viernes, 11 de octubre de 2013

Para Siempre-Capitulo 6

Capitulo 6



A la mañana siguiente, Miley se despertó pronto con el trino de los pájaros en el árbol que se alzaba frente a sus ventanas abiertas. Se dio la vuelta y contempló un radiante cielo azul, lleno de enormes y orondas nubes, el tipo de cielo que la invitaba a salir al exterior.
Se levantó y se vistió apresuradamente, bajó la escalera hasta la cocina con la intención de buscar comida para Willie. Nicholas Fielding le había preguntado con sarcasmo si podía manejar un arado, clavar un clavo u ordeñar una vaca. No podía hacer las dos primeras cosas, pero en su casa había visto ordeñar vacas y no le parecía especialmente difícil. Además, después de seis semanas de encierro en el barco, le atraía cualquier tipo de actividad física.
Estaba a punto de salir de la cocina con un plato de sobras cuando le asaltó un pensamiento. Ignorando la indignada mirada del hombre del delantal blanco —el cocinero, según Charles le había contado la noche anterior—, que la miraba como si fuera una loca invadiendo su reino engalanado de ollas, se dirigió a la señora Northrup.
—Señora Northrup, ¿hay algo que pueda hacer... para ayudar en la cocina, me refiero?
La señora Northrup se llevó la mano a la garganta.
—No, claro que no.
Miley suspiró.
—En ese caso, ¿puede decirme dónde están las vacas?
—¿Las vacas? —exclamó la señora Northrup—. ¿Para... para qué?
—Para ordeñarlas —respondió Miley.
La mujer palideció, pero no dijo nada, así que, al cabo de un momento de confusión. Miley se encogió de hombros y decidió encontrarlas sola. Se dirigió a la puerta trasera para buscar a Willie. La señora Northrup se limpió la harina de las manos y se fue directa a la puerta principal en busca del señor Northrup.
Mientras Miley se acercaba a la montaña de compost, sus ojos rastreaban nerviosamente el bosque en busca de cualquier signo del perro. Willie, qué nombre tan peculiar para un animal tan grande y de aspecto tan feroz, pensó. Y luego lo vio, merodeando dentro del recinto de árboles, observándola. Se le erizaron los pelos cortos de la cerviz, pero ella le acercó el cuenco con las sobras hasta el bosque tanto como se atrevió.
—Toma, Willie —le tentó en voz baja—. Te he traído el desayuno. Ven a por él.
Los grandes ojos del animal parpadearon ante el plato que llevaba en la mano, pero se quedó donde estaba, vigilante, alerta.
—¿No quieres, acercarte? —prosiguió Miley, decidida a hacerse amiga del perro de Nicholas Fielding, pues nunca podría hacerse amiga del hombre.
El perro no cooperaba más que su amo. Se negaba a ser seducido y seguía centrando la amenazadora mirada en ella. Con un suspiro, Miley dejó el plato en el suelo y se alejó.
Un jardinero le indicó dónde se guardaban las vacas y Miley entró en el impoluto establo, sintiendo en la nariz el aroma dulce del heno. Se detuvo insegura cuando una docena de vacas levantaron la cabeza y la miraron con sus ojos enormes, marrones y líquidos, mientras caminaba por la hilera de compartimentos. Se detuvo ante una que tenía un taburete y un cubo colgando de la pared, pensando que aquella vaca sería la que antes tendría que ordeñarse.
—Buenos días —saludó a la vaca, dándole una palmada cariñosa en la cara mientras intentaba reunir valor.
Ahora que se le presentaba la ocasión, Miley no estaba segura de si recordaba exactamente cómo se debía proceder para ordeñar una vaca.
Con la intención de ganar tiempo, paseó alrededor de la vaca y le quitó unas pajas de la cola, luego miró con reticencia el taburete y colocó el cubo justo debajo de la ubre pendular del animal. Se sentó y se arremangó despacio, luego se recogió la falda. Sin ser consciente del hombre que acababa de entrar en el establo, acarició el flanco del animal y dio un largo y vacilante suspiro.
