miércoles, 5 de marzo de 2014

Para Siempre-Capitulo 23

Capitulo 23



Miley sacudió las riendas con más seguridad de la que realmente sentía y el brioso caballo se puso a trotar, con el pelaje resplandeciente en la penumbra.
—Despacio —susurró Miley asustada.
Era obvio que Nicholas no creía en mantener sedados a los caballos en los establos, la impetuosa yegua era increíblemente difícil de controlar. Cabrioleaba y bailaba hasta que a Miley le salieron llagas por intentar llevarla al trote corto.
Cuando Miley estaba cerca del pueblo, el viento cesó y cayeron rayos en ráfagas azules, dividiendo el cielo en franjas irregulares mientras el trueno voceaba su amenazadora advertencia y el cielo se tornaba casi tan negro como la noche. Minutos más tarde, el cielo se abrió y cayó la lluvia como una cortina cegadora, azotando su rostro, oscureciéndole la visión y convirtiendo su capa en una masa empapada.
Esforzándose por ver el camino que tenía delante, Miley se apartó el pelo empapado de la cara y empezó a tiritar. Nunca había visto el orfanato, pero el capitán Farrell le había explicado el modo de llegar y también el camino que conducía a su propia casa. Miley entornó los ojos y entonces vio lo que parecía una de las sendas que el capitán Farrell le había descrito. Viraba a la izquierda y hacia allí dirigió el caballo, sin saber a ciencia cierta si se dirigía hacia al orfanato o hacia la casa del capitán Farrell. En aquel momento no le importaba, mientras fuera un lugar caliente y a resguardo donde pudiera capear el aguacero. El camino serpenteaba y empezaba a subir hacia un bosque cada vez más espeso, pasaba ante dos casas abandonadas hasta estrecharse y no ser más que un sendero de tierra que rápidamente se estaba convirtiendo en un lodazal bajo el formidable aguacero.
El barro engullía las ruedas del carruaje y, cada vez que daba un paso, la yegua se esforzaba denodadamente por liberar los cascos del fango profundo. En lo alto Miley vio una pálida luz a través de los árboles. Temblando de alivio y frío, viró hacia un senderillo protegido por una espesa arboleda de robles viejos, sus ramas se entretejían sobre la cabeza como un paraguas empapado. De repente un relámpago rasgó el cielo, iluminando una casa lo bastante grande como para una familia pequeña, pero sin duda no lo bastante grande como para alojar a veinte huérfanos. El trueno rompió ensordecedor sobre su cabeza y la yegua se refugió, medio encabritándose en las trazas. Miley bajó del carruaje.
—Tranquila —calmó a la yegua mientras cogía las riendas del nervioso animal.
Sus pies se hundían en el barro mientras conducía el caballo hacia el poste que estaba en la parte delantera de la casa y lo ataba allí.
Con Lobo, protector, a su lado, se arremangó la falda calada, subió los escalones de la entrada y llamó a la puerta.
Al cabo de un momento la puerta se abrió y las facciones duras del rostro del capitán Farrell se perfilaron a la luz del vivo fuego que ardía a su espalda.
—¡Lady Fielding! —exclamó, extendiendo las manos para hacerla entrar rápidamente.
Un gruñido grave y agresivo de Lobo hizo que su mano se detuviera en mitad del movimiento y sus ojos se abrieron como platos para contemplar a la bestia gris y mojada que le estaba gruñendo, levantando el labio para mostrar los blancos colmillos.
—¡Lobo, basta! —ordenó débilmente Miley y el animal obedeció.
Sin quitar ojo del animal de feroz aspecto, el capitán Farrell, con cautela, invitó a entrar a Miley. Lobo le pisaba los talones, los ojos pardos admonitoríamente fijos en Mike Farrell.
—Por todos los santos, ¿qué está haciendo ahí fuera con ese tiempo? —preguntó preocupado.
—Nadando —intentó bromear Miley, pero le castañeteaban los dientes y su cuerpo temblaba de frío mientras se quitaba la capa y la dejaba en el respaldo de una silla al lado de la chimenea.
