votos de matrimonio. Su voz se quebró al prometer no sólo fidelidad y amor eterno la
novia, Grace, cuyos ojos chispeaban al contemplar, fascinada, a su futuro esposo. Su voz
también tembló al devolverle la promesa de amor.
Amor. Sus dos hermanos lo habían encontrado en mujeres de rango inferior, pero
él, como heredero al trono, no tenía la libertad de elegir.
Zohra y Jawhar habían elegido a su futura esposa hacía una década.
Nicholas deslizó la mirada por su padre, el rey del pequeño país de Oriente Medio, y
por su emocionada madre antes de llegar a la mujer con la que algún día se casaría.
Aunque no compartían lazos de sangre, Miley bin Kemal recibía trato de sobrina por
parte del rey de Jawhar.
Aunque sus miradas se encontraron, ella desvió inmediatamente la suya hacia la
pareja que celebraba la boda.
Nicholas era consciente de que lo evitaba, pero tal y como habían transcurrido los
últimos meses, no le extrañó.
Desconcertando a todos los implicados, la mujer que algún día sería su esposa se
había negado a participar en la organización de la boda. Aduciendo que no era familiar ni
del novio ni de la novia, había rechazado todas las peticiones de la madre de Nicholas y de
Grace.
Nicholas había interpretado sus negativas como una forma de presionar para que el
compromiso se formalizara. Debía de estar cansada de esperar, y después de los
sucesos del mes anterior, también él era consciente de que debía cumplir con su deber.
Además, el padre de Miley había cumplido con su parte del trato y hacía tiempo
que su comportamiento era intachable y que los tabloides habían perdido interés en él.
Después de que su madre le dijera que Miley estaba destrozada por las
constantes infidelidades de su padre y que no le hablaba desde hacía más de un año,
Nicholas había decidido intervenir. Kemal formaría parte de su familia en el futuro y no podía
consentir que los avergonzara con su falta de discreción. Así que había hablado con él,
diciéndole que no se casaría con una mujer cuyo padre ocupaba tantas páginas de la
prensa sensacionalista como una estrella del rock.
Kemal se había tomado la amenaza en serio, se había reconciliado con su esposa
y hacía casi cinco años que no protagonizaba ningún escándalo, demostrando con ello
que se tomaba el futuro de su hija más en serio que sus propias promesas.
Nicholas reprimió la sonrisa de desprecio que esos pensamientos hicieron aflorar a su
boca. Él nunca se comportaría de aquella manera, aunque su matrimonio no fuera por
amor.
Sospechaba que Miley, al contrario que su madre, no toleraría ese tipo de
comportamiento. La nueva determinación de que había dado muestra había hecho crecer
sus esperanzas, ya que no quería atarse a una mujer dispuesta a ser humillada.
Pero aparte de la curiosidad que despertaba en él aquella prometedora faceta de
su personalidad, la paciencia de Nicholas había ido alcanzando el límite a medida que
avanzaba la celebración de la boda. Miley había llevado su testarudez a límites
insospechados, negándose incluso a aparecer en las fotografías oficiales.
–Vamos, mi pequeña princesa, ya has dejado claro lo que piensas –el rey Malik de
Jawhar le había dado una palmada en la espalda, dejando entrever con sus palabras que
interpretaba su comportamiento de la misma manera que Nicholas.
Miley sonrió a su tío aunque sus ojos no se iluminaron y sacudió la cabeza.
–Las fotografías oficiales son para la familia, no para los amigos.
Nicholas había fruncido el ceño, desconcertado. Era la primera vez que Miley
rechazaba una invitación del rey.
–Tú eres prácticamente familia –había dicho éste, consciente de que Miley era lo
bastante inteligente como para entender lo que quería decir.
Pero ella se había limitado a sacudir la cabeza y se había dado la vuelta para
marcharse.
Nicholas alargó la mano para detenerla, pero la bajó inmediatamente, alarmado por lo
que había estado a punto de hacer. No estaban prometidos oficialmente y tocarla en
aquellas circunstancias habría sido completamente inapropiado. Como futuro rey de
Zohra, Nicholas siempre actuaba de acuerdo a la etiqueta. Al menos en público.
También su «inapropiado» comportamiento había llegado a su fin aunque todavía
se sintiera un idiota por haber anhelado aquello que no podía tener: una vida de amor y
felicidad como la que sus hermanos estaban construyendo.
El rey Malik rió.
–Ha dejado de ser una niña para convertirse en una mujer de carácter, ¿no te
parece?
