domingo, 30 de marzo de 2014

Para Siempre-Capitulo 31

Capitulo 31



En el primer mes de su aniversario de boda, llegó un mensaje que requería que Nicholas viajara a Portsmouth, donde uno de sus barcos acababa de llegar a puerto.
La mañana de su partida, se despidió de Miley con un beso en la escalera de Wakefield Park con tanto ardor como para hacerla sonrojarse y obligar al cochero a reprimir una risa.
—Me gustaría que no tuvieras que irte —se lamentó Miley apretando el rostro contra su musculoso pecho, rodeándole la cintura con los brazos—. Seis días parecen una eternidad y me sentiré horriblemente sola sin ti.
—Charles estará aquí para hacerte compañía, querida —anunció, sonriéndole y ocultando su propia reticencia a marcharse—. Mike Farrell está a un paso y puedes visitarle. O podrías hacer otra visita a tu bisabuela. Estaré en casa el martes a tiempo para cenar.
Miley asintió y se puso de puntillas para besar su mejilla recién afeitada.
Con gran determinación, se mantuvo tan ocupada como pudo durante aquellos seis días, trabajó en el orfanato y supervisó la casa, pero el tiempo parecía alargarse. Las noches eran aún más largas. Pasaba las veladas con Charles, que había ido de visita, pero cuando subía a su dormitorio, el reloj parecía detenerse.
La noche antes del día señalado para el regreso de Nicholas, vagaba por la habitación, intentando evitar meterse en su solitaria cama. Entró en la habitación de Nicholas, sonriendo ante el contraste entre su mobiliario masculino de aspecto fornido y oscuro y su propia habitación, que estaba decorada al estilo francés, con sutiles cortinajes de seda y cortinas para su cama con dosel de color rosa y dorado. Acarició cariñosamente con el dedo las incrustaciones de oro del mango de sus cepillos. Luego volvió a regañadientes a su propia habitación y por fin se quedó dormida.
Se despertó al alba del día siguiente, con el corazón alborotado y empezó a planear una comida especial para el regreso al hogar de Nicholas.
El anochecer se desdibujó en el crepúsculo y por último en una oscuridad helada y salpicada de estrellas mientras aguardaba en el salón, atenta al sonido del coche de Nicholas en el camino.
—¡Ya ha vuelto, tío Charles! —exclamó encantada, mirando por la ventana las lámparas del coche que se movían por el camino en dirección hacia la casa.
—Debe de ser Mike Farrell. Nicholas no llegará hasta dentro de una hora o dos —le dijo, sonriéndole cariñosamente mientras ella empezaba a alisarse las faldas—. Sé cuánto tarda en hacer este viaje y ya está acortando un día para poder regresar esta noche en lugar de mañana.
—Supongo que tienes razón, son solo las siete y media y le pedí al capitán Farrell que viniera a cenar con nosotros a las ocho —su sonrisa desapareció cuando el carruaje se detuvo ante la casa y se dio cuanta de que no era el lujoso coche de Nicholas—.Creo que pediré a la señora Craddock que retrase la cena —estaba diciendo esto cuando Northrup apareció en el umbral de la puerta del salón, con una mirada peculiar y tensa en su austero rostro.
—Hay un caballero que desea verla, milady —anunció.
—Un tal señor Bainbridge de América.
Miley se cogió débilmente al respaldo de la silla más cercana y los nudillos se le quedaron blancos mientras apretaba la mano.
—¿Le digo que pase ?
Miley asintió entrecortadamente, intentando recuperar el control sobre la violenta oleada de resentimiento que le estremeció al recordar su cruel rechazo, rezando para que pudiera mirarlo a la cara sin demostrarle cómo se sentía. Estaba tan afligida por sus propias emociones que no notó la repentina palidez de la cara de Charles o el modo en que se levantó despacio y se encaminó hacia la puerta como si se preparase para encontrarse con un pelotón de fusilamiento.
Al cabo de un instante, Andrew entró por la puerta, con pasos largos y vivos, sonriendo; su rostro era tan atractivamente familiar que el corazón de Miley gritó de protesta contra su traición.
Se detuvo delante de ella, miró a la elegante y joven belleza que tenía ante él, con el seductor vestido de seda que ceñía sus opulentas curvas y el cabello desparramado como una cascada sobre sus hombros.