—Tiene que quitarse esas ropas húmedas o se morirá. ¿Permitirá esa inmensa bestia suya que desaparezca de su vista el tiempo de ponerse ropa seca?
Miley se abrazó a sí misma y asintió, mirando a su feroz guardián canino.
—Quieto aquí, Lobo.
El perro se dejó caer ante la chimenea y reposó la cabeza entre las grandes patas, sus ojos la siguieron hasta el umbral de la puerta y dentro de la habitación, donde desapareció.
—Avivaré el fuego —anunció amablemente el capitán Farrell en la habitación, ofreciéndole uno de sus propios pantalones y una de sus camisas.
—Estas ropas son lo mejor que le puedo ofrecer —Miley abrió la boca para intentar decir algo, pero él se le adelantó—: No voy a hacer caso de ninguna est/úpida argumentación sobre lo impropio de vestir ropas de hombre, jovencita —afirmó con autoridad—. Use el agua del pichel para lavarse, luego póngase esas ropas y envuélvase en la manta. Cuando esté lista, venga junto al fuego a calentarse. Si se pregunta si Nicholas desaprobará que vista estas ropas, deje de preocuparse, lo conozco desde que era un chaval.
Miley levantó la cabeza a la defensiva.
—No me preocupa en absoluto lo que Nicholas pueda pensar —replicó, incapaz de disimular el tono de rebeldía en la voz—. No tengo la intención de morir congelada para complacerle a él, ni a nadie —corrigió rápidamente, percatándose de lo mucho que se estaba delatando en su atribulada incomodidad.
El capitán Farrell le lanzó una extraña y escrutadora mirada, pero se limitó a asentir.
—Dios, esa es una manera de pensar muy sensata.
—Si fuera sensata me habría quedado en casa hoy —sonrió Miley lánguidamente, intentando ocultar su tristeza tras su esfuerzo abortado de alegrarse la vida.
Cuando salió de la habitación, el capitán Farrell ya había guardado la yegua en el pequeño establo de detrás de la casa, avivado el fuego y preparado una taza de té.
Le dio una gran toalla.
—Úsela para secarse el pelo —le ordenó con amabilidad y le indicó que debía sentarse en la silla que había arrimado más al fuego.
—¿Le importa que fume? —le preguntó levantando una pipa mientras se sentaba frente a ella.
—En absoluto —respondió educadamente Miley.
Llenó la cazoleta de tabaco y la encendió, dio unas bocanadas y centró su mirada en el rostro de Miley.
—¿Por qué no lo ha hecho? —le preguntó por fin.
—¿Por qué no he hecho qué?
—Quedarse en casa hoy.
Preguntándose si parecía tan culpable e infeliz como se sentía en aquel momento. Miley se encogió leve y evasivamente de hombros.
—Quería llevar comida al orfanato. Sobró tanta después de nuestra fiesta de anoche...
—Pero era obvio que iba a llover y podía haber enviado a un criado al orfanato, que, por cierto, está a más de un kilómetro y medio de aquí. En cambio, decidió desafiar el tiempo e intentar encontrar el lugar usted sola.
—Lo necesitaba... quería, me refiero... huir, salir de la casa durante un rato, eso es —explicó Miley, prestando una atención innecesaria al acto de remover el té.
—Me sorprende que Nicholas no insistiera en que se quedara en casa —insistió deliberadamente.
—No pensé que fuera necesario pedirle permiso —respondió Miley, intranquilamente consciente de las preguntas críticas y la penetrante mirada del capitán Farrell.
—Ahora debe de estar preocupado por usted.
—Dudo mucho de que siquiera se entere de que me he ido —ni que le importase, aunque se enterara, pensó con desolación.
—¿Lady Fielding?
Había algo en la sequedad de su tono educado que convenció a Vitoria de que no quería proseguir con aquella conversación. Por otro lado, no podía elegir.
—¿Sí, capitán? —le contestó con recelo.
—He visto a Nicholas esta mañana.
El desasosiego de Miley aumentó.
—¿Ah, sí?
Tenía un mal presentimiento en lo que respectaba al motivo por el cual Nicholas podía haber ido allí a hablar de ella con su viejo amigo y sintió que el mundo se volvía en su contra.