Nicholas no pudo negarlo. También era la primera vez que veía a Miley vestida de
una manera tan seductora. Y tenía que reconocer que lo había fascinado.
Acostumbrado a apenas fijarse en ella, a Nicholas le había desconcertado sentirse
excitado al verla llegar. Se había aclarado el cabello oscuro con unos leves reflejos y lo
llevaba recogido en un moño que dejaba a la vista su delicado cuello y la suave curva de
sus hombros; su vestido color melocotón no tenía nada de recatado, sino que caía
pegado a sus curvas y le quedaba por encima de las rodillas, de manera que con unas
sandalias de tacón, estaba casi tan alta como su madre y, aunque no tuviera la
espectacular belleza de ésta, era, en cambio, mucho más sexy.
Junto con el hecho de que su nueva personalidad lo intrigaba y que le había
sorprendido que se negara a tomar parte en la organización de la boda, aduciendo que no
había crecido en el estricto círculo del palacio real de Jawhar, Miley había conseguido
despertar su libido.
Aunque su matrimonio, al contrario que el de sus hermanos, no tuviera como base
el amor, al menos no sería una anodina unión de dos personas sumisas.
Por lo que a él concernía, el amor había perdido su valor. Pasión y curiosidad eran
todo lo que quería.
– ¿No te ha parecido una boda preciosa?
Miley sonrió a su madre con melancolía.
–Desde luego, gracias al amor que sienten Amir y Grace.
–Me ha recordado a mi boda con tu padre –dijo Lou-Belia con un suspiro–.
Estábamos tan enamorados.
–No creo que Amir y mi padre se parezcan.
Lou-Belia frunció el ceño.
–Sabes que Kemal ha cambiado.
Miley lo sabía, pero no estaba particularmente entusiasmada con la idea de un
hombre que, tras dos décadas engañando a su mujer, se transformaba en un marido
modélico cuando su única hija se enfrentaba a él.
Eso no impedía que estuviera encantada por su madre. Cada vez pasaban más
tiempo juntos e incluso vivían en el mismo domicilio. Su padre trataba a su madre muy
afectuosamente. Pero a Miley le indignaba que sólo hubiera cambiado de
comportamiento después de pelearse con él y de que le dejara de hablar durante un año
porque, ¿en qué lugar quedaba entonces el amor que sentía por su esposa?
Su padre había pedido a su madre que lo perdonara y Kemal y Lou-Belia parecían
haberse reconciliado definitivamente.
– ¿Así que el pasado no existe? –preguntó a su madre.
–Lo he olvidado por el bien del futuro –Lou-Belia sonrió a Miley con
desaprobación–. Han pasado casi cinco años, menina.
Pequeña. Miley no era una niña desde hacía mucho tiempo, pero ni su madre ni
Nicholas parecían haberse dado cuenta.
Dio un afectuoso abrazo a su madre.
–Eres una mujer buena y comprensiva, mamá. Te quiero –dijo.
Al tiempo que pensaba: «Pero no quiero ser como tú». Y con esa determinación
fue en busca del hombre que algún día sería rey.
Unos minutos más tarde, se coló en el despacho de Nicholas por la puerta entornada.
No lo había visto en la fiesta posterior a la ceremonia y supo que lo encontraría allí.
– ¿Evitando tus responsabilidades, príncipe Nicholas? –Preguntó, cruzándose de
brazos–. ¿Qué pensaría tu padre?
La habitación era tan masculina, exuberante e imponente como Nicholas, si bien las
piezas de arte y los muebles antiguos dejaban vislumbrar una excepcional apreciación de
la belleza, de la que pocas personas eran conscientes excepto ella. Quizá porque, aunque
él apenas le hubiera prestado atención, ella llevaba años observándolo y lo conocía mejor
que muchos.
De hecho, seguía asombrada de no haber descubierto por sí misma el secreto que
le había sido revelado hacía meses y había decidido que sólo podía deberse a que estaba
cegada de amor, lo cual en lugar de servirle de consuelo sólo le hacía sentir aún más
estúpida.
Era una virgen de veintitrés años sin perspectivas de futuro y sólo ella tenía la
culpa por haberse aferrado a cuentos de hadas sin base real. Debía haberle bastado el
matrimonio de sus padres para saberlo.
Nicholas alzó la mirada de unos papeles que tenía en el escritorio y por una fracción
de segundo sus ojos grises se dilataron. Se puso en pie al instante alcanzando su
impresionante estatura. Llevaba la toga y el tocado propios de un jeque heredero del trono
sobre un traje occidental de corte exquisito.
