lunes, 3 de febrero de 2014

Para Siempre-Capitulo 16

Capitulo 16

La tarea de seleccionar los mejores entre el número creciente de pretendientes de Miley, con el fin de preparar una lista, le resultó a Charles mucho más difícil que la última vez. Al final de la semana siguiente, la casa de Upper Brook Street estaba invadida de ramos de flores que traían un desfile de ansiosos caballeros, todos ellos deseosos de conseguir sus favores.
Incluso el elegante francés, el marqués de Salle, cayó bajo su hechizo, no a pesar de la barrera del lenguaje, sino debido a ella. Apareció en la casa un día en compañía de su amigo, el barón Arnoff, y otro amigo que se había detenido a hacerle una visita matutina a Miley.
—Su francés es excelente —mintió el marqués con una galantería engolada y absurda mientras cambiaba sabiamente al inglés y se sentaba en la silla que le indicaban.
Miley lo miró y se rió incrédula.
—Es malísimo —declaró compungida—. Los tonos nasales que se usan en francés me parecen casi tan difíciles de imitar como los tonos guturales usados por los apaches.
—¿Apache? —inquirió educadamente—. ¿Qué es eso?
—Es el idioma que habla una tribu de indios americanos.
—¿Salvajes americanos? —repitió el barón ruso, un legendario jinete del ejército ruso. Su expresión de aburrimiento cambió por otra de interés—. He oído decir que esos salvajes son extraordinarios jinetes. ¿Es cierto?
—Solo he conocido a un indio, barón Arnoff, y era muy viejo y educado, nada salvaje. Mi padre lo encontró en el bosque y lo trajo a casa para devolverle la salud. Se llamaba Río Raudo y era una especie de ayudante de mi padre. Sin embargo, respondiendo a su pregunta, aunque solo era medio apache, era un magnífico jinete. Yo tenía doce años cuando lo vi por primera vez demostrar sus habilidades y me quedé sin habla, maravillada. No usaba silla y...
—¡Sin silla! —exclamó el barón.
Miley negó con la cabeza.
—Los apaches no la usan.
—¿Y qué tipo de habilidades tenía? —preguntó el marqués, más interesado en su embriagador rostro que en sus palabras.
—Una vez. Río Raudo me hizo colocar un pañuelo en medio de un campo; luego cabalgó hacia él a galope tendido. Cuando casi estaba allí, soltó las riendas del todo, se inclinó hacia un lado y cogió el pañuelo mientras el caballo aún corría. También me enseñó a hacerlo —admitió, riendo.
Impresionado, el barón dijo:
—Tendría que verlo para creerlo. Supongo que no podrá demostrarme cómo se hace.
—No, lo siento. El caballo debe estar entrenado primero al estilo apache.
—Tal vez pudiera enseñarme una palabra o dos en apache —le pinchó el marqués con una sonrisa persuasiva— y yo podría enseñarle francés.
—Su oferta es muy amable —respondió Miley—, pero no sería justa, pues yo tengo mucho que aprender y poco que enseñar. Recuerdo muy pocas palabras de las que me enseñó Río Raudo.
—¿Podría enseñarme una frase? —la incitó, sonriendo ante sus ojos centelleantes.
—No, realmente...
—Insisto.
—Muy bien —capituló Miley con un suspiro—, si insiste. —Pronunció una frase con tonos guturales y miró al marqués—. Ahora, intente repetirla.
El marqués la captó a la perfección al segundo intento y sonrió de placer.
—¿Qué significa? —le preguntó—. ¿Qué he dicho?
—Dijo —respondió Miley con una mirada de disculpa—: ese hombre está pisando mi águila.
—Pisando mí.... —El marqués, el barón y todos los demás que se encontraban reunidos en el salón dorado se mondaron de la risa.
Al día siguiente, el barón ruso y el marqués francés regresaron para unirse a las filas de los pretendientes de Miley, aumentando inmensamente su prestigio e incrementando su popularidad.