Le pareció que el capitán Farrell percibía sus sospechas, porque le explicó:
—Nicholas posee una gran flota de barcos. Yo he capitaneado uno de ellos y quería hablar conmigo del éxito de su último viaje.
Miley aprovechó ese comentario para intentar desviar la conversación de ella misma.
—No sabía que lord Fielding supiera nada de barcos ni que tuviera nada que ver con ellos.
—Es extraño.
—¿El qué?
—Tal vez soy simple y anticuado, pero encuentro bastante extraño que una mujer no sepa que su marido se ha pasado varios años de su vida a bordo de un barco.
Miley lo miró detenidamente. Por lo que ella sabía, Nicholas era un lord inglés, un arrogante, rico, mundano y malcriado aristócrata. Lo único que le diferenciaba del resto de los nobles que había conocido era que Nicholas pasaba todo su tiempo en busca de placeres y diversiones.
—¿Tal vez simplemente no le interesan sus éxitos? —la provocó el capitán Farrell de manera fría. Aspiró su pipa durante un momento y luego preguntó a bocajarro—: ¿Por qué se casó con él?
Miley abrió los ojos de par en par. Se sentía como un conejo atrapado, una sensación que empezaba a experimentar demasiado a menudo y que comenzaba a erosionar terriblemente su orgullo. Levantó la cabeza y miró a su inquisidor con un resentimiento mal disimulado. Con toda la dignidad de la que pudo hacer acopio, respondió de modo evasivo:
—Me casé con lord Fielding por los motivos habituales.
—Dinero, influencia y posición social —resumió el capitán Farrell con feroz indignación—. Bueno, pues ahora tiene las tres cosas. Enhorabuena.
Aquel ataque no provocado fue demasiado para Miley. Las lágrimas de furia inundaron sus ojos mientras se ponía en pie agarrándose fuerte a la manta.
—Capitán Farrell, no estoy lo bastante empapada, ni desesperada, ni soy lo bastante desgraciada como para sentarme aquí y sentirme obligada a escuchar sus acusaciones de ser una mercenaria, una egoísta y... un parásito social.
—¿Por qué no? —le soltó—. Es evidente que es usted todas esas cosas.
—No me importa lo que piense de mí. Yo... —su voz se quebró y Miley se dirigió hacia el dormitorio, con la intención de recoger sus ropas, pero él se puso en pie y le bloqueó el paso, escrutando enojado su rostro como si intentase verle el alma.
—¿Por qué quiere el divorcio? —le preguntó bruscamente, pero su expresión se ablandó un poco mientras miraba sus hermosos y frágiles rasgos.
Incluso envuelta en una sencilla manta de lana, la visión de Miley Seaton resultaba increíblemente adorable, a la luz de las brasas centelleando en el cabello pelirrojo y dorado y los extraordinarios ojos azules brillando de impotente resentimiento. Tenía mucho temple, pero era evidente, a la vista de las lágrimas que anegaban sus ojos, que estaba a punto de quebrarse. En realidad, parecía como si estuviera a punto de venirse abajo.
—Esta mañana —insistió— le pregunté en broma a Nicholas si ya le había abandonado. Dijo que no le había dejado, pero que le había pedido el divorcio. Supuse que estaba bromeando, pero cuando usted apareció por aquí, ciertamente no parece una recién casada feliz.
Al borde de la más profunda desesperación. Miley miró fijamente al rostro bronceado e implacable de su torturador, luchando contra las lágrimas e intentando armarse de dignidad.
—¿Puede apartarse de mi camino, por favor? —pidió con voz ronca.
En lugar de hacerse a un lado, la cogió por los hombros.
—Ahora que tiene todo aquello por lo cual se ha casado con Nicholas, dinero, influencia y posición social, ¿por qué quiere el divorcio? —le preguntó.
—¡No tengo nada! —estalló Miley peligrosamente cerca de las lágrimas—. ¡Ahora, deje que me vaya!
—No hasta que comprenda por qué la he juzgado mal. Ayer, cuando habló conmigo, pensé que era maravillosa. Vi la risa en sus ojos cuando hablaba y vi el modo en que trataba a los aldeanos. Pensé para mis adentros que era una mujer de verdad, con corazón y carácter, ¡no una especie de mercenaria, consentida y cobarde!
