jueves, 20 de marzo de 2014

Para Siempre-Capitulo 27

Capitulo 27


—Buenos días, milady —saludó Ruth con una amplia sonrisa.
Miley se dio la vuelta en la inmensa cama de Nicholas, con una sonrisa ensoñadora en los ojos.
—Buenos días. ¿Qué hora es?
—Las diez en punto. ¿Le traigo una de sus batas? —preguntó mirando a su alrededor a la explícita maraña de ropas y mantas tiradas en el suelo.
Miley se sonrojó, pero estaba demasiado lánguida, demasiado exquisitamente fatigada como para sentir poco más que un tibio azoramiento al descubrirse en la cama de Nicholas con las ropas diseminadas por todas partes. Le había hecho el amor dos veces más antes de caer dormidos y luego otra vez por la mañana temprano.
—No te preocupes, Ruth —murmuró—. Creo que me gustaría dormir un poco más.
Cuando Ruth se fue. Miley se volvió bocabajo y se hundió en la almohada con una sonrisa dulce en los labios. La buena sociedad pensaba que Nicholas Fielding era frío, cínico e inabordable, recordó sonriendo para sí. Qué sorprendidos estarían si supieran el tierno, apasionado y tumultuoso amante que era en la cama. O tal vez después de todo no fuera un secreto, pensó, con sonrisa vacilante. Había sido testigo de las miradas codiciosas que las mujeres casadas solían dirigir a Nicholas y, como no podían desear casarse con él, lo debían de querer como amante.
Mientras pensaba en eso, recordó cuántas veces había oído su nombre relacionado con ciertas damas hermosas y casadas cuyos maridos eran viejos y feos. Sin duda había habido muchas mujeres en su vida antes que ella, pues sabía exactamente cómo besarla y dónde acariciarla para hacer que su cuerpo temblara de deseo.
Miley apartó aquellos pensamientos sombríos de su mente. No importaba cuántas mujeres hubieran conocido la salvaje, pagana belleza de su manera de hacer el amor, porque a partir de ahora, él era suyo y solo suyo. Sus ojos se estaban cerrando cuando por fin notó el joyero plano y negro que descansaba en la mesilla de noche. Sin mucho interés, sacó la mano de debajo de las sábanas de seda y abrió la caja. Dentro había un magnífico collar de esmeraldas, junto con una nota de Nicholas que decía: «Gracias por una noche inolvidable».
Unas arrugas enturbiaron la lisa frente de Miley. Le habría gustado que no discutiera cuando intentó decirle que le amaba. Le habría gustado que le dijera que él también la amaba. Y sobre todo le habría gustado que dejara de regalarle joyas cada vez que lo complacía. Aquella chuchería en concreto le parecía desagradablemente un pago por los servicios prestados...
Miley se despertó sobresaltada. Eran casi las doce y Nicholas le había dicho que su reunión acabaría más o menos a aquella hora. Ansiosa por verlo, y amparada en la calidez de su íntima sonrisa, se puso un precioso vestido de color lavanda con mangas abombadas y ceñidas en las muñecas. Se movía nerviosa e impaciente mientras Ruth le peinaba el cabello y se lo cepillaba hasta dejarlo lustroso, luego lo trenzó con unas cintas de satén de color lavanda.
En cuanto hubo terminado, Miley bajó corriendo al zaguán, luego se obligó a caminar a un ritmo más decoroso mientras bajaba la gran escalera. Northrup le sonrió cuando indagó sobre el paradero de Nicholas y cuando se cruzó con O’Malley en el pasillo en dirección hacia el estudio de Nicholas, juraría que el criado irlandés le había guiñado un ojo. Aún dudaba si se lo había guiñado o no cuando llamó a la puerta de Nicholas y entró.
—Buenos días —saludó alegremente—. Pensaba que querrías comer conmigo.
Nicholas apenas miró en dirección a ella.
—Lo siento, Miley. Estoy ocupado.
Sintiéndose como una niña molesta a la que acaban de poner firme, pero educadamente en su lugar. Miley le preguntó vacilante:
—Nicholas, ¿por qué trabajas tanto?
—Disfruto trabajando —respondió fríamente.
Era obvio que disfrutaba más que en su compañía, se percató Miley, pues ciertamente no tenía ninguna necesidad de dinero.
—Siento interrumpirte —se disculpó tranquilamente—. No volveré a hacerlo.
Mientras se marchaba, Nicholas se disponía a decirle que había cambiado de idea, luego analizó el impulso y volvió a sentarse a la mesa. Quería comer con ella, pero no sería prudente pasar demasiado tiempo con ella. Dejaría que Miley fuera una parte agradable de su vida, pero no dejaría que se convirtiera en el centro de ella. No le daría a ninguna mujer ese poder sobre él.


