres delante, escuchar a su padre hablar del hospital que quería construir y estar rodeada por los aldeanos que habían sido como su segunda familia. Haría cualquier cosa, cualquier cosa, por volver a casa. Se le apareció una imagen de la cara atractiva y sonriente de Andrew para tentarla y Miley la rechazó, negándose a derramar más lágrimas por el hombre infiel al que había adorado.
Echó la silla hacia atrás y fue a buscar a Nicholas. Andrew la había abandonado a su propio destino, pero Nicholas estaba aquí y tenía que ayudarle a encontrar el modo de evitar un matrimonio que ninguno de los dos deseaba.
Lo encontró solo en su estudio; era un hombre solitario, amargado, de pie con el brazo apoyado en la repisa, contemplando la chimenea vacía. La compasión inundó su corazón al percatarse de que, aunque simulaba ser frío y desapegado delante del doctor Worthing, Nicholas había ido allí a sentir toda su pena en la solitaria intimidad.
Reprimiendo el deseo de ir hacia él y ofrecerle su solidaridad, que suponía que no haría más que rechazar, dijo tranquilamente:
—¿Nicholas?
Levantó la cabeza y la miró con rostro impasible.
—¿Qué vamos a hacer?
—¿Sobre qué?
—Sobre esa estrafalaria idea que se le ha metido a tío Charles en la cabeza de vernos casados.
—¿Por qué es estrafalaria?
A Miley le sorprendió su respuesta, pero estaba decidida a hablar del tema, serena y francamente.
—Es estrafalaria porque yo no quiero casarme contigo.
Los ojos de Nicholas se endurecieron.
—Soy muy consciente de ello. Miley.
—Tú tampoco quieres casarte —respondió razonando, levantando las manos en un gesto de apelación.
—Tienes razón —volvió a mirar hacia la chimenea y se quedó en silencio por unos instantes.
Miley aguardó a que añadiera algo más; como no lo hizo, suspiró y ya se estaba yendo cuando sus siguientes palabras le hicieron frenar en seco, volverse y contemplarlo fijamente.
—Sin embargo, nuestro matrimonio nos daría algo que los dos queremos.
—¿Qué? —preguntó Miley, escrutando su perfil de facciones duramente cinceladas, intentando sondear su humor.
Se enderezó y se volvió, hundiendo las manos en los bolsillos, mirándola a los ojos.
—Tú quieres volver a América, ser independiente, vivir entre tus amigos y tal vez construir el hospital que tu padre había soñado. Tú me has contado todo eso. Si eres sincera contigo misma, admitirás que a ti también te gustaría regresar para demostrarle a Andrew, y a todo el mundo, que su abandono no significó nada para ti, que lo has olvidado con la misma facilidad con la que él se olvidó de ti y que tu vida sigue.
Miley se sintió tan humillada de que hiciera referencia a su dificultad económica que tardó un momento hasta procesar sus palabras.
—Y —concluyó con toda naturalidad— yo quiero un hijo.
Se quedó boquiabierta cuando Nicholas prosiguió tranquilamente:
—Podemos darnos ambos lo que queremos. Cásate conmigo y dame un hijo. A cambio, te enviaré a América con suficiente dinero como para vivir como una reina y construir una docena de hospitales.
Miley lo miraba con absoluta incredulidad.
—¿Darte un hijo? —repitió—. ¿Darte un hijo y tú me enviarás a América? ¿Darte un hijo y dejarlo aquí?
—No soy tan egoísta: podrás conservarlo contigo hasta que cumpla... digamos, cuatro años. Un niño necesita a su madre hasta esa edad. Después de eso, espero tenerlo conmigo. Tal vez prefieras quedarte con nosotros cuando lo devuelvas. En realidad, yo preferiría que te quedaras permanentemente, pero eso lo dejo en tus manos. Sin embargo, insisto en una cosa, en una condición para todo esto.
—¿Qué condición?—preguntó Miley encandilada.
Nicholas dudó como si estuviera meditando cuidadosamente la respuesta y cuando por fin habló, apartó la mirada, estudiando el paisaje por encima de la chimenea como si deseara evitar sus ojos.
