Capitulo 12
(Celos mode ON)
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Miley estaba sentada en el sofá de su dormitorio, entre cajas apiladas recién llegadas de la casa de madame Dumosse que contenían aún más ropa que añadir a la sorprendente variedad de vestidos de paseo, trajes de montar, vestidos de baile, sombreros, chales, guantes largos franceses de cabritilla y zapatillas, que casi llenaban todo el espacio de almacenamiento disponible de su habitación.
—¡Milady! —exclamó Ruth emocionada mientras desenvolvía una capa de satén azul marino con una amplia capucha ribeteada de armiño—. ¿Ha visto alguna vez algo tan hermoso?
Miley levantó la vista de la carta de Dorothy.
—Es preciosa —admitió débilmente—. Con esta, ¿cuántas capas tengo?
—Once —respondió Ruth, acariciando la suave piel blanca—. No, doce. Había olvidado la de terciopelo amarillo, forrada de marta cibelina. ¿O son trece? Déjeme pensarlo: cuatro capas de terciopelo, cinco de satén, dos de piel y tres de lana. ¡Catorce en total!
—Es difícil creer que solía arreglármelas muy bien solo con dos —suspiró Miley sonriendo—. Y cuando vuelva a casa, tres o cuatro serán más que suficiente. Parece un desperdicio que lord Fielding gaste su dinero en ropa que no podré usar después de unas semanas. En Portage, Nueva York, las damas no llevan ropa tan elegante —concluyó Miley, dirigiendo su atención a la carta de Dorothy.
—¿Cuando vuelva a casa? —susurró Ruth alarmada—. ¿Qué quiere decir? Le suplico que me disculpe, milady, perdone la pregunta.
Miley no la oyó, estaba releyendo la carta, que había llegado aquel día.
Querida Miley,
Recibí tu carta hace una semana y me emocionó mucho saber que vienes a Londres, pues espero verte de inmediato. Le dije a la abuela que deseaba verte, pero en lugar de quedarnos en Londres, salimos al día siguiente para la casa de campo de la abuela, que está a poco más de una hora de viaje desde un lugar llamado Wakefield Park. Ahora estoy en el campo y tú en la ciudad. Miley, creo que la abuela desea mantenernos separadas y eso me pone muy triste y muy furiosa. Debemos maquinar algún modo para vernos, pero te lo dejo a ti, pues tú eres mucho mejor tramando planes que yo.
Tal vez sea la única que imagina las intenciones de la abuela, no puedo estar segura. Es severa, pero no ha sido cruel conmigo. Desea que me convierta en lo que ella llama «un buen partido» y para ese fin tiene en mente un caballero llamado Winston. Tengo docenas de espléndidos vestidos nuevos de todos los colores, aunque no puedo ponérmelos hasta que haga mi presentación, lo que parece una tradición muy peculiar. Y la abuela dice que no puedo hacer mi presentación hasta que tú estés comprometida con alguien, lo cual es otra tradición. Las cosas eran mucho más sencillas en casa, ¿no crees?
Le he explicado a la abuela innumerables veces que tú estás prácticamente comprometida con Andrew Bainbridge y que yo deseo seguir una carrera musical, pero ella parece no escuchar.
La abuela nunca te menciona, pero yo le hablo de ti igualmente, pues estoy decidida a ablandarla y que te pida que vivas con nosotras. No me prohíbe hablar contigo; es solo que nunca dice nada cuando lo hago, lo cual me hace pensar que prefiere simular que tú no existes. Se limita a escucharme con una expresión en su cara que podría definir como «ausente» y no dice nada en absoluto.
En realidad, le he estado dando la lata acerca de ti, pero discretamente,— como te prometí que haría. Al principio, solamente hablaba de ti, inyectando tu nombre en la conversación siempre que era posible. Cuando la abuela comentó que yo tenía una cara bonita, le dije que tú eras mucho más linda; cuando ella comentó mi habilidad en el piano, le dije que tú tenías más talento; cuando ella comentó que mis modales eran aceptables, le dije que los tuyos eran exquisitos.
Cuando todo eso fracasó para hacerle comprender lo unidas que estamos y lo mucho que te echo de menos, me vi obligada a tomar medidas más drásticas y así llevé tu retrato pequeño, que tanto quiero, al estudio y lo puse encima de la repisa de la chimenea. La abuela no dijo nada, pero al día siguiente me envío a dar una vuelta por Londres y, cuando regresé, el retrato volvía a estar en mi habitación.
