Capitulo 25
Miley bajó decididamente a los establos a la mañana siguiente y esperó mientras le ensillaban el caballo. Su nuevo traje de montar negro tenía un corte precioso, con una chaqueta ceñida que le acentuaba los rotundos pechos y la fina cintura. El corbatín de la camisa le realzaba los vivos colores y los prominentes pómulos y llevaba el cabello recogido en la nuca en un elegante moño. El moño la hacía sentirse mayor y más sofisticada; le reafirmaba la mermada confianza en sí misma.
Aguardó en los establos, golpeando ociosamente la fusta contra su pierna; entonces sonrió al mozo de cuadras que le sacó un elegante caballo, con el pelaje negro brillante como la seda.
Miley contempló con maravillada admiración el magnífico caballo.
—Es hermoso, John. ¿Cómo se llama?
—Este es Matador —dijo el mozo—. Viene de España. Su señoría lo eligió para que usted lo montara hasta que llegue su nuevo caballo dentro de unas semanas.
Nicholas le había comprado un caballo, Miley se percató de lo que el palafrenero había dicho cuando le ayudaba a montar en la silla. No podía imaginar por qué Nicholas había sentido la necesidad de comprar otro caballo para ella cuando su establo tenía fama de albergar a la mejor caballería de Inglaterra. Sin embargo, era generoso por su parte, y muy típico de él, no molestarse en mencionarlo.
Frenó a Matador hasta ponerlo al paso al subir el empinado y sinuoso camino que conducía a la casa del capitán Farrell y dio un suspiro de alivio cuando el capitán salió al porche para ayudarla a desmontar.
—Gracias —dijo cuando sus pies estuvieron a salvo en el suelo—. Tenía la esperanza de encontrarle aquí.
El capitán Farrell le sonrió.
—Hoy pensaba cabalgar hasta Wakefield para ver con mis propios ojos cómo se encontraban Nicholas y usted.
—En ese caso —anunció Miley con una sonrisa triste— es mejor que no se tome la molestia.
—¿No hay ninguna mejora? —preguntó sorprendido, invitándola a entrar en su casa.
Llenó un hervidor de agua para el té y lo puso en el fuego.
Miley se sentó y sacudió sombríamente la cabeza.
—En realidad, todo va a peor. Bueno, no exactamente peor. Al menos Nicholas se ha quedado en casa esta noche pasada, en lugar de ir a Londres a visitar a su, ejem... bueno, ya sabe a lo que me refiero.
No planeaba tocar un tema tan íntimo. Solo pretendía hablar del ánimo de Nicholas, no de su relación más personal.
El capitán Farrell cogió dos tazas de un estante y la miró por encima del hombro con expresión perpleja.
—No, no sé a lo que se refiere.
Miley le dirigió una mirada profunda e incómoda.
—Sáquelo de una vez, niña. Puede confiar en mí. Debe saber que puede confiar en mí. ¿Con quién más podría hablar?
—Con nadie —admitió Miley con aflicción.
—Si lo que intenta decirme es tan difícil como esto, imagine que soy su padre... o el padre de Nicholas.
—Pero usted no es nada de eso. Y no estoy segura de si podría contar a mi propio padre lo que me está preguntando.
El capitán Farrell dejó las tazas y se volvió lentamente para mirarla desde el otro extremo de la habitación.
—¿Sabe la única cosa que no me gusta del mar? —cuando ella negó con la cabeza, respondió—: La soledad de mi camarote. A veces la disfruto, pero cuando me preocupa algo, como cuando siento que se avecina una mala tormenta, no hay nadie a quien pueda contarle mis temores. No puedo permitir que mis hombres sepan que tengo miedo o cundiría el pánico. Así que tengo que quedármelo para mis adentros, donde el temor crece de modo desproporcionado. A veces, cuando estaba fuera tenía la sensación de que mi esposa estaba enferma o en peligro y esa sensación me obsesionaba porque no había nadie que me convenciera de que era una estupidez. Si no puede hablar con Nicholas y no habla conmigo, nunca encontrará las respuestas a lo que está buscando.
Miley le miró con cariño.
—Es usted el hombre más amable que he conocido en mi vida, capitán.
—¿Entonces por qué no se imagina que soy su padre y me habla como le hablaría a él?
