sábado, 15 de marzo de 2014

Para Siempre-Capitulo 26

Capitulo 26



A la mañana siguiente Miley salió para Londres muy pronto y regresó a Wakefield de noche. Atesorado amorosamente en sus manos estaba el objeto que había visto en una tienda cuando llegó por primera vez a la ciudad hacía unas semanas. Entonces le había recordado a Nicholas, pero le había parecido terriblemente caro y, además, no habría sido adecuado comprarle un regalo en aquel entonces. Lo había tenido en mente todas aquellas semanas, acosándola hasta que temió esperar demasiado y correr el riesgo de que se lo vendieran a otra persona.
No tenía idea de cuándo se lo daría; ciertamente ahora no, cuando las cosas eran tan hostiles entre ambos, pero pronto. Se encogió de hombros al recordar su precio. Nicholas le había dado una paga escandalosamente grande, que apenas había tocado, pero el regalo le había costado hasta el último chelín, además de un poco más, que el propietario de la exclusiva tiendecita estuvo más que feliz de cargárselo en la cuenta que encantado había abierto a nombre de la marquesa de Wakefield.
—Su señoría está en el estudio —le advirtió Northrup cuando Miley abrió la puerta principal.
—¿Quiere verme? —preguntó Miley, sorprendida por la rápida y no solicitada información sobre el paradero de Nicholas.
—No lo sé, milady —respondió incómodo Nicholas—. Pero, ha... ejem... ha estado preguntando si había llegado ya.
Miley miró la expresión azorada de Northrup y recordó la preocupación de Nicholas cuando desapareció durante toda una tarde en casa del capitán Farrell. Como en su viaje a Londres había tardado el doble de lo que hubiera tardado si hubiera recordado la situación exacta de la tienda, supuso que Nicholas habría llamado a Northrup ante el pelotón de fusilamiento otra vez.
—¿Cuántas veces ha preguntado?
—Tres —respondió Northrup—, en la última hora.
—Ya veo —respondió Miley con una sonrisa comprensiva, pero se sintió absurdamente complacida al saber que Nicholas había pensado en ella.
Después de permitir que Northrup le despojase de su pelliza, fue al estudio de Nicholas. Como no podía llamar con el regalo en las manos, giró el picaporte y empujó suavemente con el hombro. En lugar de estar trabajando en su escritorio, donde esperaba verlo, Nicholas estaba de pie ante la ventana, con el hombro apoyado contra el marco y la expresión triste, contemplando los prados escalonados en el costado de la casa. Miró a su alrededor cuando la oyó acercarse y al instante se puso derecho.
—Has vuelto —dijo, metiendo las manos en los bolsillos.
—¿No creías que volviera? —preguntó Miley observando sus rasgos.
Se encogió tímidamente de hombros.
—Francamente, no tengo ni idea de lo que vas a hacer de un momento al otro.
Considerando sus últimas acciones, Miley podía comprender que pensara que era la mujer más impulsiva e impredecible que existía sobre la capa de la tierra. Ayer sin ir más lejos había flirteado con él, lo había tratado con ternura y luego se había alejado de él furiosamente. Y ahora tenía unas ganas locas de abrazarlo y pedirle que la perdonara. En lugar de hacer eso y arriesgarse a otro cortante rechazo como el último, se tragó las ganas, cambió de idea y decidió darle el regalo entonces.
—Tenía que comprar algo en Londres —anunció alegremente, mostrándole el paquete envuelto que tenía en las manos—. Lo vi hace semanas, pero no tenía suficiente dinero.
—Debías habérmelo pedido —respondió, dirigiéndose hacia su escritorio con la obvia intención de volver a enterrarse en el trabajo.
Miley sacudió la cabeza.
—No podía pedirte dinero cuando lo que deseaba comprar era para ti. Toma —dijo extendiendo las manos—. Es para ti.
Nicholas de detuvo en seco y miró el objeto oblongo envuelto en papel de color plateado.
