Capitulo 32
La casa estaba resplandeciente de luz cuando el coche de Nicholas se detuvo en el camino. Ansioso por ver a Miley subió a grandes zancadas los altos escalones de la entrada.
—¡Buenas noches, Northrup! —sonrió dando una palmadita en la espalda del fiel mayordomo y tendiéndole su capa—. ¿Dónde está mi esposa? ¿Ya han cenado todos? Me he retrasado por culpa de una maldita rueda rota.
La cara de Northrup era una máscara gélida y su voz un ronco susurro.
—El capitán Farrell le aguarda en el salón, milord.
—¿Qué le pasa en la voz? —le preguntó de buen humor Nicholas—. Si le molesta la garganta dígaselo a lady Miley, es buenísima con esas cosas.
Northrup tragó convulsivamente saliva pero no dijo nada.
Dirigiéndole una mirada algo curiosa, Nicholas se dio media vuelta y cruzó con paso raudo el pasillo hacia el salón. Abrió las puertas de par en par con una sonrisa ávida en el rostro.
—Hola, Mike, ¿dónde está mi esposa?
Echó un vistazo a la alegre habitación con un pequeño fuego ardiendo en la chimenea para quitar el frío, esperando que ella apareciera de un rincón en penumbra, pero todo lo que vio fue la capa de Miley tirada laxamente sobre el respaldo de una silla, con el bajo goteando agua.
—Perdona mis modales, amigo mío —le dijo a Mike Farrell—, pero hace días que no he visto a Miley. Deja que vaya a buscarla, luego nos sentaremos todos y charlaremos felizmente. Debe de estar arriba...
—Nicholas —dijo muy tenso Mike Farrell—, ha habido un accidente...
El recuerdo de otra noche como aquella desgarró dolorosamente el cerebro de Nicholas: la noche en que había regresado a casa con la esperanza de encontrar a su hijo y Northrup había actuado extrañamente; la noche en que Mike Farrell le estaba aguardando en aquella misma habitación. Como para exorcizar el terror y el dolor que ya asediaban su cuerpo, sacudió la cabeza, retrocediendo.
—¡No! —susurró, y luego su voz se alzó en un atormentado grito—, ¡No, maldito seas! ¡No me digas que...!
—Nicholas...
—¡No te atrevas a decírmelo! —gritó en medio de una gran agonía.
Mike Farrell habló, pero apartó la cabeza del insoportable tormento que leía en el devastado rostro del otro hombre.
—Su caballo la arrojó al río a unos kilómetros de aquí. O’Malley fue a buscarla, pero no ha podido encontrarla. Él...
—Fuera de aquí —susurró Nicholas.
—Lo siento, Nicholas. Lo siento más de lo que puedo expresar.
—¡Fuera!
Cuando Mike Farrell se fue, Nicholas fue hacia la capa de Miley, sus dedos se cerraron lentamente sobre la lana húmeda y la atrajeron hacia él. Los músculos de la base de su garganta se tensaron convulsivamente mientras se llevaba la empapada capa hacia el pecho, la acariciaba con la mano y luego enterraba su rostro en ella, frotándola contra su mejilla. El dolor empezó a recorrer todo su cuerpo y las lágrimas que se creía incapaz de derramar brotaron de sus ojos.
—No —sollozó en una enloquecedora angustia.
Y luego repitió a voz en grito—: ¡No!
—Ya pasó, querida —la consoló la duquesa de Claremont, dando unas palmaditas en el hombro de su bisnieta—. Me rompe el corazón verte parecer tan desgraciada.
Miley se mordió el labio, miró por la ventana el cuidado césped que se extendía ante ella y no dijo nada.
—Apenas puedo creer que tu marido no haya venido aún a disculparse por el infame engaño que él y Atherton perpetraron contigo —declaró irritada la duquesa—. Tal vez no llegara a casa hace dos noches, después de todo. —Paseó inquieta por la habitación, inclinándose en su bastón, con sus ojos briosos dirigidos hacia las ventanas como si ella también esperase ver a Nicholas Fielding llegar en cualquier momento—. ¡En cuanto aparezca, me concederías una gran satisfacción si le obligases a ponerse de rodillas!
Una sonrisa tímida y sin humor asomó en los suaves labios de Miley.
—Entonces te vas a llevar una decepción, abuela, pues te aseguro sin ningún género de duda que Nicholas no hará eso. Es más probable que entre e intente besarme y, y...