Doquiera que se encontrara Miley en la casa, había risas y el sonido de una animada alegría. Sin embargo, en el resto de la casa había una tensión amenazadora y tensa que partía de lord Fielding y extendía sus tentáculos alrededor de todos los demás. A medida que pasaban las semanas y el número de pretendientes de Miley se duplicaba y reduplicaba, el humor de Nicholas pasaba de amenazador a asesino. Allí donde fuera, veía algo que le molestaba. Reprendió a la cocinera por preparar su comida favorita demasiado a menudo, castigó a una doncella porque encontró una mota de polvo en la barandilla, amenazó con despedir a un criado que había perdido un botón de la chaqueta.
En el pasado lord Fielding había sido un amo exigente y riguroso, pero también era razonable. Ahora, nada parecía satisfacerle y cualquier criado que se cruzase en su camino podía ser objeto del azote de su lengua cáustica. Por desgracia, cuanto más imposible se volvía, más rápida y esforzadamente trabajaban ellos y más nerviosos y torpes les ponía.
En otro tiempo sus casas se gobernaban de manera tan eficiente como máquinas bien engrasadas. Ahora los criados andaban a toda prisa, chocaban unos con otros en un apuro desesperado por completar sus tareas y evitar la ira inflamada de su amo. Como resultado del nervioso frenesí, un inestimable jarrón chino se cayó, se derramó un cubo de agua sobre la alfombra Aubusson del comedor y el caos general reinaba por toda la casa.
Miley era consciente de la tensión entre el personal, pero cuando con mucha cautela intentaba abordar el tema con Nicholas, este la acusaba de «intentar incitar la insurrección», luego lanzaba una airada diatriba sobre el ruido que sus visitas hacían mientras intentaba trabajar y el nauseabundo olor de las flores que le compraban.
Por dos veces Charles intentó discutir la segunda lista de pretendientes con él, solo para ser echado del estudio con cajas destempladas.
Cuando el propio Northrup recibió una severa reprimenda de Nicholas, toda la casa empezó a resquebrajarse de aterrorizada tensión. Todo acabó bruscamente al final de una tarde, al cabo de cinco semanas de la presentación en sociedad de Miley. Nicholas estaba trabajando en su estudio y llamó a Northrup, que se disponía a arreglar en un jarrón un ramo de flores recién llegado para Miley.
En lugar de hacer esperar a su malhumorado amo, Northrup corrió al estudio con el ramo en la mano.
—¿Sí, milord? —inquirió con aprensión.
—¡Qué bonito! —se burló Nicholas sarcástico—. ¿Más flores? ¿Para mí? —antes de que Northrup pudiera responder, Nicholas dijo de malos modos—: ¡Toda la maldita casa apesta a flores! Deshágase de ese ramo, dígale a Miley que quiero verla y tráigame esa maldita invitación para el asunto de Frigleys de esta noche. No recuerdo a qué hora empieza. Luego dígale a mi valet que me saque un traje de etiqueta para ir, a la hora que sea. ¿Bien? —le espetó— ¿A qué está esperando? ¡Muévase!
—Sí, milord. Enseguida.
Northrup salió corriendo al pasillo y chocó con O’Malley, a quien Nicholas acababa de reprender por no haber lustrado bien las botas.
—Nunca lo había visto así —susurró O’Malley a Northrup, que estaba poniendo el ramo en un jarrón antes de ir a buscar a lady Miley—. Su señoría me pidió té y luego me gritó porque debía haberle llevado café.
—Su señoría —comentó con altivez Northrup— no bebe té.
—Se lo dije cuando me lo pidió —respondió amargamente O’Malley—, y me dijo que era un insolente.
—Lo eres —replicó Northrup, fomentando la animadversión que desde hacía veinte años existía entre él y aquel criado irlandés. Tras dedicar una sonrisita de suficiencia a O’Malley, Northrup se alejó.
En el pequeño salón. Miley observaba con la mirada perdida la carta que acababa de recibir de la señora Bainbridge y las palabras se le borraban ante sus ardorosos ojos.