Miley se echó a reír mientras el pequeño Billy empuñaba su sable de juguete en el campo detrás del orfanato y ordenaba a otro de los huérfanos que «caminase por la tabla». Con un parche negro en el ojo bueno, el corpulento jovencito parecía un adorable pirata.
—¿Cree que ese parche dará resultado? —preguntó el vicario que se encontraba al lado de ella.
—No estoy segura. Mi padre se sorprendió tanto como los demás cuando le hizo tanto bien a aquel niño en casa. Cuando su ojo se enderezó, papá se preguntó si, en lugar de ser un defecto del ojo, tal vez fuera un problema de los músculos del ojo que controlan su movimiento. De ser así, entonces tapando el ojo bueno los músculos del ojo malo se enderezarían si se forzaban a usarlos.
—Mi esposa y yo nos preguntábamos si nos haría el honor de cenar con nosotros esta noche, cuando los niños acaben su espectáculo de marionetas. Si me permite decirlo, milady, los niños del orfanato son muy afortunados de tener una mecenas tan generosa y entregada como usted. Me atrevería a decir que no hay ningún orfanato en Inglaterra cuyos niños tengan mejores ropas o comida que estos niños tienen ahora, gracias a su generosidad.
Miley sonrió y empezaba a declinar la amable invitación para cenar cuando cambió bruscamente de idea y aceptó. Envió a uno de los niños más mayores a Wakefield con un mensaje para decirle a Nicholas que cenaría en casa del vicario, luego se reclinó en un árbol, observando cómo los niños jugaban a piratas y preguntándose cómo reaccionaría Nicholas ante su ausencia sin precedentes de esa noche.
A decir verdad, no había modo de saber si le importaría. La vida se había convertido en algo muy extraño y confuso. Además de las joyas que le había regalado antes, ahora poseía un par de pendientes de esmeraldas y una pulsera a juego con el collar, pendientes de diamantes, un broche de rubí y un conjunto de agujas de diamantes para el cabello; algo para cada una de las cinco noches consecutivas en que le había hecho el amor desde que había admitido que intentaba seducirlo.
En la cama cada noche le hacía el amor apasionadamente. Por la mañana, le dejaba una costosa joya, luego se la quitaba por completo de la cabeza y de su vida hasta que de nuevo se volvían a encontrar para cenar y para irse a la cama. Como resultado de este extraño trato, Miley estaba alimentando rápidamente un resentimiento muy vivo contra Nicholas e incluso una aversión aún más viva por las joyas.
Tal vez podría haber soportado mejor su actitud si en realidad trabajara constantemente, pero no era así. Sacaba tiempo para ir a montar a caballo con Robert Collingwood, para ir de visita con él y hacer todo tipo de cosas diferentes. A Miley solo le concedía su compañía a la hora de cenar y más tarde, cuando se iban a la cama. Darse cuenta de que su vida iba a ser así, la entristecía y la ponía furiosa. Aquel día estaba lo bastante furiosa como para permanecer alejada deliberadamente de casa a la hora de cenar.
Era obvio que Nicholas quería el tipo de matrimonio típico entre la buena sociedad. Esperaba que siguiera su camino y él el suyo. La gente sofisticada no vive una pegada a los talones del otro, lo sabía; hacerlo se consideraba vulgar y ordinario. Tampoco se profesaban ningún amor mutuo, pero en ese aspecto, Nicholas se comportaba de manera muy peculiar. Le había dicho a ella que no le amase, sin embargo le hacía el amor noche tras noche, durante horas seguidas, sofocando sus sentidos de placer hasta que por fin ella gritaba su amor por él. Cuanto más trataba de reprimir las palabras «te quiero», más tórrida era su manera de hacer el amor hasta que él le obligaba a admitirlo con las manos, la boca y su cuerpo duro e impetuoso. Entonces, y sólo entonces, él la dejaba encontrar el éxtasis explosivo que podía darle o quitarle.
Era como sí quisiera, como si necesitara oír aquellas palabras de amor, sin embargo nunca, ni siquiera en la cima de su propia satisfacción, Nicholas se las había dicho a ella. Su cuerpo y su corazón estaban esclavizados por Nicholas, la estaba encadenando a él —deliberada, astuta y satisfactoriamente, la mantenía en un cautiverio de feroz y ardiente placer—, pero emocionalmente guardaba las distancias.