—Miley —exclamó mirándola a los ojos profundamente azules. Sin previo aviso, alargó los brazos, atrayéndola casi bruscamente a sus brazos y enterrando el rostro en su fragante cabello—. Había olvidado lo hermosa que eres —susurró entrecortadamente, estrechándola más fuerte.
—¡Eso es obvio! —replicó Miley, recuperándose de su repentina parálisis y apartando sus brazos. Le contempló, sorprendida de su desfachatez al atreverse a presentarse en su casa y abrazarla con una pasión que nunca antes le había demostrado—. Parece ser que olvidas a la gente con mucha facilidad —añadió con displicencia.
Para su mayor incredulidad, Andrew se echó a reír.
—Estás furiosa porque he tardado dos semanas más en venir a buscarte que lo que te escribí en mi carta que tardaría, ¿verdad? —sin esperar respuesta, continuó—: Mi barco se extravió de su ruta una semana después de zarpar y tuvimos que detenernos en una isla para hacer reparaciones —colocando cariñosamente el brazo alrededor de los hombros rígidos de Miley, se volvió hacia Charles y le tendió la mano, sonriendo—. Usted debe de ser Charles Fielding —dijo con simpatía no fingida—. Nunca le agradeceré lo bastante que cuidara de Miley hasta que yo pudiera venir a buscarla. Naturalmente quiero reembolsarle todos los gastos que haya tenido por ella, incluido este delicioso vestido que lleva.
Se dirigió hacia Miley.
—Odio tener que darte prisa, Miley, pero he reservado pasaje en un barco que se va dentro de dos días. El capitán del barco ya ha consentido en casarnos...
—¿Carta? —le interrumpió Miley, sintiéndose violentamente mareada—. ¿Qué carta? No me has escrito ni una sola palabra desde que salí de casa.
—Te he escrito varias cartas —le explicó frunciendo el ceño—. Como te explicaba en mi última carta, seguí escribiéndote a América porque mi entrometida madre nunca me envió tus cartas, así que yo no sabía dónde estabas en Inglaterra.Miley, te conté todo esto en mi última carta, la que te envié aquí a Inglaterra a través de un mensajero especial.
—¡No he recibido ninguna carta! —insistió en un tono cada vez más nervioso.
El enfado modificó la sonrisa de Andrew.
—Antes de irnos, haré una visita a cierta compañía de Londres a la que se le pagó una pequeña fortuna para que se asegurara de que mis cartas se os entregaban personalmente a ti y a tu primo el duque. ¡Quiero oír lo que tienen que decir en su defensa!
—Dirán que me las entregaron a mí—dijo llanamente Charles.
Miley sacudió violentamente la cabeza, su mente se percataba de que su corazón no podía soportar creer eso.
—No, tú no recibiste ninguna carta, tío Charles. Estás equivocado. Estás pensando en la que recibiste de la madre de Andrew... en la que me decía que se había casado.
Los ojos de Andrew centellearon de rabia al ver la expresión de culpa en la cara del anciano. Cogió a Miley por los hombros.
—¡Miley, escúchame! Te escribí una docena de cartas mientras estuve aquí en Europa, pero te las envié a América. No me enteré de la muerte de tus padres hasta que regresé a casa hace dos meses. A partir del día en que tus padres murieron, mi madre dejó de enviarme tus cartas. Cuando llegué a casa, me dijo que tus padres habían muerto y que a ti te habían llevado a Inglaterra con algún pariente rico que te había ofrecido matrimonio. Dijo que no tenía ni idea de dónde ni cómo encontrarte. Yo te conozco mejor que eso para creer que tú me habías dado la patada solo para casarte con un viejo y rico primo con un título. Tardé un poco, pero por fin localicé al doctor Morrison y me dijo la verdad y me dio tu dirección.
»Cuando le dije a mi madre que venía aquí a buscarte, admitió el resto de su duplicidad. Me contó que te había escrito una carta diciéndote que me había casado con Madeline en Suiza. Entonces, de repente tuvo uno de sus "ataques". Salvo que esta vez resultó ser real. No podía dejarla mientras se debatía entre la vida y la muerte, así que os escribí a ti y a tu primo... —le dirigió una mirada asesina a Charles— ... que por alguna razón no te habló de mis cartas. En ellas explicaba lo que había sucedido y os decía a cada uno que vendría a buscarte en cuanto pudiera.
Su voz se hizo más dulce cuando tomó la estupefacta cara de Miley entre las manos.
—Miley —dijo con una tierna sonrisa—, has sido el amor de mi vida desde el día en que te vi galopando por nuestros campos en aquel caballito indio de Rushing River's. No estoy casado, corazón.
