viernes, 21 de marzo de 2014

Para Siempre-Capitulo 28

Capitulo 28



Miley fue a Londres y se quedó cuatro días, esperando contra todo pronóstico que Nicholas fuera tras ella, y sintiéndose cada vez más sola y más frustrada cuando no lo hizo. Asistió a tres musicales y a la ópera y visitó a sus amigos. Por la noche se quedaba despierta, tratando de comprender cómo un hombre podía ser tan cariñoso por la noche y tan frío durante el día. No podía creer que la viera solo como el conveniente receptáculo de su deseo. No podía ser cierto... no cuando parecía disfrutar tanto de su compañía durante la cena. Siempre se demoraba en cada plato, bromeando con ella, instándola a conversar sobre todo tipo de temas. Una vez incluso le hizo cumplidos por su inteligencia y su percepción. Muchas otras veces le había pedido su opinión sobre temas tan diversos como la colocación de los muebles en el salón, si debía o no despedir al administrador de fincas y contratar a un hombre más joven.
La cuarta noche, Charles la había acompañado al teatro y poco después regresó a la casa de Nicholas en Upper Brook Street con el propósito de cambiarse de ropa para el baile al que había prometido asistir esa noche. Iba a regresar a casa mañana por la mañana, decidió con una mezcla de exasperación y resignación; estaba dispuesta a ceder en su lucha de voluntades contra Nicholas y reanudar la batalla por su afecto en el frente del hogar.
Envuelta en un espectacular vestido de baile de revoloteante gasa plateada con lentejuelas, entró en la sala de baile con el marqués de Salle a un lado y el barón Arnoff al otro.
Las cabezas se volvieron cuando ella entró y Miley notó de nuevo el modo bastante peculiar en que la gente la miraba. La noche anterior había tenido la misma incómoda sensación. Apenas podía creer que la buena sociedad encontrara cualquier razón para criticarla simplemente porque estaba en Londres sin su marido. Además, las miradas que recibía de las damas y caballeros elegantes no eran de censura. La miraban con algo que parecía comprensión o tal vez piedad.
Caroline Collingwood llegó hacia el fin de la velada y Miley se la llevó a un rincón, con la intención de preguntarle si sabía por qué la gente se comportaba de modo tan raro. Antes de que tuviera la oportunidad de preguntárselo, Caroline le dio la respuesta.
—Miley —dijo preocupada—, ¿va todo bien... entre lord Fielding y tú, me refiero? Aún no estáis separados, ¿verdad?
—¿Separados? —repitió Miley sin reflexionar—, ¿Eso es lo que cree la gente? ¿Por eso me están mirando de modo tan extraño?
—No estás haciendo nada malo —se apresuró a tranquilizarla Caroline, dirigiendo una mirada de aprehensión a su alrededor para asegurarse de que los devotos acompañantes de Miley no podían oírlas—. Es solo que, dadas las circunstancias, la gente está llegando a ciertas conclusiones, la conclusión de que tú y lord Fielding no estáis de acuerdo y de que tú, bueno, que tú le has dejado.
—¿¡Que yo qué!? —estalló Miley en un enojado susurro—. ¿Por qué iban a pensar tal cosa? Porque lady Calliper no está con su marido y la condesa Graverton tampoco y...
—Yo tampoco he venido con mi marido —le interrumpió Caroline desesperadamente—. Pero verás, ninguno de nuestros maridos han estado casados antes y el tuyo sí...
—¿Y cuál es la diferencia? —indagó ;Miley, preguntándose qué indignante y desconocida convención había roto esta vez.