—¿...y seducirte para que regreses a casa? —terminó la duquesa a bocajarro.
—Exacto.
—¿Y puede lograrlo? —le preguntó, ladeando su cabeza blanca, con ojos momentáneamente divertidos a pesar de su ceño fruncido.
Miley suspiró y se dio media vuelta, apoyó la cabeza contra el marco de la ventana y dobló los brazos sobre el estómago.
—Probablemente.
—Bueno, ciertamente se está tomando su tiempo. ¿Realmente crees que él sabía lo de las cartas del señor Bainbridge? Me refiero á que, si conocía su existencia, es una falta de principios no contártelo.
—Nicholas no tiene principios —respondió Miley con cansino enfado—. No cree en ellos.
La duquesa reanudó su pensativo paseo pero se detuvo en seco al llegar hasta Lobo, que estaba tumbado delante de la chimenea. Se encogió de hombros y cambió de dirección.
—¿Qué pecado he cometido para merecer a esta feroz bestia como invitado? No lo sé.
Miley soltó una risita.
—¿Quieres que lo encadene fuera?
—¡Dios santo, no! Desgarró la culera de los pantalones de Michaelson cuando intentó darle de comer esta mañana.
—No confía en los hombres.
—Un animal sabio, aunque horrible.
—Yo creo que es hermoso en un sentido salvaje y rapaz... —como Nicholas, pensó, y rápidamente desechó el doloroso recuerdo.
—Antes de que enviara a Dorothy a Francia, ya había adoptado dos gatos y un gorrión con un ala rota. A mí tampoco me gustaban, pero al menos no me miraban como me mira este animal. Incluso ahora, se está preguntando a qué debo saber.
—Te mira porque cree que te está guardando —explicó Miley, con una sonrisa.
—¡Cree que está guardando su próxima comida! No, no —dijo levantando la mano cuando Miley se encaminaba hacia Lobo, con la intención de sacarlo fuera—. Te suplico que no pongas en peligro a ninguno más de mis criados. Además —tardó bastante en admitir—, no me he sentido así de segura en mi casa desde que tu bisabuelo vivía.
—No tienes que preocuparte porque entren merodeadores —coincidió Miley, regresando a su guardia en la ventana.
—¿Entrar? Querida, no conseguirías sobornar a un merodeador para que entrase en esta habitación.
Miley permaneció en la ventana durante otro minuto, luego se dio la vuelta y vagó sin rumbo hacia un libro abandonado sobre una reluciente mesa de leño de raso.
—Siéntate Miley, y déjame pasear un rato. No tiene sentido que las dos choquemos mientras atravesamos la alfombra. ¿Qué debe estar impidiendo que ese atractivo diablo tuyo se presente en nuestra guarida?
—Simplemente que Nicholas no ha venido nunca antes —dijo Miley, hundiéndose en una silla y mirándose las manos—. Me gusta esta tranquilidad.
La duquesa se asomó a los ventanales y miró hacia el camino.
—¿Tú crees que te ama?
—Eso creo.
—¡Claro que te quiere! —afirmó la duquesa con contundencia—. Todo Londres habla de ello. Ese hombre está perdidamente enamorado de ti. Daría a Atherton la punta de la lengua porque no hubiera cometido esa vileza. Pero —añadió dando muestras de audacia, sin dejar de mirar por la ventana—, probablemente yo hubiera hecho lo mismo en tales circunstancias.
—No puedo creerlo.
—Claro que lo hubiera hecho. Si me dieran a elegir entre dejar que te casaras con un colono al que no conozco y en el que no tengo fe ninguna, frente a mi propio deseo de verte casada con el mejor partido de Inglaterra, un hombre rico, con título y bien plantado, yo habría hecho lo mismo que Atherton.
Mileyevitó señalar que era exactamente esa mentalidad la que había causado a su madre y a Charles Fielding tanto dolor.
La duquesa se tensó imperceptiblemente.
—¿Estás completamente segura de que deseas regresar a Wakefield?
—Nunca pretendí irme para siempre. Supongo que quería castigar a Nicholas por el modo en que Andrew tuvo que enterarse de que estaba casada. Abuela, si hubieras visto la cara de Andrew lo comprenderías. Fuimos muy buenos amigos desde que éramos niños. Andrew me enseñó a nadar, a disparar y a jugar al ajedrez. Además, yo estaba furiosa con Nicholas y Charles por usarme como un juguete, una prenda, un objeto sin sentimientos que importen. No puedes ni imaginar lo sola y desgraciada que me sentí durante mucho tiempo después de creer que Andrew me había abandonado fríamente.