Mucha gente, incluso las mujeres, habían confiado todo tipo de asuntos al doctor Seaton sin sentirse azorada ni avergonzada, tenía que hablar con el capitán Farrell.
—Muy bien —respiró aliviada cuando él tuvo la consideración de volverse y ocuparse en la preparación del té. Era más fácil hablarle mientras estaba de espaldas—. En realidad, he venido a preguntarle si estaba seguro de que me contó todo lo que sabía sobre Nicholas. Pero, para responder a su pregunta, Nicholas se quedó en casa anoche por primera vez desde la última ocasión que nos vimos. Estuvo en Londres, sabe, para visitar a su... ejem... —respiró hondo y continuó con firmeza—, su amante.
El capitán Farrell enderezó la espalda, pero no se volvió
—¿Qué le hace pensar tal cosa? —preguntó despacio, bajando un azucarero.
—¡Oh!, estoy segura de ello. Los periódicos de ayer por la mañana así lo insinuaban. Nicholas estuvo fuera toda la noche, pero cuando regresó yo estaba desayunando y precisamente leyendo el periódico. Me sentí ofendida...
—Me lo imagino.
—Y casi perdí los nervios, pero intenté ser razonable. Le dije que era consciente de que los maridos considerados tienen queridas, pero que pensaba que debía ser discreto y...
El capitán Farrell se dio media vuelta y la miró con el azucarero en una mano y una jarra de leche en la otra.
—¿Le dijo que creía que era considerado por su parte tener una querida, pero que debía ser discreto?
—Sí. ¿Acaso no debí decirle eso?
—Lo más importante es ¿por qué lo dijo? ¿Por qué si no lo piensa?
Miley percibió la crítica en su voz y se puso algo tiesa.
—La señorita Wilson, Flossie Wilson, me explicó que en Inglaterra es costumbre de maridos considerados tener una...
—¿Flossie Wilson? —prorrumpió con incrédula consternación—. ¿Flossie Wilson? —repitió como si no pudiera dar crédito a sus oídos—. ¡Flossie Wilson es una solterona, por no decir que es una completa papanatas! ¡Una auténtica cabeza hueca! Nicholas la tenía en Wakefield, donde ayudaba a cuidar a Jamie cuando él estaba fuera, para que Jamie tuviera a una mujer amorosa a su lado. Flossie es amorosa, es cierto, pero la tontaina un día perdió al bebé. ¿Le ha pedido a una mujer como ella consejo sobre cómo conservar un marido?
—No se lo pedí, ella me ofreció la información —respondió Miley a la defensiva, sonrojándose.
—Siento haberle gritado, niña —se excusó rascándose el cogote—. ¡En Irlanda una esposa sacude a su marido con la sartén en la cabeza sí se va con otra mujer! Es mucho más sencillo, más directo y mucho más efectivo, estoy seguro. Por favor, siga con lo que está intentando explicarme. Dice que está enemistada con Nicholas...
—Preferiría no continuar —intentó zafarse con cautela Miley—. Creo que no debería haber venido. En realidad ha sido una idea malísima. Solo esperaba que pudiera contarme por que Nicholas se ha vuelto tan distante desde nuestra boda...
—¿Qué? —preguntó tensamente el capitán Farrell—, ¿qué quiere decir con «distante»?
—No sé cómo explicarlo.
Sirvió té en dos tazas y las cogió.
—Miley —dijo mientras fruncía el ceño al volverse—, ¿intenta decirme que ya no va a su lecho con frecuencia?
Miley se sonrojó y se miró las manos.
—En realidad, no ha estado allí desde nuestra noche de bodas... aunque mucho me temo que, después de que rompiera la puerta a la mañana siguiente cuando la cerré con llave...
Sin una palabra, el capitán Farrell se volvió de nuevo hacia el aparador, bajó las tazas de té y llenó dos vasos con whisky.
Se acercó y le plantó uno a Miley.
—Beba esto —le ordenó con firmeza—. Le resultará más fácil hablar; tengo intención de oír el resto del relato.
—Sabe, antes de que viniera a Inglaterra nunca había probado alcohol de ninguna clase, salvo el vino después de que murieran mis padres —explicó, encogiéndose de hombros ante el contenido del vaso y luego mirándolo mientras tomaba asiento—. Pero desde que he venido aquí, la gente me ha estado dando vino, brandy y champán, y diciéndome que lo bebiera porque me sentiría mejor. Y no hace que me sienta mejor ni lo más mínimo.