—Voy a ser totalmente sincera contigo —le confesó a la vaca—. Lo cierto es que... nunca he hecho esto antes.
Su compungida confesión detuvo a Nicholas cuando estaba a punto de entrar en el establo y sus ojos se encendieron, fascinados y divertidos, al mirarla. Sentada en el taburete de ordeñar con la falda tan cuidadosamente recogida como si se sentase en un trono, la señorita Miley Seaton ofrecía una imagen muy atractiva. Con la cabeza ligeramente inclinada mientras se concentraba en la tarea que tenía ante sí, presentaba una deliciosa visión de su perfil patricio, de elegantes pómulos y delicada naricilla. El sol que entraba por la ventana de arriba se reflejaba en su cabello y lo convertía en una resplandeciente cascada roja y dorada que se desparramaba sobre los hombros. Las largas y rizadas pestañas proyectaban sombras sobre sus lisas mejillas mientras se mordía el labio superior y se agachaba para mover el cubo un milímetro hacia delante.
Aquel gesto desvió la mirada de Nicholas hacia la prominente plenitud de sus senos, que presionaban de manera incitante contra el corpiño de su vestido negro, pero sus palabras le hicieron a Nicholas sacudir los hombros de risa.
—Esto —le dijo a la vaca con voz algo azorada mientras extendía las manos hacia delante— será tan embarazoso para ti como para mí.
Miley tocó la ubre carnosa de la vaca y retiró las manos con un fuerte ¡Aag! Luego volvió a intentarlo. Apretó dos veces, rápidamente, luego se inclino hacia atrás para echar un esperanzado vistazo al cubo. No había ni gota de leche.
—Por favor, por favor, no lo hagas más difícil —imploró a la vaca.
Repitió el mismo proceso dos veces, sin resultado. La frustración le hizo que la vaca volviera la cabeza y la mirara con reproche.
—¡Hago lo que puedo —le explicó Miley, devolviéndole la mirada—, al menos tú podrías poner algo de tu parte!
Una risueña voz masculina le advirtió a sus espaldas:
—Le cortarás la leche si la miras así.
Miley dio un salto y se volvió en el taburete, haciendo que su cabello cobrizo se amontonara sobre su hombro izquierdo.
—¡Tú! —soltó, sonrojada de vergüenza por la escena que era obvio acababa de contemplar—. ¿Por qué siempre te presentas sigilosamente sin hacer ruido? Lo menos que podías hacer es…
—¿Llamar? —sugirió con los ojos iluminados por la risa. Con lenta deliberación, levantó la mano y tocó con los nudillos dos veces sobre la viga de madera— ¿Siempre hablas a los animales? —le preguntó tratando de entablar una conversación.
Miley no tenía humor para que se burlaran de ella y podía ver por el brillo de sus ojos que era exactamente lo que él estaba haciendo. Con toda la dignidad que puedo reunir, se levantó, se alisó la falda e intentó pasar a u lado.
Pero él le cogió del brazo de manera firme aunque indolora.
—¿No vas a acabar de ordeñar?
—Ya has visto que no puedo.
—¿Por qué no?
Miley levantó la barbilla y le miró directamente a los ojos.
—Porque no sé.
Una ceja marrón se levantó sobre un divertido ojo verde.
—¿Quieres aprender?
—No —rechazó Miley enfadada y humillada—. Ahora, si quitas tu mano de mi brazo... —liberó el brazo de un tirón sin esperar su consentimiento—... intentaré encontrar otra manera de ganarme la vida aquí.
Sintió su mirada en ella mientras se alejaba, pero, al acercarse a la casa, sus pensamientos pronto se dirigieron hacia Willie. Vio el perro, acechando desde el bosque, observándola. Un escalofrío le recorrió la espalda, pero no hizo caso. Acababa de ser intimidada por una vaca y se negaba categóricamente a que le acobardara un perro.




Nicholas contempló cómo se alejaba, luego se sobrepuso al recuerdo de una lechera de aspecto angelical, con los cabellos bañados por el sol, y volvió al trabajo que había abandonado cuando Northrup corrió a su estudio para informarle de que la señorita Seaton había ido a ordeñar las vacas.