—¿Qué? —exclamó con los ojos en blanco, como si no comprendiera las palabras que había pronunciado.
—El motivo por el que fui a Londres es que quería comprarte esto —explicó Miley con una sonrisa burlona mientras le acercaba el pesado paquete.
Nicholas miró el regalo, confundido, con las manos aún en los bolsillos. Con un súbito desgarrón de su corazón, Miley se preguntó si alguna vez le habrían hecho un regalo. Probablemente ni su primera esposa ni sus amantes le habrían regalado nunca nada. Y era evidente que mucho menos la arpía que lo crió.
La compulsión de abrazarlo era casi incontrolable cuando por fin Nicholas sacó las manos de los bolsillos. Cogió el regalo y le dio vueltas en las manos, mirándolo como si no supiera qué tenía que hacer a continuación. Ocultando su pulsante ternura tras una amplia sonrisa, Miley se sentó en una esquina de la mesa y dijo:
—¿No vas a abrirlo ?
—¿Qué? —preguntó como si no comprendiera, Recuperando la compostura dijo—: ¿Quieres que lo abra ahora?
—¿Cuándo sería mejor ocasión si no? —indagó alegremente Miley y dio un golpecito sobre la mesa junto a su cadera—. Siéntate aquí mientras lo abres, pero ten cuidado, es frágil.
—Pesa —convino, dirigiéndole una sonrisa rápida e incierta mientras desataba con cuidado el fino cordel y quitaba el papel plateado.
Abrió la tapa de una gran caja de piel y metió la mano en el aterciopelado interior.
—Me recuerda a ti —explicó Miley, sonriéndole mientras él sacaba con cuidado una pantera exquisitamente tallada, hecha de ónice sólido, con un par de brillantes esmeraldas por ojos.
Como si un felino vivo hubiera sido capturado por arte de magia mientras corría y luego mágicamente transformado en ónice, había un vibrante movimiento en cada esbelta línea de su cuerpo liso, fuerza y gracia en sus flancos, peligro e inteligencia en sus insondables ojos verdes.
Nicholas, cuya colección de pintura y artefactos raros se decía que era una de las más preciadas de Europa, examinó la pantera con una admiración que casi hizo que a Miley se le saltaran las lágrimas. Era una pieza preciosa, lo sabía, pero la estaba tratando como si fuera un inestimable tesoro.
—Es muy bonita —dijo Nicholas en voz baja, pasando el pulgar por el lomo de la pantera. Con gran cuidado, dejó el animal en su despacho y se volvió hacia Miley—. No sé qué decir—admitió con una sonrisa sesgada.
Miley levantó la mirada hasta el rostro de facciones duramente cinceladas con sonrisa de niño y pensó que nunca le había parecido tan atractivo y guapo. Sintiéndose de un buen humor increíble, le dijo:
—No tienes que decir nada, salvo «gracias», si quieres decirlo.
—Gracias —respondió con una voz ronca extraña.
«Dame las gracias con un beso.» La idea llegó de ninguna parte hasta la cabeza de Miley y las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas.
—Dame las gracias con un beso —le recordó con una jocosa sonrisa.
Nicholas respiró hondo y de manera irregular, como si estuviera preparándose para algo difícil, luego apoyó las manos en la mesa una a cada lado de ella y se inclinó. Acarició sus labios con los suyos y la dulzura de esa caricia fue casi insoportable. Miley echó hacia atrás la cabeza bajo la breve presión de su boca, perdió el equilibrio y, mientras Nicholas levantaba la cabeza para alejarse, se agarró a sus brazos para afianzarse. Para Nicholas, tener las manos de Miley así en sus brazos era como invitar a un hombre hambriento a un banquete. Su boca descendió hacia la suya, moviéndose con tierna ferocidad y, cuando ella le devolvió el beso, su beso se hizo más insistente. Le abrió los labios con la lengua, incitándola, instándola a que respondiera.
