Prólogo
Miley le había preguntado a su madre si el amor moría al enterarse de que su
padre Cemal bin Ahmed al Jawhar, hermanastro del rey de Jawhar y su héroe, era un
adúltero compulsivo. Por entonces era un joven e inocente universitaria, tan convencida
de la integridad de su padre que no había creído la noticia publicada en un periódico
sensacionalista que alguien había dejado anónimamente en su casillero.
El gran héroe de su vida había caído de su pedestal haciéndose añicos sin que ni
siquiera llegara a saberlo, al menos inicialmente.
Su madre, la ex modelo brasileña que conservaba una madura belleza, la miró
largamente en silencio. Sus ojos, del mismo color azules que su hija, cargados de emoción y
dolor.
–A veces pienso que sería lo mejor, pero algunas personas estamos destinadas a
amar incondicionalmente hasta la muerte.
–Pero ¿por qué sigues con él?
–En realidad hacemos vidas bastante separadas.
Y al oír aquello, Miley había sentido que otro de sus mitos se desvanecía. Vivían
en Estados Unidos por su educación y para llevar una vida lo más anónima posible. Era
un país con los bastantes escándalos propios como para ir a buscarlos en una familia
acomodada de un pequeño país de Oriente Medio como Jawhar.
En cierta forma, su madre había intentado protegerla de la verdad, pero también se
protegía a sí misma de la humillación de ser la esposa de un conocido adúltero, y Miley
comprendió por qué sus viajes a Brasil o a Jawhar se habían ido espaciando cada vez
más.
– ¿Y por qué no te has divorciado de él?
–Porque lo amo.
–Pero...
–Es mi marido –Lou-Belia se había erguido con dignidad– y no pienso avergonzar
ni a mi familia ni a él con un divorcio.
Teniendo en cuenta que el padre de Miley era considerado un miembro de facto
de la familia real Jawhar, la excusa parecía justificada.
Sin embargo, aquel día Miley juró que nunca aceptaría vivir como su madre, que no se dejaría atrapar en un matrimonio por obligación, en el que el amor causara más daño que felicidad.
Pensaba que podría mantener su promesa porque, a pesar de que nunca se había producido el anuncio formal, llevaba prometida al príncipe heredero Nicholas bin Faruq al Zohra desde los trece años, y no había hombre más honorable en todo el mundo.
O eso había creído hasta aquel mismo día, en el que había recibido por correo unas fotografías.
La sensación de estar reviviendo una situación la asaltó tan vívidamente que pudo
oler la hierba recién cortada que había perfumado el aire aquella fatídica mañana, cuatro
años atrás. Los mismos escalofríos le recorrieron la espalda, dejándola temblorosa y confusa.
Si alguien le hubiera preguntado hacía apenas una hora por una certeza, Miley habría dicho que Nicholas jamás sería protagonista de las páginas de un tabloide porque su sentido de la responsabilidad hacia su familia se lo habría impedido. El jeque era demasiado íntegro como para que pudieran pillarlo in fraganti con una mujer.
Pero su segundo ídolo acababa de colapsar
Miley contempló la primera de las fotografías, una imagen inocente en la que Nicholas ayudaba a una rubia voluptuosa a subir a su Mercedes, y sintió un nudo en la garganta al
contener una risa histérica.La realidad la sacudió como una bofetada. No olía a hierba, sino a la fragancia de
limón con la que a su jefe le gustaba perfumar el sistema de ventilación. No se oía el parloteo de los estudiantes en los pasillos, sino su propia respiración en la oficina casi
vacía. El sabor metálico del miedo le llenó la boca al tiempo que empujaba con el dedo la fotografía hacia un lado.
La siguiente, mostraba a Nicholas besando a la mujer, que en aquella ocasión lucía un mínimo biquini ya que estaban al borde de una piscina. Miley no reconoció la casa. De
estilo mediterráneo y con una gran piscina, podría encontrarse en cualquier parte. En cambio no quedaba duda de la pasión con la que la pareja se besaba.
Y ese beso le recordó una escena que habría preferido olvidar.
Tenía dieciocho años y estaba enamorada de Nicholas desde que tenía uso de razón. No le importaba que los demás la entendieran, pero lo cierto era que su sentimiento se
había hecho más profundo a medida que pasaban los años.
Hasta entonces había asumido que Nicholas la trataba con extrema cortesía a causa de su edad, pero con dieciocho años ya era oficialmente adulta. Al menos para los estándares norteamericanos con los que ella había crecido.
Se encontraban en una cena oficial, a la que por primera vez acudían como pareja.
Miley creyó que era el momento perfecto para besarse por primera vez y había acorralado a Nicholas en el patio con tanta determinación como le permitió su timidez natural y no haber sido agraciada con la belleza de su espectacular madre.