Sentado en su propio escritorio, miró a su secretario.
—¿Dónde estábamos. Benjamín?
—Estaba dictando una carta a su hombre en Delhi, milord.
Tras el fracaso con la vaca, Miley buscó al jardinero que le había enseñado el camino hacia el establo. Fue hasta el hombre calvo que parecía a cargo de los demás y le preguntó si podía ayudar a plantar los bulbos que estaban metiendo en los amplios parterres circulares en frente del patio.
—¡Vuelve a tus obligaciones en el establo y apártate de nuestro camino, mujer! —rugió el jardinero calvo.
Miley se rindió. Sin molestarse en explicar que ella no tenía ninguna obligación en el establo, fue en dirección opuesta, hacia la parte trasera de la casa en busca del único tipo de trabajo que realmente estaba cualificada para hacer: se dirigió a la cocina.
El jefe de los jardineros la miró, arrojó su pala y fue en busca de Northrup.
Sin ser vista, Miley se quedó de pie en la cocina, donde ocho criados estaban ocupados preparando lo que parecía ser un almuerzo de estofado, complementado con vegetales de la temporada, masa de hojaldre, pan recién horneado y media docena de platos de guarnición. Desanimada tras los dos últimos intentos por ser útil, Miley observó hasta estar completamente segura de que realmente podía hacer aquella tarea; luego se aproximó al imprevisible chef francés.
—Me gustaría ayudar —declaró con firmeza.
Non! —gritó, creyéndola una criada en su sencillo vestido negro—. ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Sal de aquí! ¡Ve a atender a tus obligaciones!
Miley estaba harta de que la trataran como una idi/ota inútil. Muy educada, pero con mucha firmeza, dijo:
—Aquí puedo ser de ayuda y es evidente, por la prisa que se da todo el mundo, que se necesitan dos manos más.
El cocinero parecía a punto de explotar.
—No tienes formación —atronó con la voz—. ¡Vete! ¡Cuando André necesite ayuda, la pedirá y él la formará!
—No tiene ninguna complicación hacer un estofado, monsieur —comentó Miley, exasperada. Ignorando el tono rojizo que había adquirido su tez, al menospreciar la complejidad de sus artes culinarias, continuó en tono razonable—. Todo lo que se ha de hacer es cortar las verduras en esta mesa... —dio unos golpecitos a la mesa—... y meterlas en esta olla —señaló una que colgaba encima del fuego.
Un extraño y estrangulado sonido emergió del apopléjico hombre antes de que se arrancara el delantal.
—¡En cinco minutos —dijo mientras salía disparado de la cocina—haré que la despidan de esta casa!
En el cortante silencio que dejó detrás. Miley miró a su alrededor a los criados que permanecían allí, mirándola paralizados de horror, reflejando todo en sus ojos, desde compasión hasta diversión.
—Dios, muchacha —exclamó amablemente una mujer de mediana edad mientras se limpiaba la harina de las manos en el delantal—, ¿qué mosca te ha picado para enfurecerlo así? Hará que te echen de aquí cogida de una oreja por esto.
Salvo la doncella llamada Ruth, que arreglaba su habitación, aquella era la primera voz amistosa que Miley había oído entre todos los criados de la casa. Por desgracia, se sentía tan desgraciada por haber creado problemas, cuando solo deseaba ayudar, que la simpatía de la mujer casi le hizo verter lágrimas.
—No es que no tengas razón —prosiguió la mujer, dándole unos golpecitos en el brazo— en lo de que es tan sencillo hacer un estofado. Cualquiera de nosotros se las arreglaría sin André, pero su señoría exige lo mejor, y André es el mejor cocinero del país. Ya puedes ir a empacar tus cosas, pues seguro que estarás fuera de aquí en cuestión de una hora.
Miley apenas podía infundir en su voz la suficiente confianza para convencer a la mujer sobre ese punto.
—Soy una invitada, no una criada... pensé que la señora Northrup se lo había dicho.
La mujer se quedó con la boca abierta.