—Debido al modo en que saltaste en mi defensa la otra noche, la gente supone que no me desprecias ni me temes. Si consientes este matrimonio, espero que refuerces esa opinión y no hagas ni digas nada que les haga pensar de otro modo. En otras palabras, no importa lo que pase entre nosotros en privado, cuando estemos en público espero que te comportes como si te hubieras casado conmigo por algo más que por mi dinero y mi título. O, para decirlo claramente, como si me quisieras.
Sin motivo alguno, Miley recordó sus cáusticos comentarios en el baile de los Mortram: «Te equivocas si piensas que me importa lo que piense la gente...». Estaba mintiendo, se dio cuenta de repente, con una punzada de ternura. Era obvio que le importaba lo que pensaran los demás o no le habría pedido que hiciera eso.
Miró al hombre displicente y desapasionado que tenía delante. Parecía poderoso, distante y completamente seguro de sí mismo. Era imposible creer que quisiera un hijo o la quisiera a ella o a nadie, tan imposible como creer que le preocupaba que la gente le temiera y desconfiara de él. Imposible, pero cierto. Recordó que le había parecido un niño la noche del duelo, cuando la tentó y la sedujo hasta besarla. Recordaba el ávido anhelo de su beso y la solitaria desesperación de sus palabras: «He intentado cientos de veces soltarte, pero no puedo».
Tal vez bajo su fría e impasible fachada, Nicholas se sentía tan solo y vacío como ella. Tal vez él la necesitase y no conseguía decirlo. Pero tal vez solo se engañaba a sí misma pensando eso.
—Nicholas —dijo, enunciando parte de sus pensamientos en voz alta—. No puedes esperar de mí que tenga un hijo y luego te lo ceda y haga mi vida. No puedes ser tan frío y cruel como parece tu propuesta. Yo... yo no creo que seas así.
—No me encuentras un marido cruel, es eso lo que quieres decir.
—No es eso a lo que me refiero —estalló Miley trasluciendo su nerviosismo—. No puedes hablar de casarte conmigo como si estuvieras discutiendo un... un acuerdo de negocios común y corriente, sin ningún sentimiento, sin ninguna emoción, sin ni siquiera simular amor o...
—Seguramente no te quedan ilusiones sobre el amor —se burló, con ardiente impaciencia—. Tu experiencia con Bainbridge debe haberte enseñado que el amor es solo una emoción que se usa para manipular a los idi/otas. No espero ni quiero tu amor. Miley.
Miley se cogió al respaldo de la silla que tenía al lado; sus palabras hacían que la cabeza le diera vueltas. Abrió la boca para rechazar su oferta, pero él sacudió la cabeza adelantándose a su acción.
—No me contestes antes de haberlo pensado. Si te casas conmigo tendrás libertad para hacer lo que quieras con tu vida. Podrás construir un hospital en América y otro cerca de Wakefield y quedarte en Inglaterra. Tengo seis mansiones y cien arrendatarios y criados. Solo mis criados podrían proporcionarte suficientes enfermos como para llenar tu hospital. Si no, les pagaré por ponerse enfermos.
Un atisbo de sonrisa modeló sus labios, pero Miley tenía el corazón demasiado lacerado como para encontrarle la gracia a la situación.
Cuando vio que su ocurrencia no obtenía respuesta, añadió superficialmente:
—Puedes cubrir las paredes de Wakefíeld con tus dibujos y si acabas las habitaciones añadiré un ala nueva a la casa —Miley aún estaba intentando asimilar la sorpresa que le produjo que él supiera que dibujaba, cuando él le acarició la tensa mejilla con la yema de los dedos y dijo con naturalidad—: Me encontrarás un marido muy generoso, te lo prometo.
La trascendencia de la palabra «marido» le produjo un escalofrío y apretó las manos, frotándoselas en un inútil esfuerzo por entrar en calor.
—¿Por qué? —susurró—. ¿Por qué yo? Si quieres tener hijos hay docenas de mujeres en Londres que están nauseabundamente ávidas por casarse contigo.