... no consigo encontrar un modo discreto de decirte que Andrew se ha casado con su prima en Suiza. Intenté advertirte de este probable acontecimiento antes de que te fueras a Inglaterra, pero preferiste no creerlo. Ahora que debes aceptarlo, te sugiero que busques un mando más adecuado para una muchacha de tu situación.

—¡No! ¡Por favor! —susurró Miley mientras todos sus sueños y esperanzas se hacían añicos y caían a sus pies, junto con su fe en todos los hombres. En su mente vio el atractivo y risueño rostro de Andrew cabalgando a su lado: «Nadie cabalga como tú, Miley...». Recordó su primer beso largo, el día de su decimosexto cumpleaños: «Si fueras mayor —le había susurrado con voz ronca—, te daría un anillo en lugar de una pulsera...».
—¡Mentiroso! —murmuró entrecortadamente—. ¡Mentiroso!
Lágrimas amargas anegaban sus ojos y se derramaban por sus mejillas, cayendo lentamente sobre el papel.
Northrup entró en el salón y canturreó:
—Lord Fielding desea verla en su estudio, milady, y lord Crowley acaba de llegar. Pregunta si le podría deparar...
La voz de Northrup se detuvo en un conmovido silencio mientras Miley levantaba sus encantadores y azules ojos llenos de lágrimas hacia los suyos; luego se puso de pie, tapándose la cara con las manos y pasó a su lado a toda velocidad. Se le escapó un sollozo grave y angustiado mientras corría por el pasillo y luego subía la escalera.
La mirada alarmada de Northrup la siguió por la larga escalera y luego automáticamente se inclinó y recogió la carta que se le había caído del regazo. A diferencia de los demás criados, que solo oían fragmentos de la conversación familiar, Northrup conocía mucho más, y nunca había creído, como creía el resto del personal, que lady Miley fuera a casarse con lord Fielding. Además, le había oído decir varias veces que tenía intenciones de casarse con un caballero de América.
Aguijoneado por una sensación de alarma, no de curiosidad, echó una mirada a la carta para ver qué noticia funesta había llegado para provocarle tan desgarradora aflicción. La leyó y cerró los ojos compartiendo su pena.
—¡Northrup! —atronó lord Fielding desde su estudio.
Como un autómata, Northrup obedeció las órdenes.
—¿Le ha dicho a Miley que quiero verla? —exigió Nicholas—. ¿Qué lleva ahí?, ¿es la nota de lady Frigley? Démela a mí —Nicholas tendió la mano entornando los ojos con impaciencia mientras el envarado mayordomo caminaba despacio, muy despacio, hacia su escritorio—. ¿Qué diablos le pasa? —preguntó quitándole la carta de la mano del criado—. ¿Qué son esas manchas?
—Lágrimas —aclaró Northrup, tieso y envarado, evitando sus ojos y centrándose en la pared.
—¿Lágrimas? —repitió Nicholas, entornando más los ojos ante las palabras confuso—. Esto no es la invitación, es... —El silencio llenaba la habitación mientras Nicholas por fin se daba cuenta de lo que estaba leyendo y respiraba hondo. Cuando acabó, Nicholas levantó su iracunda mirada hacia Northrup—. Ha hecho que su madre le diga que se ha casado con otra. ¡Ese débil hijo de pu/ta!
Northrup tragó saliva.
—Yo siento lo mismo —dijo con voz ronca.
Por primera vez en casi un mes, la voz de Nicholas carecía siquiera de un ápice de rabia.
—Iré a hablar con ella —anunció.
Empujó la silla hacia atrás y subió al dormitorio de Miley.
Como de costumbre, no respondió a su llamada, como de costumbre, Nicholas se tomó la libertad de entrar sin su permiso. En lugar de llorar sobre su almohada, Miley estaba mirando por la ventana, con la cara mortalmente pálida, los hombros tan tiesos que Nicholas casi podía sentir su doloroso esfuerzo por mantenerse erguida. Cerró la puerta detrás de él y vaciló, esperando que ella le dirigiera una de sus habituales reprimendas por entrar en su habitación sin ser invitado, pero cuando por fin habló, lo hizo con voz alarmantemente serena e impasible.
—Por favor, vete.
Nicholas no le hizo caso y fue hacia ella.
—Miley, lo siento... —empezó, pero se detuvo ante el destello de rabia que vio en sus ojos.
—¡Apuesto a que sí! Pero no te preocupes, milord, no tengo intenciones de quedarme aquí y seguir siendo una carga para ti.
Avanzó hacia ella, con la intención de abrazarla, pero Miley retrocedió de un salto como accionada por un resorte.