Miley tragó saliva, intentó que su voz saliera más allá del doloroso nudo que tenía en la garganta.
—Yo sí.
Andrew retiró las manos de su rostro como si su piel le quemara.
—¿Qué has dicho? —exigió muy tenso.
—He dicho —repitió Miley en un susurro tortuoso mientras contemplaba su amado rostro—: Yo sí estoy casada.
El cuerpo de Andrew se tensó como si estuviera intentando soportar un golpe físico. Contempló desdeñosamente a Charles.
—¿Con él? ¿Con este viejo? ¿Te has vendido por un puñado de joyas y vestidos, es eso? —exclamó furioso.
—¡No! —casi gritó Miley, negando la cabeza con rabia, dolor y pena.
Charles habló por fin, con una voz carente de expresión y el rostro en blanco.
—Miley está casada con mi sobrino.
—¡Con su hijo! —le soltó Miley.
Se dio media vuelta; odiaba a Charles por su engaño y odiaba a Nicholas por haber colaborado con él.
Las manos de Andrew se cerraron en sus brazos y sintió su angustia como si fuera propia.
—¿Por qué? —le preguntó, zarandeándola—. ¿¡Por qué!?
—La culpa es mía —aclaró Charles lacónicamente. Se puso en pie, mirando a Miley, suplicándole en silencio su comprensión—. He temido esta hora de la verdad desde que llegaron las cartas del señor Bainbridge. Ahora que ha llegado el momento, es peor de lo que había imaginado.
—¿Cuándo recibiste esas cartas? —inquirió Miley, pero en su corazón ya sabía la respuesta y eso se lo hacía añicos.
—La noche de mi ataque.
—¡De tu falso ataque! —corrigió Miley, con voz temblorosa de amargura y rabia.
—Exacto —confesó tensamente Charles, luego se dirigió hacia Andrew—. Cuando leí que venía a llevarse a Miley de nuestro lado, hice lo único que se me ocurrió: fingí un ataque al corazón y le supliqué que se casara con mi hijo para que tuviera a alguien que la cuidara.
—¡Bastardo! —le espetó Andrew con los dientes apretados.
—No espero que lo creas, pero sentía muy sinceramente que Miley y mi hijo podrían ser muy felices juntos.
Andrew apartó su feroz mirada de su adversario y miró a Miley.
—Ven a casa conmigo —le imploró desesperadamente—. No pueden obligarte a permanecer casada con un hombre al que no amas. No puede ser legal... ellos te han obligado. ¡Miley, por favor! Vuelve a casa conmigo y encontraré el modo de sacarte de esto. El barco zarpa dentro de dos días. Nos casaremos de cualquier modo. Nadie lo sabrá nunca...
—¡No puedo! —las palabras salieron en un desgarrador suspiro.
—Por favor...
Sus ojos se anegaron de lágrimas y negó con la cabeza.
—No puedo —dijo ahogadamente.
Andrew respiró hondo y lentamente se dio media vuelta.
La mano de Miley tendida hacia él en silenciosa e impotente súplica, cayó a su costado mientras Andrew salía de la habitación, de la casa, de su vida.
Transcurrió un minuto en un terrible silencio, luego otro. Agarrada a los pliegues del vestido, Miley los retorció hasta que los nudillos se le quedaron blancos, mientras la imagen del angustiado rostro de Andrew se hundía en su mente. Recordaba cómo se sintió cuando se enteró de que él se había casado, el tormento de arrastrarse día tras día, intentando sonreír mientras se estaba muriendo por dentro.
De repente, el ardiente dolor y la rabia hicieron erupción dentro de ella y se dio media vuelta hacia Charles en un furioso frenesí.
—¿Cómo has podido? —gritó—. ¿¡Cómo has podido hacer esto a dos personas que nunca hicieron nada para hacerte daño!? ¿Viste la expresión de su rostro? ¿Sabes lo mucho que le hemos herido? ¿Lo sabes?
—Sí —dijo Charles con voz ronca.
—¿Sabes cómo me sentí todas aquellas semanas en las que creí que me había traicionado y no tenía a nadie? ¡Me sentí como una mendiga en tu casa! ¿Sabes cómo me sentí, pensando que me estaba casando con un hombre que no me quería, porque no me quedaba otra opción...? —le falló la voz y le miró con los ojos tan cegados por las lágrimas que luchaba por contener que no vio la angustia en los de Charles.