–Princesa Miley, ¿qué haces aquí?
Siempre la llamaba «princesa» aunque no lo fuera, porque era el apodo que su
padrino, el rey Malik, siempre usaba para referirse a ella y había acabado siendo la forma
en que muchos la nombraban.
El que Nicholas no la llamara solamente por su nombre, como habría hecho el hombre
que iba a ser su marido, la irritaba.
Él miró por encima de su hombro asumiendo que estaría acompañada por una
carabina, pero ella se había encargado de dejar en el banquete a su madre y a cualquier
otra persona que pudiera velar por su virtud. Cerró la puerta y el sonido del pestillo al
cerrarse se amplificó en el silencio.
– ¿He olvidado que tuviéramos una cita? –preguntó él, perplejo, aunque no
pareció inquietarse–. ¿Debía haberte escoltado a la mesa?
–No necesito que nadie me acompañe a la mesa –ella misma había solicitado que
los sentaran en mesas separadas–. Sé lo de Elsa Bosch.
No había planeado que ésa fuera su frase inicial, pero ya no podía dar marcha
atrás. Había hecho ya dos pagos al chantajista, pero a partir de aquel fin de semana, ya
no se sentiría responsable de la reputación de Nicholas, así que el fotógrafo tendría que
buscar otra fuente de ingresos.
Nicholas hizo un gesto de indiferencia y Miley sospechó que pensaba en la
fotografía que se había publicado de él en una revista del corazón la semana anterior,
almorzando con su amante en París.
Pero por comparación con las fotografías que ella había visto, la imagen de ellos
dos sentados frente a frente era una nadería. Aun así, el mero hecho de que Nicholas fuera
«amigo» de la actriz había dado lugar a numerosas especulaciones y a un leve
escándalo.
También cabía la posibilidad de que el gesto de Nicholas se debiera a que le irritaba
que su modosa casi prometida, sacara el tema. Después de todo, llevaba años trabajando
en trasmitir la imagen perfecta de una futura reina.
Lo que Nicholas no sabía, era que aquella Miley se había convertido en cenizas en
su despacho de Estados Unidos.
–Ése es un tema que no debe preocuparte.
Miley sintió un dolor que ya no se creía capaz de sentir después de lo que había
pasado. Había esperado que Nicholas reaccionara con rabia, con desdén, incluso con
violencia. Pero no restándole importancia, como si ella no tuviera nada que decir sobre las
mujeres con las que él compartía su vida mientras a ella ni siquiera la rozaba.
Pero eso iba a cambiar. Ella sabía lo bastante como para intuir que el sexo era
maravilloso, y estaba decidida a dejar de ser completamente inexperta. Aquella misma
noche.
Haber descubierto que Nicholas se parecía más a su padre de lo que nunca hubiera
imaginado había estado a punto de disuadirla, pero por algún extraño motivo, había
terminado por convertirse en un acicate para hacer lo que se proponía.
–Los dos salíais muy favorecidos en la fotografía.
Nicholas dio un paso hacia ella.
–Escucha, princesa...
–Me llamo Miley.
–Lo sé.
–Prefiero que uses mi nombre –al menos por aquella noche, Miley quería que la
viera como una persona de carne y hueso–. No soy princesa.
Y nunca lo sería. Ni siquiera era la niña de ojos brillantes, loca de felicidad por el
anuncio de su futuro matrimonio. Los últimos diez años no sólo la habían convertido en
una adulta, sino que habían representado un choque con la realidad.
El hombre al que había amado durante años, y al que, si creía a su madre,
seguiría amando hasta la muerte, tenía tantas ganas de casarse con ella como de bailar
desnudo en la siguiente boda real. Quizá incluso menos.
–Miley –dijo él, como si hiciera una gran concesión–. La señorita Bosch no es un
tema que debamos tratar.
Nicholas estaba completamente equivocado a muchos niveles, pero Miley no estaba
allí para enumerar sus errores. Así que no lo hizo.
–En la fotografía sonreías y parecías feliz.
A ella nunca le había mirado con el afecto que le dedicaba a la actriz alemana.
Nicholas la miró como si hubiera hablado en una lengua distinta a cualquiera de las
cinco que dominaba con fluidez.
–He leído que has roto con ella –Miley había pasado de no saber nada de la vida
social de su prometido a convertirse en una experta.
–Así es.
–Porque os fotografiaron juntos...