Tímidamente, la lengua de Miley tocó la suya y Nicholas perdió el control. Gimió y la abrazó, la levantó de la mesa y atrajo su cuerpo hacia él. Sintió las manos de Miley que subían hasta su pecho y se curvaban ansiosas alrededor de su nuca, sosteniendo su rostro frente al suyo, y el estímulo que notó en aquel gesto encendió un destello de pasión que casi le hizo perder la razón. Contra su voluntad, deslizó la mano desde su espalda hasta su estómago y luego la subió hacia arriba y asió la rotunda plenitud de sus senos. Miley tembló ante la intimidad de ese contacto, pero en lugar de retirarse, como Nicholas esperaba que hiciera, apretó su cuerpo contra su rígida excitación, tan perdida en el beso pasional como él mismo estaba.
La alegre voz del capitán Farrell sonó en el pasillo justo fuera del estudio.
—No se moleste, Northrup, conozco el camino —la puerta del estudio se abrió y Miley se liberó del abrazo de Nicholas—. Nicholas, yo... —empezó a decir el capitán Farrell mientras entraba en el estudio. Se detuvo en seco, con una sonrisa de disculpa en el rostro mientras su mirada reparaba en las arreboladas mejillas de Miley y el gesto torcido de Nicholas—. Debí haber llamado.
—Ya acabábamos —dijo Nicholas secamente.
Incapaz de aguantar la mirada de su amigo, Miley lanzó una sonrisa en dirección a Nicholas y murmuró algo sobre subir a cambiarse de ropa para cenar.
El capitán Farrell extendió la mano.
—¿Cómo estás, Nicholas?
—No estoy seguro —contestó Nicholas ausente, mirando salir a Miley.
Los labios de Mike Farrell se curvaron de risa, pero su alegría mudó en preocupación mientras Nicholas se daba media vuelta y caminaba despacio hacia los ventanales. Como si estuviera increíblemente cansado, Nicholas se pasó la mano por la nuca masajeándose los tensos músculos mientras empezaba a contemplar los prados.
—¿Algo va mal?
La respuesta de Nicholas fue una sombría sonrisa.
—Nada va mal, Mike. Nada que yo no merezca y nada de lo que no pueda ocuparme.
Cuando Mike se fue una hora más tarde, Nicholas se reclinó en la silla y cerró los ojos. El deseo que Miley había despertado en él aún le reconcomía como un fuego ardiendo en su vientre. La deseaba tanto que le dolía. La deseaba tanto que tenía que apretar los dientes y luchar contra el impulso de subir las escaleras de un salto y tomarla en aquel mismo instante. Tenía ganas de estrangularla por decirle que fuese un marido «considerado» y tuviera una querida.
Su esposa niña le estaba volviendo loco. Quería jugar al ajedrez y a cartas con él; ahora estaba probando jugar a un juego más emocionante: seducirlo. Miley se había convertido en una seductora y era extraordinaria e instintivamente eficaz. Se sentaba en su mesa, se sentaba en el brazo del sillón, le compraba un regalo y le pedía un beso. De una manera brutal se preguntó si había fingido que era Andrew cuando la había besado hacía unos minutos, como hizo cuando se casaron.
Enojado con el incesante deseo que su cuerpo sentía por ella, se puso en pie y subió aprisa la amplia escalera de caracol. Sabía que estaba casado con la mujer de otro hombre, solo que no esperaba que le importara tanto. Solo el orgullo impidió que la obligara a irse a la cama con él. El orgullo y el hecho de saber que, cuando se acabara, no sentiría más satisfacción que la que había sentido en su noche de bodas.
Miley lo oyó moverse en su habitación y llamó a la puerta que los conectaba. Nicholas le dijo que entrara, pero su sonrisa se desvaneció al ver a Franklin, su valet, haciendo la maleta, mientras Nicholas metía papeles de una pila que tenía en la mesa delante de la chimenea en un maletín de piel.