Al cabo de unos días, esperaba que algunas amigas la visitasen, de modo que me colé en su salón favorito y les enseñé una bonita muestra de tus dibujos de las escenas de Portage, los que me diste para que me acordara de casa. Cuando las damas las vieron, todas alabaron tu talento, pero la abuela no dijo nada. Al día siguiente me envió a Yorkshire y, cuando regresé al cabo de dos días, los dibujos estaban de nuevo en mi habitación en un armario.
Esta noche, ella vuelve a recibir y me pidió que tocara el piano para sus amigos. Interpreté para ellos, pero mientras tocaba, canté la canción que tú y yo escribimos cuando éramos niñas y que titulamos Hermanas para siempre, ¿te acuerdas? Podría decir, por la expresión de la abuela, que le molestó muchísimo. Cuando sus amigas se fueron, me informó que había decidido enviarme a Devonshire durante una semana entera.
Si la vuelvo a provocar, me da la sensación de que me enviará a Bruselas o a algún lugar durante todo un mes. Sin embargo, yo perseveraré. Por ahora es suficiente.
Debiste sorprenderte mucho al saber que habían anunciado tu compromiso con lord Fielding. ¡Cómo se preocuparía Andrew si lo supiera! No obstante, como todo esto está arreglado ahora y nada saldrá de ello, debes disfrutar de tus nuevos vestidos y no sentirte mal por no haber podido guardar el período adecuado de luto por mamá y papá en Inglaterra. Yo llevo guantes negros, que dice la abuela es el modo adecuado de guardar luto en Inglaterra, aunque hay quien se viste de negro durante seis meses y luego de gris durante los seis meses siguientes.
La abuela no cree en desobedecer las convenciones e incluso aunque ha aceptado lo que le he dicho sobre que estás comprometida con Andrew, como así es, no podré presentarme en sociedad hasta la próxima primavera. Dice que debe pasar todo un año tras la muerte de un familiar próximo para que a alguien se le permita asistir a nada, salvo a asuntos tranquilos e informales. No me importa lo más mínimo, porque la perspectiva de bailes y todo lo que conlleva me asusta mucho. Escríbeme y dime si es tan malo como parece.
La abuela irá a Londres de vez en cuando para asistir al teatro, que le gusta mucho, y me ha prometido que podré acompañarla de vez en cuando. Te avisaré en cuanto sepa cuándo será y tramaremos un modo de vernos.
Ahora debo irme, la abuela ha contratado un tutor para que me enseñe a comportarme en sociedad cuando haga mi presentación. Hay tanto que aprender que la cabeza me da vueltas...
Miley guardó la carta en un cajón, miró el reloj que había encima de la repisa de la chimenea y suspiró. Sabía muy bien lo que Dorothy quería decir con su última frase, porque la señorita Flossie Wilson había estado taladrándole la cabeza con reglas de comportamiento y decoro durante casi dos semanas y ahora tenía otra lección.
—¡Ah, estás aquí! —sonrió la señorita Flossie cuando Miley entró en el salón—. Hoy creo que debemos abordar las maneras correctas de dirigirse a los miembros de la nobleza. No podemos arriesgarnos a que cometas un error en tu baile de mañana por la noche.
Suprimiendo la salvaje necesidad de agarrarse las faldas y salir huyendo de la casa. Miley se sentó cerca de Charles, frente a la señorita Flossie. Durante casi dos semanas, la señorita Flossie la había arrastrado desde la modista hasta el sombrerero, pasando por el zapatero, en medio de aparentemente interminables lecciones de comportamiento, baile y francés. Durante estas lecciones, la señorita Flossie escuchaba la dicción de Miley, observaba su más mínimo gesto y le preguntaba sobre sus habilidades e intereses, asintiendo todo el rato con su rizada cabeza y moviendo los dedos de una manera que a Miley le parecía un pajarito inquieto.
—Bueno, entonces —canturreó la señorita Flossie—. Empezaré por los duques. Como te decía ayer, duque es el título, no real, más alto de la nobleza británica. Los duques son técnicamente «príncipes», pero, aunque te pueda parecer que un príncipe es de rango más elevado, debes recordar que los hijos reales nacen príncipes, pero se crían en el rango de duque. ¡Nuestro querido Charles —concluyó triunfante e innecesariamente— es un duque!