Las lágrimas bañaron los ojos de Miley ante aquella condena injusta por parte de un perfecto extraño, y amigo de Nicholas para más inri.
—¡Déjeme en paz, maldito sea! —exigió entrecortadamente e intentó apartarlo de su camino de un empellón.
Sorprendentemente, sus brazos la atraparon y la atrajeron hacia su amplio pecho.
—¡Llore, Miley! —le ordenó con brusquedad—. ¡Por el amor de Dios, llore!
Miley se estremecía mientras el capitán le susurraba:
—Deje que broten las lágrimas, niña —le acariciaba la espalda con sus anchas manos—. Si intenta quedárselo dentro, la destrozará.
Miley había aprendido a afrontar la tragedia y la adversidad, sin embargo le resultaba difícil aceptar la amabilidad y la comprensión. Las lágrimas afloraron a sus ojos y se desbordaban entre sollozos desgarradores que estremecían su cuerpo y se quebraban en dolorosos torrentes. No tenía ni idea de cuándo el capitán Farrell había conseguido que se sentara a su lado en el sencillo sofá delante de la chimenea, ni cuándo empezó a hablarle sobre la muerte de sus padres y los acontecimientos que condujeron a la fría oferta de matrimonio que le hizo Nicholas. Con la cara enterrada en el hombro del marino, respondió a las preguntas que le formulaba sobre Nicholas y a por qué se había casado con él. Y cuando terminó se sintió mejor de lo que se había sentido en semanas.
—De modo que —concluyó con una leve sonrisa de admiración—, a pesar de la impersonal proposición de Nicholas, a pesar del hecho de que usted en realidad no sabía nada de él, ¿aun así pensaba que realmente él la necesitaba?
Miley se secó los ojos, cohibida, y asintió tímidamente.
—Es obvio que he sido una idi/ota y una fantasiosa al pensar eso, pero hay veces en que parece tan solo, veces en las que le miraba en una sala de baile abarrotada, rodeado de gente, generalmente mujeres, y tenía la extraña sensación de que se sentía tan solo como yo. Y el tío Charles también dijo que Nicholas me necesitaba, pero ambos estábamos equivocados, Nicholas quiere un hijo, es tan simple como eso. No me necesita ni me quiere.
—Se equivoca —la contrarió el capitán Farrell de manera tajante pero amable—. Nicholas necesita a una mujer como usted desde el día en que nació. Necesita sanar heridas muy hondas, que le enseñen a amar y a ser amado a su vez. Si supiera más de él, comprendería por qué le digo esto.
El capitán Farrell se acercó a una mesita y cogió una botella. Sirvió dos copas y luego le ofreció una a Miley.
—¿Me hablará de él? —preguntó Miley mientras el capitán se arrimaba a la chimenea y se quedaba mirándole.
—Sí.
Miley echó un vistazo al oloroso whisky que le ofrecía y empezaba a dejarlo sobre la mesa cuando el capitán la interrumpió.
—Si quiere saber cosas de Nicholas, le sugiero que beba primero —le recomendó sombríamente el capitán Farrell—. Lo necesitará.
Miley dio un sorbo del ardiente líquido, y el fornido irlandés levantó su copa y se bebió la mitad del contenido, como si él también lo necesitara.
—Voy a contarle cosas sobre Nicholas que solo yo sé, cosas que obviamente él no quiere que usted sepa ni él le contaría jamás. Al contárselas estoy traicionando la confianza de Nicholas y, hasta el momento, yo soy de una de las únicas personas cercanas a él que nunca le ha traicionado de un modo u otro. Es como un hijo para mí, Miley, así que me duele hacer esto; sin embargo, siento que es imperativo para que usted lo entienda.
Miley movió la cabeza lentamente.
—Tal vez no debería contarme nada, capitán. Lord Fielding y yo andamos siempre a la greña, pero no me gustaría que ninguno de ustedes dos se sintiera herido por algo que usted pudiera contarme.
Una breve sonrisa cruzó los rasgos graves del capitán Farrell.