—Inténtelo —le ordenó.
—Lo he probado. Sabe, estaba tan nerviosa el día que nos casamos que intenté abandonar a Nicholas en el altar. Así que cuando llegamos a Wakefield, pensé que un poco de vino me ayudaría a afrontar el resto de la noche. Bebí cinco vasos durante la fiesta de la boda, pero solo sirvió para marearme cuando nosotros... cuando me fui a la cama esa noche.
—¿Debo entender que casi planta a Nicholas en el altar de una iglesia llena de conocidos suyos?
—Sí, aunque ellos no se dieron cuenta, Nicholas sí.
—¡Santo Dios! —susurró.
—Y en nuestra noche de bodas casi vomito.
—¡Santo Dios! —volvió a susurrar—. ¿Y a la mañana siguiente cerró con llave la puerta de su habitación?
Miley asintió, sintiéndose desgraciada.
—¿Y luego, ayer le dijo a Nicholas que pensaba que era muy considerado por su parte tener una querida? —cuando Miley volvió a asentir, el capitán Farrell la miró con muda fascinación.
—Anoche intenté enmendarlo —le informó a la defensiva.
—Me alivia oír eso.
—Sí, le ofrecí hacer lo que él quisiese.
—Eso debió de mejorar su humor ostensiblemente —aventuró el capitán Farrell con una débil sonrisa.
—Bueno, por un momento parecía que sí, pero cuando le dije que podíamos jugar al ajedrez o a cartas, se volvió...
—¿Le sugirió jugar al ajedrez? Por el amor de Dios, ¿por qué al ajedrez?
Miley le miró con sereno dolor.
—Intenté pensar en las cosas que mi madre y mi padre solían hacer juntos. Le habría sugerido un paseo, pero hacía un poco de frío.
Vacilando visiblemente entre la risa y la pena, el capitán Farrell movió la cabeza.
—Pobre Nicholas—se compadeció riendo entre dientes. Cuando Miley le miró de nuevo estaba mortalmente serio—. Le aseguro que sus padres hacían... ejem... otras cosas.
—¿Como qué? —indagó Miley, pensando en las noches que sus padres se sentaban uno al lado del otro a leer libros ante el fuego. Su madre cocinaba los platos favoritos de su padre y mantenía la casa limpia y sus ropas remendadas, pero Nicholas tenía un ejército de personas para hacer esas tareas domésticas, y lo hacían a la perfección. Miró al capitán Farrell, que se había sumido en un incómodo silencio—. ¿A qué tipo de cosas se refiere?—Me refiero al tipo de cosas íntimas que sus padres hacían cuando ustedes estuvieron en su cama —dijo bruscamente—, y ellos estaban en la suya.
Un recuerdo lejano desfiló por su mente, un recuerdo de sus padres de pie junto a la puerta del dormitorio de su madre y la voz suplicante de su padre mientras intentaba abrazar a su esposa... «No sigas rechazándome, Katherine. ¡Por el amor de Dios, no!»
Su madre estaba rechazando a su padre, se percató débilmente Miley. Y luego recordó lo herido y desesperado que su padre parecía esa noche y lo furioso que se había sentido con su madre por haberle herido. Sus padres eran amigos, eso es cierto, pero su madre no amaba a su padre. Katherine había amado a Charles Fielding y, como lo amaba, había echado a su marido de su cama tras el nacimiento de Dorothy.
Miley se mordió el labio, recordando lo solo que su padre parecía siempre. Se preguntó si todos los hombres se sentían solos, o tal vez lo que se sentían era rechazados, si sus esposas los echaban de sus camas.
Su madre no amaba a su padre, lo sabía, pero eran amigos. Amigos... De repente se dio cuenta que intentaba convertir a Nicholas en su amigo, tal y como había visto a su madre hacer con su padre.
—Usted es una mujer cariñosa, Miley, llena de vida y valentía. Olvide el tipo de matrimonios que ha visto entre la buena sociedad, son vacíos, insatisfactorios y superficiales. Piense en el matrimonio de sus padres. Eran felices, ¿verdad?
Su prolongado silencio hizo que el capitán Farrell frunciera el ceño y cambiara rápidamente de táctica.