—¡Sí! —convino Miley, devolviendo al tío Charles una simpática sonrisa.
—Después de duque viene marqués. Un marqués es el heredero de un ducado. ¡Y por esa razón a nuestro querido Nicholas se le llama marqués! Luego viene conde, vizconde y por último barón. ¿Te lo escribo, querida?
—No —se apresuró a asegurarle Miley—. Lo tengo en la cabeza.
—Eres una niña muy lista —la halagó la señorita Flossie con aprobación—. Entonces veamos las maneras de dirigirse a ellos. Cuando hablas a un duque, debes llamarle «su excelencia», «nunca» —advirtió en tono grave— te dirijas a un duque como «milord». A una duquesa también debes llamarla «su excelencia». Sin embargo, puedes llamar a los otros nobles «milord» y a sus esposas «milady», que es la forma adecuada de dirigirse a ellos. Cuando seas duquesa, ellos se dirigirán a ti como «su excelencia» —acabó triunfante—. ¿No es emocionante?
—Sí —murmuró Miley incómoda.
El tío Charles le había explicado por qué era necesario para la sociedad creer que su compromiso con Nicholas era real y, como Flossie Wilson era una parlanchina, había decidido que debía creer lo mismo que todos.
—He obtenido permiso de las patronas de Almack para que bailes el vals en tu presentación, querida, pero basta de este tema. ¿Ahora vamos a repasar una sección del Debrett's Peerage[1] —pero Northrup salvó de tal agonía a Miley, al irrumpir en el salón, aclararse la garganta y anunciar la llegada de la condesa Collingwood.
—Hágala entrar, Northrup —indicó jovialmente el tío Charles.
Caroline Collingwood entró en el salón, vio los libros de etiqueta y el ejemplar del Debrett's Peer age y dirigió una mirada conspiradora a Miley.
—Tenía la esperanza de que me podrías acompañar a dar un paseo por el parque —le dijo a Miley.
—¡Nada me gustaría más! —exclamó Miley—. ¿Le importaría mucho, señorita Flossie? ¿Tío Charles?
Ambos le dieron su permiso y Miley corrió escalera arriba para peinarse y coger el sombrero.
Mientras la esperaba, Caroline se dirigió educadamente a los dos ancianos ocupantes del salón.
—Imagino que deben de estar muy ansiosos por que llegue mañana por la noche.
—¡Oh, sí, mucho! —corroboró la señorita Flossie, asintiendo mientras movía enérgicamente sus rizos rubios—. Miley es una damita adorable, aunque no tengo por qué decírselo, pues ya la conoce. Sus encantadores modales, tan espontáneos y sociables. ¡Y qué ojos! También tiene una figura adorable. Confío en que tendrá un gran éxito. Sin embargo, no puedo evitar desear que fuera rubia —la señorita Flossie suspiró e inclinó la cabeza con desánimo, ajena a las trenzas de color caoba de lady Collingwood—. El rubio está de moda, ya sabe. —Su mirada de pájaro voló hacia Charles—. ¿Te acuerdas de lord Hornby cuando era joven? Yo pensaba que era el hombre más guapo de la tierra. Su cabello pelirrojo y aquel discurso tan atractivo. Su hermano era muy bajo... —Y así continuó, saltando de un tema a otro como de rama en rama.
Miley echó una mirada al parque y se reclinó en el carruaje descapotado, cerrando los ojos con absoluta felicidad.
—¡Qué apacible es esto —le dijo a Caroline—, y qué amable has sido al venir a rescatarme tantas tardes con estos paseos por el parque!
—¿Qué estabas estudiando cuando he llegado?
—Las formas correctas de dirigirme a los miembros de la aristocracia y sus esposas.
—¿Y las dominas? —preguntó Caroline.
—Por completo —se jactó Miley, reprimiendo una risita cansada e irreverente—. Lo único que tengo que hacer es llamar a los hombres «milord», como si fueran Dios y a sus esposas «milady», como si yo fuera su doncella.
La risa de Caroline arrancó una carcajada a Miley.
—Lo que me resulta más difícil es el francés —admitió—. Mi madre nos enseñó a Dorothy y a mí a leerlo, y eso lo hago bastante bien, pero no puedo recordar las palabras que necesito cuando intento hablarlo.