—No, señorita, no nos lo ha dicho. Al servicio no se le permite cotillear y la señora Northrup sería la última en hacer una cosa así, al estar emparentada con el señor Northrup, el mayordomo, por su matrimonio. Sabía que teníamos un invitado en la casa, pero yo... —sus ojos se fijaron en el modesto pero elegante traje negro de Miley y la muchacha se sonrojó—. ¿Puedo prepararle algo para comer?
Los hombros de Miley se derrumbaron con frustrada desesperación.
—No, aunque me gustaría... me gustaría hacer algo para calmar la mandíbula dolorida del señor O’Malley. Es un emplasto hecho de ingredientes sencillos, pero podría aliviar el dolor de su muela infectada.
La mujer, que se presentó como la señora Craddock, mostró a Miley dónde estaban los ingredientes que pedía y esta se puso manos a la obra, esperando que su señoría entrara en cualquier momento por la puerta de la cocina y la humillara públicamente.
Nicholas había empezado a dictar la misma carta que estaba dictando al decirle que Miley había ido al establo a ordeñar una vaca, cuando Northrup volvió a llamar a la puerta de su estudio.
—Sí —exclamó Nicholas impaciente, cuando el mayordomo estuvo ante él—. ¿Qué ocurre ahora?
El mayordomo se aclaró la garganta.
—Es la señorita Seaton otra vez, mi señor. Ella... ejem... es decir, intentó ayudar al jefe de los jardineros a plantar los parterres. Él la confundió con una criada y ahora se pregunta, pues le informé de que no era ninguna criada, si está descontento con su trabajo y la ha enviado a ella para...
La voz grave de Nicholas vibró de enojo.
—Dígale al jardinero que vuelva a su trabajo y luego dígale a la señorita Seaton que se aparte de su camino. Y usted —añadió amenazador—, apártese del mío. Tengo cosas que hacer —Nicholas se dirigió a su delgado secretario con lentes y le espetó—: Bueno, ¿dónde estábamos, Benjamín?
—La carta a su hombre de Delhi, milord.
Nicholas solo había dictado dos líneas cuando hubo una conmoción al otro lado de su puerta y el cocinero entró a empellones, seguido de Northrup, que intentaba adelantarlo y bloquearle el paso.
—¡O se va ella o me voy yo! —gritó monsieur André, desfilando hasta el despacho de Nicholas—. ¡No toleraré a esa moza pelirroja en mi cocina!
Con una calma impertérrita, Nicholas dejó la pluma y dirigió su brillante mirada verde hacia el chef.
—¿Qué me está diciendo ?
—He dicho que no permitiré...
—Fuera —dijo Nicholas en un tono de voz sedoso.
La cara redonda del cocinero palideció.
Oui —se apresuró a contestarle mientras empezaba a retroceder—. Regresaré a la cocina...
—¡Fuera de mi casa! —aclaró Nicholas sin piedad—. ¡Y de mi propiedad! ¡Ahora!
Poniéndose en pie, Nicholas pasó rozando al sudoroso chef y se encaminó hacia la cocina.
Todos se pusieron en pie y se volvieron ante el sonido de su indignada voz.
—¿Sabe alguno de ustedes cocinar? —exigió y Miley supuso que el chef había dimitido por su culpa. Horrorizada, dio un paso adelante, pero la terrible mirada de Nicholas la paralizó, amenazándola con funestas consecuencias si se atrevía a presentarse voluntaria. Miró a su alrededor a los demás con furioso enfado—. ¿Me están diciendo que ninguno de ustedes sabe cocinar?
La señora Craddock vaciló un segundo, luego dio un paso adelante.
—Yo, señor.
Nicholas asintió de manera cortante.
—Bien, usted es la jefa. En el futuro, por favor, evite esas nauseabundas e indigestas salsas francesas que me he visto obligado a comer. —Enfocó la carga helada de su mirada en Miley—. ¡Y tú —ordenó amenazador—, mantente fuera del establo y deja el jardín a los jardineros y la cocina a los cocineros!