—Si creyera que podía usar lo que le digo como un arma contra él, guardaría silencio. Pero usted no hará eso. Hay una fuerza bondadosa en usted, una compasión y una comprensión de la que fui testigo directo la otra noche cuando la vi mezclarse con los aldeanos. La vi reír con ellos y hacer que se sintieran cómodos y entonces pensé que usted era una mujer maravillosa, la esposa perfecta para Nicholas y aún sigo pensándolo.
Respiró hondo y empezó:
—La primera vez que vi a su marido fue en Delhi. Hace muchos años, yo trabajaba para un rico comerciante de Delhi llamado Napal, que transportaba mercancías desde India hacia todo el mundo y al revés. Napal no solo era el propietario de todos los bienes con los que comerciaba, sino que poseía los cuatro barcos que flotaba. Yo era el primer oficial de uno de esos buques.
»Llevaba seis meses embarcado, en un viaje extraordinariamente provechoso y cuando regresé a puerto, Napal nos invitó al capitán y a mí a su casa para una pequeña celebración privada.
»Siempre hace calor en India, pero ese día parecía aún más caluroso, sobre todo cuando me perdí, intentando encontrar la casa de Napal. De algún modo acabé en un dédalo de callejuelas y cuando por fin salí de ellas, me encontré en una placita miserable llena de indios sucios y harapientos; allí la pobreza es algo que supera lo imaginable. En cualquier caso, miré a mí alrededor, con la esperanza de encontrar a alguien que hablara francés o inglés para poder preguntarle la dirección.
»Vi una pequeña muchedumbre reunida al fondo de la plaza mirando algo, no veía qué, y me acerqué. Estaban allí plantados, fuera de un edificio, observando lo que sucedía dentro. Iba a darme media vuelta para intentar volver sobre mis pasos cuando vi una tosca cruz de madera que se levantaba en el exterior del edificio. Creyendo que era una iglesia, pensé que encontraría a alguien que hablase mi idioma, caminé entre la multitud y entré en ella. Me abrí paso a codazos entre cientos de indios andrajosos hacia la parte delantera, donde pude oír a una mujer gritando como una fanática, en inglés, sobre la lujuria y la venganza del Todopoderoso.
»A1 fin llegué hasta donde alcancé a verla; allí estaba, de pie sobre un pulpito de madera con un niño a su lado. Señalaba al niño y gritaba que era el diablo. Vociferaba que era "la semilla de la lujuria" y "el fruto del mal", levantó la cabeza del chico y pude ver su rostro.
»Me sorprendió comprobar que el chico era blanco y no indio. Gritaba a todo el mundo. "Mirad al diablo y ved cómo se venga el Señor"; entonces le dio la vuelta al niño y mostró "la venganza del Señor". Cuando vi su espalda, pensé que iba a vomitar.
El capitán Farrell tragó saliva notoriamente.
—Miley, la espalda del niño estaba amoratada de la última paliza que le habían dado y llena de cicatrices de quién sabe cuántas otras tundas. Por su aspecto, acababa de golpearle delante de su «congregación»; los in-dios no ponen objeciones a este tipo de crueldad brutal.
Su rostro se contrajo mientras continuaba.
—Mientras estuve allí, la bruja demente chillaba al niño que se arrodillara e implorara perdón al Señor. El chico la miró directamente a los ojos, sin decir nada, pero no se movió, entonces ella le dio un latigazo lo bastante fuerte como para doblegar a un hombre. El niño cayó de rodillas. «Reza, diablo», increpaba al niño arrodillado y le golpeó otra vez. El niño no dijo nada, se limitaba a mirar adelante y entonces vi sus ojos... Tenía los ojos secos. ¡Ni una sola lágrima, pero había tanto dolor en ellos. Dios, estaban llenos de un dolor tan espantoso!
Miley se estremeció de piedad por el niño desconocido, preguntándose por qué el capitán Farrell le contaba aquella horrible historia antes de hablarle de Nicholas.
El capitán Farrell torció el semblante.
—Nunca olvidaré el tormento de sus ojos —susurró con voz ronca— ni lo verdes que parecían en aquel momento.
La copa de Miley chocó contra el suelo y se hizo añicos. Sacudió la cabeza como una loca, intentando negar lo que le decía.