—¡No me toques! —susurró—. ¡No te atrevas a tocarme! No quiero que me toque ningún hombre y menos tú. —Respiró honda y temblorosamente, luchando obviamente por conservar el control, y luego continuó de forma entrecortada—. He estado pensando sobre cómo puedo cuidar de mí misma. Yo... Yo no soy tan inútil como crees —afirmó con orgullo—. Soy una excelente modista. Madame Dumosse, que hizo mis vestidos, mencionó más de una vez lo difícil que es encontrar trabajadoras aptas. Tal vez pueda darme trabajo...
—¡No seas ridícula! —espetó Nicholas, furioso consigo mismo por haberle dicho que era una inútil cuando llegó por primera vez a Wakefield y furioso con ella por echárselo en cara ahora, cuando él deseaba consolarla.
—¡Oh, pero es que soy ridícula! —exclamó con voz ahogada—. Soy una condesa sin un céntimo, ni casa, ni orgullo. Ni siquiera sé si soy lo bastante lista con la aguja como para...
—¡Basta! —la interrumpió tensamente Nicholas —. No te permitiré que trabajes como una vulgar modistilla y no se hable más. —Como se disponía a objetar, Nicholas la cortó—. ¿Así es como corresponderías a mi hospitalidad, humillando a Charles y humillándome a mí delante de todo Londres?
Miley se vino abajo y negó con la cabeza.
—Bien. Entonces no quiero oír más tonterías sobre trabajar para madame Dumosse.
—Entonces, ¿qué voy a hacer? —susurró buscando los ojos de Nicholas con los suyos llenos de dolor.
Una peculiar emoción parpadeó en los rasgos de Nicholas y su mandíbula se tensó como si estuviera reteniéndose para evitar decir algo.
—Haz lo que siempre hacen las mujeres —respondió con aspereza después de una larga pausa—. Casarse con un hombre que pueda proporcionarte el modo de vida al que empiezas a acostumbrarte. Charles ya ha recibido media docena de cartas pidiendo tu mano. Cásate con uno de esos hombres.
—No quiero casarme con alguien a quien no ame en absoluto —replicó Miley recuperando brevemente los ánimos.
—Cambiarás de opinión —pronosticó Nicholas con fría certidumbre.
—Tal vez lo haga —admitió Miley destrozada—. Querer a alguien duele demasiado, porque luego te traicionan y... ¡Oh, Nicholas, dime qué tengo de malo! —le pidió abriendo sus grandes ojos heridos y suplicantes—. Tú me odias y Andrew...
La contención de Nicholas se rompió. La abrazó y la apretó fuerte contra su pecho.
—No tienes nada de malo —susurró acariciándole el cabello—. Andrew es un débil est/úpido. Y yo soy aún más est/úpido.
—Andrew quiere a otra más que a mí —lloró Miley en sus brazos—. Y duele mucho saberlo.
Nicholas cerró los ojos y tragó saliva.
—Lo sé.
Miley le empapó la pechera de la camisa con sus lágrimas calientes y estas a su vez empezaron a derretir el hielo que durante años rodeaba el corazón de Nicholas.
Abrazando protector a Miley, esperó hasta que por fin cesó su llanto, luego pegó los labios a su sien y le dijo bajito:
—¿Recuerdas cuando en Wakefíeld me preguntaste si podíamos ser amigos?
Miley asintió, rozando sin pensar la mejilla contra su pecho.
—Eso me gustaría mucho —murmuró Nicholas con voz ronca—. ¿Me darías una segunda oportunidad?
Levantando la cabeza. Miley lo observó con recelo. Luego asintió.
—Gracias —dijo con una sonrisa apenas esbozada.

2 comentarios:

  1. Awwwwwwwwwwwww *-*
    que ternura este capítulo!!!
    me dio mucha pena Miley u.u maldito Andrew es un débil y estúpido xDD
    Y nick debería pedirle matrimonio pronto, porque es obvio que no quiere que Miley se case con nadie que no sea él, solamente que el no sabe que quiere casarse con ella, aún.
    definitivamente el tío Charles debería darle un buen golpe a nick para que deje de ser estúpido xDD
    bueno... sube pronto porfasss, cuidate, besis bye ♥

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  2. Si tu supieras lo mucho que amo esta novela subirías cada segundo, pobre miley andrew es un pendejo (Algo me dice que es mentira todo eso por que nunca le mandaban las cartas de miley) charles debería golpear con un martillo a nicholas por menso, aunque me gustaria que algun hombre llegara por miley con eso le dan celos a nick, ya quiero el primer momento niley, lo espero con ansias, POR FAVORRRR TE LO RUEGO DE RODILLAS, NO TE DEMORES EN SUBIR PLEASEEEEEEEEEEEEEEEE♡ es una de las pocas novelas niley buenas que hay Bless♡♡♡

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