—¿Dónde vas? —exclamó Miley.
—A Londres.
—Pero... ¿por qué? —insistió, tan contrariada que apenas podía pensar.
Nicholas miró a su ayuda de cámara.
—Yo terminaré de hacer la maleta, Franklin —aguardó hasta que el valet se retiró y cerró la puerta, luego explicó secamente—: Trabajo mejor allí.
—Pero anoche dijiste que no podrías ir a Londres y quedarte allí a pasar la noche conmigo porque tenías que estar aquí para recibir a unas personas mañana pronto.
Nicholas dejó de meter papeles en el maletín y se irguió. Con deliberada crudeza dijo:
—Miley, ¿sabes lo que le ocurre a un hombre cuando está en un estado de insatisfecha excitación sexual durante días enteros?
—No —negó Miley débilmente y sacudió la cabeza para darle más énfasis.
—En ese caso, te lo explicaré —soltó.
Miley negó con la cabeza aprehensivamente.
—No creo que debas... no cuando estás de este humor.
—No estaba de este humor antes de conocerte —le espetó Nicholas. Dándole la espalda puso las manos sobre la repisa de la chimenea y contempló el suelo—. Te prevengo, vuelve a tu habitación antes de que me olvide del marido «considerado» que se supone que soy y no me tome la molestia de ir a Londres.
Miley se sentía mareada.
—Vas a reunirte con tu querida, ¿verdad? —exigió entrecortadamente, recordando sin dar crédito lo dulce que le había parecido cuando le dio su regalo.
—Empiezas a parecer desagradablemente una esposa celosa—replicó entre dientes.
—No puedo evitarlo, soy una esposa.
—Tienes una idea muy peculiar de lo que significa ser una esposa —se burló salvajemente—. Ahora, sal de aquí.
—¡Maldito seas! —estalló Miley—. No sé ser una esposa, ¿es que no lo ves? Sé cocinar y coser y cuidar a un marido, pero tú no me necesitas para eso, porque tienes a otras personas que cuidan de ti. ¡Y te diré algo más, lord Fielding —continuó, poniéndose hecha una furia—, tal vez no sea una buena esposa, pero tú eres un marido imposible! Cuando te ofrezco jugar al ajedrez te enfadas. Cuando intento seducirte, te pones malo...
Vio a Nicholas levantar la cabeza, pero estaba tan enojada que no prestó atención a la expresión atónita de su rostro.
—¡Y cuando te traigo un regalo, te vas a Londres a ver a tu querida!
—Miley —dijo dolorosamente—, ven aquí.
—¡No, aún no he terminado! —estalló Miley con furia y sintiéndose humillada—. Vete con tu querida si eso es lo que quieres, pero no me culpes por no haberte dado un hijo. ¡Puede que sea ingenua, pero no soy tan est/úpida como para creer que puedo tener un bebé sin tu cooperación!
—Por favor, Miley, ven aquí —repitió con voz ronca.
Por fin Miley captó la emoción que contenía su voz y de súbito neutralizó su rabia, pero aún temía otro rechazo si se acercaba a él.
—Nicholas, no creo que sepas lo que quieres. Dijiste que querías un hijo, pero...
—Sé exactamente lo que quiero —la contradijo, abriéndole los brazos—. Si vienes aquí te lo demostraré...
Hipnotizada por la seductora invitación de aquellos ojos verdes y la aterciopelada ronquera de su voz profunda, Miley se acercó despacio y se encontró envuelta en un estrecho abrazo. La boca de Nicholas se abrió sobre la suya, moviéndose en un intenso y salvajemente excitante beso que transmitió una oleada de calor por todo su cuerpo. Sintió la presión íntima y creciente del cuerpo de Nicholas contra el suyo mientras sus manos le acariciaban de modo posesivo la espalda y los senos, calmando sus temores, encendiendo llamas de deseo allí donde la tocaba.