Nicholas frunció el ceño pero asintió con la cabeza.
–Sí.
Miley sintió lástima por Nicholas, por sí misma e incluso por Elsa Bosch. ¿Habría
sido consciente de que era tan fácil prescindir de ella? Por otro lado, cabía la posibilidad
de que fuera ella quien estaba extorsionándola. Cualquiera que fuera la situación, Elsa no
era el tema que le importaba, y Miley sabía que no debía olvidarlo por más que las
imágenes de ella y Nicholas le quemaran la retina.
Se separó de la pared y se aproximó a unas estatuillas expuestas en una vitrina.
Su favorita era la de un jinete beduino sobre un caballo tallado en madera, que parecía a
punto de partir al galope. Pero se fijó en un pieza nueva: la de otro beduino con el traje
tradicional que miraba en la distancia con una expresión tan tris te que le encogió el
corazón.
– ¿Cuándo has comprado ésta?
–Es un regalo.
– ¿De quién? –el silencio de Nicholas sirvió de respuesta–. Elsa, ¿verdad? –Miley
se volvió hacia Nicholas–.Te conoce bien –dijo, evitando sentirse herida.
–No voy a mentirte. Nuestra relación duró años, no días. Miley no supo cómo
interpretar su tono; y que hablara en pasado no la apaciguó.
–Lo suponía –las fotografías que había recibido se correspondían a distintas
épocas. Quizá alguien que no lo hubiera observado tanto como ella no lo habría
apreciado, pero para Miley era evidente.
–Los tabloides publican basura. Me sorprende que los leas.
Miley no respondió a la provocación ni contestó a la pregunta implícita sobre el
origen de su información. Se limitó a decir lo único que resultaba imprescindible.
–No quieres casarte conmigo.
–Pienso cumplir con el deber que me impone mi rango –lo que era más una
confirmación a las palabras de Miley de lo queNicholas probablemente había pretendido.
–Algún día serás un magnífico rey –ya era un gran político–. Pero no me has dado
una respuesta directa, y has preferido ignorar que yo no te he hecho ninguna pregunta.
–Si todo esto se debe a una relación ya terminada con Elsa Bosch, te recuerdo
que todavía no estamos oficialmente prometidos.
– ¿Se supone que debo interpretar eso como que una vez que lo estemos no me
serás infiel?
Nicholas frunció el ceño y por primera vez desde que había empezado la
conversación, Angele percibió su enfado.
–Por supuesto que no.
–Permite que lo dude.
–No seas ridícula prin... Miley. No soy tu padre.
–Tienes razón –y Miley no estaba dispuesta a comprobarlo–. En realidad esto
tampoco está relacionado estrictamente con Elsa Bosch.
Porque de lo que estaban tratando era del amor; de amar lo bastante a alguien
como para darle la libertad. Pero sonaba tan cursi que no se atrevió a pronunciar las
palabras. Y además estaba unido a la idea de que también ella merecía ser amada
plenamente por el hombre con el que compartiera su vida.
Por la expresión del rostro de Nicholas, supo que no la creía, y que buscaba las
palabras adecuadas para tranquilizarla porque no era consciente de que le iba a resultar
imposible porque no había nada que pudiera decir para hacerle cambiar de idea.
Una vez más, era la hora de la verdad.
–Tus hermanos han encontrado la felicidad mientras que tú estás atrapado por una
promesa hecha entre dos hombres con demasiado poder y ninguna comprensión de las
consecuencias que pueden llegar a tener sus planes dinásticos.
–No me siento atrapado. Ya era adulto cuando se selló ese acuerdo –era verdad.
Tenía veinticuatro años y un alto sentido del deber–. Elegí mi futuro.
Un hombre de su personalidad tenía que convencerse a sí mismo de que era su
decisión porque no estaba en su naturaleza aceptar las restricciones impuestas por otros.
Era un beduino de corazón, pero con el sentido de la responsabilidad de un miembro de la
realeza.
–No quieres casarte conmigo –repitió Miley–. Y no pienso obligarte a hacerlo por
deber.
Como no estaba dispuesta a comprometerse a un matrimonio tan infeliz como el
que había sido durante años el de sus padres.
Nicholas la miró con los ojos entornados.
–Lo que dices no tiene ningún sentido.
–Llevamos diez años prometidos, Nicholas. Si hubieras querido casarte conmigo,
llevaríamos tiempo casados y viviendo en el palacio –al menos estarían comprometidos
oficialmente.
–No se han dado las circunstancias adecuadas.