—Bueno, querida —declaró la duquesa, pensativa—, no vas a estar sola mucho más tiempo. Wakefield acaba de llegar... ¡no, espera, ha enviado a un emisario! ¿Quién es esa persona?
Miley corrió hacia la ventana.
—¡Es el capitán Farrell... el amigo más antiguo de Nicholas!
—¡Ah! —exclamó alegremente la duquesa, golpeando el bastón contra el suelo—. ¡Ah! Ha enviado a un padrino. ¡Nunca habría esperado eso de Wakefield, pero así es!
Agitó la mano con apremio hacia Miley.
—Corre a la salita y no asomes tu bonita cara a menos que yo te lo diga.
—¿Qué? ¡No, abuela! —se quejó Miley con obstinación.
—¡Sí! —replicó la duquesa—. ¡Ahora mismo! ¡Si Wakefield desea tratar esto como si fuera un duelo y enviar a un representante para negociar los términos, que así sea! Yo seré tu padrino. No le daré cuartel —y selló sus palabras con un alegre guiño.
Miley hizo a regañadientes lo que le habían ordenado y se dirigió a la salita, pero bajo ninguna circunstancia estaba dispuesta a dejar que el capitán Farrell se fuera sin llevársela consigo. Si su bisabuela no se reunía con ella en cinco minutos, Mileydecidió que regresaría al salón y hablaría con el capitán Farrell.
Al cabo de solo tres minutos las puertas de la salita se abrieron bruscamente y su bisabuela apareció en el umbral con una expresión mezcla de conmoción, divertimento y horror.
—Querida —anunció—, parece que sin quererlo has puesto a Wakefield de rodillas, después de todo.
—¿Dónde está el capitán Farrell? —preguntó apurada Miley—. ¿No se habrá ido, verdad?
—No, está aquí, te lo aseguro. El pobre hombre está reposando en mi sofá en este mismo instante, esperando el refrigerio que tan generosamente le he ofrecido. Sospecho que cree que soy la criatura más despiadada de la tierra, pues cuando me contó sus noticias, estaba tan trastornada que le ofrecí un refrigerio en lugar de conmiseración.
—¡Abuela! No tiene sentido. ¿Nicholas envió al capitán Farrell a pedirme que regresara? ¿Por eso ha venido?
—De ninguna manera —negó su excelencia alzando el ceño—. Charles Fielding lo envió aquí a darme las penosas noticias de tu temprano fallecimiento.
—¿Mi qué?
—Te ahogaste —explicó sucintamente la duquesa—. En el río. O al menos, tu capa blanca parece tener algo que ver en ello —miró a Lobo—. Esta bestia sarnosa se supone que volvió a la frondosidad del bosque donde habitaba antes de que lo domesticaras. Los criados de Wakefíeld están de luto. Charles guarda cama, merecidamente, mientras que tu marido se ha encerrado en su estudio y no deja que nadie se le acerque.
—¡Miley! —gritó la viuda, corriendo tras los pasos de su bisnieta tan rápido cómo podía, mientras Miley corría por el pasillo e irrumpía en el salón con Lobo pisándole los talones.
—¡Capitán Farrell!
Este alzó la cabeza mirándola como si estuviera viendo un fantasma, luego dirigió la mirada hacia la otra «aparición» que se plantó ante él y empezó a gruñirle.
—Capitán Farrell, no me he ahogado —explicó Miley, abatida por la mirada perdida que observaba en los ojos de aquel hombre—. ¡Lobo, basta!
El capitán Farrell se puso en pie mientras la incredulidad cedía lentamente ante la alegría y luego ante la furia.
—¿¡Es esta tu idea de gastar una broma!? —le espetó—. Nicholas está loco de dolor...
—¡Capitán Farrell! —dijo la duquesa con tono autoritario, alzándose en toda su diminuta altura—. Le agradecería que hablase con corrección cuando se dirija a mi bisnieta. No sabía hasta este mismo momento que Wakefíeld pensara que estaba en ningún otro lugar más que aquí, donde específicamente dijo que estaría.