—Miley —la llamó jadeante, posando los labios en su cuello y produciéndole deliciosos escalofríos en la columna vertebral—. Miley —repitió de manera dolorosa enterrando otra vez los labios en los de ella.
La besó lenta y profundamente y luego, con una urgente avidez, deslizó las manos, por los costados, le cogió las nalgas y la apretó tensa contra su rígida excitación, extrayendo de Miley un gemido de puro y primitivo deseo.
Con los labios aún en los de ella, pasó el brazo bajo sus rodillas y la cogió en brazos. Perdida en la vibrante y excitante magia de sus manos y su boca. Miley sintió que el mundo se inclinaba cuando él la depositó cuidadosamente en la cama. Aferrada desesperadamente a ese universo especial y hermoso donde nada existía salvo su marido, cerró fuerte los ojos mientras él la desnudaba. Sintió su peso sobre la cama y luchó contra su pánico mientras esperaba que él se desabrochara la bata.
En lugar de eso, él besó con ternura sus ojos cerrados y la abrazó, atrayéndola delicadamente hacia él.
—Princesa —susurró, la ronquera de su voz era tan dulce para sus oídos como excitante—, por favor, abre los ojos. No voy a abalanzarme sobre ti, te lo prometo.
Miley tragó saliva y abrió los ojos, absolutamente aliviada al darse cuenta de que Nicholas había apagado todas las velas de la habitación salvo las de la repisa de la chimenea.
Nicholas vio el temor en sus enormes ojos azules y se incorporó sobre su codo, para acariciarle con ternura con la mano libre los despeinados rizos rojos y dorados que se extendían exuberantemente sobre la almohada. Ningún hombre más que él la había tocado, pensó con reverencia. La idea le llenó de orgullo. Aquella muchacha hermosa, valiente y natural, se le había entregado a él y solo a él. Quería resarcirla por la noche de bodas, hacerla gemir de arrebato y que se abrazara a él.
Ignorando la urgente pulsión de sus ríñones, rozó la oreja de Miley con los labios.
—No sé qué estás pensando —dijo en voz baja—, pero pareces mortalmente asustada. Nada ha cambiado desde hace unos minutos, cuando nos estábamos besando.
—Salvo que no llevas ninguna ropa encima —le recordó Miley temblando.
Le devolvió una sonrisa.
—Cierto, pero tú sí.
«No por mucho tiempo», pensó Miley y oyó su risa profunda y sensual, como si hubiera leído sus pensamientos.
Besó la comisura de sus ojos.
—¿Quieres dejarte la ropa puesta?
La esposa cuya virginidad había tomado con brutal y descuidada rapidez le miró a los ojos, le puso la mano en la mejilla y susurró suavemente:
—Quiero complacerte. Y no creo que tú quieras que me la deje puesta.
Con un gemido grave, Nicholas la besó con intensa ternura, estremeciéndose de manera incontrolable cuando le devolvió el beso con un ardor inocente que hizo que el deseo se propagara rugiente en él como un incendio. Retiró su boca de la de Miley.
—Miley —dijo tímidamente—, si me complaces más que cuando me besas, me moriré de placer.
Exhaló un tembloroso jadeo y le desató el cinturón de terciopelo de la cintura, pero cuando empezaba a abrirle la bata, la mano de Miley se cerró convulsivamente sobre la suya.
—No te la quitaré si tú no quieres, cariño —le prometió sin mover la mano de debajo de la suya—. Es solo que me gustaría que no nos separara nada más, ni malentendidos, ni puertas, ni siquiera la ropa. Yo me he quitado la mía para mostrarme tal como soy, no para asustarte.
Miley tembló ante aquella tierna explicación y levantó la mano de la suya, luego, con un intenso gozo, le puso la mano alrededor del cuello y se entregó a él.