—¡No! —gritó angustiada— ¡Oh, por favor, no...!
Aparentemente ajeno a su horror, el capitán Farrell continuó, con la mirada perdida, sumido en sus recuerdos.
—Entonces el niñito se puso a rezar con las manos juntas y recitó: «Me arrodillo ante el Señor y le pido perdón». La mujer le obligó a que lo dijera más alto, una y otra vez y, cuando estuvo satisfecha, lo puso en pie de un tirón. Señaló a los sucios indios y le dijo que suplicase a los rectos su perdón. Entonces ella le dio una pequeña escudilla. Yo me quedé mirando mientras el niño se internaba entre la multitud para arrodillarse a los pies de su «congregación», besaba el bajo de sus sucias túnicas y «les pedía perdón».
—No —gimió Miley, abrazándose con los brazos y cerrando los ojos como si quisiera bloquear la imagen de un niño de cabellos negros y rizados y unos familiares ojos verdes sometido a tan demente maldad.
—Algo en mi interior se rebeló —continuó Farrell—. Los indios son un pueblo fanático y no me interesaban sus costumbres, pero ver a un niño de mi propia raza sufriendo malos tratos, accionó un resorte dentro de mí. Era más que eso, pensé. Era algo en ese niño que caló hondo: estaba sucio, harapiento y malnutrido, pero la mirada orgullosa y desafiante en aquellos ojos encantados suyos tenía algo que me rompió el corazón. Aguardé mientras se arrodillaba ante los indios de mí alrededor, les besaba el bajo de las túnicas y les pedía perdón, mientras le arrojaban monedas en la escudilla de madera. Entonces le llevó la escudilla a la mujer y ella sonrió, cogió la escudilla y le sonrió al niño; le dijo que ahora era «bueno», con aquella sonrisa fanática y demente.
»Miré a aquella obscena mujer de pie en el altar casero, sosteniendo una cruz y quise matarla. Por otro lado, no sabía lo leal que le era su congregación y, como no podía luchar contra ellos con una sola mano, le pedí que me vendiera al niño. Le dije que necesitaba un hombre que le castigara como era debido.
Apartando la mirada de su distante centro, el capitán Farrell miró a Miley con una sonrisa amarga.
—Me lo vendió por la paga de seis meses que llevaba en el bolsillo. Su marido había muerto un año antes y necesitaba el dinero tanto como necesitaba un niño al que fustigar. Pero antes de irme, vi que estaba arrojando el dinero a su congregación y gritando sobre el hecho de que Dios enviaba sus dones a través de ella. Estaba loca, completamente loca.
La voz de Miley se convirtió en un susurro suplicante.
—¿Cree que las cosas eran mejor para Nicholas antes de que su padre muriera?
—El padre de Nicholas aún está vivo —respondió con frialdad el capitán Farrell—. Nicholas es el hijo ilegítimo de Charles.
A Miley le empezó a girar la habitación y se llevó la mano a la boca, luchando contra la sensación de náusea y mareo que la asaltaban.
—¿Tanto le repugna descubrir que se ha casado con un bastardo? —le preguntó, observando su reacción.
—¡Cómo puede pensar una cosa tan est/úpida! —estalló Miley indignada.
El capitán Farrell sonrió ante su reacción.
—Bueno. No creí que le importara, pero los ingleses son muy maniáticos en estas cosas.
—Lo cual —replicó acaloradamente Miley— es extraordinariamente hipócrita por su parte, pues puedo citar tres duques reales que son descendientes directos de tres bastardos del rey Carlos. Además, yo no soy inglesa, soy americana.
—Es usted adorable —dijo amablemente.
—¿Me contará el resto de lo que sabe de Nicholas? —preguntó con el corazón ya casi a punto de estallar de compasión.
—El resto no es importante. Aquella misma noche me llevé a Nicholas a casa de Napal. Uno de los criados de Napal lo aseó y nos lo envió a vernos. El chico no quería hablar, pero una vez lo hizo, fue evidente que era listo. Cuando le conté la historia a Napal, sintió piedad por Nicholas y le dio trabajo como una especie de chico de los recados. Nicholas no recibía dinero a cambió sino cama en la parte trasera de la oficina de Napal, comida y ropa decentes. Él solo aprendió a leer y a escribir; tenía un deseo insaciable por aprender.