—Pero, la capa...
—Me perseguía alguien, creo que uno de los bandidos que usted mencionó, así que puse la capa sobre la silla de montar y envié al caballo por el camino que corre junto al río, pensando que haría perder mi rastro al bandido.
La rabia abandonó el rostro de capitán y sacudió la cabeza.
—El que le perseguía era O’Malley, que casi se ahoga intentado encontrarla y rescatarla del río cuando vio su capa.
Miley echó hacia atrás la cabeza y cerró los ojos con remordimiento; luego sus largas pestañas se abrieron y se puso rápidamente en movimiento. Abrazó a su bisabuela con las palabras saliéndole deprisa.
—Abuela, gracias por todo. Debo irme. Vuelvo a casa...
—¡No te irás sin mí! —respondió la duquesa con una sonrisa gruñona—. En primer lugar, no me perdería este regreso del otro mundo. No he sentido emociones parecidas desde... bueno, no importa.
—Puedes seguirme en el carruaje —especificó Miley, pero yo iré a caballo, será más rápido.
—Tú vendrás conmigo en el carruaje —replicó su excelencia imperiosamente— Aún no se te ha ocurrido, supongo, que después de que tu marido se recupere de su alegría, lo más probable es que reaccione exactamente de la misma manera adusta y grosera que su emisario —dirigió un ojo tranquilizador al pobre capitán Farrell antes de continuar—. Solo que con bastante más violencia. En resumen, querida niña, después de besarte, lo cual tengo toda mi fe que hará, es probable que quiera matarte por lo que seguramente considerará una broma monstruosa por tu parte. Así que yo estare por ahí para correr en tu ayuda y apoyar tu explicación. Y eso —añadió, golpeando su bastón en el suelo llamando autoritariamente a su mayordomo— es todo. Norton —llamó—. ¡Prepare mis caballos de inmediato!
Se volvió hacia el capitán Farrell y, en aparente enmienda a su anterior condena, proclamó regiamente:
—Venga en el carruaje con nosotras... —entonces repentinamente arruinó la ilusión de haber perdonado generosamente su anterior rudeza añadiendo—: así podré vigilarle de cerca. No me arriesgo a que prevenga a Wakefield de nuestra llegada y esté aguardándonos en el umbral de su puerta con ojos asesinos.
El corazón de Miley latía enloquecedoramente cuando el carruaje se detuvo en Wakefield, poco después del anochecer. No apareció ningún criado del interior de la casa para ayudarles a bajar del carruaje y alumbrar a los recién llegados, y solo pocas luces brillaban en la miríada de ventanas que daban al parque. Todo el lugar parecía fantasmagóricamente desierto, pensó Miley, y luego, para su horror, vio que en las ventanas más bajas había crespones negros y que encima de la puerta habían colocado una corona negra.
—Nicholas odia todo lo que tenga que ver con el luto... —estalló frenéticamente, empujando la puerta del carruaje intentando abrirla—. ¡Dígale a Northrup que quite esas cosas de las ventanas!
Rompiendo su resentido silencio por primera vez, el capitán Farrell posó una mano refrenadora en su brazo y dijo amablemente:
—Nicholas ordenó que las pusieran. Miley. Está medio loco de dolor. Su bisabuela tiene razón en parte... No tengo ni idea de cómo reaccionará cuando la vea por primera vez.
A Miley no le importaba lo que hiciera Nicholas, mientras él supiera que estaba viva. Bajó del carruaje de un salto, dejando que el capitán Farrell cuidase de su bisabuela, y corrió hasta la puerta principal. Al encontrarla cerrada, asió el llamador y golpeó con ganas. Pareció transcurrir una eternidad antes de que la puerta se abriera lentamente.
—¡Northrup! —exclamó Miley—. ¿Dónde está Nicholas?
El mayordomo parpadeó una vez en la penumbra, luego volvió a parpadear.
—Por favor, no me mires como si fuera un fantasma. ¡Todo ha sido un malentendido, Northrup! —explicó desesperadamente, posando su cálida mano en su fría mejilla—. ¡No estoy muerta!
—Es... está... —una amplia sonrisa se extendió de repente por los tensos rasgos de Northrup—. Está en su estudio, milady, y puedo decirle lo feliz que me siento...
Demasiado desesperada como para escucharle, Miley corrió por el recibidor hacia el estudio de Nicholas, mientras se peinaba el cabello con los dedos.