La bata cayó bajo sus dedos exploradores, inclinó la cabeza y la besó, mientras le acariciaba un pezón y deslizaba la lengua entre sus labios, instándolos a abrirse para su lengua. En lugar de limitarse a someterse a su íntimo beso, Miley atrajo la lengua de Nicholas hacia su boca, se abrazó fuerte a su cuello y dio la bienvenida a su insistente lengua. Contra la palma de su mano su pezón se erizó orgullosamente y Nicholas separó la boca de la suya, inclinando la cabeza hacia su pecho.
Miley dio un brinco de sorprendida resistencia y él levantó la cabeza hacia ella maravillado al darse cuenta de que ningún hombre la había tocado ni besado nunca como él estaba haciendo.
—No te dolerá, querida —susurró infundiéndole confianza y apretó los labios contra el endurecido botoncito, besándolo y acariciándolo con la boca hasta que ella se relajó, solo entonces abrió despacio los labios y se metió el pezón en la boca.
La atónita sorpresa de Miley ante su deseo de lamerle el seno dio paso a un asustado gemido de intenso placer cuando se metió el pezón en la boca y su placer fue en aumento, endureciendo implacable su pezón hasta que rápidas y penetrantes punzadas de deseo sacudieron rítmicamente todo su cuerpo. Deslizó los dedos entre el crespo cabello negro, atrayéndole la cabeza hacia la suya como si quisiera que nunca se fuera, hasta que sintió que la mano de Nicholas resbalaba de repente entre sus muslos.
—¡No! —susurró de terror y cerró las piernas.
En lugar de enojar a Nicholas, como ella temía, su resistencia le valió una risita ahogada y grave.
En un suave movimiento subió la mano y la besó con una avidez salvaje y vertiginosa.
—Sí —susurró moviendo los labios contra los suyos—. ¡Oh,sí...!
Su mano volvió a descender, excitando suavemente el triángulo de su entrepierna, sus dedos jugaron con él hasta que desapareció la rigidez de sus piernas y sus muslos se relajaron rindiéndose a su tierna e insistente persuasión. Nicholas apretó los dedos y la húmeda calidez del recibimiento casi le hizo perder el control. No podía creer su ardor ni la natural facilidad con la que le enloquecía, pues cuando Miley le entregaba cada parte de su cuerpo, se la ofrecía completamente sin guardarse nada. Movió los dedos dentro de ella y sus caderas se levantaron, arqueándose dulcemente contra sus manos mientras lo abrazaba y clavaba las uñas en la carne de su espalda. Sujetándole las manos a cada lado, se movió hasta ponerse parcialmente encima de ella.
El corazón de Miley batía con una mezcla de pulsante placer y absoluto terror al notar el exigente ardor de su masculinidad presionando entre las piernas, pero en lugar de penetrarla, Nicholas trazaba círculos con sus caderas contra ella a un ritmo agradable e incesante, que lentamente la excitó con intenso y palpitante placer, hasta que ya no tuvo miedo, solo una exquisita y dolorosa necesidad de que él la llenara.
Con su rodilla alojada entre las piernas de Miley, Nicholas la tranquilizó con voz suave:
—No tengas miedo, no tengas miedo de mí.
Miley abrió despacio los ojos y miró al hombre que estaba encima de ella. Tenía el rostro duro y encendido por la pasión, los hombros y brazos tensos del esfuerzo de contención y respiraba rápido y jadeante. Como en estado de trance, acarició sus sensuales labios con las yemas de los dedos, percatándose de modo instintivo de lo desesperadamente que la deseaba y el enorme control que ejercía para refrenarse y no tomarla.
—Eres tan tierno —suspiró entrecortadamente—, tan tierno...
Un gemido grave salió del pecho de Nicholas y su contención se hizo añicos. Se hundió parcialmente en ella y se retiró, hundiéndose más la siguiente vez y la otra, hasta que Miley arqueó las caderas debajo de él y él se introdujo por completo en su increíble calidez. El sudor le empapaba la frente mientras luchaba contra las tortuosas exigencias de su propio cuerpo y empezaba a moverse lentamente dentro de ella, mirándola a la cara; su cabeza echada sobre la almohada mientras se estiraba hacia él en temblorosa necesidad, apretando fuerte las caderas contra los pulsantes muslos de Nicholas, buscando el estallido de la culminación que él estaba decidido a ofrecerle. Oía su jadeo grave y frenético y empezó a incrementar de manera sostenida el tempo de sus profundos y vigorosos embates.