—Porque me atraes, seguramente ya lo sabes. Además —añadió con ojos tentadores mientras le ponía la mano en los hombros e intentaba acercarla hacia sí—, yo te gusto. Me lo dijiste cuando creías que estaba dormido, ¿recuerdas?
Miley lo miró fijamente, incapaz de asimilar la sorprendente revelación de que él se sentía realmente atraído por ella.
—También me gusta Andrew —replicó con enojada impertinencia—. Tengo un pésimo criterio en materia de hombres.
—Cierto —coincidió, con ojos divertidos.
Se sentía irremediablemente atraída hacia su pecho.
—¡Creo que has perdido el juicio! —exclamó con voz ahogada—. ¡Creo que estás completamente loco!
—Sí —admitió mientras le ponía las manos en la espalda y la acercaba aún más.
—No lo haré, no puedo...
—Miley —dijo con ternura—, no tienes elección —su voz se volvió hosca y persuasiva mientras sus pechos por fin entraron en contacto con su camisa—, puedo darte todo lo que una mujer quiere...
—Todo menos el amor —replicó Miley entrecortadamente.
—Todo lo que una mujer quiere realmente —rectificó, y antes de que Miley encontrara una réplica cínica, sus labios firmemente definidos empezaron un lento y deliberado descenso hacia los suyos—. Te daré joyas y pieles —le prometió—. Tendrás más dinero del que nunca has soñado —con la mano libre le cogió la nuca y le acarició el sedoso cabello mientras le levantaba la cara para besarla—. A cambio lo único que tendrás que darme es esto...
Extrañamente, el único pensamiento de Miley era que él se estaba vendiendo demasiado barato y le pedía demasiado poco. Era guapo, rico y deseado, seguramente tenía derecho a esperar más de su mujer que esto... Y entonces se le quedó la mente en blanco cuando sus sensuales labios tomaron posesión de los suyos en un interminable e incitante beso que lentamente dio paso a otro de exigente insistencia y la dejó temblorosa por las cálidas sensaciones que le provocaba. Nicholas le tocó los labios con la lengua, la deslizó entre ellos, persuadiéndolos, obligándolos a separarse y, cuando lo hicieron, su lengua se metió entre ellos, produciendo oleadas de emociones vertiginosas que recorrieron su interior. Miley gimió y sus brazos la ciñeron de manera protectora, atrayéndola más contra él mientras la lengua de Nicholas iniciaba una seducción lenta y salvajemente erótica y las manos le recorrían los costados, los hombros y la espalda.
Cuando por fin Nicholas levantó la cabeza, Miley estaba mareada, ardiendo e inexplicablemente asustada.
—Mírame —susurró, poniéndole la mano bajo la barbilla y levantándole la cara—. Estás temblando —constató cuando sus grandes ojos azules se levantaron hacia los suyos—. ¿Me tienes miedo?
A pesar de las salvajes emociones que le sacudían, Miley negó con la cabeza. No le tenía miedo, de repente, inexplicablemente, tenía miedo de sí misma.
—No.
Los labios de Nicholas esbozaron casi una sonrisa.
—Lo tienes, pero sin motivo —posó las manos en su acalorado rostro y las deslizó lentamente hacia atrás para acariciarle la espesa cabellera—. Solo te haré daño una vez y eso solo porque es inevitable.
—¿Qué... por qué?
Nicholas tensó la mandíbula.
—Tal vez no te duela después de todo. ¿Se trata de eso?
—¿Qué es eso? —gritó Miley algo nerviosa—. Me gustaría que no jugaras a las adivinanzas cuando estoy ya tan confusa que apenas puedo pensar.
Con uno de sus súbitos cambios de humor, hizo caso omiso de la cuestión encogiéndose fríamente de hombros.
—No importa—contestó tajantemente—. No me importa lo que hicieras con Bainbridge. Eso fue antes.
—¿Antes? —repitió Miley en tonos crecientes de incomprensión frustrada—. ¿Antes de qué?
—Antes de mí —aclaró de manera cortante—. Sin embargo, creo que debes saber por adelantado que no toleraré que me pongas los cuernos. ¿Está claro?