La buena sociedad tenía reglas que gobernaban el comportamiento en todas las categorías, con una larga lista de excepciones que hacían todo enojosamente confuso. Sin embargo, no podía creer que las primeras esposas pudieran hacer su vida en la sociedad mientras las segundas esposas no.
—Hay una diferencia —suspiró Caroline—, porque la primera lady Fielding dijo cosas horribles acerca de las crueldades que lord Fielding cometía con ella, y hay gente que la creyó. Llevas menos de dos semanas casada y aquí estás, y no pareces muy feliz. Miley, de verdad que no. La gente que creyó las cosas que dijo la primera lady Fielding se acuerda y ahora las está repitiendo y señalándote como confirmación.
Caroline puso la mano sobre el brazo de Miley.
—¿Hay algo que te preocupe?, ¿algo de lo que quieras hablar?, sabes que puedes quedarte con nosotros. No voy a presionarte.
Negando con la cabeza. Miley la tranquilizó enseguida.
—Quiero irme a casa mañana. Pues hoy no hay nada que pueda hacer.
—Salvo intentar parecer feliz —insinuó irónicamente su amiga.
Miley pensó que era un excelente consejo y se dispuso a seguirlo con una leve modificación de su propia cosecha. Durante las dos horas siguientes, se dedicó a hablar con tanta gente como le fue posible, sacando hábil-mente a colación el nombre de Nicholas en la conversación cada vez, para hablar de él en los términos más encomiosos. Cuando lord Amstrong comentó a un grupo de amigos que resultaba imposible satisfacer a sus arrendatarios, Miley se apresuró a comentar que su marido mantenía muy buenas relaciones con los suyos.
—¡Milord Fielding es tan sabio en la administración de sus fincas —terminó con la voz entrecortada de la esposa que está perdidamente enamorada—, que sus arrendatarios lo adoran y sus criados lo veneran!
—¿Es eso cierto? —preguntó lord Amstrong, impresionado—. Tendré que hablar con él. No sabía que a Wakefield le importaran algo sus arrendatarios, pero aquí está usted... estaba equivocado.
A lady Brimworthy, que alabó el collar de zafiros de Miley, le respondió:
—Lord Fielding me llena de regalos. Es tan generoso, tan amable y atento. Y tiene tan buen gusto, ¿verdad?
—Ciertamente —admitió lady Brimworthy, admirando la fortuna en diamantes y zafiros que Miley lucía en su esbelto cuello—. Brimworthy se sube por las paredes cuando compro joyas —añadió con aire taciturno—. La próxima vez que me grite por ser extravagante, ¡le mencionaré la generosidad de Wakefield!
Cuando la anciana condesa Draymore le recordó que esperaba su asistencia a un desayuno veneciano que ofrecía al día siguiente, Miley le respondió:
—Me temo que no podré, condesa Draymore. Llevo lejos de mi marido cuatro días y, a decir verdad, añoro su compañía. ¡Es la misma esencia de la afabilidad y la bondad!
La condesa Draymore se quedó con la boca abierta. Mientras Miley se alejaba, la vieja dama se volvió hacia sus amigos y parpadeó.
—¿La esencia de la afabilidad y la bondad? —repitió asombrada—. ¿De dónde habré sacado la idea de que se había casado con Wakefield?
En su casa de Upper Brook Street, Nicholas caminaba arriba y abajo por su habitación como una bestia enjaulada, maldiciendo de nuevo al mayordomo por haberle dado una información incorrecta sobre el paradero de Miley aquella noche y maldiciéndose a sí mismo por haber ido a Londres en busca de ella, como un muchachito enamorado y celoso. Aquella noche había ido a casa de los Berford, que era donde el mayordomo le había dicho que estaba Miley, pero Nicholas no la había visto entre la multitud del baile de los Berford. Ni tampoco estaba en ninguno de los otros tres lugares donde el mayordomo pensó que podía haber ido.