—Vamos, búscalo, Miley —exclamó en un jadeo ronco—. Te lo daré. Te lo prometo.
Un éxtasis estremecedor penetró todo el cuerpo de Miley, enviando oleadas de placer, que la recorrían cada vez más rápido hasta que rompieron en una explosión que arrancó un grito de su garganta. Nicholas inclinó la cabeza y la besó una última y desesperada vez, y luego se hundió en ella, uniéndose a su dulce abandono.
Temeroso de aplastarla con su peso, se movió a un lado, atrayéndola consigo, con su cuerpo aún íntimamente unido al suyo. Cuando por fin se calmó su respiración forzada, la besó en la frente y le apartó el despeinado y satinado cabello de su frente.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó en voz bajita.
Las largas y rizadas pestañas de Miley se abrieron y sus ojos, como dos lagos azul marino de lánguida maravilla, le miraron.
—Me siento como una esposa —musitó.
Nicholas se echó a reír, recorrió con el dedo la elegante curva de su mejilla y ella se acurrucó contra él.
—Nicholas —dijo con voz palpitante de la emoción mientras levantaba la mirada hacia él—. Hay algo que quiero decirte.
—¿Qué? —le preguntó sonriendo con ternura.
Con toda sencillez y sin ningún azoro, dijo:
—Te amo.
La sonrisa de Nicholas se desvaneció.
—Sí, te am...
Él apretó el dedo contra sus labios, silenciándola, y sacudió la cabeza.
—No, no debes —dijo con una firmeza tranquila e implacable—. No deberías. No me des más de lo que ya me has dado, Miley.
Miley evitó sus ojos y no dijo nada, pero su rechazo la hirió más de lo que ella creía posible. Recostada en sus brazos, sus palabras volvían para obsesionarla: «... No necesito tu amor. No lo quiero».
Fuera, en el pasillo, Franklin llamó a la puerta con la intención de comprobar si lord Fielding deseaba que le ayudara con las maletas. Cuando no obtuvo respuesta a su llamada, Franklin supuso que su señoría debía de estar en cualquier otro lado de la habitación y, como era su costumbre, abrió la puerta sin aguardar ninguna orden.
Dio un paso en la habitación en penumbra y parpadeó, su sorprendida mirada se clavó en la pareja que yacía en la enorme cama y luego dio un salto horrorizado ante la pila de ropas que Nicholas había sacado de su armario y que ahora estaban tiradas en un ignominioso montón en el suelo junto a la cama. El diligente valet se mordió el labio ante el poderoso impulso de avanzar de puntillas y desenredar el chaqué de exquisito corte de su señoría de las perneras de su pantalón de piel de cabritilla. En lugar de eso, Franklin sabiamente salió de la habitación, cerrando la puerta con un suave clic.
Una vez fuera de la habitación, su congoja por las maltrechas prendas de lord Fielding dio paso a su retardada alegría ante lo que acababa de ver. Se dio media vuelta y corrió por el pasillo, salió a la galería y echó un vistazo al vestíbulo que tenía delante.
—¡Señor Northrup! —susurró fuerte, inclinándose precariamente sobre la barandilla y haciendo frenéticos gestos a Northrup, que estaba de pie junto a la puerta principal—. ¡Señor Northrup, tengo noticias muy importantes! Acérquese para que no nos oigan...
En el pasillo a la izquierda de Franklin, dos doncellas alertas salieron corriendo de la habitación que estaban limpiando, chocaron la una con la otra y se apartaron de un codazo dada la urgencia de oír las noticias que tenía Franklin. A su derecha apareció rápidamente un criado y empezó a pulir con entusiasmo un espejo con cera de abejas y aceite de limón.