»Cuando tenía dieciséis años, Nicholas había aprendido todo lo que podía aprender de Napal en cuanto a ser un buen comerciante. Además de ser inteligente y brillante, Nicholas tenía un ímpetu increíble por triunfar, supongo que eso era fruto de haber sido obligado a mendigar con una escudilla de madera cuando era niño.
»Fuera como fuese, Napal se ablandó al hacerse mayor y, como no había tenido hijos, empezó a pensar en Nicholas más como un hijo que como un empleado mal pagado y explotado. Nicholas convenció a Napal de que le dejara navegar en uno de los barcos de Napal para aprender de primera mano el negocio del cabotaje. Por aquel entonces yo era ya capitán y Nicholas navegó conmigo durante cinco años.
—¿Era buen marino? —preguntó Miley en voz baja, sintiéndose terriblemente orgullosa del muchachito que se había convertido en un hombre próspero.
—El mejor. Empezó como marinero, pero aprendió a navegar y todo lo demás de mí en su tiempo libre. Napal murió dos días después de que regresáramos de uno de nuestros viajes. Estaba sentado en su despacho cuando se le paró el corazón. Nicholas lo intentó todo para que volviera en sí, incluso se inclinó sobre él e intentó insuflarle aire en los pulmones. El resto de la oficina pensó que Nicholas se había vuelto loco, pero ya ve, él quería al viejo tacaño. Sintió el luto durante meses, pero no derramó ni una sola lágrima —explicó tranquilamente Mike Farrell—. Nicholas no puede llorar. La bruja que le crió estaba convencida de que los «demonios» no lloran y le pegaba aún más si lo hacía. Nicholas me lo contó por fin cuando tenía nueve años.
»En cualquier caso, cuando Napal murió se lo dejó todo a Nicholas. Durante los siguientes seis años, Nicholas hizo lo que trataba de convencer a Napal que hiciera; compró toda una flota de barcos y con el tiempo multiplicó la fortuna de Napal.
Cuando el capitán Farrell se quedó contemplando silenciosamente el fuego. Miley dijo:
—Nicholas se casó, también, ¿verdad? Lo descubrí hace solo unos días.
—Ah, sí, se casó —explicó Mike, con una mueca mientras se acercaba a la botella de whisky y se servía otro trago—. Dos años después de la muerte de Napal, Nicholas se había convertido en uno de los hombres más ricos de Delhi. Esta distinción le valió el mercenario interés de una hermosa y amoral mujer llamada Melissa. Su padre era un hombre que vivía en Delhi y trabajaba para el gobierno. Melissa era atractiva, de buena familia y con clase, tenía todo salvo lo que más necesitaba. Se casó con Nicholas por lo que le podía dar.
—¿Por qué se casó Nicholas con ella? —quiso saber Miley.
Mike Farrell se encogió de hombros.
—Era más joven que ella y estaba deslumbrado por su belleza, supongo. También la dama... y empleo la palabra con mucha libertad... tenía una... ejem... belleza que hacía que cualquier hombre quisiera probar el calor de sus brazos. Vendió ese calor a Nicholas a cambio de todo lo que pudo sacarle. Le dio mucho, también, joyas que complacerían a una reina. Las cogía y sonreía. Tenía una cara bonita, pero por alguna razón cuando le sonreía así, me recordaba a esa vieja bruja demente con la escudilla de madera.
Miley tuvo una repentina y dolorosa visión de Nicholas dándole las perlas y los zafiros y pidiéndole que se lo agradeciera con un beso. Se preguntó apesadumbrada si pensaba que tenía que sobornar a una mujer para que lo quisiera.
Levantando la copa, Mike dio otro largo trago.
—Melissa era una ramera, una ramera que se pasó la vida yendo de cama en cama después de casarse. Lo divertido fue que le dio un síncope cuando descubrió que Nicholas era bastardo. Yo estaba en su casa en Delhi cuando el duque de Atherton apareció y pidió hablar con su hijo. Melissa se enfureció al enterarse de que Nicholas era el hijo ilegítimo de Charles. Parecía ir contra sus principios mezclar su sangre con la de un bastardo. Sin embargo, no iba contra sus principios entregar su cuerpo a cualquier hombre de su propia clase que le invitara a su lecho. Extraño código ético, ¿no cree?