Miley había oído esa excusa con anterioridad y la había creído. Primero, era
demasiado joven, luego, la salud del padre de Nicholas se había visto debilitada; a
continuación Khalil y Jade se habían casado y según Nicholas no habría estado bien robarles
el protagonismo. La misma excusa sirvió cuando Amir y Grace se prometieron. A lo largo
de diez años, o al menos cinco, si sólo tenía en cuenta su mayoría de edad, no había
habido un momento adecuado para anunciar su compromiso y mucho menos, para
casarse. Y nunca se casarían si tenían que esperar que Nicholas quisiera celebrar la boda.
Aunque como príncipe heredero acabaría por aceptar su deber. Sin embargo, puesto que
ella constituía la otra mitad de aquel acuerdo, no consentiría que se llevara a cabo.
Olvidar sus sueños había sido aún más doloroso que ver las fotografías de Nicholas besando
a Elsa. La felicidad que había atisbado en su rostro le había roto el corazón, que seguía
sangrando.
Por eso no podía concebir un futuro sabiendo que no era la mujer con la que
quería vivir su marido. Desde el momento en que concibió el plan que estaba poniendo en
práctica, una faja de hierro le había acorazado el pecho para impedir que siguiera
sintiendo tanto dolor.
Pero algún día el dolor iría mitigándose. Y cualquier cosa era mejor que ver cómo
el hombre al que amaba buscaba la felicidad en los brazos de otras mujeres o pasaba con
ella sólo el tiempo necesario que dictaba el deber de estado.
Había tomado la decisión definitiva cuando Amir anunció su boda después de que
Lina, la hija de otro jeque poderoso, se había negado a aceptar un compromiso oficial,
dejándolo libre para casarse con la mujer a la que amaba
Tal y como Miley le había dicho a su madre, el amor entre Amir y Grace había
hecho que la ceremonia fuera hermosa. Lo que no había comentado era la expresión de
envidia que había visto reflejada en el rostro de Nicholas.
El valor de Lina había contagiado a Miley; y la felicidad de Amir había afianzado
su determinación. Nicholas se merecía la oportunidad de experimentar una felicidad como la de su hermano, y ella no sería quien se lo impidiera.
–Nicholas, siempre te he considerado un hombre de gran integridad –su relación con
Elsa no le había hecho cambiar de opinión.
Era verdad que no estaba prometido oficialmente y él nunca le había mentido,
puesto que ella nunca le había preguntado nada. Pero ya no estaba tan segura de que no
fuera a tener amantes después de casados.
–Lo soy.
– ¿Estás enamorado de mí? –había llegado la hora de las preguntas directas.
Nicholas no se inmutó.
–Nuestra unión no está basada en el amor.
–Lo sé. Pero por favor, contesta sí o no.
–No entiendo por qué lo preguntas.
–No pretendo que me entiendas. Responde, por favor.
–No.
Miley dudó de que fuera una respuesta a la pregunta o una negativa a contestar,
pero supo que era una contestación al ver la lástima que se reflejaba en los ojos de Nicholas
al darse cuenta de que ella albergaba sentimientos que él no correspondía.
A pesar de que lo sabía, una puñalada atravesó el corazón de Miley al oírlo de
sus labios.
–Eso era lo que pensaba –logró decir.
–El amor no es necesario en un matrimonio como el nuestro.
–No estoy de acuerdo. No pienso casarme con un hombre que no confía en
amarme.
–Yo...
–Si no has descubierto nada en mí a lo largo de diez años que te haga pensar que
puedes amarme, no creo que vayas a encontrarlo ahora.
De hecho, estaba tan convencida que estaba a punto de tomar una medida
desesperada.
–Tienes todas las cualidades de una futura princesa y reina.
«Pero no de la mujer a la que amas». En lugar de pronunciar aquellas palabras,
Miley dijo:
–Te mereces la felicidad que han alcanzado tus hermanos.
–No es mi destino.
La tácita confirmación de Nicholas volvió a atravesarle el corazón, pero Miley se mantuvo firme. Tenía un plan que acabaría por beneficiar a ambos.
–Puedes cambiarlo.
–No pienso dar la espalda a mi deber –dijo Nicholas en tono de censura por tan
siquiera insinuarlo.
–Pero yo sí.
Oyeeeeeee siguelaaaa porfa no me dejes con la duda,no te desaparezcan pleas
ResponderEliminarOyeeeeeee siguelaaaa porfa no me dejes con la duda,no te desaparezcan pleas
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