Miley se quedó boquiabierta.
—¡Ponerte los cuernos! ¡Estás loco! ¡Loco de atar!
Sus labios trazaron casi una sonrisa.
—Ya hemos quedado de acuerdo en eso.
—Si continúas lanzando indirectas insultantes —le advirtió Miley—, me voy arriba a refugiarme en mi habitación.
Nicholas bajó la mirada hasta los tormentosos ojos zarcos y reprimió la súbita necesidad de abrazarla y volver a devorar su boca.
—Muy bien, hablaremos de algo mundano. ¿Qué está preparando la señora Craddock?
A Miley le pareció que el mundo, y todos en él, giraba en una dirección, mientras ella giraba constantemente en la contraria, mareada y perdida.
—¿La señora Craddock? —le interrogó, mirándole sin comprender nada.
—La cocinera. Ya veo que has olvidado su nombre. También sé que O’Malley es tu criado favorito —sonrió—. Ahora dime, ¿qué está preparando la señora Craddock para cenar?
—Ganso —respondió Miley intentando recuperar el equilibrio—. ¿Es... es aceptable?
—Perfecto. ¿Cenaremos en casa?
—Yo sí —respondió, deliberadamente evasiva.
—En ese caso, naturalmente, yo también.
Miley se dio cuenta con perplejidad de que él ya estaba representando el papel de marido.
—Entonces informaré a la señora Craddock —anunció y se dio media vuelta en un trance de confusión.
Nicholas había dicho que se sentía atraído por ella, que quería casarse con ella. Imposible. Si tío Charles muriera, tendría que casarse con él. Si se casaba ahora con él, tal vez tío Charles encontrara la voluntad para vivir. Y los niños, Nicholas quería niños. Ella también los quería, y mucho. Quería algo a lo que amar. Tal vez pudieran ser felices juntos; Nicholas podía ser tan encantador y atractivo a veces, había ocasiones en las que su sonrisa la hacía sentir como si fuera ella quien sonriera. Le había dicho que no le haría daño... Había cruzado media habitación cuando la voz serena de Nicholas la detuvo.
—Miley...
Miley se volvió automáticamente hacia él.
—Creo que ya has tomado una decisión sobre nuestro matrimonio. Si es sí, deberíamos ver a Charles después de cenar y decirle que estamos fijando la fecha de nuestra boda. Le gustará oírlo y, cuanto antes se lo digamos, mejor.
Miley se percató de que Nicholas insistía en saber si pretendía casarse con él. Miró desde el otro lado de la habitación al hombre atractivo, enérgico y dinámico y el momento pareció congelarse en el tiempo. ¿Por qué le parecía que él estaba tenso mientras esperaba la respuesta? ¿Por qué tenía que pedirle que se casara con él como si fuera una propuesta de negocio?
—Yo... —empezó Miley impotente, mientras la dulce y formal proposición de Andrew le venía de repente a la mente: «Di que te casarás conmigo. Miley. Te quiero. Siempre te querré...».
Levantó la barbilla en un gesto de enojada rebeldía. Al menos Nicholas Fielding no pronunciaba palabras de amor que no sentía. No obstante, tampoco le había pedido en matrimonio con ninguna muestra de afecto sentimental, así que aceptó su proposición del mismo modo frío en que se lo había pedido. Miró a Nicholas y asintió de manera formal.
—Se lo contaremos después de cenar.
Miley habría jurado que la tensión pareció abandonar el rostro y el cuerpo de Nicholas.