Con el corazón desbocado, había alzado el rostro hacia Nicholas, había clavado la mirada en sus ojos grises y, asiéndose a sus musculosos bíceps, le pidió que la besara. No había dudado que el hombre que iba ser su marido, cumpliría sus deseos. Pero tras esperar unos segundos que se le hicieron interminables, tan sólo recibió un beso en
la frente.
« ¿Nicholas?», había dicho, abriendo los ojos. Y él, separándola suavemente de sí, se
había limitado a contestar: «Todavía no ha llegado el momento, ya habibti. Eres una niña».
Mortificada, ella había asentido al tiempo que pestañeaba para contener las lágrimas. Él le había dado una palmadita en el brazo, diciendo: «Tranquila, ya habibti. Nuestro momento llegará».
Y mientras volvían a la recepción, ella se había consolado con
el hecho de que la hubiera llamado dos veces «querida». Miley soltó una amarga carcajada al tiempo que las lágrimas le nublaban la vista.
Había cumplido veintitrés años y seguía esperando a que Nicholas se diera cuenta de que ya
no era una niña.
De no haber visto aquellas fotografías, quizá no se habría dado cuenta de que ese día nunca llegaría. Se concentró de nuevo en ellas, extendiéndolas sobre el escritorio. Ya
las había contemplado con anterioridad, pero en aquella ocasión quería empaparse de ellas y no poder negar la evidencia y lo que representaban.
Nicholas no pensaba que aquella mujer fuera una niña. No. Elsa Bosch era todo lo que un hombre podía soñar en una mujer: espectacularmente guapa, voluptuosa y
experimentada. Miley se estremeció al pensar que ella no era ninguna de esas tres cosas.
No estaba segura de que el honor de Nicholas pudiera verse manchado por su relación con la actriz alemana puesto que su compromiso seguía sin haberse anunciado oficialmente y él la trataba más como a una prima distante que como a una novia.
Ella había permitido que su propio amor y la seguridad de que compartirían el futuro dieran pie a toda una serie de fantasías que no tenían ninguna base real. Había creído que Nicholas llegaría a darse cuenta de que ya no era la niña con la que lo habían prometido en matrimonio.
Había esperado diez años. Diez años. Una década durante la que no había salido con nadie y en la que ni siquiera había acudido a la fiesta de graduación porque se consideraba prometida.
Había tenido amigos en la universidad, pero nunca se había comportado con ellos más que como una compañera de estudios. Y había asumido que, de la misma manera,
Nicholas ocupaba su tiempo con sus responsabilidades, su familia, sus amigos... desde luego, no con una mujer.
Al contrario que su padre, Nicholas había sido muy discreto con su relación. Pero aquellas fotografías eran la prueba de que la tenía. Y aunque, igual que cuando recibió las
de su padre, habría supuesto que su dolor debía ser igual de profundo, la realidad era que se sentía vacía.
Al contrario que en aquella ocasión, la persona que enviaba las fotografías de Nicholas exigía dinero a cambios de no venderlas a un periódico sensacionalista.
Que Nicholastuviera una relación con una mujer que había actuado en una película porno era lo bastante escandaloso como para que las dos familias reales de Jawhar y
Zohra se vieran afectadas. Y aunque tras documentarse, Miley había averiguado que la actriz se comportaba con discreción, no era una compañía apropiada para el heredero.
Sin embargo, Elsa era la mujer que él había elegido.
Las fotografías trasmitían pasión y felicidad. Miley nunca había visto a Nicholas tan sonriente ni tan relajado.
El amor podía mantener a una mujer amarrada a un conquistador, pero a otra mujer, de más carácter, podía darle el valor de dejar en libertad al hombre al que amaba.
Mirando aquellas fotografías, Miley tuvo el convencimiento de que no consentiría que Nicholas cumpliera un contrato firmado entre hombres que ni siquiera se habían planteado si las dos personas implicadas se amaban o no. El amor que sentía por él le exigía mucho más. Y la ausencia de amor que él sentía por ella la obligaba a liberarlo
viernes, 30 de enero de 2015
Noche de amor con el jeque-Argumento
Argumento:
¿Accedería el orgulloso jeque a celebrar la noche de bodas aunque la boda se cancelara?Miley ansiaba consumar su relación con el príncipe heredero Nicholas tras casarse con él.
Inocentemente, anhelaba que su prometido la esperara, como ella lo esperaba a él.
Pero unas comprometedoras fotografías sacadas por unos paparazis acabaron con sus sueños de
juventud. Miley no estaba dispuesta a convertirse en la mujer de Nicholas por obligación, ni
someterse a un matrimonio sin amor. Romper… pero no sin imponer una condición.
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