Tanto éxito tuvo Miley en su intento por parecer muy unida a su marido que, hacia el final de la noche, los invitados la miraban más divertidos que preocupados. Seguía sonriendo por ello cuando entró en casa poco antes del alba.
Encendió la vela que los criados habían dejado para ella encima de la mesa del recibidor y subió la escalera alfombrada. Se disponía a encender las velas de su dormitorio cuando le llamó la atención un sonido subrepticio en la habitación contigua. Presuponiendo que la persona era un criado y no un merodeador se encaminó sin hacer ruido hacia la puerta. Sosteniendo en alto la vela en su mano temblorosa, fue a coger el picaporte de la puerta de conexión, cuando esta se abrió arrancándole un grito de sorpresa.
—¡Nicholas! —exclamó temblorosa, llevándose la mano a la garganta—. Gracias a Dios que eres tú. Pe... pensé que tal vez era un merodeador e iba a echar un vistazo.
—Muy valiente —dijo mirando la vela alzada en su mano—. ¿Qué ibas a hacerme si fuese un merodeador... amenazarme con chamuscarme las pestañas?
La risa se le ahogó en la garganta cuando notó el amenazador brillo de aquellos ojos verdes y el temblor del músculo de la dura mandíbula. Miley se percató de que detrás de aquella sardónica fachada hervía una ira terrible. Empezó a retroceder de manera automática mientras Nicholas avanzaba, descollando por encima de ella. A pesar de la civilizada elegancia de su exquisito traje de etiqueta, nunca le había parecido más peligroso, más apabullante que cuando se acercó hacia ella con aquel paso engañosamente perezoso y acechante.
Miley empezó a retroceder alrededor de su cama, luego se detuvo y apaciguó su temor desordenado e irracional. ¡No había hecho nada malo y se estaba comportando como una niña cobarde! Decidió que hablarían del tema de una manera razonable y racional.
—Nicholas —dijo con un leve temblor en su razonable voz—, ¿estás enfadado?
Se detuvo a unos pocos milímetros de ella. Apartó la cola de su chaqueta de terciopelo negra, puso los brazos en jarras, con las botas bien plantadas en el suelo y separó las piernas en una amenazadora postura.
—Podría decirse que sí —le contestó arrastrando las palabras con una voz horrible—. ¿Dónde demonios has estado?
—En... en el baile de lady Dunworthy.
—¿Hasta el amanecer? —se burló.
—Sí. No hay nada raro en eso. Ya sabes lo tarde que acaban estas cosas...
—No, no lo sé —respondió muy tenso—. ¡Supongo que me contarás por qué en cuanto desapareces de mi vista se te olvida contar!
—¿Contar? —repitió Miley, cada vez más asustada por la situación—. ¿Contar qué?
—Contar los días —aclaró agriamente—. ¡Te di permiso para quedarte aquí dos días, no cuatro!
—No necesito tu permiso —estalló imprudentemente Miley —. ¡Y no simules que te importa si estoy aquí o en Wakefield!
—¡Oh, pero sí me importa! —dijo con voz sedosa, quitándose la chaqueta con lenta deliberación y empezando a desabrocharse su camisa blanca inmaculada—. Y sí necesitas mi permiso. Te has vuelto muy olvidadiza, cariño: soy tu marido, ¿recuerdas? Quítate la ropa.
Miley negó enérgicamente con la cabeza.
—No me hagas enfadar lo suficiente como para forzarte —le advirtió suavemente—. No te gustará lo que sucede si lo haces, créeme.
Miley lo creyó a pies juntillas. Sus manos temblorosas intentaron desabrocharse la espalda del vestido, torpemente vacilando entre los minúsculos ganchitos.
—Nicholas, por el amor de Dios, ¿qué ocurre? —le suplicó.
—¿Qué ocurre? —repitió en tono mordaz—. Estoy celoso, querida —dirigió las manos hacia la cintura de los pantalones—. Estoy celoso y la sensación no solo me resulta nueva sino singularmente desagradable.
En otras circunstancias. Miley no solo se habría alegrado mucho de la admisión de que sentía celos. En aquel momento solo contribuyó a que se asustara más, se pusiera más tensa y sus dedos fueran más torpes.
Como no avanzaba, Nicholas le dio la vuelta bruscamente y le desabrochó los minúsculos ganchitos de la espalda del vestido con una facilidad que decía mucho a favor de su dilatada experiencia en desnudar mujeres.
—Métete en la cama —le espetó, dándole un empujón en esa dirección.
Miley era toda trémula rebelión y palpitante temor cuando él estuvo a su lado y la abrazó rudamente. Su boca se acercó en un duro beso de castigo y ella apretó los dientes, jadeando ante la fuerte presión.
—¡Abre la boca, maldita sea!
Miley forcejeó contra su pecho y apartó la cara de la suya.
—¡No! ¡Así no! ¡No te lo permitiré!
Nicholas se rió de eso, con una sonrisa severa y cruel que le heló la sangre.
—Sí me lo permitirás, cariño —susurró con voz sedosa—. Antes de que acabe contigo, me lo pedirás.
Furiosa, Miley le empujó el pecho con una fuerza insospechada nacida del temor y se colocó encima de él. Casi había puesto los pies en el suelo cuando Nicholas la cogió del brazo y la volvió a arrojar sobre la cama, sujetándole las manos y apresándolas por encima de su cabeza, luego pasó una pierna por encima de las suyas.