Técnicamente, era la noche de su compromiso y Miley decidió aprovechar la ocasión para intentar establecer un mejor modelo de futuro. La mañana del duelo, Nicholas había dicho que le gustaba su risa. Si, como sospechaba, estaba tan solo y vacío por dentro, como siempre le había parecido, entonces tal vez pudieran iluminar mutuamente sus vidas. Descalza, de pie ante el armario abierto, repasaba sus preciosos vestidos, intentando decidir qué ponerse en aquella falsamente festiva ocasión. Al final se decidió por un vestido de chifón de color aguamarina con una falda salpicada de brillantes lentejuelas doradas y un collar de aguamarinas engarzadas en oro que Nicholas le había regalado la noche de su puesta de largo. Ruth le cepilló el pelo hasta dejarlo brillante, luego le hizo raya en medio y lo dejó caer en lustrosas ondas que enmarcaban el rostro de Miley y se derramaban sobre los hombros y sobre la espalda. Cuando Miley estuvo satisfecha con su aspecto, salió de la habitación y bajó al estudio. Era evidente que Nicholas había seguido el mismo impulso, pues su esbelta figura estaba formalmente vestida con un traje de terciopelo burdeos de corte inmaculado, un chaleco de brocado blanco y unos gemelos de rubí que centelleaban en sus puños.
Estaba sirviendo champán en una copa cuando levantó la mirada, la vio y la repasó con atrevidos ojos y una indisimulada apreciación masculina. El orgullo de propietario se traslucía en su posesiva mirada y el estómago de Miley saltó nerviosamente al verlo. Nunca antes le había mirado así, como si ella fuera un sabroso bocado y él planeara devorarla a su antojo.
—Tienes la desconcertante habilidad de parecer una niña encantadora y al instante siguiente una mujer increíblemente tentadora.
—Gracias —respondió Miley de manera insegura—, creo.
—Pretendía ser un cumplido —le aseguró con una ligera sonrisa—. No suelo ser tan torpe con los cumplidos como para que no se puedan reconocer como tales. En el futuro intentaré esmerarme.
Afectada por aquella pequeña indicación de que intentaba cambiar para complacerla. Miley le observó derramar hábilmente el burbujeante líquido en dos copas. Le ofreció una y empezaba a volverse para dirigirse hacia el sofá cuando la hizo volver, colocándole la mano en el brazo desnudo. Con la otra mano abrió la tapa de un gran joyero de terciopelo que descansaba junto a su copa y sacó una triple ristra de las más grandes y fabulosas perlas que Miley había visto en su vida. Se volvió sin palabras hacia el espejo que estaba encima de la mesa auxiliar y se retiró hacia un lado el largo cabello. Los dedos de Nicholas le transmitieron un leve cosquilleo por la columna vertebral cuando le quitó las aguamarinas y le colocó el amplio y pesado collar de perlas alrededor del esbelto cuello.
En el espejo. Miley observaba sus rasgos sin expresión, mientras le abrochaba el cierre de diamante en la nuca, luego levantó los ojos hasta encontrarse con los de ella, estudiando el collar de perlas de su garganta.
—Gracias —empezó a decir torpemente, volviéndose—. Yo...
—Preferiría que me dieras las gracias con un beso —le indicó Nicholas con paciencia.
Miley se puso de puntillas y, obediente pero tímidamente, le dio un beso en su lisa y recién afeitada mejilla. Algo en el modo en que le dio las perlas y fríamente esperaba un beso a cambio la preocupó mucho... era como si él comprara sus favores, empezando con un beso a cambio de un collar. Esa idea se confirmó de forma funesta cuando Nicholas comentó acerca del beso:
—Ese no es un beso adecuado para tan hermoso collar —y la besó en los labios con una súbita y exigente insistencia.
Cuando la soltó, le sonrió burlonamente mirándola a los aprehensivos ojos azules.
—¿No te gustan las perlas, Miley?
—¡Oh, sí, de verdad! —respondió nerviosamente, enojada consigo misma por su incapacidad para controlar sus est/úpidas y veleidosas lágrimas.
—Nunca había visto unas tan bonitas como estas. Ni siquiera las de lady Wilheim son tan grandes. Estas están hechas para una reina.
—Pertenecieron a una princesa rusa, hace un siglo —le explicó y a Miley le conmovió raramente que él la creyera digna de semejante collar de princesa.
Después de cenar, subieron la escalera para ver a Charles. Su alegría cuando le comunicaron tranquilamente su decisión de seguir adelante con los planes de boda le quitó años del rostro y cuando Nicholas pasó cariñosamente el brazo por los hombros de Miley, el inválido postrado en cama se puso a reír con auténtico regocijo. Parecía tan contento, tan confiado en que estaban haciendo lo correcto, que Miley casi lo creyó también.