—No importa el matrimonio de tus padres. Conozco a los hombres y conozco a Nicholas, así que quiero que recuerde una cosa. Si una mujer le cierra la puerta del dormitorio a su marido, él le cerrará su corazón. Eso hará, si es que tiene un poco de orgullo. Y Nicholas es muy orgulloso. No se postrará a sus pies ni le suplicará sus favores. Miley, usted se le ha negado, ahora es asunto suyo conseguir que comprenda que no desea seguir haciéndolo.
—¿Cómo se supone que debo hacer eso?
—Con sinceridad —respondió tajante—, no sugiriéndole que jueguen al ajedrez. Ni tampoco pensando que es considerado por su parte irse con otra mujer —el capitán Farrell se frotó los músculos de la nuca—. Nunca me había percatado de lo difícil que debe ser para un hombre criar a una hija. Hay cosas que son muy difíciles de hablar con el sexo opuesto.
Miley se levantó intranquila.
—Pensaré en lo que me ha dicho —prometió, tratando de ocultar su turbación.
—¿Puedo preguntarle algo? —le dijo, vacilante.
—Supongo que es justo —respondió Miley con una sonrisa encantadora, ocultando su terror—. Al fin y al cabo, yo le he hecho un montón de preguntas.
—¿Nadie le habló del amor en el matrimonio?
—No es el tipo de cosas que uno discute con nadie salvo con una madre —contestó Miley ruborizándose de nuevo—. Una oye hablar del deber conyugal, claro, pero de alguna manera que realmente no entiende...
—¡Deber! —exclamó con asco—. En mi país, una muchacha está ansiosa de que llegue su noche de bodas. Vaya a casa y seduzca a su marido, mi niña, y él se ocupará del resto. Después de eso no lo volverá a considerar un deber. ¡Conozco a Nicholas lo suficiente como para asegurárselo!
—Y si hago... hago lo que usted dice, ¿él volverá a ser feliz conmigo?
—Sí —afirmó el capitán Farrell sonriendo—. Y le hará feliz a su vez.
Miley dejó su intacto vaso de whisky.
—Sé muy poco sobre el matrimonio, menos sobre ser una esposa y absolutamente nada sobre la seducción.
El capitán Farrell miró a la exótica y joven belleza de pie ante él y le temblaron los hombros con una risa silenciosa.
—No creo que le cueste mucho seducir a Nicholas, querida. En cuanto se dé cuenta de que lo quiere en su cama, estoy seguro de que se sentirá más feliz que obligado.
Miley se arreboló como una rosa, sonrió débilmente y se encaminó hacia la puerta.
Cabalgó hasta casa montada en Matador, tan perdida en sus pensamientos que apenas era consciente del progreso del magnífico caballo. Cuando galopó hasta detenerse enfrente de Wakefíeld Park, estaba segura de al menos una cosa: no quería que Nicholas tuviera un matrimonio que le hiciera sentirse tan solo como su padre había estado.
Someterse a Nicholas en la cama no debía ser algo tan terrible, sobre todo si, en otras ocasiones, la volvía a besar de esa manera osada e íntima, apretando su boca a la suya y haciendo aquellas cosas impresionantes con su lengua que le hacían perder el sentido y le dejaban el cuerpo débil y encendido. En lugar de pensar en sus nuevos vestidos, como la señorita Flossie le había sugerido, cuando Nicholas estaba en la cama, pensaría en el modo en que solía besarla. Llegado a ese punto, incluso admitió para sí que le encantaban sus besos. Un hombre piadoso no hace ese tipo de cosas cuando está en la cama, pensó. Eso haría todo mucho más agradable. Es evidente que los besos eran para fuera de la cama, pero en la cama, los hombres hacían lo que tenían en mente todo el tiempo.
—¡No me importa! —soltó Miley con mucha determinación mientras el mozo de cuadra corría para ayudarla a desmontar. Estaba decidida a soportar todo lo que hiciera a Nicholas feliz y restaurar su antigua proximidad. Según el capitán Farrell, lo único que tenía que hacer era insinuar a Nicholas que quería compartir su lecho con él.
Entró en la casa.
—¿Está lord Fielding en casa? —le preguntó a Northrup.
—Sí, milady —respondió haciendo una reverencia—. Está en su estudio.
—¿Está solo?