Caroline, que hablaba muy bien francés, intentó ayudarla.
—A veces es mejor aprender frases útiles de un idioma, en lugar de aprender palabras; entonces necesitas pensar cómo juntarlas y el resto ya vendrá. Por ejemplo, ¿cómo me pedirías útiles de escritura en francés?
—Monpot d'enere veut vous empmnter votre stylof —se aventuró Miley.
Los labios de Caroline temblaron de risa contenida.
—Acabas de decir: «Mi tintero desea prestarte tu pluma».
—Al menos me he acercado —comentó Miley y ambas estallaron en risas.
Los ocupantes de los otros carruajes que circulaban por el parque se volvieron hacia el sonido musical de su júbilo y de nuevo se percibió que la elegante condesa Collingwood demostraba una particular parcialidad por lady Miley Seaton, un hecho que se añadía considerablemente al creciente prestigio que tenía entre aquellos que ya la habían conocido.
Miley se inclinó sobre Lobo, que solía acompañarlas en sus salidas y le acarició la cabeza.
—¿No es sorprendente que haya aprendido de mi padre matemáticas y química con bastante facilidad, pero el francés se me resista? Tal vez no lo capte porque aprenderlo me parece tan inútil.
—¿Por qué inútil?
—Porque Andrew llegará pronto y me llevará a casa.
—Te echaré de menos —se lamentó Caroline con nostalgia—. La mayoría de las amistades tardan años en sentirse tan cómodas y agradables como nos sentimos nosotras ahora. Exactamente, ¿cuándo crees que Andrew llegará?
—Le escribí al cabo de una semana de la muerte de mis padres —respondió Miley, colocándose ausente un mechón de cabello en su sitio, bajo el ala plisada de su sombrero amarillo limón—. La carta tardará unas seis semanas en llegarle y él tardará seis semanas en volver a casa. Más otras cuatro o seis semanas en venir en barco desde América hasta aquí. Eso hace un total de unas dieciséis o dieciocho semanas. Mañana hará exactamente dieciocho semanas desde que le escribí.
—Estás suponiendo que recibió la primera carta en Suiza, pero el correo que va a Europa no siempre es fiable. Además, supón que ya se había ido a Francia, donde dijiste que iba después.
—Le di a la señora Bainbridge, la madre de Andrew, una segunda carta para Francia, por si eso ocurría —suspiró Miley—. Si entonces hubiera sabido que iba a estar en Inglaterra ahora, él podría haberse quedado aquí en Europa, lo cual habría sido mucho más conveniente. Por desgracia, no lo sabía, de modo que todo lo que le dije en las primeras cartas era que mis padres habían muerto en un accidente. Estoy segura de que se fue a América en cuanto se enteró.
—Entonces, ¿por qué no llegó a América antes de que tú salieras para Inglaterra?
—Probablemente no hubo tiempo suficiente. Imagino que llegó al cabo de una semana o dos de mi partida.
Caroline dirigió una mirada pensativa y vacilante a Miley.
—Miley, ¿le has dicho al duque de Atherton que estás segura de que Andrew vendrá a buscarte?
—Sí, pero él no me cree. Y como no me cree, ha decidido que debo pasar aquí la temporada.
—¿Pero no te parece extraño que quiera que tú y lord Fielding simuléis estar prometidos? No quiero inmiscuirme —se disculpó enseguida Caroline—. Si prefieres no hablar de esto conmigo, lo comprenderé.
Miley movió la cabeza enfáticamente.
—Deseaba hablar contigo de esto, pero no quería aprovecharme de nuestra amistad desahogándome contigo.
—Yo me he desahogado contigo —respondió sencillamente Caroline—. Y para eso son los amigos: para hablar de lo que les preocupa. No puedes imaginarte lo maravilloso y raro que es encontrar una amiga entre «la buena sociedad» que sé que no dirá una palabra de lo que le cuento a nadie.
Miley sonrió.
—En ese caso... tío Charles dice que la razón por la que quiere que todo el mundo crea que estoy prometida es porque esto hace más fácil que me libre de otros «líos» y «complicaciones». Como mujer comprometida, dice, puedo disfrutar de toda la emoción de mi presentación en sociedad sin sentir la más leve presión por parte de mis pretendientes o de la sociedad, cosa que no sucedería si fuera casadera.