—Miley—bramó Charles—, no culpes a Nicholas por esto. Él no sabía que yo estaba simulando el ataque, no sabía nada sobre la car...
—¡Mientes! —estalló Miley, con voz temblorosa.
—¡No, te lo juro!
Miley levantó la cabeza con los ojos centelleantes por las lágrimas, superada por la rabia ante aquel último insulto a su inteligencia.
—Si crees que voy a creeros una palabra de lo que me digáis... —calló, temerosa de la mortal palidez grisácea de la cara embelesada de Charles y salió de la habitación.
Subió la escalera, tambaleándose en su prisa cegada por las lágrimas y corrió por el vestíbulohasta las habitaciones. Una vez dentro, se inclinó contra la puerta cerrada, con la cabeza echada hacia atrás, los dientes tan apretados que le dolían las mandíbulas, luchando por controlar sus desbordadas emociones.
El rostro de Andrew, retorcido por el dolor, aparecía ante sus ojos fuertemente cerrados y gimió fuerte enferma de remordimiento. «Te quiero desde el día en que te vi galopando por nuestros campos en aquel caballito indio... ¡Miley, por favor! Vuelve a casa conmigo...»
Cayó en la cuenta de que no era más que una prenda en un juego que jugaban dos hombres egoístas y sin corazón. Nicholas sabía todo el tiempo que Andrew iba a venir, igual que sabía todo el tiempo que Charles había estado jugando a cartas la noche de su falso «ataque».
Miley se apartó de la puerta, se quitó el vestido y se puso un traje de montar. Si se quedaba una hora más en aquella casa, se volvería loca. No podía gritarle a Charles y correr el riesgo de tener su muerte sobre su conciencia. Y Nicholas... debía regresar aquella noche. Seguramente le clavaría un cuchillo en el corazón si lo veía ahora, pensó. Sacó una capa blanca de lana del armario y bajó corriendo la escalera.
—¡Miley, espera! —le gritó Charles mientras corría por la entrada hacia la parte traserade la casa.
Miley se dio media vuelta, con todo el cuerpo temblando.
—¡Aléjate de mí! —gritó, retrocediendo—. Me voy a Claremont. ¡Ya has hecho bastante!
—¡O’Malley! —rugió desesperadamente Charles en cuanto salió por la puerta.
—¿Sí, excelencia?
—No me cabe duda de que ha «oído» lo sucedido en el estudio...
El fisgón O’Malley asintió tristemente, sin molestarse en negarlo.
—¿Sabe montar?
—Sí, pero...
—Vaya tras ella —le ordenó Charles con prisa frenética—. No sé si ella se llevará un carruaje o montará su propio caballo, pero vaya tras ella. Usted le gusta, ella le escuchará.
—La señora no estará de humor para escuchar a nadie, y no puedo decir que sea culpa suya.
—¡Eso no importa, maldita sea! Si no regresa, al menos sígale a Claremont y asegúrese de que llega allí sana y salva. Claremont está a veinticuatro kilómetros al sur de aquí, por el camino del río.
—Suponga que se dirige a Londres e intenta irse con el caballero americano.
Charles se mesó sus grises cabellos, luego sacudió la cabeza con énfasis.
—No. Si hubiera querido irse con él, lo habría hecho cuando él se lo pidió.
—Pero yo no soy tan diestro con un caballo... no tanto como lady Miley.
—¡No podrá cabalgar rápido en la oscuridad. Ahora, vaya a los establos y vaya tras ella!
Miley ya salía sobre Matador, con Lobo corriendo a su lado, cuando O’Malley llegó como una exhalación a los establos.
—¡Espere, por favor! —voceó, pero ella no pareció oírle, y se inclinó más sobre el cuello del caballo, azuzando al poderoso caballo como alma que lleva el diablo.
—¡Ensilla al caballo más rápido que tengamos, rápido! —ordenó O’Malley a un mozo con los ojos fijos en el manto blanco de Miley que desaparecía por el serpenteante camino de Wakefield hacia la carretera principal.
Cuatro kilómetros pasaron volando bajo los atronadores cascos de Matador antes de que Miley lo frenase por el bien de Lobo. El noble perro corría junto a ella, doblando la cabeza, deseaba seguirla hasta que cayó muerto de cansancio. Esperó a que recuperase el aliento y estaba a punto de proseguir su precipitada huida cuando oyó el rumor de unos cascos detrás de ella y el ininteligible grito de un hombre.