Se fue y los criados se volvieron hacia Miley, mirándola con una mezcla de conmoción y tímida gratitud. Demasiado avergonzada por el problema que había causado para devolverles la mirada, Miley inclinó la cabeza y empezó a mezclar el emplasto para el señor O'Malley
—Vamos a trabajar —instó la señora Craddock a los demás en una voz enérgica y sonriente—. Aún tenemos que demostrar a su señoría que nos las podemos arreglar perfectamente sin que André nos dé un capón en la oreja o nos pegue en los nudillos.
Miley levantó la cabeza, buscando, con expresión conmocionada, a la señora Craddock.
—Es un tirano malhumorado —confirmó la mujer— y estamos profundamente agradecidos de librarnos de él.
A excepción del día en que sus padres murieron, Miley no podía recordar un día peor que aquel. Levantó el cuenco que contenía la mezcla que su padre le había enseñado a hacer para aliviar el dolor de muelas y salió.
Como no encontraba a O’Malley, fue a buscar a Northrup, que acababa de salir de una habitación llena de libros. Detrás de las puertas parcialmente abiertas, divisó a Nicholas sentado ante su escritorio con una carta en la mano, dirigiéndose a un caballero con lentes sentado en frente de él.
—Señor Northrup —dijo con voz sofocada mientras le tendía el cuenco—, ¿tendría la amabilidad de darle esto al señor O’Malley? Dígale que se lo ponga en la muela y en la encía varias veces al día. Le aliviará el dolor y la hinchazón.
Distraído por el sonido de las voces que procedían de fuera de su estudio, Nicholas dio un papirotazo en la mesa con la carta que estaba leyendo, se acercó a la puerta y la abrió de golpe. Sin hacer caso de Miley, que había empezado a subir la escalera, exigió a Northrup:
—¿Y ahora qué demonios ha hecho?
—Ella... ella ha hecho esto para la muela de O’Malley, milord —le contó Northrup en una voz extraña y forzada mientas levantaba su confusa mirada hacia la abatida figura que subía la escalera.
Nicholas siguió la mirada de Northrup y entornó los ojos hacia la esbelta forma con curvas vestida de luto.
—Miley.
Miley se volvió, preparada para otra invectiva, pero le dijo en una voz serena y cortada, cargada sin embargo de implacable autoridad:
—No vistas de negro nunca más. No me gusta.
—Lo siento mucho si mi ropa te molesta —respondió con serena dignidad—, pero estoy de luto por mis padres.
Nicholas frunció el ceño, pero contuvo su lengua hasta que Miley no podía oírle. Luego le ordenó a Northrup:
—Envía a alguien a Londres para que le consiga ropas decentes y se libre de esos harapos negros.
Cuando Charles bajó para almorzar, una Miley apagada se sentó en la silla de su derecha.
—Santo cielo, niña, ¿qué te pasa? Estás pálida como un fantasma.
Miley confesó las locuras de la mañana y Charles escuchó con los labios temblorosos de risa.
—¡Excelente, excelente! —dijo cuando acabó y, para su sorpresa, rompió a reír—. Adelante, perturba la vida de Nicholas, querida. Eso es exactamente lo que necesita. En la superficie puede parecer frío y duro, pero es solo un caparazón... un grueso caparazón, lo admito, pero la mujer adecuada podría atravesarlo y descubrir la dulzura que hay dentro. Cuando ella libere esa dulzura, Nicholas la hará una mujer muy feliz. Entre otras cosas, es un hombre extraordinariamente generoso...
Levantó las cejas, dejando la frase en el aire y Miley se revolvió incómoda bajo su intencionada mirada, preguntándose si Charles podría albergar la esperanza de que ella fuera esa mujer.
Ni por un momento creyó que hubiera dulzura alguna dentro de Nicholas Fielding y, además, quería tener tan poco contacto con él como le fuera posible. En lugar de decirle eso al tío Charles, cambió de tema con tacto.
—En las próximas semanas recibiré noticias de Andrew.

—Ah, sí... Andrew—exclamó y sus ojos se apagaron.



1 comentario:

  1. hahahaha xDD Que risa, no puedo creer todo lo que hizo Miley en un sólo día, concuerdo con el tío C. ella es lo que Nick necesita :B
    sube pronto otro capítulo, que esto cada vez se pone mejor c:
    Cuidate, besis, bye ♥

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