Al cabo de una semana. Miley estaba decidida a obligarlo fuera como fuese a compartir lo que ella sentía y a que lo admitiera. No estaba dispuesta, no quería creer que no la amaba, notaba la ternura de sus manos en ella y la intensa avidez de sus labios. Además, si no quería que le amara, ¿por qué la obligaba deliberadamente a decírselo?
Basándose en lo que el capitán Farrell le había dicho, podía casi entender el hecho de que Nicholas no quisiera confiarle su corazón. Podía entenderlo, pero estaba decidida a cambiar las tornas. El capitán Farrell había dicho que Nicholas solo amaría una vez... Una vez y para siempre. Quería desesperadamente ser amada de ese modo por él. Tal vez, si no estuviera tan disponible y a su alcance, se daría cuenta de que la echaba de menos e incluso lo admitiría ante ella. Al menos, esa era su esperanza cuando le envió una educada nota explicándole que no iría a cenar a casa.
Miley estuvo sobre ascuas durante el espectáculo de marionetas y más tarde durante la cena en casa del vicario, esperando el momento de regresar a Wakefield y ver con sus propios ojos cómo reaccionaba Nicholas ante su ausencia. A pesar de su protesta de que no era necesario, el vicario insistió en acompañarla a casa esa noche, advirtiéndola durante todo el trayecto de los peligros que acechaban a una joven lo bastante tonta como para aventurarse sola después del anochecer.
Entre maravillosas, aunque admitidamente improbables, visiones de Nicholas hincando una rodilla en tierra en el instante en que llegara y profesándole su fe porque le había echado tanto de menos durante la cena, Miley prácticamente entró corriendo en la casa.
Northrup le informó de que lord Fielding, tras enterarse de su intención de cenar fuera, había decidido cenar con sus vecinos y aún no había regresado.
Con profunda frustración, Miley subió a sus aposentos, tomó un baño y se lavó el cabello. Aún no había regresado cuando acabó, se metió en la cama y hojeó desinteresadamente un periódico. Si Nicholas pretendía sacarla de quicio, pensó Miley con enojo, no podía haber elegido mejor manera, ni tampoco creía que se hubiera tomado tantas molestias simplemente para darle una lección.
Eran más de las once cuando por fin lo oyó entrar en su habitación y al instante cogió el periódico, mirándolo como si fuera el material de lectura más absorbente del mundo. Al cabo de unos minutos, Nicholas entró en su habitación, sin corbata, con la camisa blanca desabrochada hasta casi la cintura, revelando la rizada mata de vello oscuro que cubría los broncíneos músculos de su pecho. Estaba tan imponentemente viril y atractivo que a Miley se le secó la boca, pero el rostro de facciones duras de Nicholas estaba perfectamente compuesto.
—No has venido a casa a cenar —comentó, de pie junto a su lecho.
—No —corroboró Miley, intentando adoptar un tono indiferente.
—¿Por qué no?
Le miró de modo inocente y repitió su propia explicación de por qué la ignoraba.
—Me gusta disfrutar de la compañía de otras personas, del mismo modo que a ti te gusta trabajar —por desgracia, su compostura pasó un momento difícil y añadió con algo de nerviosismo—: No pensé que te importara que no estuviera aquí.
—No me importó en absoluto —le contestó para su desilusión, y después de darle un casto beso en la frente, regresó a su propia habitación.
Miley miró sombríamente la almohada vacía a su lado. Su corazón se negaba a creer que a él no le importase si se quedaba o no a cenar. Tampoco quería creer que tuviera la intención de dormir solo aquella noche y permaneció despierta esperándole, pero no acudió.
A la mañana siguiente se sentía fatal cuando se despertó y eso fue antes de que Nicholas entrase en su habitación, recién afeitado y exultante de vitalidad para sugerirle como quien no quiere la cosa:
—Si te sientes sola y necesitas compañía. Miley, tal vez deberías ir a la ciudad a pasar uno o dos días.
Le entró una sensación de desesperanza y el cepillo se le cayó de los dedos, pero su orgullo acudió a rescatarla y se las arregló para mostrar una feliz sonrisa. O se estaba marcando un farol o deseaba librarse de ella, pero fuera cual fuese su motivo, iba a hacer lo que le había recomendado.
—¡Qué idea más genial, Nicholas! Creo que eso haré.
Gracias por sugerírmela.

1 comentario:

  1. Que bonito capitulo!! Cunado van a aprender Nick y Miley a confesarse los sentimientos? Van a crearse unos malentendidos..... Buen capitulo, sigue pronto la novela!!

    ResponderEliminar