—En cierto modo, tiene razón —comentó Caroline con expresión algo perpleja—, pero se va a meter en un montón de problemas solo para evitar que los caballeros te presionen con sus pretensiones.
Miley contempló pensativa los pulcros lechos de narcisos que florecían junto al camino.
—Lo sé y me pregunto por qué lo hará. El tío Charles me tiene cariño y a veces tengo la sensación de que aún alberga la esperanza de que lord Fielding y yo lleguemos a casarnos si Andrew no viene a por mí.
La preocupación enturbió los ojos grises de Caroline.
—¿Crees que existe semejante posibilidad?
—En absoluto —respondió Miley sonriendo de buena gana.
Con un suspiro de alivio, Caroline se reclinó contra los cojines.
—Bueno, me preocuparía por ti si te casaras con lord Fielding.
—¿Por qué? —le preguntó Miley, realmente había despertado su curiosidad.
—Me gustaría no tener que decirlo —murmuró Caroline abatida—, pero supongo que tengo que... que debo decírtelo. Si tu Andrew no viene a por ti, deberías saber qué tipo de hombre es en realidad lord Fielding. Hay salones en los que le admiten, pero no es realmente bienvenido...
—¿Y por qué no?
—Por un motivo, hubo una especie de escándalo hace cuatro años. No sé los detalles porque yo era demasiado joven en aquella época para tener conocimiento de ningún rumor realmente escandaloso. La semana pasada, le pedí a mi marido que me lo contara, pero es amigo de lord Fielding y no quiso hablar de ello. Dice que fue una tontería falsa que hizo circular una mujer despechada y me prohibió preguntarle a nadie, porque dijo que eso volvería a suscitar el viejo rumor.
—La señorita Flossie dice que la «buena sociedad» está siempre inflamada de rumores y que la mayoría es humo —comentó Miley—. Sea lo que fuera, estoy segura de que oiré hablar de ello dentro de pocas semanas.
—No creo —predijo enfáticamente Caroline—. En primer lugar, eres una mujer joven y soltera, nadie te dirá nada, siquiera levemente, escandaloso por temor a ofender tu sensibilidad o que te desmayes. En segundo lugar, la gente murmura sobre los demás, pero rara vez va con el cuento a las personas implicadas. Es la naturaleza del rumor, que se difunde a espaldas de quienes están más íntimamente implicados en la historia.
—Donde hace el mayor daño y provoca la mayor excitación —coincidió Miley—. El rumor no nos era desconocido en Portage, Nueva York, y también allí suscita las mayores conversaciones ociosas.
—Tal vez, pero hay más contra lo que deseo advertirte —prosiguió Caroline, con aspecto culpable, pero decidida a proteger a su amiga—. Debido a su rango y su fortuna, a lord Fielding se le considera un buen partido, y hay muchas damas que también lo encuentran extraordinariamente atractivo. Por estas tres razones, se codean con él. Sin embargo, él no las ha tratado nada bien. En realidad, en algunas ocasiones ha sido absolutamente rudo. Miley —concluyó en tono de abierta condena—, lord Fielding no es un caballero.
Esperaba alguna reacción de su amiga, pero cuando Miley se limitó a mirarla como si ese defecto del carácter de lord Fielding no fuera más importante que un cuello arrugado, Caroline suspiró y siguió acometiendo.
—Los hombres le temen tanto como las damas, no solo porque es muy frío y distante, sino porque corren rumores de que se batió en duelos en la India. Dicen que luchó en docenas de duelos y mató a sus oponentes a sangre fría, sin la menor emoción y sin el menor arrepentimiento, dicen que desafiaba a un hombre a un duelo a la más mínima ofensa...
—No lo creo —exclamó Miley con inconsciente lealtad hacia Nicholas.
—Puede que no lo creas, pero los demás sí, y la gente le teme.
—Entonces, ¿le hacen el vacío?
—Al contrario —explicó Caroline—. Lo consienten. Nadie se atreve a ignorarlo.
Miley—Seguramente, no todo el mundo que lo conoce le teme.
—Casi todo el mundo. A Robert le gusta de verdad y se ríe cuando le digo que hay algo siniestro en lord Fielding. Sin embargo, una vez oí a la madre de Robert decir a un grupo de amigas que lord Fielding era perverso, que utilizaba a las mujeres y luego se libraba de ellas.
—No puede ser tan malo como eso. Tú misma has dicho que se considera un buen partido...