—¡Ha ocurrido! —cuchicheó a Northrup, disfrazando hábilmente su noticia en términos tan vagos que estaba seguro de que nadie podría entenderlo aunque estuviera escuchando.
—¿Está seguro?
—Por supuesto que sí —respondió Franklin ofendido.
Una sonrisa momentánea alteró los rígidos rasgos de Northrup, pero se recuperó enseguida, retirándose tras su máscara habitual de distante formalidad.
—Gracias, señor Franklin. En ese caso, ordenaré que vuelvan a guardar el coche en los establos.
Y diciendo esto, Northrup se volvió y se dirigió hacia la puerta principal. La abrió, salió afuera y caminó en la noche, donde aguardaba un lujoso carruaje granate lacado, con el escudo dorado de Wakefield en la puerta y los faros brillando fuertemente en la oscuridad. Cuatro lustrosos caballos castaños piafaban esporádicamente, meneando sus pesadas crines y tironeando de sus arneses inquietos y ansiosos por salir. Como no conseguía atraer la atención de los conductores con librea que se sentaban muy erguidos en la parte superior del coche, Northrup bajó los escalones hasta el camino.
—Su señoría —anunció al cochero con su voz más fría y autoritaria— no requerirá sus servicios esta noche. Pueden desenganchar los caballos.
—¿No necesitará el coche? —exclamó sorprendido John, el cochero—. ¡Pero él mismo me dijo hace una hora que quería que preparara los caballos y rápido!
—Sus planes —respondió glacialmente Northrup— han cambiado.
El cochero dio un suspiro de frustrada irritación y miró con el ceño fruncido al poco comunicativo mayordomo.
—Le digo que debe de haber un error. Su señoría quiere ir a Londres...
—¡Idi/ota! Quería ir a Londres. ¡Pero ahora se ha retirado para pasar la noche aquí!
—A las siete y media de la... —como Northrup se dio media vuelta y se encaminó hacia la casa, una amplia mirada de súbita comprensión apareció en el rostro del cochero. Dio un codazo a su compañero en las costillas y con una mirada maliciosa le dijo—: Creo que lady Fíelding ha decidido que las morenas ya están pasadas de moda.
Luego dirigió los caballos hacia los establos donde pudo compartir las noticias con los mozos.
Northrup entró directamente en el comedor, donde O’Malley silbaba alegremente entre dientes retirando el frágil juego de porcelana en el que había preparado antes la solitaria cena de Miley, cuando se enteró de que el amo tenía la intención de ir a Londres.
—Ha habido un cambio —anunció Northrup.
—Sí, señor Northrup —convino alegremente el insolente criado—, ciertamente lo ha habido.
—Puede quitar el mantel de la mesa.
—Sí, ya lo he quitado.
—Sin embargo, lord y lady Fielding tal vez quieran cenar más tarde.
—Arriba —predijo O’Malley con una amplia sonrisa.
Northrup se puso muy tieso y se marchó.
—¡Maldito irlandés insolente! —balbuceó furioso.
—¡Presumido de camisa almidonada! —respondió O’Malley a sus espaldas.

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Hola chicas lamento no subir, empece la escuela y es mi penúltimo año asi que estoy a full 
subire mañana dos capis mas, se acerca el final y luego le subire la nueva novela.Besos ;)

2 comentarios:

  1. Haaaaa que capítulo más TIERNOOOOO♡♡♡ Como que ya se va a acabar? NOOOOOOOOOOOOO tu sabes cuanto amo esta nove :( Good tus novelas son geniales y se que la nueva también sera genial (Ninguna va a superar esta) Espero subas el final pronto, ya tengo mis pañuelos listos para llorar como bebé♡ Love youuuuuuuuuu

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  2. Me encanta la novela!!! Siguela pronto!! Necesito que la continues!!
    Gracias

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