—¡Muy extraño! —coincidió Miley.
El capitán Farrell se rió de su leal respuesta, luego añadió:
—Cualquier ternura que Nicholas sintiera por Melissa al casarse, pronto quedó destruida al convivir con ella. Aunque le dio un hijo y, por ese motivo, la mantuvo para que siempre pudiera ir a la última moda e hizo caso omiso de sus aventuras. Francamente, no creo que le importara lo que ella hacía.
Miley, que desconocía que Nicholas tuviera un hijo, se sentó muy erguida, y se quedó mirando perpleja y conmocionada al capitán Farrell, mientras él proseguía su relato:
—Nicholas adoraba a ese niño. Lo llevaba a casi todas partes. Incluso aceptó regresar aquí y gastarse el dinero en restaurar la destartalada hacienda de Charles Fielding para que Jamie pudiera heredar un reino adecuado. Y al final, todo por nada. Melissa intentó huir con su último amante y se llevó a Jamie con él, con la intención de pedir rescate a Nicholas por el niño más tarde. Su barco se hundió en una tormenta.
La mano del capitán Farrell se tensó sobre la copa y los músculos de la garganta trabajaron de manera convulsiva.
—Fui el primero en descubrir que Melissa se había llevado a Jamie. Yo fui quien tuvo que decirle a Nicholas que su hijo había muerto. Lloré —confesó con voz ronca—, pero Nicholas no lloró. Ni siquiera entonces. No puede llorar.
—Capitán Farrell —dijo Miley con voz sofocada—, me gustaría irme a casa ahora. Se está haciendo tarde y Nicholas debe de estar preocupado por mí.
La pena se esfumó de los rasgos del capitán y en sus duras facciones apareció una sonrisa.
—Excelente idea —convino—, pero antes de que se vaya, quiero decirle algo.
—¿Qué?
—No deje que Nicholas la induzca a creer que solo quiere un niño de usted y nada más. Lo conozco mejor que nadie y he visto el modo en que la miraba anoche. Ya está medio enamorado de usted, aunque dudo que quiera estarlo.
—No puedo culparle por no querer el amor de ninguna mujer —respondió Miley apenada—. No puedo imaginar cómo sobrevivió a todo lo que le ha ocurrido y está aún cuerdo.
—Es fuerte —explicó el capitán Farrell—. Nicholas es el ser humano más fuerte que he conocido en mi vida. Y el mejor. Permítase quererlo, Miley... sé que quiere hacerlo. Y enséñele a amarla. Tiene mucho amor para dar, pero antes, tendrá que aprender a confiar en usted. Una vez confíe en usted, le pondrá el mundo a sus pies.
Miley se levantó, pero sus ojos estaban empañados por el temor.
—¿Qué le hace estar tan seguro de que todo esto saldrá de la manera que usted cree?
La voz del irlandés era suave y tenía la mirada perdida.
—Porque conocí a una muchacha como usted hace mucho. Tenía su calidez y su valor. Me enseñó a confiar, a amar y a ser amado. No temo morir porque sé que ella está allí, esperándome. La mayoría de los hombres aman fácilmente y a menudo, pero Nicholas es más como yo. Solo amará una vez, pero lo hará para siempre.


1 comentario:

  1. OMG no me lo puedo creer, pobre nicholas ah pasado por tanto :/ aún así sigo molesta con el por comportarse de esa forma con miley (Aunque se que para el debe ser duro y raro estar enamorado) Aún así Lo odio momentánea mente, espero que miley lo busque y haga que el olvide ese pasado tan tormentoso que tiene, el merece ser feliz igual que ella, espero que nicholas le confiese muchas cosas y que le haga el amor de la manera que ella lo merece, ahhhh aun no creo que subieras tan pronto!!! I LIKE <3 <3 <3 <3 <<<3 <3 Subeeeeeee no te demores tanto :')

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