Como no estaba segura de si le perseguía uno de esos bandoleros que acechan a los viajeros solitarios por la noche o Nicholas, que ya debería de haber regresado y decidido seguirla. Miley dirigió a Matador hacia el bosque que se extendía junto a la carretera y lo lanzó al galope a través de los árboles en una carrera zigzagueante con la intención de perder a quien estuviera persiguiéndola. Detrás de ella, su perseguidor acortó por la maleza y la seguía a pesar de sus esfuerzos por despistarlo.
El pánico y la furia aumentaban al mismo ritmo en su pecho cuando salió del escondite de árboles que tendría que haberla ocultado y espoleó a su caballo carretera abajo. Si era Nicholas quien andaba tras ella, moriría antes que dejarle derribarla cómo a un conejo. Le había engañado una vez más. ¡No, no podía ser Nicholas! No se había cruzado con su coche por el camino cuando se alejó de Wakefield al galope ni había visto ningún rastro de él antes de tomar el camino del río.
La ira de Miley se disolvió en un terror escalofriante. Se estaba aproximando al mismo río donde se había ahogado misteriosamente la otra chica. Se acordó de las historias del vicario sobre bandidos sanguinarios que acechaban a los viajeros por la noche, y echó una mirada petrificada por encima del hombro mientras galopaba hacia uno de los puentes que atravesaba en sinuoso río. Vio que su perseguidor la había perdido por un momento de vista al doblar una curva de la carretera, pero podía oír cómo se acercaba, siguiéndola con tanta seguridad como si le guiase una luz: ¡Su capa! Su capa blanca ondeaba tras ella como un faro en la oscuridad.
—¡Oh, santo Dios! —exclamó mientras los cascos de Matador repiqueteaban en el puente.
A su derecha había un sendero que corría paralelo a la ribera del río, mientras que la carretera continuaba recta. Frenó al caballo en seco, bajó de la silla y se desabrochó la capa. Rezando porque su estratagema diera resultado. Miley colgó la capa en la silla de montar, encaminó al caballo hacia el sendero de la orilla del río y azuzó fuerte a Matador en el flanco con la fusta, de modo que el caballo salió disparado río abajo. Con Lobo a su lado, corrió hacia el bosque que se extendía por encima del sendero y se acurrucó en la maleza con el corazón tronando en el pecho. Oteaba entre las ramas de los arbustos que la tapaban y vio al hombre desviarse hacia el camino que corría al lado de río, pero no pudo verle la cara.
No vio que Matador al final frenó su carrera, siguió al paso y luego bajó a beber al río. Tampoco vio que el río liberó su capa de la silla mientras el caballo bebía, y la arrastraba unos metros río abajo, donde se enredó entre las ramas de un árbol parcialmente sumergido.
Miley no vio nada de eso, porque ya estaba corriendo a través del bosque, en paralelo con la carretera principal, sonriendo para sí porque el bandido había caído en el mejor truco que Río Turbulento le había enseñado. Para engañar a un perseguidor, bastaba con enviar el caballo en una dirección y seguir a pie por el otro. Poner la capa sobre la silla había sido una ingeniosa improvisación de la propia Miley.
O’Malley frenó en seco su caballo junto a la montura sin jinete de Miley. Muy preocupado, miró a su alrededor para examinar la escarpada orilla que tenía detrás y por encima de él, en busca de algún rastro de Miley, pues creyó que el caballo debía de haberla tirado en algún lugar.
—¿Lady Miley? —gritó, barriendo con la vista un amplio arco por encima de la orilla detrás de él, el bosque a su izquierda y por último el río a su derecha... donde una capa blanca flotaba fantasmagóricamente en el agua, colgada de un árbol caído y medio sumergido—. ¡Lady Miley! —gritó de terror, saltando del caballo—. ¡Maldito caballo! —se lamentó, quitándose frenéticamente la chaqueta y las botas—. El maldito caballo la ha lanzado al río...
Corrió hasta el agua oscura y corriente y nadó hacia la capa.
—¡Lady Miley! —gritó sumergiéndose.
Salió a la superficie, gritó su nombre y respiró una bocanada de aire, luego volvió a sumergirse.


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Penultimo capitulo, comenten si quieren que le suba el final y la proxima novela!!!
BESOS.

1 comentario:

  1. disculpa la molestia, no puedo ver el final de para siempre, cuando abro la pagina dice que el blog no existe, me puedes ayudar? quiero ver el final!!!!!

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