—¿Miley? —gritó Charles desde la galería superior—. ¡Miley!
—La abuela te lo explicará todo, tío Charles —gritó Miley, y siguió corriendo.
En el estudio de Nicholas, puso una mano temblorosa en el picaporte, se paralizó momentáneamente ante la magnitud del desastre que había causado; luego respiró hondo trémulamente y entró, cerrando la puerta tras ella.
Nicholas estaba sentado en una silla cerca de la ventana, con los codos encima de las rodillas abiertas y la cabeza entre las manos. Sobre la mesa junto a él había dos botellas vacías de whisky y la pantera de ónice que le había regalado.
Miley tragó el nudo de remordimiento que tenía en la garganta y dio un paso adelante.
—Nicholas... —susurró.
Nicholas levantó la cabeza lentamente y la contempló, con el rostro hecho estragos y los ojos extraviados mirando directamente a través de ella como si fuera una aparición.
—Miley —gimió angustiado.
Miley se detuvo, observando con horror mientras él reclinaba la cabeza contra el respaldo de la silla y apretaba fuerte los ojos.
—Nicholas —exclamó con desesperación—. Mírame.
—Te veo, querida —susurró sin abrir los ojos. Alcanzó con la mano la pantera que estaba sobre la mesa junto a él, y le acarició cariñosamente el lomo—. Háblame —le suplicó con voz agónica—. Nunca dejes de hablarme, Miley. No me importa volverme loco, mientras pueda oír tu voz...
—¡Nicholas! —gritó Miley, corriendo hacia él y abrazándose frenéticamente a sus amplios hombros—. Abre los ojos. No estoy muerta. ¡No me he ahogado! ¡Me oyes, no estoy muerta!
Nicholas abrió sus ojos vidriosos y continuó hablándole como si fuera una amada aparición a la que necesitaba desesperadamente explicar algo.
—No sabía lo de la carta de Andrew —susurró entrecortadamente—. ¿Ahora lo sabes, verdad, querida? Lo sabes... —de repente levantó su atormentada mirada hacia el techo y empezó a rezar, arqueando el cuerpo como si le doliera—. ¡Oh, por favor! —gimió horriblemente—, por favor, dile que no sabía lo de la carta. ¡Maldita sea! —se enojó con Dios—, ¡dile que no lo sabía!
Miley retrocedió con pánico.
—Nicholas —gritó febrilmente—. ¡Piensa! Nado como un pez, ¿recuerdas? Mi capa era una trampa. Sabía que alguien me perseguía, pero no sabía que era O’Malley. Creí que era un bandido, así que me quité la capa y la arrojé sobre mi caballo, luego fui caminando a casa de mi abuela y... ¡oh. Dios!
Mesándose los cabellos, miró alrededor de la habitación en penumbra, intentando pensar cómo llegar hasta él, y corrió a su escritorio. Encendió la lámpara, luego corrió hacia la chimenea y encendió la primera de las dos lámparas que había sobre la repisa. Se disponía a coger la segunda cuando unas manos como tenazas de acero se cerraron en sus hombros y la hicieron volverse y chocar contra su pecho. Vio en sus ojos cómo Nicholas recuperaba la cordura durante una décima de segundo antes de que su boca capturara la suya con ávida violencia, y sus manos le acariciaran la espalda y las caderas, atrayéndola hacia él como si intentase absorber su cuerpo en el suyo. Un estremecimiento recorrió su esbelta figura cuando ella se arqueó hacia él, abrazándole fuerte con sus brazos alrededor de la nuca.
Después de interminables minutos, Nicholas separó bruscamente su boca de la de Miley, se liberó del abrazo y la miró fijamente. Miley dio un rápido paso hacia atrás, instantáneamente consciente de la fatal ira que centelleaba en sus hermosos ojos verdes.
—Ahora que hemos acabado con esto —dijo sombríamente—, te voy a dar una paliza que no vas a poder sentarte.
Un ruido que era en parte risa, en parte grito alarmado, salió de la garganta de Miley mientras Nicholas preparaba la mano. Saltó hacia atrás, hasta ponerse fuera de su alcance.
—No, no te atrevas —le gritó temblorosa, tan feliz de que hubiera vuelto a la normalidad que no pudo contener su risa floja.
—¿Cuánto apuestas a que sí? —le preguntó en voz baja, avanzando paso a paso mientras ella retrocedía.