—¿Cuándo será la boda? —preguntó de repente Charles.
—Dentro de una semana —anunció Nicholas, haciéndose merecedor de una mirada de sorpresa por parte de Miley.
—¡Excelente, excelente! —aseguró Charles con una sonrisa radiante—. Para entonces pretendo estar lo bastante bien como para asistir.
Miley se disponía a protestar, pero los dedos de Nicholas se aferraron a su brazo, advirtiéndola que no discutiera.
—¿Y qué tienes aquí, querida? —preguntó Charles, dirigiendo otra sonrisa hacia el collar que lucía en su garganta.
Miley acarició automáticamente el objeto que Charles estaba mirando.
—Nicholas me lo ha regalado esta noche, para sellar nuestro tra... compromiso —le explicó.
Cuando concluyó su entrevista con Charles, Miley se excusó alegando que estaba agotada y Nicholas la acompañó hasta la puerta de su habitación.
—Te preocupa algo —afirmó con calma—. ¿Qué es?
—Entre otras cosas, me siento fatal por casarme antes de que pase el período de luto por la muerte de mis padres. Me siento culpable cada vez que acudo a un baile. He tenido que dar evasivas acerca de la fecha de la muerte de mis padres para que la gente no sepa que soy una hija irrespetuosa.
—Has hecho lo que tenías que hacer y tus padres lo entenderán. Casándote conmigo inmediatamente, le estás dando a Charles una razón para vivir. Ya has visto cómo ha mejorado su aspecto al decirle que habíamos fijado fecha para la boda. Además, la idea de acortar tu período de luto fue mía, no tuya, así que no tienes ninguna participación en este asunto. Si has de culpar a alguien, cúlpame a mí.
De manera lógica Miley sabía que tenía razón y cambió de tema.
—Dime —dijo con una sonrisa levemente acusatoria—, ahora que acabo de descubrir que hemos decidido casarnos en una semana, ¿podrías decirme dónde hemos decidido casarnos?
Touché —sonrió—. Muy bien, hemos decidido casarnos aquí.
Miley movió enfáticamente la cabeza.
—Por favor, Nicholas, ¿no podríamos casarnos en la iglesia, en la pequeña iglesita del pueblo que vi cerca de Wakefield? Podríamos esperar un poco más hasta que el tío Charles esté en condiciones de hacer el viaje.
Observó sorprendida una mirada de fría revulsión al mencionar la iglesia, pero al cabo de un momento de vacilación, aceptó con un breve gesto afirmativo.
—Si lo que quieres es un casamiento en la iglesia, nos casaremos aquí en Londres, en una iglesia lo bastante grande como para acomodar a todos los invitados.
—Por favor, no... —estalló Miley, posando de modo inconsciente la mano en su manga—. Estoy muy lejos de América, milord. La iglesia de Wakefield sería mejor; me recuerda a una de mi hogar y desde que era una niña he soñado con casarme en una pequeña iglesia de pueblo...
Ella soñaba con casarse en una pequeña iglesia de pueblo con Andrew, se percató Miley con retraso, y deseó no haber pensado nunca en la iglesia.
—Quiero que nos casemos en Londres, ante la buena sociedad —expresó Nicholas tajantemente—. Sin embargo, lleguemos a un acuerdo —le ofreció—. Nos casaremos en la iglesia aquí en Londres y luego iremos a Wakefield para hacer una pequeña celebración.
Miley apartó la mano de su manga.
—Olvida que mencioné lo de la iglesia. Invita a todo el mundo a casa. Sería casi una blasfemia entrar en una iglesia y sellar lo que no es más que un frío acuerdo de negocios —con un malo intento chistoso, añadió—: Mientras estuviéramos prometiendo amarnos y respetarnos, yo temería que me cayera un rayo.
—Nos casaremos en una iglesia —anunció Nicholas de manera cortante, atajando su diatriba—. Y si nos cae un rayo, yo cubriré los gastos del nuevo tejado.


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