—Sí, milady —Northrup hizo otra reverencia.
Miley le dio las gracias y bajó al zaguán. Abrió la puerta del estudio y entró silenciosamente. Nicholas estaba sentado en su despacho en el extremo opuesto de la gran habitación, con el perfil vuelto hacia ella, un fajo de papeles junto al codo y otro en la mano. Miley lo miró, miró al niño que había salido de su sórdida infancia y se había convertido en un hombre atractivo, rico y poderoso. Había amasado una fortuna y comprado fincas, perdonado a su padre y albergado a una huérfana de América. Y seguía estando solo. Aun trabajando, aun intentándolo.
«Te quiero», pensó, y la idea casi le hizo caer de rodillas. Había amado a Andrew, pero si eso era cierto, ¿por qué no había sentido nunca ese desesperado impulso de hacer feliz a Andrew? Amaba a Nicholas, a pesar de la advertencia de su padre, a pesar de la propia advertencia de Nicholas de que no quería su amor, solo su cuerpo. Qué raro que Nicholas tuviera lo único que no quería y no lo que quería. Estaba decidida a hacer que quisiera ambas cosas.
Atravesó la habitación, la gruesa alfombra Aubusson amortiguaba sus pisadas y se quedó de pie junto a su silla.
—¿Por qué trabajas tanto? —le preguntó en voz baja.
Se sobresaltó al oír su voz, pero no se volvió.
—Me gusta trabajar —respondió cortante—. ¿Quieres algo? Estoy muy ocupado.
No era un principio alentador y por una décima de segundo Miley pensó decir, de manera muy tajante, que quería que la llevara a la cama. Pero lo cierto es que no era tan audaz ni tenía tantas ganas como para subir a su habitación, sobre todo cuando él estaba de un humor más frío que el día de su boda. Con la esperanza de que mejorase su talante, dijo suavemente:
—Debes de tener horribles dolores de espalda, sentado todo el día así.
Hizo acopio de valor y le puso las manos en sus anchas espaldas con la intención de darle masaje con los dedos.
Todo el cuerpo de Nicholas se puso tieso en el instante en que ella le tocó.
—¿Qué estás haciendo? —inquirió.
—Pensé que podía darte un masaje en los hombros.
—Mis hombros no necesitan tus tiernos cuidados, Miley.
—¿Por qué me hablas de este modo? —le preguntó, se puso ante su escritorio y miró cómo sus manos se deslizaban presurosas por el papel, con una escritura enérgica y firme. Como él la ignoró, ella se sentó en una esquina de la mesa.
Nicholas dejó la pluma con enojo y se reclinó en la silla, estudiándola. Miley tenía la pierna junto a su mano y la columpiaba ligeramente mientras leía lo que había escrito. Contra su voluntad, sus ojos se desplazaron hacia los senos y siguieron hacia la insinuante curva de sus labios. Tenía una boca que suplicaba que la besaran y unas pestañas tan largas que hacían sombra en sus mejillas.
—Baja de mi escritorio y sal de aquí —soltó bruscamente.
—Como quieras —respondió alegremente su esposa y se puso en pie—. Solo he venido a decirte buenos días. ¿Qué quieres comer?
«A ti», pensó.
—Me da lo mismo.
—En ese caso, ¿quieres algún postre especial?
«Lo mismo que para comer», pensó.
—No —dijo, luchando contra las instantáneas y clamorosas exigencias de su cuerpo.
—Eres terriblemente fácil de complacer —atacó tentadora y extendió el dedo para trazar la línea de sus definidas cejas.
Nicholas le cogió la mano en el aire y la apartó con una fuerza de hierro.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? —le espetó.
Miley temblaba por dentro, pero se las arregló para encogerse de hombros.
—Siempre hay puertas entre nosotros. Pensé en abrir la puerta de tu estudio y ver lo que estabas haciendo.
—Hay algo que nos separa más que las puertas —replicó dejando caer su mano.
—Lo sé —admitió tristemente, bajando la mirada hasta sus enternecedores ojos azules.
Nicholas apartó la vista.
—Estoy muy ocupado —afirmó tajante y cogió unos papeles.
—Ya lo veo —observó con una extraña ternura en la voz—. Demasiado ocupado para mí —y se marchó en silencio.