—Eso ha sido muy est/úpido —susurró y lentamente bajó la cabeza.
Lágrimas de temor se derramaron por los ojos de Miley mientras yacía apresada como una liebre atada, mirando la boca de Nicholas descender fijamente hacia la suya. Pero en lugar de un renovado y doloroso asalto como el último, su boca tomó la suya en un largo e insolente minucioso beso mientras su mano libre empezaba a recorrer su cuerpo de arriba abajo, agarraron sus dedos el rosado pecho, pellizcaron levemente el pezón erecto, luego bajaron por su abdomen liso, acariciando y mimando el monte triangular de su vello rizado y dorado, hasta que el traidor cuerpo de ella empezó a reaccionar ante su hábil mano. Miley se retorcía en frenético esfuerzo mientras sus dedos bajaban aún más, pero era inútil; colocó la pierna entre las rodillas de ella y sus dedos consiguieron entrar en el sitio que buscaban.
Un calor líquido empezó a recorrer su cuerpo, dejándola sin fuerzas, acabando con su resistencia y sus labios se abrieron bajo los de Nicholas. Le metió la lengua en la boca, llenándola, luego retirándola, mientras sus dedos dentro de ella empezaban a acompasarse con los lentos y pulsantes movimientos de su lengua. El increíblemente erótico ataque a sus sentidos era más de lo que Miley podía soportar. Con un silencioso gemido de rendición se entregó a Nicholas, volviendo completamente su rostro hacia él y devolviéndole el beso, con su cuerpo que se acomodaba debajo del suyo. En cuanto lo hizo, Nicholas le soltó las manos.
Bajó aún más la cabeza, mientras le rozaba el cuello en busca de la rosada plenitud de los senos. Trazaba con la lengua pequeños círculos en su sudorosa piel; luego cerró la boca sobre su pezón, arrancándole un jadeo de puro placer mientras ella le cogía la cabeza oscura y rizada y la atraía hacia ella. Con una peculiar risita, bajó un poco más, su lengua trazó un tórrido camino por el tenso abdomen hasta que Miley se dio cuenta de lo que pretendía hacer e intentó frenéticamente zafarse. Nicholas la cogió por la cintura y la arrastró hacia sí mientras su boca se cerraba en ella. Cuando paró, sensaciones paroxísticas recorrían todo el cuerpo de Miley y estaba desesperada por librarse.
Se levantó por encima de ella con su caliente y henchida virilidad buscando ligeramente excitando el lugar en que habían estado antes sus manos. Gimiendo suavemente, Miley arqueó las caderas y atrajo las de él con las manos. Él descendió hasta su húmeda calidez con una tortuosa lentitud, luego se movió cuidadosamente hacia delante y hacia atrás, introduciéndose cada vez más hondo, hasta que Miley medio enloqueció por la necesidad de ser completamente colmada por él. Sus piernas se aferraron a él y ella se arqueó para recibir cada acometida, con el rostro enrojecido, levantando el pecho y bajándolo a cada profunda respiración. De repente, él se introdujo en ella con una fuerza que le arrancó un grito de puro placer y, con la misma rapidez, se retiró.
—¡No! —gritó Miley con sorprendido abandono, abrazándole fuerte.
—¿Me quieres. Miley? —susurró.
Sus asombrados ojos se abrieron de par en par y lo vio, con las manos apoyadas junto a su cabeza, como si quisiera apartarse de ella, el rostro duro.
—¿Me quieres? —repitió.
—Nunca te perdonaré por esto —contestó Miley de manera entrecortada.
—¿Me quieres? —volvió a repetir, moviendo provocativamente las caderas en círculo contra su sensible suavidad—. Dime.
La pasión le recorría el cuerpo, luchando contra su debilitada voluntad, argumentando a favor de él. Nicholas estaba celoso. Le importaba. Estaba herido por su larga ausencia. Sus labios formaron la palabra «sí», pero ni siquiera el furioso deseo pudo hacer que su voz la pronunciase.
Satisfecho con eso, Nicholas le dio lo que ella quería. Como para desagraviar su humillación, se entregó con generosa determinación, moviendo su cuerpo de manera que proporcionara a Miley el máximo placer, luchando contra las exigencias de su arrasador deseo, mientras ella se estremecía debajo de él a cada embate. Nicholas la llevó hasta un tumultuoso clímax, manteniéndola empalada en su pulsante ariete mientras la sacudían espasmos de placer. Luego se apretó contra ella y por fin se permitió dejarse ir.
Cuando acabó, hubo un completo silencio entre ambos. Nicholas se quedó quieto durante un largo minuto, contemplando el techo, luego salió de la cama y se fue a sus propias habitaciones. Descontando su noche de bodas, era la primera vez que él la dejaba después de hacerle el amor.


2 comentarios:

  1. Buen capítulo!! Espero el siguiente y muchos más!!
    jonaticas votad aqui!!
    http://tmundialmusical.blogspot.com.es/2014/01/cual-es-la-mejor-fanbase.html

    ResponderEliminar