—No mucho —habló Miley con voz temblorosa, amparándose detrás de la mesa.
—Y cuando acabe, voy a encadenarte a mi lado.
—Eso lo puedes hacer —dijo canturreando y rodeando la mesa.
—Y nunca voy a dejar que vuelvas a desaparecer de mi vista.
—No... no te culpo —Miley echó una mirada a la puerta, calculando la distancia.
—Ni lo intentes —le advirtió Nicholas.
Miley vio la chispa en sus ojos e ignoró su advertencia. Con una mezcla de vertiginosa felicidad y un fuerte instinto de conservación, abrió la puerta, se levantó las faldas y corrió por el pasillo hacia la escalera. Nicholas la siguió con sus largas zancadas, alcanzándola casi sin correr.
Riendo sin poder contenerse, corrió por el pasillo y entró en el vestíbulo de mármol, pasando por delante de Charles, del capitán Farrell y de su bisabuela, quienes se precipitaron hacia el salón para ver mejor.
Miley había subido la mitad de la escalera cuando se volvió y empezó a caminar hacia atrás, viendo a Nicholas subir decididamente cada escalón.
—Vamos, Nicholas —rogó, incapaz de controlar su sonrisa mientras extendía una mano implorante e intentaba parecer arrepentida—. Por favor, sé razonable.
—Sigue subiendo, querida... vas en la dirección correcta —le respondió mientras la acechaba escalón a escalón—. Puedes elegir entre tu dormitorio o el mío...
Miley se volvió, subió corriendo el resto de la escalera y cruzó el vestíbulo como una exhalación hacia sus dependencias. Estaba en medio de su habitación cuando Nicholas abrió la puerta, entró y la cerró con llave.
Miley dio una vuelta para mirarlo de frente, con el corazón latiéndole fuerte de amor y aprensión.
—Vamos, pues, mi amor... —le animó Nicholas en una voz grave y elocuente, mirando qué dirección tomaba.
Miley contempló con adoración su atractiva y pálida cara y luego corrió, directa hacia él y abrazándolo fuerte.
—¡No! —gritó entrecortadamente.
Durante un momento, Nicholas se quedó perfectamente quieto, luchando contra sus asoladoras emociones y luego la tensión abandonó su cuerpo rígido. Levantó las manos hacia la cintura de Miley, la cogió lentamente, luego con fuerza demoledora la apretaron y atrajeron contra él.
—Te quiero—susurró con voz ronca, enterrando el rostro en su cabello—. ¡Oh, Dios! ¡Te quiero tanto!
Al final de la escalera, el capitán Farrell, la duquesa y Charles sonrieron aliviados cuando arriba solo se oía silencio.
La duquesa fue la primera en hablar.
—Bueno, Atherton —dijo con dureza—, me atrevería a decir que ahora sabes cómo se siente uno al inmiscuirse en la vida de los jóvenes y luego apechugar con las consecuencias del error, como yo he tenido que hacer todos estos años.
—Debo subir y hablar con Miley—respondió Charles con los ojos fijos en la galería vacía—. Tengo que explicarle que hice lo que hice porque pensé que sería más feliz con Nicholas —dio un paso adelante, pero el bastón de la duquesa le cortaba el paso.
—Ni se te ocurra entrometerte —le ordenó arrogantemente su excelencia—. Deseo un tataranieto y, a menos que me equivoque, ahora están intentando darme uno. —Y añadió con magnificencia—: Sin embargo, podrías ofrecerme una copa de jerez.
Charles apartó la mirada de la galería y miró intensamente a la anciana a la que había odiado durante más de dos décadas. Él solo había sufrido dos días por aquella intromisión; ella había tenido que sufrir durante veintidós años. Vacilante, le ofreció su brazo. Durante un largo momento la duquesa lo miró, sabiendo que era una oferta de paz y luego lentamente posó su delgada mano en su manga.
—Atherton —declaró mientras le acompañaba hacia la salita— A Dorothy se le ha metido en la cabeza quedarse soltera y hacerse músico. He decidido que se case con Winston. Tengo un plan...
FIN.
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Espero que hayan amado esta novela tanto como yo, ya que es una de mis preferidas. Comenten y pronto les estare subiendo capitulos de la nueva novela Lecciones Privadas que seguramente les encantara.
LAS AMO Y BESOS.