A la hora de cenar Mileyentró en el salón con un vestido de seda de color melocotón casi transparente que se ceñía a todas sus curvas, marcando su voluptuoso cuerpo. Los ojos de Nicholas se convirtieron en dos pequeñas rayitas.
—¿Yo he comprado eso?
Miley vio cómo su mirada deambulaba por el atrevido escote del vestido de seda y sonrió.
—Claro que sí, yo no tengo dinero.
—No te lo pongas fuera de casa, es indecente.
—¡Sabía que te gustaría! —exclamó con una carcajada, notando de modo instintivo que le gustaba mucho o no le brillarían así los ojos.
Nicholas la miró como si no pudiera dar crédito a sus oídos, luego se volvió hacia los decantadores de cristal de la mesa.
—¿Quieres un poco de jerez?
—¡Cielos, no! —respondió con una risa—. Como ya debes de haber adivinado, el vino no va conmigo. Me pone enferma. Siempre me ha puesto así. Mira lo que pasó cuando bebí el día de nuestra boda.
Ignorando la importancia de lo que acababa de decir, Miley se volvió para examinar un valioso jarrón de la dinastía Ming que reposaba sobre una mesa dorada con incrustaciones de mármol, dando vueltas a una idea. Entonces se decidió a ponerla en práctica.
—Me gustaría ir a Londres mañana —anunció, caminando hacia él.
—¿Por qué?
Se sentó sobre el brazo del sillón en el que Nicholas acababa de sentarse.
—Para gastar tu dinero, claro está.
—No había caído en eso, te daré un poco —murmuró, turbado por la visión de su muslo junto a su pecho.
En la romántica luz de las velas, la fina seda parecía translúcida y del color de la carne.
—Aún me queda mucho dinero del que me has estado dando como paga todas estas semanas. ¿Vendrás a Londres conmigo? Después de ir de compras, podemos ir al teatro y quedarnos en la casa de la ciudad.
—Tengo una reunión aquí, a la mañana siguiente.
—Aún mejor—respondió sin pensarlo. Solos durante varias horas en el coche, tendremos mucho tiempo para conversar—. Volveremos a casa juntos mañana por la noche.
—No puedo perder tiempo —protestó con sequedad.
—Nicholas... —dijo con voz suave, extendiendo la mano para acariciar su rizado cabello negro.
Se levantó del sillón, la miró, amenazador, con voz enojada.
—¡Si necesitas dinero para usarlo en Londres, dilo! Pero deja de comportarte como una meretriz barata o te trataré como si lo fueras y acabarás en ese sofá con las faldas sobre la cabeza.
Miley le miró furiosamente humillada.
—¡Para tu información, preferiría ser una meretriz barata que un completo ciego e idi/ota como tú, que malinterpreta cualquier gesto que una hace y saca conclusiones erróneas!
Nicholas la miró.
—¿Qué se supone exactamente que significa eso?
Miley casi dio una patada de frustración e ira.
—¡Imagínatelo! ¡Eres muy bueno imaginando cosas, lástima que te equivoques! Pero te diré una cosa: ¡si fuera una meretriz, me moriría de hambre si las cosas dependieran de ti! Además, puedes cenar solo esta noche y fastidiar a los criados en lugar de fastidiarme a mí. Mañana me iré a Londres sin ti.
Y diciendo eso, Miley salió de la habitación, dejando a Nicholas mirándola, cejijunto y perplejo.
Miley entró como una exhalación en su habitación, se quitó el transparente vestido de seda y se puso la bata de satén. Se sentó frente al tocador y, mientras su ira se enfriaba, una astuta sonrisa adornó la generosa curva de sus labios. La mirada de sorpresa en el rostro de Nicholas cuando le dijo que se moriría de hambre si fuera una meretriz y las cosas dependieran de él, había sido casi cómica.
Haaaa JAJAJAJAJAJAJAJAJ MILEY ES UNA LOQUILLA, no puedo creer que nicholas no se de cuenta que miley lo quiere u.U quiero un momento especial, quiero que nicholas se deje llevar por el amor de miley, ¿Sabías que AMO esta nove? La amo tantooooooo, siguelaaaa babyyyyyy♡♡♡♡
ResponderEliminarMe encanta tu novela!! Siguela esta muy interesante. Porfin Nick y Miley juntos!!
ResponderEliminar*sorry el comentario era para el siguiente capitulo
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